lunes, 6 de agosto de 2018

La revolución altruista

Sonaba una de nuestras canciones favoritas, de Kaleo, en la radio del coche. Era un buen presagio. El navegador decía que ya habíamos llegado, pero allí sólo había campo y más campo. Ni una casa en lo que alcanzaba la vista en estas enormes campiñas burgalesas. Avanzamos hasta la siguiente curva, por si tan sólo era un pequeño descuadre en la ubicación. Y efectivamente. Allí estaba Villasur de Herreros, un pequeñísimo pueblo de la provincia de Burgos, que precisamente es la provincia europea con mayor número de pueblos. Un sitio perdido del mapa, con trescientos habitantes censados, pero con apenas ochenta viviendo de forma continua. Resulta sorprendente cómo las mayores revoluciones se urden en los lugares más recónditos, lejos de los grandes púlpitos o programas de televisión. 
Mientras aparcábamos el coche, Joserra salió con su amplia sonrisa y sus generosos abrazos. Cualquiera que hubiera presenciado la escena hubiera pensado que éramos amigos de toda la vida. Pero no. Era la primera vez que nos veíamos en persona. Aunque la sintonía y las buenas vibraciones en whatsapps y e-mails llevaban meses compinchándose para que el encuentro se produjera. Y fue justo en el regreso desde Francia, de casa de la bisabuela, cuando pudieron lograr su objetivo.
Es sorprendente cómo un chico joven de treinta y dos años, en un pueblo perdido de la geografía española, puede ser embajador de ServiceSpace y estar impulsando toda una Revolución Altruista, tejiendo redes entre distintas organizaciones y países, tan sólo mediante voluntari@s, y aprovechando la tecnología para alentar a personas de todo el mundo a hacer pequeños actos altruistas a través de una transformación tanto interna como externa.
Nos abrió de par en par las puertas de su casa, el segundo hogar de su familia, que se ha convertido en todo un cuartel general del altruismo, donde seres de todos los confines del mundo se reúnen para seguir tejiendo redes en las que el activismo y la espiritualidad se hacen uno. Nada más entrar por la puerta, una gran bandera con la imagen del planeta Tierra nos dio la bienvenida. La afinidad crecía por momentos, y eso que acabábamos de llegar. Tras la absurda guerra de banderas que los balcones y ventanas de este país ha presenciado en los últimos meses, ver esa bandera nos generó una honda sensación de sosiego. Sensación que se incrementó al leer en multitud de idiomas las palabras "Que la paz prevalezca en la Tierra" en un enorme totem de la paz, junto a la bandera. Esa fue la idea de un solo hombre, un japonés llamado Masahisa Goi, que después de ver los desastres de la Segunda Guerra Mundial, en 1955 decidió lanzar al mundo su mensaje de paz. Ese mensaje se difundió en los años 80 gracias a la World Peace Prayer Society. Y hoy en día hay más de 200.000 "Peace Poles", o "totems de la paz" plantados en más de 200 países de todos los continentes, en sitios tales como el Polo Norte Magnético (Canadá), las Piramides de El Giza (Egipto), el Rio Jordán (Israel), La Haya (Netherlands), Baghdad (Iraq), Tumba de Confucio (Taiwan), Robben (Sudáfrica) o el Monumento de la bomba atómica (Hiroshima). Ver esa bandera y ese totem en aquel salón familiar, cerca de las fotos de primos, tíos y abuelos, resultaba una bella estampa, sin duda.
Cada rincón de la casa rezumaba armonía y búsqueda de equilibrio y paz en los más pequeños detalles. Había carteles y banderolas en distintos idiomas con poemas y mensajes de paz de Gandhi o el Dalai Lama. Y post-its y corazones esparcidos por decenas de personas que habían pasado por aquellas habitaciones en algún momento y habían dejado sus mejores deseos y energías para los demás. El jardín era inmenso. Y Joserra se había dedicado a dejar pequeñas islas de flores silvestres para que las abejas tuvieran también su espacio. Las dos gallinas que correteaban por el césped se acercaban a nosotros con una docilidad canina, y casi se dejaban acariciar las crestas. La habitación de Joserra tenía un aire oriental y de austeridad que encajaba a la perfección con sus viajes de los últimos años a la India. Tenía un inmenso mapa del mundo pintado a mano en la pared, y los mensajes y detalles de paz, armonía y generosidad se multiplicaban en cada rincón. Nos acomodó en el coqueto desván, aunque había espacio allí para que durmiera todo un ejército.  Y de inmediato nos ofreció dar una vuelta por el pueblo para deleitarnos con más sorpresas.
No a muchos metros de distancia, nos mostró la "Casa de Paz", un proyecto muy reciente que surgió cuando hace unas semanas, después de una conversación espontánea con la dueña de la casa, ésta decidió cederles el espacio para que pudieran disfrutarlo y hacer actividades en ella, dentro del esquema de la "economía del regalo", un paradigma en el que bienes y servicios se movilizan sobre una base de confianza y generosidad. Como regalo que es, lo gestionan desde ese espíritu de generosidad y ofrecen actividades altruistas conectadas con el autoconocimiento y el Bien Común. La Casa está totalmente abierta durante todo el día para quien quiera reunirse allí, meditar u organizar un encuentro de cualquier tipo. Una "mesa amable" con multitud de coloridos objetos preside la entrada, en un experimento más para que cualquiera pueda dejar y coger de ella libremente lo que desee.
A apenas dos minutos andando, nos abrió una improvisada puerta a un precioso huerto con vistas al campanario del pueblo, que también les había cedido alguien del pueblo como muestra de afinidad con los principios que les inspiran. Gracias a nuestros pinitos hortelanos del último año, pudimos apreciar que lo que allí estaban haciendo gente como Joserra, Miki o Irene de forma casi espontánea, era una auténtica obra de arte de la horticultura: formas de mandala en la disposición de las distintas especies; flores, frutos y hojas en perfecta armonía con lo que normalmente se suelen considerar "malas hierbas"; mini espacios para favorecer que algunos pequeños animalillos puedan convivir con las distintas variedades de frutas y verduras... Joserra aprovechó para recolectar un calabacín y un par de lechugas para la improvisada cena que nos aguardaba en casa.
En una curiosa sincronicidad, justo llegando a la entrada de la casa, apareció un coche con Pablo, Lucía, Roxana y Daniela, que venían a compartir velada ante la espontánea invitación de Joserra con motivo de nuestra visita. Nos pareció hermoso que, tras las presentaciones y risas iniciales, se abriese un círculo de meditación y de compartir en el jardín, como forma de abrir ese improvisado encuentro de amigos. Mientras meditábamos en silencio, y los chicos disfrutaban en la piscina, Miki e Irene se unieron al círculo, bajo la atenta mirada de un sol con forma de bola de fuego. El compartir tras la meditación, permitió romper el hielo, y así irnos conociendo un poco mejor. Me sentía tan a gusto, que me animé a compartir cómo conocí a Mey, y el gozo que me causaba que siguiera a mi lado treinta y un años después. Me sorprendí a mí mismo compartiendo esas confidencias ante supuestos desconocidos, hoy ya amigos.
"A lo tonto" nos habíamos juntado doce personas para cenar. Y reconozco que por momentos me preocupó un poco que hubiera comida para tantos. Se me olvidó que en este tipo de círculos del altruísmo, se obra el milagro de los panes y peces con asiduidad. Un cous-cous que trajo una, unas morcillas de otra, las lechugas y calabacín del huerto, unos macarrones sobre la marcha, y algunos tomates y queso que traíamos de Francia, permitieron organizar todo un banquetazo digno de las mejores galas. Y fue la excusa perfecta para una deliciosa tertulia, en la que los visitantes fuimos sometidos a un cariñoso interrogatorio. Tuvimos ocasión de compartir hasta las tantas: despertares laborales y de salud,  revoluciones interiores y exteriores de distinto género, y proyectos macro y micro. El interés y las conexiones de almas casi se podían tocar con los dedos. Y prosiguió ya por la mañana con Joserra y Miki tras el desayuno. Los niños también pudieron expresarse, aunque luego en el coche nos decían que quizás deberían haber contado lo difícil que resulta a veces compaginar esta vida alternativa en búsqueda de un mundo diferente, con los entornos en los que les ha tocado vivir. 
Realmente fueron sólo unas horas juntos, porque a media mañana partíamos de regreso a Málaga. Pero dio para mucho. Dio para conocer el proceso de búsqueda de Joserra desde el sufrimiento personal y las experiencias de voluntariado en Argentina. Para profundizar en la realidad de los áshram, y en las utopías hechas realidad que han presenciado en lugares como la ciudad india de Auroville. Para profundizar en la necesidad de cultivar la espiritualidad si se quiere de verdad articular un activismo efectivo y duradero. Para tener todavía más ganas de conocer a Nipun Mehta cuando venga a visitarles en octubre. O para conocer mejor experimentos tan bellos como el Karma Kitchen burgalés (experiencia culinaria en la que no puedes pagar por tu comida, siendo la cuenta al final siempre de cero euros, ya que alguien que ha venido antes de ti ha pagado por tu comida, y ahora tú eres libre de mantener esa cadena de generosidad funcionando o no); o las tarjetas que nos animan a realizar gestos anónimos de generosidad; o las huebras o servicios que se ofrecen desinteresadamente en favor de la comunidad; o los Círculos de Silencio y Escucha Awakin.
Nos hemos quedado con ganas de más. De mucho más. Y eso es bueno. Muy bueno. Porque surgirá de nuevo el encuentro de forma espontánea en tierras burgalesas o malagueñas. O quién sabe si quizás en la India.
Quisimos que los niños experimentaran la dinámica de las tarjetas "sonrisa" e iniciamos de forma anónima en la panadería del pueblo un nuevo ciclo de regalos anónimos con un pan y una bolsa de magdalenas que dejamos pagados junto a una de esas tarjetas, para que el panadero se lo diese a la siguiente personas que entrase, a modo de círculo de favores. Los niños se mostraron entusiasmados con la idea, y no pararon de idear variantes para la vuelta a casa.
Hay gente para todo, la verdad. Hay quienes regalan poesía en los pasos de cebra. Incluso, como acabamos de ver al pasar por Madrid, hay quienes se dedican a pintar corazones de colores en los grises muros y columnas de la M-30, para arrancar una sonrisa o un deseo positivo a los cientos de miles de personas que usan esa vía a diario. Por eso desde hace años, decidimos dedicar siempre un hueco de nuestras vacaciones para que nuestros hijos conozcan a locos así, dispuestos a creer que un mundo mejor es posible. Y así hemos ido conociendo O Couso, Mataveneros, Los Portales, preciosas iniciativas colaborativas, o ahora esta Revolución Altruista. Es la única forma de asegurarnos de que, cuando les toque volar, sepan que hay alternativas a lo que hace la gran mayoría de la gente. Y quizás apuesten por esa tontería de darse a los demás y construir un mundo mejor.
Eva supo resumir muy bien estas horas con estos nuevos amigos: "Me encanta esta gente, mamá, porque son gente normal que medita, y además sí que saben dar bien los abrazos". Pues eso. Cosas simples que desde lo cercano pueden cambiar el mundo.


NOTA: Iniciamos hace unas semanas el apoyo solidario al proyecto de Yide Bikoue, de nuestros amigos Herminio y Deniz en Camerún. Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario.

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