De repente saltaron todas las alarmas. El salpicadero del coche parecía una feria de luces. No parecía el guión previsto tras las maravillosas horas compartidas con Joserra. Íbamos relajados, alegres y con todos los planes hechos para llegar a casa al atardecer. Pero a veces la vida parece ir sobre ruedas, y de repente tienes un pinchazo inesperado de esos que te trastocan todos los planes. Esas ruedas se van "a la porra", y la vida parece tambalearse sobre ellas por momentos.
Eran casi las dos de la la tarde. Toda la familia, excepto el piloto, dormitaba ya. Fuera hacía un calor insufrible de casi cuarenta grados. Y cientos de coches volaban por la A-1 cargados "hasta las trancas" en plena operación "Paso del Estrecho" del mes de agosto. No era el mejor momento ni el mejor lugar para tener un reventón. Pero un buen pinchazo no tendría gracia si no sucede en el peor momento. Como en la vida. Hice lo que pude para aguantar hasta la primera salida de la autovía, y al menos evitar el peligro de tanta circulación. Esos metros de más hicieron que la rueda quedase totalmente deshinchada, y que la válvula peligrase. Empezó a cundir el nerviosismo en la tripulación. Todos los planes y quedadas para esa tarde con los amigos parecían peligrar con el contratiempo.Pero ya se sabe: la vida es eso que pasa, mientras tú andas con tus planes.
Manos a la obra "con la fresquita". Chaleco reflectante, triángulos de señalización y a buscar en el manual de instrucciones cómo cambiar la rueda con el gato hidráulico del vehículo. Nos pusimos a temblar cuando vimos que sólo sacar la rueda de repuesto requería quince párrafos de instrucciones. Y la cosa se puso peor cuando descubrimos, para nuestra sorpresa, que la rueda de repuesto era de las que llaman "galletera", de menor tamaño, y tan solo para salir del paso. Difícilmente aquella "ruedecita" nos iba a garantizar una plácida travesía durante los ochocientos kilómetros que aún nos quedaban hasta casa.
El rato de deliberación y de estudio del manual, unido a la canícula ambiental, empezaron a hacer mella en la marinería. Y las primeras quejas se dejaron sentir. Había que pasar a la segunda fase del protocolo de imprevistos: tripulación a la sombra más cercana y llamada de rigor al seguro del coche. El capitán del barco permanecería junto a la nave con su pintoresco chaleco. Una pena no haber contado con una carpa playera entre el abultado equipaje para escapar de aquellos rayos.
El diagnóstico del señor de la grúa confirmó los temores. Imposible llegar a Málaga con aquella birria de rueda de repuesto. Había que reparar la estropeada. Era sábado al mediodía. Jugábamos en el tiempo de descuento para tal proeza. Todavía la cosa se podía complicar más y obligarnos a permanecer en aquellas tierras hasta el lunes.
Dos de los pasajeros se fueron con la grúa y el coche al centro comercial más cercano, a la busca y captura de un comercio de reparación de neumáticos. A los otros tres nos tocaba aún esperar al taxi fletado por el seguro. Y efectivamente: aquel sofocante sol estaba muy a gusto con nosotros y no retrocedía ni un milímetro.
Reunidos por fin de nuevo todos ante el mostrador del comercio de neumáticos, aún quedaba salvar el escollo de los turnos de trabajo. Al menos parecía que la amenaza de tener que quedarnos hasta el lunes se desvanecía. Pero podía ser que empezaran a meterle mano a la rueda las siete y media de la tarde. Eso haría inviable un viaje de madrugada con el cansancio ya acumulado. Quizás viendo nuestro panorama, finalmente cambiaron turnos y se pusieron manos a la obra de inmediato, con la promesa de tenerlo todo listo para las cuatro y media. Eso nos daría tiempo para comer algo en el centro comercial y recuperarnos de la insolación. Eso sí, previo pago de la broma que suponía sustituir los dos neumáticos delanteros.
Mientras comíamos, hubo una agradable e inesperada sorpresa para mí. De forma unánime, toda la familia me felicitaba. No recordaban haberme visto tan calmado y menos frustrado ante un contratiempo de tal calibre. Y nos carcajeamos recordando mis gruñidos ante adversidades insignificantes que en el pasado habían alterado los planes previstos. Era cierto que a pesar de todo, había estado muy relajado. Jugaba con ventaja tras unas buenas vacaciones, tras los largos ratos de meditación en casa de Joserra el día anterior y esa misma mañana, y tras las sesiones de mindfulness sobre la aceptación compartida con mis compañeros de oficina. Me gustó recibir este respaldo familiar. Y me reí de mi torpeza en tantas ocasiones anteriores en que la vida nos ofrece el pinchazo de turno.
Para evitar los pinchazos, lo mejor es no moverse ni viajar. Como no salir a la calle el lo mejor si no quieres que te caiga una maceta o un meteorito. Ésa no es opción. Habrá que aprender la lección para las próximas ocasiones. Porque llegarán. Eso es seguro. En las ruedas del coche o en la vida.
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