domingo, 19 de enero de 2020

30 horas para olvidar... o no

Uno siempre cree tener bien atado el guión de cada día. Ese que actúa como bola de cristal de lo que va a pasar, y que te da cierta tranquilidad sobre lo siguiente por venir. Esta semana acabábamos las últimas solicitudes para universidades extranjeras de Samuel. Había sido un trabajo extenuante por su costumbre de dejarlo todo para el final. Un trabajo ya demasiado prolongado desde que empezamos con las de Pablo antes de Navidad. Por eso llegábamos a esa pequeña meta, ya al límite de nuestras fuerzas. Y el guión para este viernes era sencillo:  una visita relámpago a Barcelona para  mi revisión anual de ojos donde, solos los dos, podríamos reponer algo de fuerzas despejándonos de todo. Pero el guión acabaría siendo otro.
Entrando a la clínica de Barcelona

Viernes 17 de enero, 5:45. Abro los ojos antes de que suene el despertador. Me apetece la escapada a Barcelona, y me pongo en marcha. También Mey, a pesar del "madrugón". Café, tostadas, ducha, y al coche hacia el aeropuerto. Encontramos aparcamiento a la primera, y con tiempo para ir paseando a la puerta de embarque sin prisas. El guión parece confirmarse. El vuelo es rápido y puntual. El aterrizaje, el más suave de mi vida. La cosa sigue pintando bien. A pesar del retraso del autobús 46, llegamos rápidos a Plaza España, y el transbordo al V7 nos deja en tiempo récord a 10 minutos andando de la puerta de la clínica oftalmológica. El tráfico de la hora punta ya ha pasado hace rato, y todo parece seguir yendo conforme a mi guión. Hay una cola inusual en la recepción, pero hasta eso parece cuadrar, porque nos encontramos con un antiguo compañero de trabajo de nuestra etapa en Linares, y nos ponemos al día tras años sin vernos. Todo sigue cuadrando.
Una optometrista de blanco impoluto pronuncia mi nombre desde la puerta de la gigantesca sala de espera, y nos introducimos con ella por los funcionales pasillos de la clínica. Siempre me imagino que los edificios de la NASA deben tener un aspecto similar, no sé por qué. Ella se encarga siempre de los previos: tensión ocular, graduación, síntomas anómalos. Todo correcto. El ojo "bueno", que fue el del susto de hace un año, parece sellado y bien sellado. Eso marca el guión. Correcto. Pero noto un ademán extraño en la joven optometrista en las comprobaciones de visión del ojo izquierdo. Parece que he perdido un 15% de agudeza visual, y eso, en un año, es mucho. Yo no me había dado cuenta porque al procesar mi cerebro prioritariamente la información visual del ojo "bueno", el izquierdo siempre está en un segundo plano.Pero ciertamente, me cuesta más de lo habitual ver las letras y números proyectadas en la pantalla del fondo de la sala. Como yo llevo mi guión de día bajo el brazo, no me preocupo. Será cansancio acumulado de estos días.
Entra el doctor. No es el habitual, porque el que me operó ya dos veces está de congreso oftalmológico en El Cairo. Pero aquí son todos profesionales de primera. Desde luego no tiene pelos en la lengua. No estamos acostumbrados a un oftalmólogo tan explícito. Y no le gusta nada lo que ve en ese ojo izquierdo tras la dilatación de la pupila, y tras ese empeoramiento de visión. Nos propone hacerme un escáner ocular. Yo sigo aferrado a mi guión, y lo atribuyo a un exceso de celo del doctor. Pero la cara de Mey ya ha cambiado a la de preocupación, aunque no quiera preocuparme a mí. Accedemos a la prueba. Mientras me escanean los ojos, me siento contemplando una de esas batallas de "Star Wars" con rayos láser de colores por todos lados.
Los resultados del escáner son enviados en segundos al ordenador de la consulta del doctor. Y mientras le esperamos de nuevo allí, le da tiempo a Mey a ver las imágenes desde su asiento. No tienen buena pinta. Y esa mala pinta la confirma a los pocos instantes el doctor: un buen agujero en la mácula. No muy grande, pero hay que operar. Las posibilidades de que siga agrandándose son más que ciertas, y el deterioro de visión más que probable. Mey le pregunta si es peligrosa la operación, dado lo complicada que fue ya la primera. "En peores plazas hemos toreado, señora", fue su respuesta. Unas risas entre malas noticias nunca vienen mal. Nos damos cuenta de que todo es cuestión de perspectiva.
El experto en mácula y en miopías magnas, como la mía, está justo volando en ese momento de regreso del Congreso de El Cairo. Y en cuestión de segundos me conciertan una consulta con él, nada más aterrice, después del almuerzo. Mi guión ya se ha hecho trizas.
Habíamos quedado en conocernos en persona con una amiga, madre de un compañero de Pablo que estudia en Asia, a la que aún no conocíamos en persona. Por desgracia, el guión ya no existe, y el almuerzo se hace con cronómetro en mano. Toca correr de nuevo. Tatty, la pobre, nos acompaña, para poder seguir charlando, en nuestro peregrinar por la clínica: del experto en mácula que confirma el diagnóstico, al departamento de planificación de operaciones quirúrgicas, y de allí a la cita con la anestesista. Todo para dejar planificada la intervención para dentro de unos días. Más allá de unos días, mi ojo puede correr peligro, por ello el quirófano no debe demorarse.
Los vuelos suelen atrasarse. Pero pocos días antes de la cita en Barcelona nos han comunicado que el nuestro se ha adelantado casi dos horas. Así que el trasiego de consultas en la clínica ha dejado poco margen de tiempo. Toca correr de nuevo. Y llegamos en el último aviso a la puerta de embarque. Tras aterrizar en Málaga, recogemos a los niños en casa de los abuelos, tras contarles todos los detalles. Rápidamente nos vamos para casa, porque hay que madrugar al día siguiente, aunque sea sábado. El día de relax y el guión previsto, "a la porra".
La Alhambra, hace unas semanas

Sábado 18 de enero, 6:30 de la mañana. Por suerte, me repongo bien durmiendo. Y las primeras horas de la mañana me sientan de lujo. Ya habrá tiempo para pensar en Barcelona y en la logística para la operación. Ducha rápida, desayuno express, y zumbando hacia Granada para recorrer los 120 kilómetros que nos separan de la academia donde Samuel tiene el examen Toefl de inglés, penúltimo requisito de sus solicitudes universitarias. Por supuesto en la última convocatoria y en la foto-finish. Como siempre. Llegamos sobrados con un margen de media hora. Un nuevo día, y un nuevo guión. Parece que lo de ayer fue sólo un mal día y un mal guión. Samuel me dice en la puerta que ya me puedo ir. Cosas de la adolescencia. Pero prefiero comprobar que todo está correcto. Luego ya me daré una vuelta por Granada, siguiendo mi guión. Quizás un cafelito, un paseo para ver la Alhambra y el Albaicín, alguna que otra foto "chula"...Pero nada más ver la cara de extrañeza de la chica de recepción, ya sé que de nuevo el guión hoy tampoco va a triunfar. Que no estaba todo correcto. Que de nuevo había otro guión previsto para esa mañana. Llamadas a la dirección de la academia, al responsable en Andalucía, a la central en Irlanda y en Estados Unidos. Nadie sabe nada del examen, a pesar de la confirmación por escrito. Todo cerrado hasta el lunes. Curioso cuando los exámenes siempre son en sábado. Fuera hace un "frío que pela" y empieza a llover, con la nieve de Sierra Nevada de fondo. Samuel y yo montamos un campamento improvisado en el hall de la academia, bajo la mirada de sorpresa de alumnos y profesores. Mey, que se ha quedado en casa para llevar a Eva a chino, coordina los mensajes en inglés. Hay que intentarlo todo. Si no, no sólo se va al traste el guión del sábado. También todos sus sueños universitarios, sus resultados del SAT, y todas las tasas abonadas en las distintas "applications". Tras casi cuatro horas de gestiones, todo queda en manos del coordinador regional, a la espera de sus gestiones con la central el lunes. Vuelta a Málaga con las manos vacías, y con un cansancio que no recuerdo. Físico y mental. Se me cierran los ojos conduciendo.

Hace algunos años había una coletilla que Mey y yo nos decíamos a menudo: "Cuando estemos tranquilos..." Ya aprendimos que, en nuestro caso, eso es una utopía. Nuestra energía atrae los líos de un tipo u otro. Es como nuestro ecosistema natural. Así que mejor no usar más esa coletilla. Mejor no escribir o imaginar muchos guiones de momentos futuros. Mejor vivir los presentes a tope.

Casi apetece olvidar esas 30 horas. Aunque ahora que lo pienso, mejor no. Hay que fluir con los momentos del presente, sean buenos o traigan algún aprendizaje con ellos. En los próximos días tocará vivir muchos de esos momentos, que habrá que gestionar segundo a segundo. El viernes durante unos instantes nos preocupamos. Quizás porque no nos lo esperábamos. Ya no estamos preocupados. Estamos como siempre: ocupados. Del avión de ida, de la estancia en Barcelona, del tren de vuelta, de la agenda de los niños esos días, de gestionar la baja laboral, de las pruebas pre-operatorias...Sin guión. Aceptando lo que toca.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )