jueves, 30 de julio de 2015

Robo

Cuando tienes niños, una escapada "de novios" esporádica debería ser obligatoria. Nosotros hemos aprovechado que estaban de campamento en Pirineos con los Scouts, y hemos hecho una este fin de semana. Han sido unos días mágicos, de esos que no se olvidan. Hemos disfrutado de playa, de bellas puestas de sol, de cenas a la luz de las velas, de maravillosas caminatas... 
Sin embargo hubo un contratiempo que pudo arruinar el fin de semana. Después de un maravilloso paseo por los acantilados de Barbate descubrimos con estupor que nos habían roto la ventana del coche, y que nos habían robado lo poco que llevábamos: el navegador del coche, enseres de playa y el bolso de mi mujer con toda su documentación y algo de dinero. Esa tarde hubo que cambiar la "cenita romántica" por la visita al cuartel de la guardia civil para presentar la denuncia y  toda la burocracia del seguro para reparar la ventana.
Reconozco que nada más ver el coche sentí una sensación de agresión: nos habían destrozado el cristal, habían registrado todas nuestras pertenencias, y habían hurgado en nuestra intimidad. ¿Cómo era posible que en unos momentos tan mágicos sucediera algo así? El incidente nos bajó de inmediato de la nube en la que estábamos tras nuestro "acaramelado paseíto". Sin embargo, tras el susto del momento, decidimos ocuparnos y dejar de pre-ocuparnos. ¿Que toca ir a poner la denuncia y a cambiar el cristal?, pues se hace y ya está. ¿Que será un lío pedir de nuevo toda la documentación?, cuando acabe el fin de semana tocará ocuparse de ello. ¿Nos vamos a pre-ocupar, y eclipsar unos momentos tan especiales? El presente es el presente, y de nada sirve lamentarse por lo ya sucedido, o hipotecar el futuro por lo que tocará hacer. De hecho, a nosotros no nos había sucedido nada, y a fin de cuentas se trataba sólo de bienes materiales.
Esto, que puede resultar evidente, a nivel interno es un gran avance para mí, ya que hace años sin duda habría arruinado mi fin de semana, y probablemente me habría contagiado de la energía negativa de la propia agresión a nuestro vehículo. Sin duda, hace años, habría sufrido por el incidente: me estaría preguntando los "por qués", estaría calculando el valor de lo robado, o incluso me estaría culpando de no haber aparcado el coche en otro sitio. Sin embargo, en esta etapa procuramos aceptar lo que nos depara el presente con sus altibajos, absorbemos las enseñanzas y los encuentros que nos depara ese presente, y proseguimos camino. Y siempre trae mucho ese presente: la amabilidad del guardia civil, el señor que comentaba su quinto o sexto robo en comisaría, la delicadeza de la chica que nos alquiló el apartamento y que nos cedió su plaza de aparcamiento hasta reparar el cristal, la servicialidad de quien nos reparó la luna... Reconozco que me sorprendí pensando con compasión en las personas que nos habían robado : ¿en qué situación debían estar para tener que actuar así, y arriesgarse a ser detenidos por ello?
Esa noche acabamos tarde en comisaría. A primera hora nos ponían un cristal provisional. A media mañana seguíamos con nuestros momentos mágicos en la playa. Ni un solo recuerdo para el robo.

jueves, 2 de julio de 2015

Bandera roja

La vida no es traicionera. Siempre avisa. Aunque lo hace a su modo. Y no siempre estamos dispuestos a escucharla. A veces lo hace con dolencias o problemas de salud; otras con personas o relaciones que se repiten una y otra vez en nuestra vida; quizás también mediante casualidades o situaciones que atribuimos a la mala suerte. Depende de nosotros escuchar el mensaje y la enseñanza que trata de transmitirnos. Si no, quizás estemos condenados a repetir curso una y otra vez.
A mí me tocó a mediados del año 2007. Su mensaje era alto y claro. Estábamos en la playa del Tintero en Málaga mi mujer, mi madre y yo, y a pocos metros nuestros 3 niños jugueteando en un pequeño tren junto a otros columpios. No les perdíamos ojo. Pero ello no impidió que en cuestión de dos minutos, la pequeña, con apenas dos años, se escabullese por el tren y desapareciera. No dábamos crédito. Era materialmente imposible que se hubiera desvanecido de esa forma. Las palpitaciones empezaron a subir por segundos, a la par que la angustia. Mucho más cuando era un día de muchísima resaca, con olas de varios metros, y la bandera roja ondeaba en la playa mientras el socorrista pedía a los bañistas abandonar el agua. No pude evitar pensar en lo peor. A fin de cuentas todos los medios de comunicación sacaban en sus portadas esos días el caso de la niña británica desaparecida en Portugal.
Corrí como un "poseso" a lo largo de la playa, sin rumbo ni concierto. La gente me miraba angustiada, contagiada por mi propia angustia. No sé si pasaron 15 minutos o 1 hora. A mí se me hicieron eternos. Al cabo de un rato la vi a lo lejos: venía de la mano de una señora, que se la había encontrado a casi 1 kilómetro, cerca ya del puerto deportivo de El Candado. No entendía nada. Pero ella ya estaba allí. Le di las gracias a la señora, cogí en brazos a mi hija con más fuerza que nunca, y me puse a llorar como un bebé. Jamás lo había hecho así. Y no era para nada propio de mí, una persona tan "equilibrada" y racional como yo. A fin de cuentas la niña estaba ya allí, sana y salva. Y sin embargo no era dueño de mis lágrimas, ni de lo que dictaba mi interior. Ahí, sin duda, había una señal de la vida, relacionada con las pérdidas o abandonos de mis seres queridos.
Pero no fue la única señal, y aprendizaje que recibí de la vida ese día. Al verme tan afectado, mi hijo mayor, de apenas 5 años, se acercó a mí, y profundamente consternado me dijo: "Papá, lo siento. Ha sido culpa mía. Debía haber cuidado mejor de la hermana". Me quedé estupefacto. Jamás había verbalizado que fuera tarea suya cuidar de su hermana; y menos aún estando tres adultos pendientes y a tan poca distancia de ellos. Pero de una u otra forma, a través de la comunicación no verbal, de mi actitud ante la vida, de las conexiones que nos unen a los seres humanos, le había transmitido a mi hijo mayor las mismas "paranoias", "hiper-responsabilidades" y  esclavitudes que yo había tenido durante toda mi vida. Más claro, el agua. Y no bastaba con decirle que no, que él no tenía absolutamente ninguna culpa de lo sucedido. Debía profundizar en los orígenes de todo lo que estaba presenciando. Debía escuchar lo que la vida quería decirme. La bandera roja era grande y muy visible. Ese día empezó mi búsqueda de un mundo diferente para vivir. Ese día empecé a desaprender lo aprendido.