sábado, 27 de noviembre de 2021

Es hora de crecer

Es, sin duda, de lo que más orgullosos estamos como padres. Con los tres. Más allá de las buenas notas, de sus logros musicales o deportivos, o de su nobleza. Todo ello tiene muchísimo mérito. Pero esto lo tiene aún más. Sobre todo en estos tiempos que corren. Baste un ejemplo reciente.

Eva llevaba años con esa ilusión. Había sido testigo desde la distancia y desde la barrera de cómo sus hermanos habían disfrutado de experiencias únicas e inolvidables durante aquel 4º de la ESO en Estados Unidos. Sus ojillos se dilataban cada vez que alguno de ellos rememoraba cualquier anécdota, cualquier detalle. Y se frotaba las manos a medida que se acercaba su turno, pensando en que por fin le tocaba a ella en agosto de 2020. Luchó muy duro para conseguirlo. Meses preparando la documentación, las vacunas y un vídeo de presentación, que trabajó a conciencia. Y cuando aquella familia texana la eligió para acogerla en su hogar, saltaba de júbilo. No se lo podía creer. ¡Por fin!... Pero de repente todo se truncó. Llegó la pandemia y con ella ese miedo pegajoso y contagioso que sigue adherido a esta Humanidad desde entonces. Con todo ya preparado y pagado, la agencia empezó a desaconsejar el viaje. La familia y los amigos empezaron a decirle que era mejor no ir. Que era peligroso. Que no iba a ser como otros años. Que ya habría otras oportunidades. Y a juzgar por las caras que nos ponían a nosotros, que seríamos malos padres si la enviábamos en una situación así. De modo que aquel sueño que había atesorado durante años se truncó definitivamente cuando la Administración Trump cerró las fronteras y las visas para estudiantes extranjeros. No paraba de llorar. No podía creer su mala suerte. Pero tras unos días de "bajón", la ayudamos a recordar lo que llevamos años trabajando en casa. ¿Quién tiene la llave de tus sueños? ¿Tu familia? ¿Tus amigos? ¿La agencia del viaje? ¿Trump? ¿Cómo que el sueño se truncaba definitivamente? ¡De eso nada! Mey la ayudó a visualizar con todas sus fuerzas que aquella puerta que le estaba cerrando el destino, se podía abrir para ella. Debía prepararse interiormente si se daba la más mínima oportunidad. Y día tras día cerró los ojos y se vio con su nueva familia americana en ese viaje que tanto había deseado durante años. Una y otra vez. Sin desesperar. Hasta que el Universo debió sentir las cosquillas de su ilusión y abrió una rendija. Una muy pequeña. Pero si por las rendijas más pequeñas se cuela el agua, ¡qué decir de los sueños! Trump tuvo que recular en su decisión respecto a las visas de estudiantes, ante la demanda de las veinte principales universidades americanas. El primer paso estaba dado. Pero no era el más difícil para Eva. Lo difícil venía ahora: mantenerse firme en su propósito contra viento y marea. Contra la familia, los amigos, y la agencia, que ya nos había devuelto incluso el dinero. Contra el hecho de que sólo darían el paso un puñado de chavales. Y sobre todo contra ese mantra que ya entonces llevábamos meses escuchando: "miedo, miedo, miedo....uh, uh, uh". No se trataba de ir contracorriente en una rebeldía sin causa. Se trataba de no dejarse arrastrar por la corriente de lo que todos hacen sin fundamento, sólo porque todos lo hacen. Se trataba de no tener miedo a ser señalada o criticada por hacer algo distinto. Y se trataba, sobre todo, de no entrar en los chantajes psicológicos, sibilinos o descarados, para que no se fuera "por su bien". Pero ella no dudó ni un instante. "Erre que erre". Y nosotros la respaldamos al 200%. ¿Después de toda una vida guiándole para que nadie le escriba su destino, ahora íbamos a cambiar de rumbo, sólo porque la "tele", los gobiernos y todos los que les escuchaban señalaran otro? Pues no. Rumbo sólo hay uno: el que cada uno se marca. No el que tratan de marcarnos. La decisión no gustó. Y estamos convencidos de que hubo personas que hasta que volvió hecha una mujer un año después, no respiraron tranquilas. Pero ella vivió su sueño, en lo que no para de repetir que ha sido, sin duda, "el mejor año de su vida". Y esa determinación, ese empuje y esa libertad de criterio frente a todos y frente a todo es lo que más orgullo nos genera como padres. Quizás porque el instinto nos dice que es de lo que más necesita este mundo. Y es el mejor legado que podemos dejarle a este planeta a través de nuestros tres hijos.

Por desgracia, el mundo hoy está en las antípodas de esto. Hemos cedido toda nuestra libertad. Hemos delegado en otros la decisión sobre nuestro rumbo vital prácticamente en todo. Nos creemos todo lo que nos dice "la caja tonta" sin cuestionarnos si tiene o no sentido. Obedecemos sin pestañear las decisiones de nuestro gobierno, aunque carezcan de lógica y coherencia. Nos sometemos y, peor aún, sometemos a nuestros hijos al itinerario absurdo que nos marcan "el qué dirán", "un futuro digno", ese miedo histérico, o la absurda huida de nuestra condición de seres finitos. Y agachamos la cabeza, para que nos den los "cogotazos" que sean necesarios. Eso sí. Mientras nos los dan, nos dirán que es por nuestro bien. Nos hemos convencido de que es mejor eso, que tener que decidir por uno mismo, y sobre todo, si con esa decisión, debes ir contracorriente. Pero al menos permanecemos en nuestra zona de confort. Ahí, calentitos. Sintiéndonos rebaño cumplidor, ciudadanos ejemplares de una historia que nos hemos tragado de principio a fin.

Los que hemos vivido en nuestros hijos la etapa de la adolescencia, sabemos bien que lo más difícil del paso a la edad adulta es asumir la responsabilidad de decidir. Siempre es más fácil que otros te digan lo que tienes que hacer. No tienes que analizar alternativas, informarte o estudiar a fondo los pros y contras de las distintas opciones. Sólo obedeces y ya está. Pero eso no es ser adulto. Y nos sorprende enormemente hasta qué punto esta dinámica se ha producido en el último año en buena parte de la Humanidad, dejando que otros decidan por miles de millones de personas sin apenas cuestionarnos nada.

Dicen los psicólogos que entre el niño pequeño y su cuidador (sea el padre, la madre o su tutor) se crea un nexo de dependencia tan fuerte, que cuando por desgracia hay abusos sexuales o violencia en ese ámbito tan íntimo, el niño no puede asimilar que su cuidador, que es "bueno y perfecto", le pueda estar haciendo daño. Y llega a culparse por lo que está sucediéndole, prolongándose durante años (si no, de por vida) ese trauma psicológico. Esos niños, con esa dependencia tan fuerte de sus cuidadores, acaban creciendo. Acaban teniendo un trabajo, un apartamento, un coche. Y muchos acaban trasladando el papel de ese cuidador, desde sus padres al Gobierno, a los medios de comunicación, a la comunidad médica y científica, o incluso a la OMS, sin hacer una verdadera transición a lo que implica ser adulto. Y si les hacen daño, pensarán que es por su culpa o porque alguien ha desobedecido lo que debía hacerse.

Si hubiéramos dicho esto hace dos años, podría haber parecido exagerado. Pero tras lo que estamos viviendo en este pandemia, resulta hasta comedido. Y nos recuerda otras situaciones similares que ya denunciamos y que conectan con este "paternalismo" permanente en el que vivimos, y en el que nos censuran las noticias o la información porque "alguien" sabe, mejor que tú o que yo, lo que necesitamos ver u oír. Hasta ese extremo hemos llegado.

Y si hablamos del "paternalismo sanitario", "apaga y vámonos". Empezando por el papel pasivo, ignorante y sumiso que debe tener el paciente ante la sapiencia del doctor o científico de turno (¡¿a nadie le choca que se le llame precisamente "paciente"?!). Él o ella, mejor que nadie, sabe lo que debes o no debes hacer o tomar. Y ni se te ocurra cuestionar nada, por muy tuyo que sea tu cuerpo. Como cuando nos tacharon de locos por no querer hacer la arriesgadísima amiocentesis en el embarazo de Eva porque lo decía una tabla estadística de edad, por mucho que la madre tuviera claro que todo iba bien. O como cuando a unos grandes amigos les aconsejaron (y casi forzaron) a abortar, porque en el embarazo de su segundo hijo, se detectó un exceso de material genético en el cromosoma 11 sobre el que no había suficiente literatura médica ni estudios científicos. En ambos casos, los padres nos hicimos preguntas, atamos cabos y sopesamos ese criterio "médico-científico", que llevaba a consecuencias tan nefastas. No seguimos el dictamen médico, y en ambos casos, llevábamos razón y los niños están perfectamente 16 años después.

Eso no significa que no creamos en la Medicina o en la Ciencia. Para nada. La Medicina y la Ciencia me han salvado el ojo varias veces (ver 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7) e impidieron que lo de mi oído tuviera consecuencias nefastas. Pero eso no significa que la Medicina o la Ciencia sean un dogma. Podemos y debemos hacernos preguntas y plantear alternativas. Así, si hace unas décadas una embarazada se hubiera negado a que le pusieran rayos X (conocemos a alguien que así lo hizo), se habría visto como un sacrilegio negacionista esa postura, y sin embargo posteriormente se ha sabido el daño que esos rayos provocan al feto. Igual que cuando Mey ya en dos ocasiones, ha dejado "de piedra" a su ginecóloga, cuando le iban a extirpar unos quistes, y ha sido capaz de que éstos se disuelvan solos. ¿Cómo pretenden que simplemente hagamos o nos dejemos hacer sumisamente lo que nos dicen sin hacernos preguntas? ¿Acaso no nos damos cuenta que la medicina occidental en muchos casos está inmersa en un sistema mercantilista que simplemente va al síntoma, y no a las causas de las enfermedades? ¿Acaso se nos olvida que tenemos capacidad incluso para curarnos a nosotros mismos? ¿Cómo pretenden que cedamos de esa forma la autonomía y la libertad sobre nuestro cuerpo, como si fuéramos meros números? Con nosotros que no cuenten para jugar a ese "paternalismo" sanitario absurdo.

Sinceramente, creemos que vivimos en un "Estado-niñera" o en una "sociedad-niñera". Y, por ejemplo, como niños consentidos, maltratamos, derrochamos y abusamos del gran planeta que nos acoge, en lugar de empezar a actuar como adultos y plantearnos qué podemos hacer por el maravilloso lugar en que habitamos. Por otro lado, en el ámbito socio-político, hay mecanismos de solidaridad y apoyo a muchos colectivos que si no se gestionan con equilibrio, acaban generando dependencias, esclavitudes y chantajes peores que las duras situaciones de partida. Por eso toca ya crecer y hacerse mayores. Toca hacerse preguntas. Y toca actuar en conciencia y en coherencia con nuestro rumbo vital como seres adultos y evolucionados. Aunque sea difícil y arriesgado. Aunque a veces uno se caiga y se equivoque. Nosotros hemos dejado que nuestros hijos se caigan muchas veces para que la experiencia de la caída les enseñe y les curta. Desde muy pequeños han ido de acampada a la montaña con los Scouts, y han tenido que enfrentarse por ellos mismos a multitud de dilemas y retos. Obstáculos, encrucijadas, frustraciones...¿acaso no es eso la vida?

En la película de Spiderman, éste decía que "cuanto más poder tienes, más responsabilidad tienes". Y eso implica, antes de nada, evitar que con ese poder puedas causar mal a otros. Y eso no se consigue si actúas con arrogancia y prepotencia. La misma que derrochan hoy en día multitud de instituciones y sus representantes. Por eso va siendo hora, a estas alturas de la película, de que se deje de lado, tanto paternalismo, y empiecen a tratarnos con algo más de respeto. El respeto y la confianza hay que ganárselos. No se imponen. Y para ganárselos hay que escuchar más y demostrar más empatía. Hacia el paciente con efectos secundarios. Hacia los médicos o científicos que no opinan igual. Hacia quienes no tienen ese mismo miedo.

Mey y sus compañeros del mundo de la enseñanza repiten lo mismo una y otra vez. Y es buena prueba de los tiempos que vivimos: "mis alumnos no paran de pedirme la respuesta correcta, en vez de estar dispuestos a aprender a pensar para llegar a ella". ¿Estaremos dispuestos como Humanidad a crecer para llegar nosotros solos a las respuestas de nuestra vida? ¿O seguiremos esperando como niños que nos digan lo que tenemos que hacer?


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viernes, 19 de noviembre de 2021

Para eso estamos

Tres palabras. Tan sólo tres palabras. Pero cuando la vida, el Universo, o las caUsalidades nos repiten  tanto esas tres palabras durante una semana, a lo mejor es para que nos demos cuenta de algo. O incluso quizás es para que lo contemos hoy aquí.

TheVirtualDenise (Pixabay)
Miércoles por la noche. Mey acaba de llegar del trabajo y yo entro por la puerta después de hacer un poco de deporte. Llaman al teléfono. Es el mismo número que ya lo intentó al mediodía sin éxito, tanto con ella como conmigo. Quizás sea algo urgente. Al otro lado Jesús va al grano. No quiere molestar a esas horas. ¡Molestar, madre mía! Ha leído nuestro último post. Se ha quedado preocupado con la posibilidad de que el sueño de Pablo en EEUU se vea truncado por la situación actual. Apenas nos habremos visto en persona cinco o seis veces. Pero la energía y la conexión con personas como él fluyen con tal naturalidad, que no hace falta ser familia o conocerse de toda la vida, para tender la mano en lo que haga falta. "Familias cósmicas", lo llamamos una vez. Él interpreta que sus ahorros de años quizás le hagan falta ahora a Pablo en EEUU, ante su actual encrucijada. El simple ofrecimiento me eriza el vello. La emoción me recorre todo el cuerpo. Pocas personas, incluso muy cercanas, estarían dispuestas a un gesto tan sincero y comprometido como ese. Le agradezco de corazón el ofrecimiento, pero por fortuna, llevamos años ahorrando para esta etapa de nuestros hijos. Él se queda más tranquilo con mi respuesta, y le quita importancia a su ofrecimiento. "El dinero está para estas cosas", afirma. "Para eso estamos", concluye.

Gennaro_Leonardi (Pixabay)
Jueves por la noche. Mey tiene otro bello encuentro en su cotidianeidad. Viendo el nivel que tenía un alumno suyo y que quizás podría llegar a aburrirse en su clase actual, habla con el compañero profesor del nivel superior para poder subirlo. Una vez ambos de acuerdo, se lo comunican al alumno, y le hacen unas pruebas para confirmar esa sospecha. El resultado no ofrece dudas. Su nivel supera el de la clase que cursa. Pero curiosamente él se muestra dubitativo. Y con esa duda, se inicia una larguísima conversación con Mey, que va más allá de la asignatura de inglés, y se adentra en los más intrincados vericuetos de su vida y de LA VIDA. Al día siguiente se disculpa con Mey, por haberle dado tanto la "chapa". Ella hace mucho que ha entendido su papel en esos procesos de escucha. Él se muestra conmovido. "Para eso estamos".

Ese mismo jueves no me toca trabajar. Me froto las manos pensando en disfrutar de una tarde tranquila en casa, leyendo o escribiendo. Pero recibo el whatsapp de Teresa. Cambio de planes. Su hija anda "pachucha" y los protocolos Covid le exigen aislamiento. No va a poder recoger del conservatorio de Málaga a su otro hijo y a Eva, aunque fuera su turno. No pasa nada. Me quedo a comer en Málaga, trabajo esa tarde, y me ofrezco a recogerlos yo. La contundencia de su agradecimiento me conmueve: "Muchas gracias. No podré agradeceros nunca la ayuda que me prestáis. De verdad, mil gracias". Sin pensarlo un segundo, tecleo una respuesta que veo que se está repitiendo esta semana: "No hay nada que agradecer. Para eso estamos..."

Broesis (Pixabay)
El viernes por la tarde se produce un encuentro fortuito de Mey con otra alumna, ésta de hace varios años. Estamos en nuestro supermercado habitual, entre la frutería y los encurtidos, con un montón de gente yendo y viniendo a nuestro alrededor. Pero no hay sitios especiales para los encuentros del alma. Las compras pasan a un segundo plano. Se ve que para la chica es importante ese momento y se desahoga a gusto. Surgen lágrimas. Y consuelo. Brota de nuevo la gratitud. Y la misma respuesta: "Para eso estamos, mujer".

Unos días antes, Magdalena nos envía un whatsapp que nos remueve por dentro. Miles de personas en todo el mundo han leído o escuchado de sus labios alguno de sus poemas. Su poesía es un gran radar, que capta sentimientos a veces muy ocultos y los hace aflorar. Y muchos, tocados por la varita de esas palabras que curan, se dirigen directamente a ella para contarle sus dramas. El de Ana Celia no deja dormir bien a Magdalena desde hace cuatro meses. Tras recorrer miles de kilómetros, y sufrir todo tipo de persecuciones, abusos y vejaciones desde su Nicaragua natal, Ana, su marido y su hija de cuatro años por fin lograron asentarse en España. También aquí sufrieron xenofobia, pero ya es agua pasada para ellos, aunque viven como una maldición su condición de ciudadanos del tercer mundo. Esperan ansiosos que su expediente de asilo se resuelva pronto. Pero su otro hijo, de dieciséis años, sigue "allá". Han pasado ya tres años, y aunque al principio se mostraba fuerte, ha empezado a tener crisis de ansiedad y a no poder dormir siquiera. La lejanía y la angustia hacen mella en la familia, dividida por las fronteras y las burocracias. Y el dinero no les llega para el pasaje del menor y el acompañante. Magdalena se acuerda de nuestro ofrecimiento de hace unas semanas y nos cuenta el problema. De inmediato nos ponemos en marcha. Es la ventaja de estar rodeados de gente normal, pero que hace hazañas extraordinarias. Nuestros amigos de ADAPA están entre ellos. Nadie pone el más mínimo obstáculo. "SÍ" unánime. Sin paliativos. Basta con que todo surja de la relación y de la confianza. Del "tú a tú". Sin intermediarios. En menos de 48 horas, el dinero está en la cuenta de Ana Celia, comprometida en devolverlo sin intereses y al ritmo que ella pueda, para que ese préstamo solidario pueda seguir beneficiando a otras personas que lo necesitarán como ella ahora. Difícil evitar alguna lagrimilla de emoción con los audios de agradecimiento de Ana y Magdalena. Los billetes ya están comprados. En 10 días podremos ser testigos del abrazo de ese reencuentro. Para eso estamos.



  PARA ESO ESTAMOS.

  PARA ESO ESTAMOS.

  PARA ESO ESTAMOS.

  PARA ESO ESTAMOS.



La vida no va de POR QUÉs: a veces los "por qués" nos encierran en el victimismo.

La vida va de PARA QUÉs.

¿Para qué hemos venido a este mundo?

¿Para qué existimos?

¿Para qué estamos aquí?

Para ESO.

¿Y qué es ESO?

Desde luego ESO no va de tener miedo. No va de huidas. No va de buscar atajos. No va de mirarnos al ombligo. Y no va de bandos, de etiquetas o de estar en permanente confrontación por llevar la razón. Tampoco va de fronteras ni de distancias de seguridad.

Va justo de lo contrario.

Va de darnos cuenta de que aquello que le pasa al otro, nos puede pasar a nosotros. Si no nos pasó ya.

Que sólo hay un NOSOTROS.

Y que PARA ESO ESTAMOS.

Para dedicarnos, regalarnos y prestarnos lo que haga falta.

Confianza, dinero, tiempo, palabras, cariño, abrazos... 

PARA ESO ESTAMOS.


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sábado, 6 de noviembre de 2021

Territorio hostil

Hay quiénes no tienen remedio. Aunque los tiempos dicten obedecer. Aunque el lugar dicte callar. Ellos ahí, "erre que erre". Don Miguel, sin duda, fue uno de ellos. Si viviera hoy, le habrían clausurado su canal de Youtube, le habrían suspendido de empleo y sueldo en la Universidad, habría sido vapuleado en los medios de comunicación, y le habrían cortado la financiación a todas sus investigaciones. En aquel entonces casi le costó la vida. Aquel 12 de octubre de 1936 ni calló ni obedeció. Ante un auditorio formado mayoritariamente por militares y falangistas, no ahorró las críticas sobre lo que estaba pasando en aquella Sala Magna de la Universidad de Salamanca aquel Día de la Raza. El que la mujer de Franco le acompañase hasta la salida, quizás le salvó la vida. Su ofensa: haber osado defender lo que él consideraba justo ante un auditorio totalmente en contra. Hoy Don Miguel de Unamuno es considerado uno de los grandes escritores y filósofos de nuestra lengua. 

Marion (Pixabay)
Por desgracia esas situaciones no han acabado. Aunque muchos ni lo imaginábamos, en pleno siglo XXI se suceden las escenas cotidianas en las que la obediencia y el silencio son impuestas en nuestro día a día, a base de una sutil tortura civil.

"Papá, mamá: estoy amargado. Esta situación me supera. Y me empieza a afectar. Sé que es una injusticia. Que es un sinsentido. Pero no sé si voy a poder aguantar mucho más". Cuando un hijo te envía un audio por whatsapp así, desde el otro lado del Atlántico, el nudo en la garganta no hay quien te lo quite. Él, desde hace meses, aguanta una insoportable presión por actuar de forma distinta a los que le rodean, y se siente abiertamente discriminado por esa teórica desobediencia. Mira a su alrededor y percibe que sólo es un "pinchazo". Que tras él quizás le dejarán en paz para moverse estas Navidades. Que quizás no le excluirán de becas o prácticas como ya le ha pasado cuando iba a entrenar a un equipo de fútbol femenino, y finalmente ha sido vetado. O que podrá ir y volver a visitar a su novia. Y ya, tan sólo por eso, quizás ya valga la pena someterse, como él dice. O no. Mientras tanto, va asumiendo que le van a obligar a dejar su trabajo en la universidad, y deberá buscarse otro, quizás mediante teletrabajo.

Da igual que el pinchazo no evite coger el virus o transmitirlo, como todos reconocen ya. Da igual que con ello ya se sepa que no proteges a nadie, y que muchísimos se lo han puesto sólo por la presión de amigos y familiares. Da igual que no haya beneficios para un joven o un niño frente al riesgo que corre, sea por una miocarditis o por cualquiera de las complicaciones ya reportadas y analizadas científicamente (ver). Y menos aún cuando ya estás inmunizado de forma natural por haber pasado la enfermedad, como le sucede a él. Pero entonces ¿por qué, o para qué? Su universidad no ha ocultado sus motivos: "If we do not comply, OU runs the risk of losing hundreds of millions of dollars each year in federal funding" (Si no cumplimos, la universidad corre el riesgo de perder cientos de millones de dólares cada año de financiación federal). "La pela es la pela". Los demás somos sólo cobayas dando vueltas en una rueda dentro de una jaula. Y atrévete a parar de dar vueltas o a tratar de salir de esa jaula. Atrévete a incurrir en el mayor de los pecados: no tener miedo, guiarte por la coherencia con lo estudiado sobre todo lo que está pasando, ir contracorriente...desobedecer.

Comfreak (Pixabay)
Él, al menos, ya está allí, sorteando como puede este sinsentido. Pero al menos está pudiendo disfrutar su sueño. Pero a ella le acaban de cerrar en las narices la puerta a ese mismo sueño. Por el mismo motivo. Porque el mundo no está hecho para el disidente. Aunque los datos y los hechos digan lo que dicen. O entras por el aro, o no entras. Y con todo el dolor del alma, ella también ha decidido no entrar en esa obediencia absurda y sumisa, que a tantos "chirría" pero que pocos enfrentan. Y eso que ese sueño, del que seguimos sintiéndonos parte, constituía uno de los pocos reductos de pensamiento crítico y apuesta por la justicia, la verdad y el diálogo entre posturas divergentes que conocíamos. 

Muchos amigos y familiares tenían claro que nada de esto tenía sentido, y que no iban a transigir. Pero como en las películas de la mafia, quizás casi todos tengamos un precio. Tan sólo se trata de saber cuál. Y como están tocando casi todos los "palos", pues tarde o temprano, sucumbes. Algunos se rindieron a la primera: "yo no quiero vacunarme, pero si me llaman...". Su precio era tan bajo como su convicción. Otros a la segunda: "yo no quiero pincharme, pero como dicen que puedo poner en peligro al abuelo...". Y otros fueron entrando por el aro en las distintas oleadas de "convicción". Aunque lo cierto es que, por las técnicas usadas, más parecían chantajes o amenazas "puras y duras". Eso sí, bajo el "slogan" de que "vacunarse es voluntario": que si el pasaporte sanitario para viajar, que si la entrada en los establecimientos de restauración, que si pueden dejar de llamarte para trabajar... Esa narrativa, unida a sus guardianes (en realidad casi toda la sociedad) han ido haciendo que los que ven que esto carece de sentido, se vean totalmente asediados.

Jplenio (Pixabay)
Y eso sólo hablando de obediencia. Pero si además se te ocurre alzar la voz, como hizo Don Miguel, y osas compartir tu opinión, o conectar con el inconformismo de otros, "apaga y vámonos". Por eso sabíamos que tarde o temprano nos tocaría a nosotros. Y cuando hace unos días nos notificaron la clausura de nuestra cuenta de Twitter, no nos extrañó. Hace años que decidimos que las redes sociales debían tener un espacio muy acotado en nuestras vidas. El mínimo para construir complicidades y sinergias con personas luchando por un mundo mejor. Ni más ni menos. Decidimos que nada de entrar en refriegas por llevar la razón. Nada de esa búsqueda incesante de "likes" o de "followers". Nada de participar en ese mercadeo absurdo por el tiempo de atención de otros. Por eso tampoco ha sido un drama. Aunque evidencia los tiempos que vivimos.

En las últimas semanas habíamos querido compartir información fundamental relacionada con los estudios científicos sobre cuestiones que afectan a millones de personas en todo el mundo, y que deberían ser portada diaria en los medios de comunicación, y sin embargo se ocultan de forma descarada. Por eso quisimos ser fieles a la verdad, y sin enfrentarnos a nadie, exponer esa valiosa información de efectos secundarios, de testimonios en primera persona, y de tratamientos alternativos a las inoculaciones para que, quien quisiera profundizar en ella, pudiera hacerlo. Pero se ve que eso no gusta hoy. Que un estudio científico acabe concluyendo algo contra tu creencia o contra tus intereses no les debe apetecer a algunos. Y es mejor acallar a quien quiera difundir esas cosas. Da igual que se refiera el mensaje a la Ivermectina, como nos ha pasado a nosotros. O da igual que haya que llegar hasta el extremo de una "remoción temporal" (sin explicación editorial alguna) de un estudio científico  ya publicado, cosa inédita en la historia de la Ciencia.

Están pasando cosas que, para quien ya bajó los brazos en la difícil búsqueda de la verdad, pueden pasar inadvertidas. Pero están ahí. Y conviene no mirar para otro lado. Se intenta silenciar lo que médicos y científicos de primer nivel en la lucha contra la Covid-19 están diciendo sobre el sinsentido de las estrategias impuestas en casi en todo el mundo. Y nuestro silencio nos hace cómplices de esas actuaciones. Por eso, como ya dijimos hace semanas, no vamos a entrar en lucha contra las "verdades" de otros, pero tampoco vamos a guardar silencio sobre lo mucho y muy grave que vamos descubriendo. Sería una irresponsabilidad y una traición para quienes confían en nosotros.

Klimkin (Pixabay)
En el caso de nuestra cuenta de Twitter, probablemente hubo una denuncia. Gente a la que no le gusta contrastar hechos y argumentos. Pero quien quiera pelea, no la va a encontrar en nosotros. Ante cada desaire una sonrisa. Ante cada insulto, silencio.

Mey también ha sufrido su cuota de ostracismo y boicot últimamente. Llevaba años renunciando a la mitad de su sueldo, permitiendo con ello que otra persona pudiera trabajar a media jornada, y con ello estaba llena de energía para dar lo mejor de sí en el trabajo, y reservarse tiempo para sí misma y su familia. Pero no. De repente esa posibilidad acaba de ser también prohibida. Hay que meter en cintura a los empleados públicos, aunque al final ello sea también un sinsentido, con pérdidas de empleos parciales, y menor energía para dedicar a las clases. Y por si eso fuera poco, el Presidente de nuestra comunidad autónoma anunció de cara a la galería de las familias de los alumnos andaluces, como medida "estrella" (o "estrellada" ya), que iba a quitar de dar clases a todos los docentes que no se hubieran inoculado, imponiéndoles una test diario. Vamos, persecución por tierra, mar y aire. Y como a fin de cuentas son "cuatro gatos", a nadie le importa...

Si Thomas Jefferson levantara la cabeza... “He jurado sobre el altar de Dios hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”. Han pasado ya más de dos siglos de esas palabras, y mira cómo andamos. Don Miguel expresó lo mismo pero de otra forma, criticando el cientifismo, al que describió como "la fe ciega en la ciencia". Y añadió: "La llamo ciega a esta fe, porque es tanto mayor cuanto menor es la ciencia de los que la poseen. Es el cientifismo una enfermedad de que no están libres ni aun los hombres de verdadera ciencia". Si Don Miguel viviera hoy, la amenaza no le vendría de militares sino de los millones de "feligreses" de ese cientifismo que tacharían esas palabras de negacionismo insolidario. Pero es difícil razonar con alguien sobre una postura sobre la que ese alguien no razonó cuando la hizo suya. Y hoy esos parecen ser una inmensa mayoría, creando para el resto un inmenso territorio hostil. La pregunta es hasta cuándo.


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