sábado, 13 de mayo de 2023

No encajo


Miro a mi alrededor y nadie se extraña.

Nadie se inmuta ante lo que yo observo.

Siento con fuerza que nada cuadra.

Quizás sea yo el que ya no quepo.


No discernir parece la norma.

No distinguir verdadero y falso.

Todo es la "agenda", que ya ni es oculta.

De nuevo fines justificando medios.


La verdad y los humanos son ya prescindibles.

La justicia, arrestada, con excusas baratas.

Libertad poca existe, y si existe es bien falsa.

Titulares, panfletos, estadísticas vanas.


Reparten pastillas para no ir al origen.

Nos asustan con guerras, inflación y pandemias.

Nos hablan de malos, de que viene el lobo.

Tras mi voto y bolsillo, se inventan tragedias.


La verdad se esconde detrás de algún velo,

y a quienes la dicen les zurran sin piedad.

No hay ningún sitio para ser sinceros.

No hay escapatoria en la falsedad.


Sé que me rodea postverdad y apariencia.

Sé que estoy en medio de ruido y bullicio.

Aunque mi voz débil no llegue muy lejos,

que no cuenten conmigo para este artificio.


Ya no me vale lo que dice la "tele".

Rechazo de plano las modas de opinión.

Investigo, cuestiono, analizo, pienso.

Y construyo por mí mi propia convicción.


Me siento a años-luz de quienes me rodean,

cargados de etiquetas y de ideologías.

No veo ningún sentido a las líneas trazadas,

por quienes amenazan todas mis alegrías.


La mente abierta, mi mejor arma.

El pensar libre, mi gran verdad.

Nunca detrás de la masa informe.

Nunca venderme en mi identidad.


Este es el mundo que exalta al ego,

de la falsa estampa, de la vanalidad.

Campo de batalla de enemigos fieles.

¿Hablamos del presente y de la realidad?


No encajo bien cuando me imponen.

De lejos detecto la manipulación.

Quiero ser libre en mis decisiones.

Prefiero ser "yo" a una imitación.


Ganaron la batalla de ser mayoría,

confundiendo "frecuente" con "lo normal".

Me tachan de loco, de "perroflauta".

Pero ser yo mismo para mí es vital.


Visto lo visto, y ante tal locura,

no encajar aquí me hace estar cuerdo.

Que se pare el mundo, que no continúe.

Que se bajen otros. Yo sigo mi rumbo.


Si  tampoco TÚ sientes que encajas,

mas vale solo que mal acompañado.

Pero hay más de uno. Quizás millones.

Gente que no encaja en un mundo acomplejado.


Ya no hay gurús. Ya no hay líderes.

Nadie a quien seguir con una fe ciega.

Mi despertar sólo de mi depende.

No encajar o estar solo es lo que me espera.


Cuando de nuevo vengan a por nosotros,

los que NO encajan, los que NO tragan,

estarán a la altura de sus convicciones,

sabrán quiénes son, no temerán a nada.


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sábado, 15 de abril de 2023

El talismán

Creen que les traemos suerte. Dicen que desde que nos hicimos amigos, hace algo más de un año, les va mejor, y que las cosas les empiezan a fluir. Nos ven como una especie de talismán. Y nosotros reímos por dentro.

Benjamin Nelan - Pixabay
Y reímos, por un lado, porque es verdad que las cosas les van mejor a esta queridísima pareja de amigos. Y siempre agrada ver mejor a quien quieres. Pero también reímos porque normalmente casi todos somos ajenos al enorme poder que existe dentro de nosotros. Y cuando accedemos mínimamente a esa enorme y divina fuente de energía que todos atesoramos, por supuesto que las cosas cambian. Especialmente cuando dejamos de buscar fuera lo que siempre tuvimos dentro. Y cuando dejamos a un lado ese dichoso miedo que nos lastra. Si una amistad, unas conversaciones, o una "loca" forma de ver la vida ayudan a alguien a mirarse por dentro, y de eso florece vida e ilusión, no hay amuleto por ningún lado. Sólo está uno mismo sacando de sí mismo lo que siempre tuvo, pero quizás tenía algo olvidado o no se atrevía a sacar.

Dicen que son tiempos de cambios. De muchos cambios. ¿Y cuándo no fue así, acaso? La vida es puro cambio. Pura evolución. No se detiene. Y a veces va a un ritmo frenético. Fito lo dice claro: "La vida se nos va tan rápido, no hay tiempo de sentir el vértigo". Cambios y más cambios se amontonan en los telediarios. Y sin embargo, nos desesperamos esperando que cambien nuestras circunstancias, el gobierno, nuestro jefe, o aquel vecino insufrible...Todo parece cambiar ahí fuera, y sin embargo aquí dentro a veces nuestra vida parece detenida, a la espera de algo o de alguien. Quizás a la espera de un nuevo partido, de una nueva ideología o de una nueva creencia; anhelando una nueva técnica de mindfulness; aguardando un nuevo gurú o un nuevo gran líder carismático... Puede que quizás a la espera de una nueva pareja, de un nuevo libro o de un nuevo lugar que nos inspire más. Deseando que nos digan qué debemos hacer. Qué camino hemos de elegir. Que nos traigan la felicidad de una vez por todas. Que llegue el cambio, pero sin que yo tenga que moverme mucho, vamos. Quizás simplemente a la espera de ese talismán que nos saque de ésta, en definitiva.

Ewa kunicka Zumimak - Pixabay
En Peponi, nos pasamos horas contemplando las ovejas que pastan justo delante de casa. Cómo se arremolinan en un mismo palmo de terreno alrededor de una misma brizna de hierba; cómo se apelotonan unas con otras para ir y venir juntas a todos lados; cómo esperan a que nuestro vecino les eche las ramas cargadas de tiernas hojas. Es una vida aparentemente plácida, pero siempre esperando a lo que hagan los demás. Una vida con un destino cierto, y quizás trágico, también marcado por otros, como les ha pasado recientemente a los dos últimos corderillos que nacieron hace unas semanas y que reposan ya en la nevera del vecino. Por eso siempre nos hemos identificado más con el lobo que con la oveja. Pero no por la imagen depredadora o agresiva que se le atribuye al lobo, sino por su capacidad de buscarse la vida y el sustento. Y si se queda esperando a que le caiga del cielo, pues no le queda otra que aguantarse con las consecuencias. Por eso, en caso de elegir, lo tenemos claro: siempre optaremos por lo que nos permita trazar nuestro propio destino, más que esperar a que nos lo tracen otros.

A muchos también les puede suceder que se hayan cansado de esperar a que llegue ese cambio. Que estén hartos de delegar en otros ese giro del timón de sus vidas. Y puede que se hayan enrolado en la enésima revolución para cambiar el mundo, esperando a que sea la definitiva. Sin darse cuenta, quizás, de que se acaban enganchando a otra forma de talismán, y sin que el mundo cambie, como podemos observar tras todos estos siglos de Historia. Quizás porque, como dice Emilio Carrillo, el mundo es holográfico, y las revoluciones, hasta ahora, se mueven en lo exterior. Por eso el mundo no puede cambiarse desde fuera, debe cambiarse desde dentro, desde cada uno de nosotros, y no obsesionándonos ni en combatir el mundo antiguo ni en alcanzar un resultado u otro. 

Hace unos años, cuando publicamos un libro con nuestras vivencias familiares, nos invitaron a Mey y a mi a un gran número de actos y presentaciones en asociaciones y centros educativos y culturales. Durante semanas estuvimos compartiendo experiencias con un montón de gente "bonita". Pero llegó un momento en que nos empezaron a saltar las alarmas. Por un lado, empezamos a notar que esas presentaciones cada vez nos dejaban menos tiempo para nosotros, y nos pareció incoherente que el compartir vivencias acabase impidiendo que siguiéramos teniendo esas vivencias. Pero aún nos removió más el observar cómo muchas personas acudían a las charlas buscando su talismán en forma de una receta, una solución o un experto que les solucionase su problema existencial, ya fuera en la educación de los hijos, en la conciliación familiar o en las relaciones de pareja. Y ahí decidimos dejarlo. Nuestro objetivo no era vender esos libros solidarios, ni convertirnos en "influencers" ni referentes de nada. Sólo era compartir. Y sin embargo eran muchas las personas que buscaban su talismán, más que indagar y replantearse desde dentro cuestiones importantes para su vida.

Es una evidencia que tendemos a buscar remedios rápidos que nos solucionen la "papeleta", sin profundizar en las causas de lo que nos pasa. Esa "pastillita" que nos quite el dolor de cabeza, en vez de preguntarnos por qué nos duele la cabeza. La propia pandemia y sus vacunas "milagrosas" lo han evidenciado. Pero esa tendencia al remedio milagroso se impone incluso en el marketing, donde ya se anuncian "a bombo y platillo" vacunas contra la soledad. Sí, como lo oyes. 

Ri Butov - Pixabay
El oráculo de Delfos, situado en un gran recinto sagrado consagrado al dios Apolo, fue uno de los principales oráculos de la Antigua Grecia. A él acudía gente de todos los rincones, ansiosa por encontrar respuestas, por conocer su futuro. Y se llevaban un "chasco". Porque en la entrada del Templo de Apolo en el Monte Parnaso, les recibía la inscripción "Nosce te ipsum" que rezaba así:

“Te advierto, quien quiera que fueres. Oh, tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses!”. Parece que el "Nosce te ipsum" se nos ha olvidado un poco. Porque aquí seguimos "dale que te pego", preguntando al oráculo de turno o buscando fuera de nosotros ese talismán que nos dé suerte, que nos evite el sufrimiento, que aleje el "mal fario"... 

¿Es malo tener un talismán o un amuleto? No, en principio no. Salvo que suceda una de estas dos cosas. Que el apego a tu talismán haga que se aprovechen de ti, quienes "comercian" con amuletos y talismanes, tengan éstos la forma de gurús, experiencias religiosas, libros, redes sociales, productos de todo tipo, recetas milagrosas, vacunas, remedios de todo pelaje, o incluso amigos o parejas. O que te enganches tanto a tu amuleto, que pierdas tu autonomía, tu libertad o tu capacidad para conectar con la esencia que hay dentro de ti y con las respuestas para tu vida. Entonces el talismán, mejor tirarlo a la basura. Pero por desgracia, hay millones de talismanes "pululando" por nuestra civilización. Y cada vez más. Indaguemos si nos hemos aferrado a alguno, por favor.

Decía G.Bernard Shaw que la vida no va de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo. A fin de cuentas, nuestra vida no es más que una escuela donde aprendemos a recordar lo que nuestra alma ya sabe. Por eso, habrá que hacerle caso a Marcel Proust, que decía que "el verdadero viaje de descubrimiento consiste no en ver nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos". Pues con ellos, "conócete a ti mismo"


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viernes, 10 de marzo de 2023

Entrenar la mirada

¿Qué buscamos cuando miramos al cielo? El pasado lunes 27 de febrero, el piloto de Easy Jet del vuelo EZY1806 entre Reykjavik y Manchester inesperadamente dio un giro de 360 grados para deleite de sus pasajeros. El motivo era exactamente el mismo que hizo que, ese mismo día, Mey y yo, junto a decenas de universitarios, estuviéramos pasando frío a 10 grados bajo cero en un bosque de las afueras de Estocolmo, en plena oscuridad, a las 12 de la noche, junto a un lago completamente helado. Una locura, sin duda...o quizás no tanto.

Tor_Ivar Naeess
El piloto se topó con el inesperado regalo de una aurora boreal en pleno vuelo, y quiso compartirlo con los pasajeros y la tripulación. Y a nosotros ese mismo fenómeno nos pilló de escapada "de novios" en Estocolmo, donde las auroras boreales no suelen prodigarse. Y quisimos acudir a la cita, animados por las probabilidades de visualización que se anunciaban para ese día. Nuestra vista no captó el espectáculo con tanta intensidad como nuestros móviles, saturando la luz, o como los viajeros de ese vuelo. Pero era lo de menos. Mientras esperábamos mirando al cielo, no podía evitar pensar en esa fascinación que nos provoca el espectáculo del firmamento. En el caso de las auroras, va mucho más allá del fenómeno físico que hay detrás, cuando partículas solares cargadas chocan con la magnetósfera de la Tierra. ¿Por qué nos emociona tanto? ¿Por qué el mundo parece detenerse? ¿Por qué los amigos alucinan al contárselo? ¿Es simplemente por un afán de coleccionar rarezas, experiencias o fotos bellas? ¿O hay algo más?
Esa misma sensación de deleite y gozo colectivo siempre nos ha sorprendido en los mágicos atardeceres de bellos lugares. Da igual que sea en las playas de Tarifa o en el cabo de Finisterre, tras finalizar el Camino de Santiago. Decenas o centenares de personas se congregan en un mismo lugar, a la misma hora. Y en los momentos finales en que el sol está a punto de desaparecer, se hace el silencio, las parejas se abrazan, aquello que siempre nos separa de los demás de repente desaparece, hasta que la atención se concentra sólo y exclusivamente ahí, en el cielo. Y finalmente una fuerte ovación de "todos a una" culmina ese instante mágico. Como si de repente, todas las disputas, las prisas, y las paranoias de nuestra Humanidad se detuvieran en seco, para poner toda la atención en un mismo propósito. Igual que ante una enorme luna llena apareciendo gigante en el horizonte o ante un gran eclipse solar. Decenas de veces hemos visto a gente pararse en la carretera sólo para contemplar esos instantes. Quizás sea que cuando algo no es tan frecuente, le prestamos atención y casi veneración, como veíamos hace unos días a la gente en Estocolmo poniéndose al sol en mangas cortas, en cuanto salía un pequeño rayo, estando bajo cero, como si fueran caracoles. ¿Pero por qué? ¿Qué hace que Netflix, Instagram o Facebook resulten tan secundarios frente a la inmensa belleza y hechizo que ofrece la bóveda celeste en esos momentos? ¿Es quizás la veneración a la magia que le atribuían nuestros antepasados a esos fenómenos? ¿Es quizás la toma de conciencia de que pocos instantes como ese se repetirán en nuestras vidas? ¿O es que logran sacarnos, a base de luz, color y belleza de una vida quizás demasiado repetitiva?
Vuelo EZY1806 Reykjavik-Manchester

No es que el sol, la luna, las nubes o el cielo en general se merezcan ese asombro y las demás cosas no. Quizás debamos preguntarnos por qué no nos sorprendemos tanto contemplando el resto de cosas. Por qué nuestra vida no es puro asombro. Qué hemos hecho con nuestro don para maravillarnos de las pequeñas cosas. ¿Qué pasaría si tuviéramos la capacidad o la costumbre de observar la vida como observamos el cielo en esas ocasiones? Yo, a veces, me quedo largos ratos extasiado contemplando desde la distancia cómo Mey acaricia sus plantas en el campo, cómo les habla, como las anima a recuperarse y coger fuerza. Me parece un milagro ver su capacidad de hacerse "UNO" con lo que le rodea, de intercambiar energía con su entorno, y de desparramar gratitud por poder disfrutar de cada instante. Y muchas veces, cuando salgo del ensimismamiento de mirarla, me doy cuenta de que esa misma gratitud está brotando también dentro de mí al observarla, sintiendo la suerte de tenerla a mi lado, y de poder disfrutar con ella de tantos pequeños placeres de la vida.
Estocolmo, 27-2-23

Sería maravilloso cultivar esa capacidad de admiración en lo que hacemos y vivimos cada día. Nos llevaría a apreciar lo bello que hay en todo. A valorar lo efímero de nuestra existencia. Y probablemente, sería una hermosa excusa para centrarnos en el aquí y ahora, sin hacer nada. Sin mirar al reloj. Sin tratar de llegar a un resultado. Simplemente siendo agradecidos. Porque en el fondo: ¿cuándo fue la última vez que sentimos la fuerza de la gratitud ante el milagro de poder tener un techo, una cama, un bocado que echarnos a la boca o quizás el abrazo de quienes nos quieren o nos cuidan? ¿Acaso eso no debería sorprendernos mucho más que las auroras boreales, las estrellas fugaces o los eclipses lunares? ¿No es un auténtico milagro que forma parte de nuestro "día a día" y que sin embargo, parecemos obviar?
Quizás la gratitud esté mucho más cerca de la capacidad de asombro de lo que imaginamos. Y quizás sumando asombro y gratitud puede que nos encontremos a nosotros mismos, que de vez en cuando andamos algo perdidos por la vida. Por eso, a lo mejor no viene mal hacer el ejercicio de entrenar la mirada, y ver auroras boreales en todo lo que nos rodea. Porque como decía Alan Watts, "cuando miras al cielo, no buscas a Dios, te buscas a ti".

 

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sábado, 18 de febrero de 2023

Ya no



Lo admito. He cambiado. No pienso lo mismo. No soy el mismo. Ya no.

Quizás sea desertor, desleal, "chaquetero". Pero imposible volver atrás. Ya no

La vida está llena de tachones, de renglones torcidos, de faltas de ortografía.

Pero sobre todo de aprendizaje, de evolución, de despertar. Sobre todo de despertar.

Y no concibo ser el mismo que ayer. Y quizás mañana ya no sea el de hoy. Ya no.


Hubo un tiempo en que creía en bandos, en buenos y malos, en fines y medios. Ya no.

Era de ideologías, de grandes "buenismos", de ruedas de molino. Ya no.

Debía convencer, llevar la razón, e impulsar victorias. Ya no.

Salvar al otro, a pesar del otro, y de los altibajos: ese era el rumbo. Ya no.

Cambiar el mundo importaba más que mi despertar. Ya no


Me creía eterno, cerraba los ojos, huía adelante. Ya no.

Miraba a otro lado, escurría el bulto, ignoraba lo obvio. Ya no.

Me autoengañaba. Temía a los cambios, al giro de guión. Ya no.

Todo era lucha: contra los virus, contra la muerte, contra los malos. Ya no.

Creía ciegamente, no contrastaba, prestaba mi alma y mi voluntad. Ya no.


Buscaba el bullicio, el ir donde todos, el hacer lo que todos. Ya no.

Miles de anuncios, muchas pantallas, soledad entre el gentío. Ya no.

Escuchaba la radio, veía la tele, leía la prensa. Ya no.

Comía de todo, sin hacerme preguntas, sin conciencia alguna. Ya no.

El "qué dirán" y los grandes logros eran mi guía, eran mi norte. Ya no.

Sin saber lo que hacía, tenía excusa, perdón de dios. Ya no.


Prefería lo malo, por ser conocido, y seguir como estoy, ay "virgencita". Ya no.

Confiaba en la ciencia y en los expertos. También en las siglas (UE, OMS…). Ya no.

Me fiaba del médico, del juramento hipocrático, y también de su ética. Ya no.

Siempre correcto. Siempre cortés. Nunca rebelde. Nunca indignado. Ya no.

La sangre y los lazos siempre eclipsaban alianzas de almas. Ya no.

Creía ser mi mente, mi trabajo, mi ego. Hasta mis ideas. Ya no.


Buscaba hacia afuera, nunca hacia dentro, esperando de otros. Ya no.

Me aferraba a lo que no es, y repudiaba lo que es. Ya no.

Eran días de liturgia, intermediarios de fe, y dogmas impuestos. Ya no.

Ignorando esto: que Dios es yo, y que yo soy Dios, cuando dejo de ser yo

Ya Dios no es ajeno, externo, alejado. Ni mucho menos. Ya no.


Me aferraba al pasado y hasta al futuro. Ignoraba el “hoy”. Ya no.

Olvidaba lo vivido al seguir caminando. Como otros zombis. Ya no

Como padre pensaba proteger al hijo más que dar alas. Ya no

Siempre el "qué" ganaba al "cómo". Y el "por qué" al "para qué". Ya no.

Creía que el fuerte siempre vencía. Y que colaborar de nada servía. Ya no

Todo era miedo: a la muerte, al prójimo, a la soledad, a lo hostil. Ya no.


Hasta que un día aprendí: que creer es crear. Y crear es construir.

Y que construyes tú mismo: tu “Aquí”, tu “Ahora”, incluso el “Paraíso”

Y hallé un tesoro: la Verdadel Abrazola Risael Silenciola Palabra

Y me sentí Libre. Por fin lo logré. Siendo UNO con todo.  

He cambiado. Lo admito. Ahora es todo distinto. Ya sí. 


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sábado, 4 de febrero de 2023

No nos montemos películas

Después de tantos y tantos meses de batalla en la búsqueda de la verdad, nos dimos cuenta. Sea sobre la pandemia, sobre Ucrania o sobre el cambio climático, lograr un mundo mejor no puede ser a base de victorias. No puede ser a base de "llevar la razón". Porque eso, al final, te acaba convirtiendo en enemigo de los derrotados. ¿Y de qué sirve entonces tanta lucha por la verdad si te quedas solo con quienes ya militaban en tus filas de esa verdad?

Debe hacerse de otra forma. Lo vimos muy claro hace unos días. Tuvimos una videoconferencia con alguien muy querido. Y tras un buen rato de confidencias y cariño compartido, antes de finalizar, quiso hacernos LA pregunta: "Tengo una enorme curiosidad: sabiendo cómo profundizáis en todos los temas, y cómo os tomáis las cosas tan en serio, ¿cómo os pudísteis posicionar sobre la pandemia de esa manera?" Respiramos hondo. La respuesta la teníamos "a huevo". La inercia nos pedía responder algo como: "Precisamente por eso. Porque era el momento de darlo todo, seguir siendo rigurosos y no dejarse arrastrar ni por la mayoría ni por la manipulación." Pero eso habría dejado derrotados. Habría reforzado el ego. E incluso habría alimentado de nuevo el debate a unas alturas en que hay mucho donde buscar para quien quiere abrir los ojos. Así que dimos una respuesta sin derrotas. Tendiendo puentes. Da igual lo que se pensara o se hiciera entonces. Da igual si me señalaste o me defendiste. Al final tendremos que volver a abrazarnos.

Hubo meses en que vimos muy necesario alzar la voz. No callar. Y compartir con la misma actitud de siempre lo que estábamos descubriendo. Principalmente por nuestros hijos. Y también por los pocos que quisieron escucharnos y no huir de nosotros entonces. Pero ahora percibimos con claridad que ya no es momento de luchar contra lo viejo, contra lo falso o contra la manipulación. Eso sí, nada de dejarse avasallar. Pero desde luego es momento de impulsar una nueva historia, una nueva película de todo esto. Una que no se base en la división, en vencedores y vencidos, en buenos y malos.

Cuando uno se llena tanto de razón, sufre cierto trastorno (transitorio o no) que le lleva a endiosar esa razón por encima de todo y de todos. Y probablemente lo hará con la mejor de las intenciones. Pero con unas consecuencias nefastas. Porque si se tiene el poder o la audiencia, se intentará imponer esa "verdad" o ese razonamiento pase lo que pase. Contra viento y marea. Como un rodillo. Y se verán razonables los calvarios que deban sufrir quienes no respeten esa verdad. Y uno pensará: "¡Menos mal que el poder está en nuestras manos y no en la de los malos!". Pero, ¿y si te han engañado? ¿Y si no has profundizado lo suficiente para darte cuenta de que lo que creías la verdad no era sino un error? ¿Y si has cometido acciones injustas creyéndote en el lado de los buenos, cuando realmente estabas en el de los malos? ¿Qué pasa entonces?

Lo que pasa es que eso, justamente eso, es lo que está en el ADN de nuestro sistema actual. Y pasamos sin cesar del bando de los buenos al de los malos, y viceversa, sin darnos cuenta. Por eso, cuando surgen las guerrillas de resistencia para contrarrestar ese rodillo de las "verdades oficiales" injustamente impuestas, acaban cometiéndose los mismos desmanes pensando que está justificado porque los malos son los otros.  Pero lo sentimos mucho: todo lo que eleva el nivel de odio, incluida la crítica agresiva contra el propio sistema, está perfectamente en sintonía con el propio sistema, con el ADN de todo lo que conforma este enorme castillo de naipes en el que vivimos y que subsiste gracias a la división del mundo en dos fuerzas: el bien y el mal.

La pregunta es: ¿aceptamos ciertos motivos, quizás orientados a objetivos, como salvoconducto o excusa para hacer el mal en nombre del bien? Castigar o derrotar a quien no piensa igual, excluirle de ciertos beneficios, hacerle la vida imposible...A fin de cuentas, se lo merece. Es de los malos, de los equivocados. Y si no actuamos así, puede perjudicarnos a todos. Pero cuidadín, cuidadín: ese ADN forma parte de nuestro propio ADN. Es esa configuración interna, esa programación grabada a fuego en nuestro interior, que nos dice que nosotros somos los buenos, que estamos en posesión de la verdad, y que por tanto, los de enfrente están equivocados. Es el doble pensamiento que hemos "mamado" desde los más tiernos cuentos infantiles, pasando por la escuela, los telediarios y las películas de Hollywood. Lo veremos no sólo adecuado sino incluso justo. Y nos veremos reforzados en nuestra creencia de ese "bien" con los consiguientes refuerzos y feedbacks positivos de la pertenencia: la palmadita en la espalda, lo que dice la mayoría o los "expertos" de tu "tele amiga", la aceptación en el grupo, el respaldo de tu colegio profesional...Y el culmen de todo será cuando no se trate simplemente de una interpretación de lo correcto, sino cuando se cambia totalmente la realidad misma para respaldar lo que consideramos la verdad. Y así minusvaloraremos el sistema inmune innato que nos protege desde hace miles de años en detrimento de un experimento génico, o decidiremos que ese experimento protege de la transmisión cuando no lo hace. Pero lo mismo sucede en las filas de quienes critican esa verdad oficial y se pelean sobre el grafeno, el 5G o sobre si el Covid-19 existe o no. Al final el "paño" es el mismo, y la única diferencia es qué nombre le ponemos a nuestra "verdad" y a nuestro bando. Por desgracia, la Historia nos demuestra cuántas aberraciones se han cometido así.

Con toda rotundidad: da igual el "ismo" que defiendas (negacionismo o tragacionismo, madridismo o barcelonismo, sanchismo o feijoismo). Si lo haces, compartes un acuerdo con el sistema: que debemos razonar la respuesta correcta, persuadir a otros, y elegir nuestras acciones en función de ella, caiga quien caiga, sea lo que sea que haya que someter.

Yo mismo esculpí mi identidad en base a ese doble pensamiento. A fin de cuentas soy un "eneatipo 1" de manual. Debía defender la verdad y debía conseguir el reconocimiento y el afecto de los demás en esa defensa a ultranza de lo correcto, lo responsable y lo solidario. Pronto me di cuenta de lo esclavizante que eso podía llegar a ser, y cuánto de ego había por el camino. Pero ahora se añade otro descubrimiento más: veo además que ese razonamiento y el proceso para convencer a los demás sustenta el sistema que trataba de combatir. Quizás era el momento de no combatirlo sino de ayudar a impulsar uno nuevo.

Todo esto lo estoy viviendo en mis propias carnes estos días en el ámbito laboral. Ha habido cambio de Dirección en mi oficina, y ha habido ceses de algunos jefes como consecuencia de ello. Esas decisiones afectan a mi servicio que tendrá que prescindir de algún buen técnico. Y sin embargo he sido señalado por algunos como el instigador de esos ceses. Como el malo de la película que mueve todos los hilos. E incluso algunos compañeros me vinieron alarmados por las mentiras que se iban diciendo por los pasillos sobre mí, y que yo debía desmentir. Era como darme en la línea de flotación de todo lo que había sido mi búsqueda de identidad durante años. Y sin embargo, ahora sentía que la más mínima palabra para argumentar contra esas falacias, no haría sino alimentar la energía de todo ese proceso, por mucho que me pudieran "pitar los oídos". Quizás debía sólo observar el efecto que todo eso me provocaba y aceptar que no era momento de defender mi verdad, sino de entender los procesos de frustración y miedo que podían estar detrás de esas acusaciones. Lo contrario sería echar más leña al fuego y a mi ego

¿Que si está siendo fácil ese proceso en el trabajo? Para nada. Pero en el fondo, ayuda a poner en primera línea algo esencial: desapego, desapego, y desapego. En todo estamos de paso. Tengo 50 años. Soy jefe de servicio en Hacienda. Y he tardado estos años, por suerte a tiempo, en darme cuenta de que ser jefe de Hacienda no es nada. Absolutamente nada. Como tampoco lo es ser Presidente del Gobierno, el mejor futbolista o el mayor millonario del mundo.

Para uno como yo, que lleva toda la vida en películas de "buenos y malos", este nuevo escenario que planteo no es que no sea fácil: es que es una auténtica revolución. Porque, por un lado, te anima a no militar en bandos, que no dejan de ser los pilares del sistema. Y por otro lado, debe partir de donde deben partir todas las revoluciones: del corazón de cada uno de nosotros. Y probablemente esa sea la única forma de cambiar el sistema: infiltrarse en él, y cambiar el ADN de la lógica que lo sustenta. Porque aunque nos llenemos de razones y de "verdad", si traicionamos nuestro corazón, todo estará muerto dentro de nosotros. Por eso quizás valga mucho la pena dejar de montarse películas de esas.


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sábado, 21 de enero de 2023

Cuando lleguen las olas

Aquello era mucho más que un simple paseo por la orilla del Mediterráneo. Probablemente era el regalo más bello que nos hubieran hecho en un Día de Reyes como aquel. Sentíamos que tocábamos algo casi sagrado. Como aquel que se deja hechizar por primera vez con los primeros compases del nocturno Op. 55, No.1 de Chopin, aunque apenas haya salido del "reggaeton". Sabiendo que hay acordes, colores, paisajes o palabras cuya combinación guarda un código secreto, quizás la mismísima firma de Dios. Aunque a veces nos empeñemos en mirar para otro lado, o en atiborrarnos de ruido. No creo que haya nada más fascinante que compartir una comunión así con un hijo o una hija. Porque conectar con ellos en las verdades de la vida, a una edad tan temprana, con un conocimiento que nosotros empezamos a atisbar con el doble de su edad, aviva en nosotros la llama que siempre quisimos encender en ellos. Y nos hace valorar el enorme honor de haber sido sus compañeros de viaje, y de entregarles el testigo para que sigan haciendo camino al andar.
dimitrisvetsikas1969 Pixaba
Jorge Manrique
decía que la vida son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir. Nosotros creemos que la vida es más bien ese mar. Con sus días de mar llana, de marejada, y de mar gruesa. Quienes vivimos en ese mar, sabemos que no hay nada más bello que una luna llena reflejada sobre sus aguas en calma, o los destellos de millones de cristales reflejando el sol del mediodía. Pero la belleza y el misterio del mar, como los de la vida, no radican sólo en esos días de luz y calma, sino en su furia, en su fuerza indómita, en su capacidad para recordarnos lo que somos, y para aprender nuestro lugar en este mundo.
Sin embargo, nos empeñamos en dar la espalda a ese mar bravo y fiero, creyéndonos todopoderosos y con capacidad para controlarlo todo. Pensando que la vida son sólo "días de vino y rosas". Y que, a base de buenas poses en el instagram, o de invenciones de todo tipo, podremos evitar sus días de furia. Y no. No es así. No existen las pócimas mágicas. No existen los ungüentos de la eterna juventud. No existen las inyecciones o las píldoras que nos libren del sufrimiento de las olas que están por venir. Porque eso es seguro. Podremos vivir en las orillas del mar más paradisíaco, en el confín más tranquilo del planeta, que podemos estar seguros que las olas llegarán. Tarde o temprano llegarán. Las del dolor. Las de la pérdida. Las de la enfermedad. Las de la adversidad. Las de la muerte. Y ya dependerá de cada uno de nosotros cómo  encarar ese día. 
Habrá quienes decidan huir, olvidando que estamos en alta mar, en medio de la vida, y que no hay donde escapar. Porque la vida es el mar. La vida es la calma, pero también la adversidad. No hay alternativa. Y si pudieras huir del mar, te perderías la maravilla de disfrutarlo. Habrá quienes decidan vivir sólo el éxtasis de esos días de calma, sin querer pensar en que las olas vendrán con toda certeza. Son aquellas personas que piensan que la vida va de "no sufrir", y viven perennemente en ese sueño, en esa fantasía irreal que les acabará estallando en las manos tarde o temprano. Y habrá quienes opten por prepararse con alegría: buscando una buena tabla de surf; poniéndose en forma, física y mentalmente, para cuando llegue ese día; ensayando los saltos desde el agua para ponerse de pie sobre la tabla; controlando los miedos y entrenando el equilibrio sobre las olas de la vida. No es que estos últimos sean pesimistas. Es que saben lo que es el mar.
Aprendiendo a surfear-Galicia 2022

Probablemente por eso, hoy ya no se trate tanto de cambiar el mundo, de cambiar el mar, sino de despertar. De que cada uno se trabaje por dentro. De hacerse UNO con ese mar. Y de darse cuenta que no hay que sufrir porque vayan a llegar las olas. Sino prepararse, cultivarse y estar en equilibrio para cuando éstas lleguen. Sin que nos domine el miedo, porque éste nos hace presa fácil.
A cada persona le llega su día de olas. A unos antes y a otros después. A unos menos y a otros más. Pero recientemente la Humanidad tuvo un auténtico tsunami llamado "pandemia", acompañado de multitud de olas gigantescas: los confinamientos, los cierres de empresas, la crisis económica, el distanciamiento de los seres queridos, la vacunación y sus consecuencias... Y ante una acumulación así de olas, se puso a prueba la armonía interior y la preparación de miles de millones de personas para surfearlas. Y muchos sucumbieron al miedo y a la presión. Muchos (incluso expertos "surferos") se confiaron y se ahogaron en los dramas personales y familiares. Otros en los desequilibrios mentales. Y otros, incluso, en el suicidio. Los hay que aún siguen exigiendo que les den una ruta con un atajo para evitar las olas, en vez de remangarse y aprender a surfearlas. Y una minoría, sin embargo, sigue disfrutando del enorme regalo que es la vida, que es ese mar. Y cuando las olas azotan, y el vendaval se cierne sobre ellos, buscan surfear hacia el ojo del huracán, donde habita la calma mientras todo da vueltas alrededor.
Nos tememos que es tiempo de mucho oleaje. También de mucho pirata que querrá venderte un chaleco o una barca anti-olas, aprovechando la histeria colectiva. Y ya dependerá de ti si quieres ponerte manos a la obra y empezar a surfear, o no. Nosotros, este verano en Galicia, tuvimos la primera experiencia con el surf de verdad, de la mano de nuestra amiga Patricia. Y cuando ves a la gente surfeando en la playa o en la "tele", piensas que es "pan comido". Pero no. No es nada fácil. Y exige práctica. Por eso la complicidad con un hijo hablando del mar, de la vida y de las olas, es puro éxtasis. Porque sabes que estás tocando algo trascendental. Y porque no queda otra que ponerse manos a la obra. Con el surf y sobre todo con la vida. Para cuando lleguen las olas.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Equilibristas

Es momento de reconocerlo. Como especie humana, hemos cometido actos atroces contra otros, contra el planeta y contra nosotros mismos en nombre de la lucha contra el mal. Esa pugna entre el bien y el mal nos ha dado la legitimación para llevar a la hoguera a mujeres a las que considerábamos brujas, a científicos a los creíamos herejes, o a homosexuales, judíos o gitanos que pensábamos que eran una amenaza. Y siempre el mecanismo mental y psicológicico que subyacía detrás de esa actuación era el mismo: estamos en guerra contra el mal, y ese mal, en cada caso lo encarnaban mujeres que se salían de la norma, sabios que hablaban de que la tierra era redonda, o personas y razas que resultaban minoría.

stefanialibietti en Pixabay
Hoy nos consideramos muy evolucionados como especie, y nos parece una auténtica barbaridad que en el pasado se torturase y se eliminase a miles (si no, millones) de personas, por esos motivos. Pero reconozcámoslo: esa excusa de luchar contra el mal nos sigue dando la legitimidad para seguir haciendo atrocidades en pleno siglo XXI. Basta que alguien nos diga que estamos en guerra contra el mal, y nos señalen en cada caso que el mal es Irak, un virus, Putin o el cambio climático, para que cojamos nuestra mochila, cargada de incoherencias, y nos embarquemos en otra batalla frenética contra algo o alguien, que en nuestro fuero interno no deja de ser un demonio con cuernos y tridente.

Lo veíamos hace sólo unos meses, cuando se hacían virales vídeos de ciudadanos anónimos grabando detenciones o uso desproprocionado de la fuerza por parte de la policía contra personas cuyo único pecado había sido no ponerse la mascarilla en plena calle, siendo insultados por los testigos de la detención. ¿Acaso quienes jaleaban esos actos no se consideraban del bando de "los buenos", y colocaban a los agredidos o detenidos en el de "los malos", por ser una gravísima amenaza para la Humanidad? ¿En qué se diferencian esos actos de los que sucedieron hace apenas unas décadas contra judíos, gitanos u homosexuales? En muy poco, la verdad. Y transcurridos sólo unos meses, se hace pública y respaldada por numerosos estudios científicos, la escasa utilidad del argumento que hacía malos a unos y buenos a otros. Aquella encarnizada lucha contra el mal de antesdeayer deja de tener sentido en cuanto nos hacemos conscientes de su irracionalidad. En cuanto nos sentimos engañados por lo que nos dijeron sobre una mascarilla, sobre un "pinchazo", sobre un país más o menos lejano, o sobre unos grados de más o menos en el tiempo. Pero el daño ya está hecho. Hemos batallado, insultado y excluido "al otro". Al del bando de "los malos". Ya sean unos jóvenes irresponsables que se reúnen para charlar, "con la que está cayendo". Ya sea un deportista que va corriendo sin mascarilla, "estando la cosa como está". O ya sea un ruso, cuyo único pecado es ser sospechoso de estar de acuerdo con Putin, y al que debemos señalar en la guardería de los niños, o confiscarle sus bienes. Nuestra eterna batalla contra el mal, nos convierte en auténticos títeres de quienes, en cada caso, nos dicen quiénes o qué encarnan ese mal. Y una vez tras otra, "picamos el anzuelo". Y ya, "a toro pasado", "si te he visto, no me acuerdo". "Pelillos a la mar".

Efraimstochter en Pixabay
Pues no. Quizás sea ya momento de que maduremos como especie. Tan racionales y evolucionados que nos consideramos. Tan por encima del resto de los seres vivos con los que convivimos en este planeta. Cuando de forma tan reiterada tropezamos una y otra vez en la misma piedra. Cuando agredimos al otro por palabra, obra o pensamiento, incluso desde nuestro sofá, simplemente porque pensamos que encarna el mal. Algo tendremos que hacer al respecto. Quizás debamos hacérnoslo mirar. No sé si la solución sea desconfiar un poquito de quienes desde un telediario, desde un partido o desde un gobierno van repartiendo certificados de buenos y malos. No sé si deberemos empezar a indagar por nosotros mismos, en lugar de delegar en otros sobre la percepción de la realidad. O no sé si directamente deberíamos anular de raíz de nuestro modo de actuar esa permanente "batalla contra el mal", que no hace sino enfrentarnos con todo, incluidos nosotros mismos.

Vivimos unos tiempos de polarización, en los que no buscamos la verdad, sino aquello que nos reafirma en nuestra visión de la verdad. Por muy errónea, parcial y torcida que sea esa visión. Y tenemos a nuestro alcance multitud de redes sociales, medios de comunicación, y personajes de todo tipo para reafirmarnos en esa visión distorsionada. Y ahí vamos, como un rebaño de ovejas, enfrentándonos los unos con los otros. Eso sí, todos creyéndonos "a pies juntillas" que estamos en el bando "de los buenos" (nos llamemos "virtuosos", "responsables", "solidarios", "patriotas", "progresistas", "negacionistas", "defensores de la tradición", "ecologistas"...qué más da el nombre).

Si somos capaces de dar el salto, y entender que esta eterna "batalla contra el mal" es completamente absurda, inútil y está cargada de incoherencias, habremos dado un gran paso como especie. Y quizás lo siguiente sería alistarnos en el bando del equilibrio y la mesura. Y ya no sólo para equilibrar nuestras reacciones ante "el otro" o nuestra percepción del bien y el mal. Sino para compensar entre nuestras responsabilidades y nuestro bienestar emocional y físico. Para sopesar entre nuestras metas y prioridades, y aprender a decir "no" a compromisos y actividades que no son consistentes con ellas. Para encontrar formas saludables de manejar el estrés y la ansiedad, mantener una dieta saludable, dormir lo suficiente, y tener tiempo para actividades que disfrutamos. Y qué decir respecto a los altibajos emocionales a los que permanentemente nos vemos sometidos, cuando vivimos más afuera que dentro de nosotros mismos. En definitiva: equilibrio, equilibrio y equilibrio.

Briam-Cute en Pixabay

El equilibrio hoy no se considera un valor en sí mismo. Se lo decían así hace unos días a nuestro hijo Samuel, cuando lo destacaba en una reunión con amigos. Cuando probablemente no hay nada que necesitemos más en estos tiempos de polarización y pugna contra el otro y contra nosotros mismos. Cuando quizás estemos llamados todos a ser verdaderos equilibristas en una realidad tan compleja. Lo describía muy gráfica y sencillamente él mismo con esta breve "Historia de un ascensor":

"Hola, soy un ascensor. Desde que me construyeron no he parado de subir y bajar. Al principio me encantaba llevar a la gente. Entraban y me decían a qué planta querían ir, y yo les daba lo que necesitaban. Pero ahora, después de tanto tiempo estoy un poco cansado. Cuando me decían de subir "me venía arriba". Me ponía muy contento estar en lo alto. Pero el proceso cansaba mucho. Si me decían de bajar, "me venía abajo". Es un poco depresivo estar tan cerca del suelo. Es por eso que he decidido quedarme en el medio. Puede parecer egoísta o aburrido. Pero me gusta no tener que obedecer cuando alguien pulsa alguno de mis botones. Además, por fin he podido hacer algo que nunca había hecho: ver lo que sucede en una de las plantas del edificio al que pertenezco".


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sábado, 26 de noviembre de 2022

Hay un elefante en la habitación

¿Te ha pasado alguna vez que has entrado en una habitación y te has topado de bruces con un gigantesco elefante que te miraba a los ojos, mientras la gente paseaba a su alrededor como si nada? A nosotros, continuamente. Cada vez más. Y es una sensación desconcertante. Porque no sabes si mirar para otro lado y ponerte a silbar tú también como si nada, o si tratar de hacer ver a los demás que allí hay un paquidermo inmenso, aunque haya pasado desapercibido. Pero, ¿y si resulta que se han dado cuenta, y simplemente lo ignoran? ¿Y si prefieren hacer como si no existiera, por alguna extraña razón que se nos escapa?

Hay temas que es mejor no tratar. Sobre todo en los tiempos que corren. Son como ese proboscidio de trompa gigante, que no cuadra en medio del salón, pero al que ignoramos con obstinación. Quizás porque antes que él, ya pasaron unos cuantos gatos a los que no les quisimos poner el cascabel. Y entonces, para qué molestarse.

gkhaus en Pixabay

Cuando mi madre enfermó y los augurios de todos los médicos eran tan negros, el elefante en la habitación era enorme. Se llamaba "muerte". Y es un elefante gigantesco que nadie quiere ni mentar aquí en Occidente, vaya que se presente antes de tiempo. Cuando es absurdo. Está allí. Delante de nosotros. Contemplándonos. Como siempre desde que nacimos y entramos en esta enorme habitación que es la vida. ¿O acaso se nos había olvidado que si vives morirás? ¿Que todos pasaremos por ahí? ¿Y que no estaría de más hablar de ese elefante para vivir ese trago con más normalidad, como una fase más de la vida, con menos sufrimiento e incertidumbre? Porque no somos adivinos. Y quien se queda, debe lidiar con lo que deja el que se va, incluido su propio cuerpo y sus posesiones. Menudo "regalo" es a veces todo eso, entre "seres queridos", generando trifulcas bienintencionadas (o no) entre quienes se quedan. Simplemente por no haber querido hablar a tiempo del dichoso elefante.

También hay elefantes casi transparentes o incluso invisibles en los dormitorios de muchas parejas y matrimonios. Elefantes de incomprensión, de malentendidos, de apoltronamiento, de aburrimiento, de desidia. Y prefieren mirar para otro lado y guardar silencio sobre ellos, por miedo a lo que diga el otro, o a descubrir que se han convertido, quizás, en desconocidos. Hasta que resulta demasiado tarde ya.

No sólo hay elefantes privados en los salones de nuestras casas particulares. Los hay también enormes en las enormes salas de la vida pública. Y lo peor es que no hablar de esos paquidermos se convierte en dogma, siendo señalado y vilipendiado aquel que osa hablar del susodicho bicho. Así, si se te ocurre decir que hay un problema con la inmigración, aunque sólo sea por cuestiones socio-económicas, porque eres testigo de ello en el colegio de tus hijos, o porque lo has visto en los choques entre bandas de tu barrio, puede que te digan que eres de esta ideología o de la otra. Pero ¡oiga! Que yo sólo estoy contando que estoy viendo ese elefante, dice, por ejemplo, Juan Soto Ivars. Pues no. Ese elefante no existe. Y si lo mencionas, dicen que estarás blanqueando a la ultraderecha o al fascismo. Cuando precisamente es todo lo contrario: si no hablamos con normalidad del problema que ese elefante de la inmigración representa, como si la convivencia entre culturas fuese idílica, lo que hacemos es dar toda la cancha para que luego lleguen los oportunistas, populistas e "istas" de todo pelaje y condición a señalar el problema, y con él la solución, por muy absurda y loca que sea. Pero como han sido los únicos que se han atrevido a sacar el tema, a riesgo de ser insultados por ello, mucha gente, que también veía y se callaba el problema, se sentirá identificada y "comprarán" la absurda solución que apunten, porque es la única sobre la mesa. Cuando lo que deberíamos estar haciendo es hablar del elefante sin complejos, y discutir sobre las muchas soluciones que podrían plantearse, en lugar de dejar que la única solución parezca ser la de los únicos que se han atrevido a hablar del elefante.

También hay elefantes enormes en la búsqueda de la verdad en nuestro sistema de convivencia. Un sistema en el que los medios de comunicación y las plataformas de las redes sociales están en manos de unos pocos. Polarizando opiniones a su antojo. Dividiendo para vencer. Ocultando o manipulando la verdad por intereses espurios. Hasta que, de repente, y casi por casualidad, un "outsider", David Jiménez, un simple reportero de guerra, es elegido para sorpresa de todos, nada más y nada menos que Director del periódico El Mundo. Y le toca vivir en primera persona lo que el resto de los mortales a pie de calle intuimos: privilegios, presiones, tergiversación de la verdad, manipulación de millones de personas por parte de unos pocos, mercadeo para conseguir el dinero de la publicidad...Su idealismo y lo que había vivido en tantos conflictos por todo el mundo le llevan a intentar defender lo indefendible hoy: la verdad y la independencia. A describir ese elefante. Pero contrastando su visión con los propios lectores del periódico en los kioscos, se da cuenta, consternado, que no quieren que les cuenten lo que "los suyos" hacen mal, sino sólo lo que hacen mal "los otros". Vamos, que no les venga con historias de elefantes, y que les cuente sólo lo que reafirme las creencias e ideologías que ya tenían. ¿Cómo contar la verdad con independencia si tus lectores no van a comprar tu periódico si lo haces? Menudos dilemas traen estos elefantes. Y a menuda encrucijada de polarización y división nos aboca esto, si hemos decidido no escuchar al otro, y sólo recibir el trocito de verdad (o de mentira) que nos enfrenta más a los que no opinan igual. David acabó siendo no sólo expulsado del periódico, sino condenado al ostracismo por todo su gremio. Hasta que su tenacidad le llevaron a defender su libertad de expresión primero, a hablar después del elefante sin tapujos en un libro que ha resultado ser un super-ventas, y a preparar incluso ahora una serie de televiisón sobre su experiencia.

Esta semana también va de estos elefantes. Ha habido otro inconformista, que si no ha sido despedido ya de su programa de Radio Nacional de España, poco le quedará. Se trata de Aarón García Peña, director del programa "Poesía exterior". Hace unos días explicaba el poema "Los cobardes" de Miguel Hernández, enumerando los acontecimientos sucedidos en la pandemia, carentes de sentido, de lógica, de justicia y hasta de moral. Y cómo, a pesar de todo ello, "tú, poeta, permaneciste callado". Fue un valiente alegato sobre otro gran elefante de estos tiempos, sobre el que millones de personas prefieren no hablar. El programa ha sido ya censurado de la web, aunque como lo imaginábamos, lo descargamos y lo puedes oír aquí. Y pone de manifiesto el proceso que muchos están viviendo. Algunos se nos han acercado en los últimos meses, atreviéndose a mencionar tímidamente ese elefante:

"¿Sabes que creo que lo de los trombos de mis piernas, al final ha sido por la vacuna?"

"¿Te puedes creer que parece que lo del corazón y el marcapasos, puede haber sido por la vacuna?"

"Me da la sensación que en la reactivación de mi cáncer ha tenido mucho que ver la vacuna, ¿sabes?"

"¿Sabes que parece que se está confirmando que lo de mi regla sin parar durante un mes puede deberse a la vacuna?"

Son demasiados elefantes silenciados en nuestras vidas. No poder hablar de ciertos asuntos por miedo a ser etiquetado de esto o lo otro. Sobre Ucrania y la concurrencia de culpas. Sobre los feminismos que nos rodean y que se enfrentan. Sobre la crisis climática. Sobre el "Black Lives Matter"...Tantos elefantes ignorados y suplantados por verdades oficiales, sea de gobiernos o de medios de comunicación. Y millones de personas tragando, tragando, tragando...Y los elefantes dando vueltas en la sala, mientras tanto.

En casa se han acabado los elefantes invisibles. Estamos ya hartos. Los más hartos: nuestros propios hijos. Y eso nos ha llevado a romper con las ideologías. A dejar de votar a quienes votamos, o quizás no votar a ninguno, ya veremos. A dejar de leer los periódicos que leíamos, a escuchar las emisoras que escuchábamos o a ver las cadenas de televisión que veíamos. Nada de apoyar o silenciar algo porque lo diga "fulanito o menganito". Porque algunos se creen muy progresistas, hasta que se les ve el plumero imponiendo sus verdades o acallando las de los demás, cual dictadores. Nuestra realidad la construimos nosotros. No un "tipejo" o una "tipeja" desde un atril, un micrófono, un púlpito, un sillón ministerial o el boletín oficial del estado. En casa, no hay elefante pequeño al que no examinemos de arriba abajo, cada vez que se nos cruza, sea donde sea. Y eso inmuniza contra la manipulación. Y también contra el miedo.

Visto lo visto, Mey y yo quisimos tener una reunión familiar "monotemática" sobre uno de esos elefantes de los que sólo se habla al borde del precipicio. Cuando hay poco que decidir ya, y mucho cansancio y preocupación acumulados. Que quisiéramos hablar "largo y tendido" con ellos sobre nuestra vejez, sobre nuestros planes para entonces, y sobre nuestra muerte, cuando aún estamos muy sanos, les sorprendió al principio. Pero nuestra insistencia les hizo ver que podría ser importante. Y lo hicimos paseando por los túneles de La Cala un tranquilo día del pasado mes de agosto, Finalmente fue una de las conversaciones más bellas que hemos tenido con nuestros hijos. Porque no se trataba sólo de hablar de posesiones, de testamento, y de logística. Sino de filosofía de vida. De pasión por aprovechar hasta el último aliento, y de que supieran de nuestra propia boca (y ya, incluso, por escrito) todos los detalles de cómo queríamos que fueran nuestros últimos días. Ver que no temíamos a la muerte les tranquilizó mucho. Porque si no temes morir, aunque sea mañana, es porque tu vida ha sido y es plena, y no te angustia tener cosas pendientes por vivir antes de ese momento. Y saber cómo nos gustaría que actuasen ellos entonces, les tranquilizó aún más. Incluso nos reímos "a pierna suelta" cuando descubrimos que los tres habían hablado ya de su mayor preocupación para esos momentos. Temían que con lo "hippies" que somos, nos diera por irnos de viaje con ochenta o noventa años a Nepal, y algún accidente allí nos dejara impedidos para volver. Nos encantó comprobar que nos imaginen con tanta energía y ganas de "comernos el mundo" a esas edades. Y nos fascinó la complicidad que tenemos con ellos ahora. Y cómo una charla sincera puede disipar hasta los miedos más asentados en nuestro subconsciente, siempre que estemos dispuestos a abrir los ojos ante el elefante que toque.

Vivimos tiempos de elefantes tan grandes que no caben en la sala y apenas nos dejan sitio en ella. Hablar de esos elefantes es muy sano. Si quieres probar a mirarlos a los ojos, puedes empezar por algunos de los enlaces de este mismo post. No hacen daño, de verdad. A fin de cuentas son tan dóciles como nuestros miedos les quieran dejar ser. Pero si los ignoras, y les das la espalda, quizás algún día te pueden pillar desprevenido y aplastarte en tu sofá cuando estés adormilado en la siesta. Depende sólo de ti el que proliferen. Por eso no conviene perderles el ojo.



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sábado, 12 de noviembre de 2022

Nuestro trocito de Paraíso

Todo está en silencio ahí fuera. Me he levantado a la hora habitual pero todo es distinto. Aquí el sueño es siempre más profundo. Estamos en otro planeta a tan sólo 25 kilómetros de casa y casi a 1.000 metros de altitud. Los perros del vecino no han ladrado esta noche. No sé si por la ausencia de zorros y jabalíes o porque ya se han acostumbrado a ellos. Las luces del alba dibujan los contornos de las montañas que nos rodean y van dando forma al horizonte tras el mar. Los gatos aún no se han asomado a ver si les cae algo. Y aún es pronto para que los abejarucos se lancen en picado a por las abejas. Tan sólo se escucha el tintineo del cencerro de una de las ovejas que pastan delante de casa, y el discurrir del agua que nos llega desde el manantial del cercano barranco. Saludo en silencio la majestuosidad de los árboles frutales que nos rodean. Aún no he dejado de maravillarme y de agradecer que tan pocos árboles puedan darnos tanto, tan bello y tan sabroso. Tanto como para compartir con tantos. Que ese regalo que nos dan, circule hacia nuestros familiares, amigos, vecinos y conocidos. Y que, por arte de magia, nos regrese de nuevo en forma de nuevos dones, regalos y gratitud desbordantes. Ahí están esos árboles, en silencio, simplemente siendo y dando. Sin pretender ser más. Sin quedarse con más de lo que necesitan. 


Cada vez que venimos, todo se calma dentro. La conexión con la tierra, con los árboles y con los animales es total. El ritmo cardíaco y de la respiración es otro. Se disuelven las preocupaciones, los conflictos, los pensamientos. El aquí y el ahora es lo único que existe. Mientras recolectas fruta. Mientras riegas. Mientras lavas los platos. Mientras contemplas el horizonte. Mientras agrupas las hojas caducas del otoño. Mientras alimentas a las ovejas o a los cerdos del vecino con la fruta ya muy madura o con la maleza recogida. Aquello más simple, resulta ser lo único que hay. Resulta ser todo.

Y si tras estos meses, esas son las sensaciones de un "urbanita" empedernido como yo, imaginad las de Mey, de naturaleza "india arapahoe", como solemos bromear. Se calza sus dos trenzas nada más llegar. Se pone sus mejores galas en forma de sonrisa de oreja a oreja. Y no deja de repetir sus mantras desde que llegamos hasta que nos vamos: "¡qué maravilla, por Dios!"... "¡es que esto es el paraíso!"... Con tal despliegue de gratitud, imposible no embriagarse con esta paz.

Desde hace años, fue ella la que insistía en reconectar con la tierra. Me lo repetía cual "gota en el latón". Y yo me resistía, pensando en los gastos de la universidad de los niños, en los imprevistos que siempre pueden venir, o en mil y un motivos que la mente se pone de excusas. Hasta que hace unos meses me dejé llevar. ¿Acaso cada vez que la he seguido en una de sus locuras, mi vida no ha dado un giro a mejor y a mayor felicidad? ¿Para qué tanto control y tanto pensar en el futuro? ¿Qué pinta el dinero en el banco en estos tiempos? Tan sólo acordamos varias condiciones para la aventura de buscar algo en el campo: 1.-Que no nos endeudáramos y que pudiéramos afrontarlo con nuestros ahorros 2.-Que no estuviera a más de 30 minutos de casa, para que no nos diera pereza venir con frecuencia 3.-Que tuviera una vistas preciosas, porque no queríamos estar en el campo, pero rodeados de bancales que profanan y mutilan la majestuosidad de las montañas, o de hileras de aguacates o mangos, milimétricamente ordenados por la artificialidad humana, en vez de por la magia de la naturaleza 4.-Que no nos esclavizara su mantenimiento, ya que pretendíamos continuar con nuestra actividad habitual, nuestros viajes y nuestros proyectos. 

Cuando acabamos de formular esas 4 condiciones, pensé que nos habíamos pasado con la Carta de los Reyes Magos. Que sería imposible encontrar algo así. Pero "la" Mey es "mucha" Mey. Y cuando se le junta la "vena india" con la "vena bruja" , no hay obstáculo que la detenga. Así que, como ella suele decir, puso a trabajar al Universo. Cierto es que vimos unos cuantos terrenos durante un par de meses. Pero igual que con las personas, nos dejamos guiar por las vibraciones que nos transmitían, y ninguno nos convenció. Pero apareció uno por facebook que podía cuadrar, salvo por un detalle: estaba a 40 minutos de casa, en vez de a 30. Mey me llamó por si lo descartábamos. Pero por 10 minutos no íbamos a renunciar al paraíso. Quedamos con el dueño.

Era un día feo y lluvioso. Pero fue el primer propietario que nos invitó a llevarnos en su coche y además sin mascarilla. Nos pareció un bello gesto de partida. Y la conexión empezó a fluir durante el trayecto. Las buenas vibraciones se confirmaron nada más llegar. Mey y yo nos miramos y supimos que aquel era el sitio. No tuvimos ni siquiera que decirnos palabra. Las pocas que dijimos fueron para ajustar el precio en pocos segundos, quizás porque él ya nos imaginaba viviendo allí tras la conversación del coche. Pero había un "pero": había muchos papeles que arreglar. Muchos. Porque el terreno y la casa lo tenían todo. Absolutamente todo. No teníamos nada de qué preocuparnos, ninguna obra que acometer, ni trabajo alguno que impulsar para poner los árboles en producción de frutas, incluido el riego automático y bajo tierra. Estaba todo listo para irnos a vivir de inmediato, si queríamos. Pero el asunto de los papeles estaba totalmente en el aire. Y podrían pasar meses hasta que estuvieran listos, si llegaban a estarlo. Mey y yo nos abandonamos a nuestra intuición, y en lugar de exigirle los papeles, asumimos el reto de arreglarlos nosotros, ya que la especialidad del propietario no era precisamente la burocracia. Y ahí empezaron semanas y semanas de conversaciones con la arquitecta y el técnico municipales, con los de Agricultura y el Parque Natural, con la Notaría y el Registro...Antonio nos autorizó para todo como si fuéramos de la familia. Y poco a poco todo fue tomando forma. Logramos, incluso, ahorrarle un buen "pellizco" de los gastos previstos. No era asunto nuestro, pero siempre pasa que lo que das te acaba volviendo. Y efectivamente así fue. Durante aquellas semanas se fue fraguando la amistad entre nuestras familias. Le acompañamos al "cortijo" todos los fines de semana que fue posible, y nos fue enseñando el noble oficio de cuidar aquel precioso terreno. Y de regreso a casa, trajimos las alforjas llenas de maravillosos manjares: moras, cerezas, naranjas, limones, aguacates, chumbos, higos...Es como si aquel dichoso papeleo, asumido de buenas gana y con ilusión, hubiera sido el terreno para que una bella amistad fuera fructificando. De ese modo, se diluyeron los roles de comprador y vendedor, y surgieron los de unos amigos que se ayudan, se comparten confidencias familiares, y se dan trucos para el cultivo o para la gestión de las finanzas. Comprobar que el centro lo estaba ocupando la relación entre nosotros, y no la defensa egoísta de los intereses de cada parte, fue la prueba definitiva de que la decisión era la correcta: aquel era nuestro sitio. Antonio hoy sigue teniendo llaves de todo, y nos aconseja permanentemente, porque aún somos muy "novatos". En un par de semanas nos tomaremos las dos familias un arroz allí arriba para celebrar estos meses de encuentro. Nos reiremos y quizás también lloraremos añorando a quienes pasaron por aquel cortijo o compartiendo los retos del futuro.


Si nos lees desde hace tiempo, ya sabrás el nombre que le hemos puesto a nuestro trocito de Paraíso: PEPONI. Pero por supuesto, no hace falta comprar ningún terreno para encontrar tu trocito de Paraíso. Hay paraísos de éstos por todas partes. El principal, dentro de ti. Sólo hace falta que ese paraíso te regale silencio fuera, para que crezca el silencio dentro.


Nosotros, en nuestro caso, hemos dado este paso porque es algo que nos hacía mucha ilusión desde hace tiempo. Y las ilusiones son para vivirlas, no para llevárselas a la tumba. También porque se hace preciso dar al campo, al agricultor y al ganadero la importancia que nunca debieron perder. No es una decisión para escapar del ruido, de las noticias, o del miedo imperante. No es una huida. Es un reencuentro con la tierra, con lo sencillo y con lo más auténtico de cada uno de nosotros. Con lo más primario. Allí nos encontrarás si estallan pandemias, guerras o catastróficos cambios climáticos. Viendo esos atardeceres que quitan el hipo. Sintiéndonos hormiguitas en medio de tanta inmensidad. Riéndonos a carcajadas de la convicción del ser humano de ser el ombligo de todo. Retomando la conexión que perdimos creyéndonos más conectados que nunca con nuestras pantallas. Tratando de atisbar las cumbres de África en los días más claros. Observando las estrellas y la luna cada noche. Viendo las luces de la costa y de los barcos a lo lejos. Contemplando el ritmo y los ciclos de la vida. Ilusionados hasta la extenuación. Sintiéndonos vivos, muy vivos.


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