domingo, 31 de diciembre de 2017

Palabras que curan

Miles de personas habrían querido estar allí. Quizás millones, a juzgar por el número de reproducciones, comentarios y "me gusta" en las redes sociales. Pero éramos nosotros los afortunados. Ya nos sentíamos unidos por muchas cosas desde hace semanas: ser familia de tres hijos; estar en búsqueda de un mundo mejor; crear complicidades a través de las palabras... Pero hasta hace tres días no había sido posible el ansiado abrazo ni el cruce de miradas. Esa maldita enfermedad y las sesiones de quimio habían retrasado el encuentro. Y en lugar de en nuestro terreno, ha tenido que ser en el suyo. Pero es lo de menos. No existe espacio ni tiempo en la conexión de almas. Y sólo hubo que aguardar un poco más.
Muchos nos preguntan cómo hacemos para rodearnos de tan buena gente. Simplemente nos dejamos llevar: por la intuición, por las circunstancias, por las causalidades... Constantemente estamos atentos a todo lo que nos pasa, y leyendo entre líneas las buenas y malas cosas que cada día depara. Y en cuanto se atisba un regalo, allá que vamos a por él. Cueste lo que cueste. La Vida nunca defrauda. Nos pasó con la gente de O Couso. Nos ha pasado con los Ángeles de la Noche. Y ahora con Magdalena Sánchez Blesa, la poetisa del momento, y su familia.
Desde que los niños eran pequeños hicimos un juramento: hacer una escapada en pareja al menos una vez al año. Por la salud de la pareja. Por superar las conversaciones en morse interrumpidas por cientos de aportaciones infantiles. Por compartir silencios, atardeceres, risas y alguna que otra cena romántica. Ahora era el momento. También de conocerla a ella. Así que nos fuimos a explorar tierras murcianas en nuestra escapada anual.
Desde que salimos en televisión y empezó nuestra venta del libro solidario, hay gente que nos considera "gente famosa", y se nos acerca con esa actitud reverencial, que tan poco nos gusta. Somos gente normal que comparte sus anhelos y vivencias. Y a Magdalena le pasa igual. Es poeta de aceras, de patios, de momentos y de mirar a los ojos. Sentimos el flechazo con ella desde que nos intercambiamos el whatsapp hace pocos meses. Y su cercanía y autenticidad nos enamoró. Pero nos tenía guardado un regalo inesperado: David, su marido, un "pedazo" de pan, como ella.
Las horas en aquella cafetería pasaron rápido. Había mucho que compartir, mientras sus pobres chavales nos esperaban pacientes. Mientras la escuchábamos y la mirábamos a los ojos, entendimos rápido por qué se estaba convirtiendo en un auténtico fenómeno de masas. La gente está cansada de "famosetes" de cartón piedra, de celebridades vacías, de personajillos que aprovechan su momento para ganar un puñado de euros, un ratico de fama, y un hueco en el Sálvame. La gente busca autenticidad. Busca la conexión con sus vidas sencillas. Hay grandes escritores que escriben para la mente. Otros usan buena literatura para desahogarse. E incluso los hay que tratan de saldar cuentas con sus palabras. Ella no es de esos. Magdalena habla directamente al corazón. Sabe muy bien la magia que las palabras atesoran. Sabe de su poder terapéutico. Y las usa para lo que mejor sabe: para curar el alma, para ahuyentar demonios y para construir un mundo mejor. No conocemos a nadie que pueda recitar como ella lo que ha escrito. Y si encima David hace de sus poemas una película de vida, ¿que más se puede pedir? Menuda llamada a la coherencia: que lo que hago, pienso, digo y siento estén en armonía.
Las horas de la cafetería nos supieron a poco. Insistieron en continuar la conversación ante una paella en su casa al día siguiente. Al principio nos resistimos para no cansarla. A veces el gesto torcido o la respiración entrecortada nos recordaban, como su pañuelo en la cabeza, los demonios que recorren sus venas. Pero accedimos ante su insistencia. Y sellamos nuestra unión eterna ante una paella deliciosa, en su famoso restaurante de Moriana donde tantas y tantas aventuras se han fraguado. También se unió otro nuevo amigo para nosotros: otro David, murciano afincado en Bogotá, que más tarde nos hizo de guía por las calles de la capital de la región.
Uno puede pensar que los famosos viven siempre en grandes mansiones, que conducen coches de lujo, que derrochan dinero, y que no tienen problema alguno. Magdalena y David hasta en eso son auténticos. Su coche está en el taller, viven austeramente en el campo, sufren con dureza las ausencias, hacen cuentas para llegar a final de mes y se encuentran en plena batalla contra el cáncer. Disfrutaron de lo lindo de la fruta que les llevamos, a juzgar por la foto que nos enviaron. Ahora tendrán nuevos compañeros de camino para compartir mochila cuando les haga falta. Su preciosa dedicatoria en su último libro nos lo recordará siempre.

NOTA: Este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario. Actualmente estamos apoyando a los Ángeles Malagueños de la Noche, uno de los Comedores Sociales más importantes de España. 

lunes, 25 de diciembre de 2017

Nacimiento

Es 25 de Diciembre. Navidad. Son las siete y media de la mañana y aún no ha amanecido. Todo está en profundo silencio. A esta hora Papá Noel estará acabando su ronda mundial de entrega de regalos por millones de hogares. Espero no cruzármelo ahora por las escaleras. ¡Menudo susto nos íbamos a llevar los dos, la verdad! Prefiero que despliegue su magia en tantos y tantos otros hogares. Nosotros este año hemos sido bendecidos con tantos momentos únicos, con tantos dones, con tantos encuentros maravillosos, y con tantos aprendizajes, que no podemos pedir más. Sólo dar gracias, y compartir lo recibido.
Ayer fue una Nochebuena muy especial. Samuel se encontraba a 6.200 kilómetros, en Pensilvania. Pablo y Eva se marcharon a 1.700 kilómetros, a Londres, para disfrutar de unos días inolvidables con nuestros queridos Pete y Nuria, toda una tradición ya para nosotros. Efectivamente, la familia desperdigada por el mundo en la Nochebuena. Y la gente parece que sufre cuando nos preguntan y lo contamos. Nada más lejos de la realidad. El gozo fue enorme. Realmente quizás la Nochebuena no es tanto un día obligado para el encuentro, o para estar en familia. Para eso están los 364 días restantes del año donde tenemos tiempo de sobra para compartir miles de encuentros, de instantes, de momentos únicos. Por eso es sagrado en esta casa desayunar, almorzar o cenar juntos todos los días de año que podamos. Navidad viene de "nativitas", nacimiento. Probablemente Jesús no nació en la noche del 24 al 25 de diciembre, sino que la fecha concreta tiene más que ver con el solsticio de invierno. La fecha concreta es lo de menos. Lo que quizás más importa de esta fiesta es que se celebra el nacer. El nacer al ser. No el hacer. Más bien el no-hacer. Y probablemente sea una llamada anual a nacer dentro de nosotros mismos. A renovarnos por dentro. A encontrar ese hombre, esa mujer, ese niño o esa niña nuevos que residen en nosotros. A avivar la luz divina que, sin lugar a dudas, habita en los más de siete mil millones de seres humanos que poblamos la Tierra, haciéndonos UNO.
Ayer no fue un día de prisas, compras o aglomeraciones en centros comerciales. Tampoco encendimos la tele ni escuchamos discursos de monarcas, presidentes o autoridades terrenales. No nos vestimos con nuestras mejores galas. Ni siquiera cantamos un villancico. Por la mañana, acompañamos a Pablo y Eva al aeropuerto. El aeropuerto estaba vacío al mediodía. Nunca lo había visto así. Pocos padres vimos despidiéndose de sus hijos en una fecha tan señalada. Ninguno, para ser precisos. Pero verlos tan felices, tan autónomos y con tantas ganas de volar nos llenó de orgullo. Nuestra función de padres va de eso: de ayudarles a cruzar fronteras, a atravesar aeropuertos, a emprender nuevos retos, sean interiores o externos, físicos o mentales. Da igual el día del año. Da igual las tradiciones. Por fortuna su hogar es ya el mundo entero.
Desde el aeropuerto nos fuimos directos al centro de Málaga, pero no para ir "de compritas". A medida que nos acercábamos a nuestro destino, los carritos de la compra empezaban a prodigar mezclados con las caras de resignación. Centenares de personas aguardaban su turno en una plaza enorme para que un ejército de voluntarios les sirvieran su ración de solidaridad en sus carritos de la compra: pollo asado con ración, tortilla de patatas, zumo, galletas, dulces navideños...El bullicio de tanta gente, se mezclaba con los flashes y las cámaras de los periodistas, y el ajetreo del ir y venir de los voluntarios trayendo paquetes, manteniendo el orden, limpiando por aquí o por allá. Nos pareció un auténtico milagro que esa muchedumbre pudiera ser alimentada tan sólo por los gestos solidarios de otra muchedumbre silenciosa con las aportaciones que habíamos animado en los últimos días. No pude evitar acordarme del milagro de los panes y los peces. Algo así debió ser. 
Los contrastes fueron enormes. Y mientras un Porsche se hacía paso entre esa muchedumbre para vaciar su maletero de bolsas de la compra destinadas a ser compartidas, alguna familia intentaba colarse, o pasar por segunda o tercera vez para acumular víveres para varios días, o quizás para revenderlos. La condición humana. Da igual que seas pobre o rico. Mucho que aprender. Mucho a lo que nacer de nuevo. Nueva llamada de la Navidad.
A mi me tocó ir a recoger comida donada en sendos asadores en Churriana y en el Rincón de la Victoria, y a Mey atender el teléfono de infinidad de establecimientos que no querían tirar a la basura los restos de un día tan señalado. No pudimos evitar pensar qué será del mundo cuando en lugar de dar de lo que nos sobra, demos de lo nuestro. Nueva llamada a nacer. 
Compartimos momentos únicos con gente excepcional como Manolo o Paco, como la pareja del asador del Rincón o la señora de la panadería de la Divina Providencia. Curioso nombre para un día así. Gente dispuesta a desparramarse por los demás hasta límites insospechados. Nueva llamada a nacer. Nueva llamada de la Navidad.
Aún no conocemos a muchos de los voluntarios de los Ángeles de la Noche, y por eso accedimos a sentarnos con ellos y almorzar algo ya anocheciendo, tras una agotadora jornada. Gente normal. Gente de todas las condiciones, color de piel, procedencias y educación. Risas, abrazos, y sensación de deber cumplido. Quizás el darse al prójimo no sea una opción sino efectivamente un deber. Nueva llamada a nacer. Nueva llamada de la Navidad.
Después nos fuimos abrazados a tomarnos un café "en parejita". Estos momentos "de novios" son también mágicos para nosotros. Pero sin despistarse mucho para estar en casa pronto y charlar con los niños por Skype junto al fuego. De nuevo risas. De nuevo bromas. Y nosotros aún sin saber qué cenar en la tradicional cena de Nochebuena. Calentamos la sopa del cous-cous de hace tres días, cortamos unas lonchas de queso, y preparamos una buena ensalada. Eso sí, con el mantel, los platos y las copas de las ocasiones especiales. Y con dos velas encendidas, como en las ocasiones especiales. De postre el violonchelo del CD de  "Todas las mañanas del mundo" mientras comentamos las vivencias del día absortos ante el fuego. Nueva llamada a nacer. Feliz Navidad.

NOTA: Este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario. Actualmente estamos apoyando a los Ángeles Malagueños de la Noche, uno de los Comedores Sociales más importantes de España. 

domingo, 10 de diciembre de 2017

#LocosPorUnMundoMejor

La vida es un fluir constante. Y nunca sabes las sorpresas que te puede deparar. Sólo hace falta estar dispuesto a dejarse sorprender y a ser abrazado por el presente. Sea el que sea.
Nunca imaginamos cuando hace justo un año nos llamaron ante el peligro de que el piso vacío de mis abuelos fuera "okupado", que un año después ese piso lo disfrutaría gratis una ONG con la que nos sentimos en profunda conexión hoy. Tampoco imaginamos entonces que hoy, justo un año después, trabajaría a apenas cinco minutos de su sede, y que me podría escapar en ratos sueltos de mis desayunos para echar una mano en lo que hiciera falta. Y lo cierto es que hoy, justo un año después, nos sentimos parte de esa gran familia de "Los Ángeles Malagueños de la Noche".
Nuestro frigo: "el frigo de los Meys"
Ayer fue un día grande para ellos. Se celebraba una Gala Benéfica organizada por Dani Rovira y Claro Lago en beneficio de esta entidad solidaria. Y era un momento en el que tocaba dar a conocer al público que abarrotaba el teatro en qué consistía lo que hacen. Nos hicieron el encargo hace unas semanas, y de nuevo nos dejamos fluir. Elaboramos un pequeño guión. Al principio dudamos qué enfoque darle, pero luego vimos con claridad que era el momento de integrar tantos y tantos conocimientos de proyectos en los que hemos participado, y sumarlos a esta nueva causa. Vimos claro que la locura por un mundo mejor puede ser contagiosa, y quizás es momento de que deje de ser minoritaria. E incorporamos al guión frases, principios y lemas que nos han seguido en los últimos años con muchos compañeros con los que hemos compartido y seguimos compartiendo andanzas solidarias: Trans-Formando, ADAPA, Proyecto OCouso, la Casa de Acogida de Alozaina...Las frases fluyeron fácilmente. Pero quizás montar un vídeo iba a ser algo más complicado. Tanteamos por whatsapps a unas amigas de las televisiones Mindalia y Velevisa, y en cinco minutos estaba acordado el reparto de tareas. No salíamos de nuestro asombro. Marina nos echaría un cable con la grabación, y Mª Ángeles haría lo propio con la voz en off y el montaje. Está claro que cuando el Universo se confabula no hay nada que le detenga.
Ese mismo martes vinieron a grabar al Comedor Social, y aunque me resistí, tuve que hacer las veces de reportero. Tocó aplicarme el cuento de lo de "fluir". El domingo quedábamos para el montaje que se ejecutó en poco más de una hora. Alucinante. Una tarea que se nos antojaba titánica se había conseguido en apenas un par de días y sin el esfuerzo o las dificultades de proyectos anteriores. Al día siguiente lo mostré a mis compañeros de la ONG, y el respaldo fue unánime. Ni un sólo "pero". Cosas también del Universo, que nos lleva a la confluencia de sensibilidades, cuando son muchas las que hay.
Quedaban aún semanas para la Gala, y quisimos ponerle el broche final. Mey en inglés y Anne en francés liquidaron los subtítulos en un "plis-plas". Y ayer se proyectó públicamente en la Gala.
Estábamos un poco preocupados porque un espectáculo desternillante de improvisación quizás no era el mejor foro para emitir un mensaje trascendente. Pero lo cierto es que la ovación fue cerrada, y escuché alguna "lagrimilla", síntoma de que algún que otro corazón se había visto conmovido por el mensaje.
Ahora ya, lo que el Universo diga. El vídeo está sobre la mesa. Y queremos que sirva de homenaje a tantas mujeres y tantos hombres que están #LocosPorUnMundoMejor. Puede que sirva para visibilizar a tantas personas que están poniendo su granito de arena. Puede que sirva de punto de encuentro en las redes sociales. O puede que sea un eslabón de algo que está por venir. Sin agobios. Sin aferrarse a nada. Con la facilidad que surgió, así se desplegará lo que tenga que venir.

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domingo, 3 de diciembre de 2017

Pintando atardeceres

Se despidió despacio. Muy despacio. Como siempre. Con movimientos tan imperceptibles que no sabíamos si se iba o si venía. Pero eso sí, con su mejores galas. También como siempre. Como en la mejor pasarela de moda del mundo. Amplias sedas con tonos malvas y ocres. Destellos amarillos por aquí y por allá. Líneas sinuosas. Garabatos perfectos. Brillos y sombras. Deslumbrante como siempre antes de oscurecernos con su ausencia.
"Papá: hoy te ha salido mejor que nunca". La voz de Eva, desde el asiento trasero me despertó. Y eso que iba conduciendo y dormir habría sido una locura. Pero el espectáculo era tan hermoso que parecía estar en un sueño. Siempre he dudado si la belleza es tal porque sí, o porque la ven así nuestros sentidos. Un atardecer. Una luna llena. Una composición de nubes. Una pieza al violín. Un desayuno en familia... Quizás por eso, desde que Eva tenía tres años, siempre que llegaba ese mágico momento le decía igual: "Hoy me he esmerado en los colores, y mira cómo te he pintado el cielo". Aún recuerdo su cara de asombro. Sus ojos perplejos. Su sonrisa de gratitud. "Gracias, papi", me decía... Hasta que le empezó a parecer una bobada.
Eva pintando un atardecer con su vitalidad
en Canillas del Aceituno. Noviembre de 2017
Llega un momento en que la magia parece una cursilería. Y cuando la adolescencia llama a la puerta toca hablar de las cosas "reales", y dejarse de ñoñerías. Hasta que te das cuenta con la edad que lo real es esa magia. Que son los ojos los que crean esos espectáculos. Y que la belleza habita en el corazón y no en lejanos paisajes, que sólo tocan a la puerta de nuestra sensibilidad para ser contemplados. 
¿Cuántos atardeceres únicos nos quedan por presenciar? ¿Cuántas lunas llenas reflejadas en el Mediterráneo? A veces vemos esas maravillas como algo cotidiano. Como algo que estuvo ayer y que estará mañana. Pero desde jóvenes, Mey y yo siempre que observamos una luna llena pensamos lo mismo: ¿Cuántas nos quedan por contemplar? Desde luego no cien mil. Desde luego no diez mil. Quizás con suerte quinientos o setecientos momentos únicos más como ese. Y siempre contemplar ese hechizo nos sitúa como nunca en el presente. Nos ayuda a darnos cuenta de que cada momento es único e irrepetible. Y que probablemente no se repita. Todo parece eterno... mientras dura. 
Esas palabras de Eva me dieron un vuelco al corazón. A veces el silencio es el mejor regalo para la belleza. Pero sus palabras iban a hacer más especial aún ese instante. No porque conectase con sus recuerdos de mis obras de arte vespertinas en tantos atardeceres de su infancia, sino porque conectaba con las razones profundas por las que yo le había repetido tantas veces esa pequeña tontería. "¿Te das cuenta, papá, que estamos aquí los tres alucinados contemplando esa preciosidad de atardecer, y que habrá un montón de coches de los que nos adelantan que ni se estén dando cuenta de esa "pasada"? ¿Cómo puede ser que no nos percatemos de algo tan bonito? ¿Cómo puede ser que vayamos siempre sin fijarnos en cosas que valen tanto la pena? Ahora entiendo por qué, de vez en cuando, te activas un gong aleatorio en el móvil, para caer en la cuenta de esto. El otro día lo pensé precisamente mientras hacía un dictado en clase. Escribía las palabras que nos decía la profesora sin ser consciente, casi como un robot. Y al cabo del rato me di cuenta que había casi acabado el dictado pensando en otras cosas, sin estar realmente allí, haciendo lo que estaba haciendo. Y nos pasa eso continuamente, papi. Vamos por la vida sin fijarnos en lo que vemos o hacemos..."
Menuda reflexión que acababa de hacernos la niña. Menudos doce añitos incipientes. Menuda sabiduría en un ser tan pequeñajo. Convertirnos en observadores de la vida. Vivir el presente y la eternidad en el ahora. Carpe diem. Seguiremos pintando atardeceres, vistos los resultados.

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domingo, 26 de noviembre de 2017

Soy tus ojos

Es difícil encontrar esa emoción en un adulto. Pero Camilo la irradiaba este miércoles. En un niño sí es frecuente. Pero en un adulto es raro. Es como si la edad nos hiciera sosos, resabiados, apáticos... Ese entusiasmo, como cuando abríamos la puerta del salón de pequeños la mañana de Reyes. Esa pasión, como cuando salíamos al recreo corriendo como locos. Ese arrebato permanente descubriendo en cada esquina pequeños tesoros de la vida que, por desgracia, con el tiempo, nos pasan inadvertidos. Por eso ver a Camilo así me ponía los vellos de punta. Era como conectar con esa maravillosa locura infantil, pero en un adulto. Como niño con zapatos nuevos. Pero lo de Camilo no eran zapatos nuevos. Eran ojos nuevos. Los míos.
Dicen que el mundo está muy mal. Que esto no hay quien lo arregle. Que nos vamos "a la porra". Y desde luego si tus ojos son el telediario, los periódicos, o las palabras de un compañero o vecino pesimista, sin duda, será así. Pero nosotros vemos y vivimos otra realidad cotidiana. Y esta semana hemos sido testigos de un precioso episodio de ella con Camilo. Aunque no nos demos cuenta, estamos en un momento histórico único en el que la tecnología nos permite abrazar la necesidad de cualquier persona aunque esté a miles de kilómetros. Nunca antes había sido posible. Y hoy lo tenemos en nuestro bolsillo las veinticuatro horas. Literalmente. Y no nos damos cuenta. 
Camilo es un chico invidente colombiano que vive en Alemania. Nos conocimos este miércoles. Su pequeño apartamento es como si fuera ya mi casa, aunque no he estado allí. Solicitó ayuda a través de la aplicación BeMyEyes (Sé mis ojos), que a través del móvil permite a cualquier invidente del mundo solicitar ayuda para que un voluntario o voluntaria vea a través de su móvil y le guíe. Así de sencillo y así de revolucionario. Camilo usó mis ojos para leer una carta que le había llegado y para que le describiera detalles de su apartamento. Y no podía evitar emocionarse al pensar que con esa sencillísima aplicación podría evitar desde ahora sentirse ridículo llevando calcetines de distinto color, o localizar cualquier ingrediente o conserva en su cocina. No se tendría que echar a llorar de desesperación cuando se perdiera en la calle, y no supiera qué camino tomar. 
Si es maravillosa esa posibilidad para una persona ciega, de forma tan sencilla y con tanta calidad, esta historia tiene aún más jugo. Y es que hasta esta semana no he podido asistir realmente a ningún invidente. Y en esta ocasión fue porque estaba leyendo un whatsapp y en ese momento probaba Camilo la aplicación por primera vez. Cogí su llamada de inmediato. Otras veces me han llamado, pero tardé unos segundos en coger la llamada, y hay toda una legión de voluntarios dispuestos a asistir a los invidentes. En concreto más de 615.000 voluntarios para asistir a unos 48.000 invidentes. Es decir, que cuando una persona ciega llama para pedir ayuda, hay más de doce personas dispuestas a ayudarle, y aquel que coge antes la llamada es quien le asiste. Y esto se visualiza perfectamente en la aplicación nada más entrar, con un dibujo del planeta Tierra, y las cifras de los invidentes a un lado, y las de los voluntarios a otro. Dos mundos completamente distintos, como pude comprobar con la emoción de Camilo ante detalles que nos pasan inadvertidos a los que vemos.Pero dos mundos unidos en uno solo por un dibujo de un corazón. Y curiosamente los dispuestos a arrimar el hombro son aplastante mayoría. Los que se han puesto a tiro de esa solidaridad concreta son tantos que surge una sanísima competencia por ver quién atiende antes al ciego que lo necesite. ¿Estaremos quizás más cerca de lo que pensamos de que los dispuestos a cambiar el mundo no sean vistos como unos bichos raros, y sean mayoría?
El mundo se polariza cada vez más. Aunque estemos llamados a ser UNO. Cada vez hay más personas con una vibración muy alta y otras con una muy baja. Unos trabajando para el prójimo y otros para sí mismos. Unos acumulando dinero y bienes materiales y otros buscando la sencillez y vaciarse de bienes. Unos viendo las malas noticias del telediario, y otros construyendo un mundo diferente para vivir. Ayer lo hablábamos con nuestro hijo Pablo mientras volvíamos a casa andando tras recogerle de clase de francés. Está leyendo el libro "Un mundo feliz" y le horripilaba observar lo cerca que estamos de un mundo de ficción como ese. Se espantaba viendo tanto pesimismo y tanto reduccionismo en compañeros suyos de dieciséis años. Para muchos somos sólo pura biología, pura aleatoriedad, puro egoísmo. Quizás habrá que prestarles los ojos, como a Camilo. Y mostrarles que hay todo un mundo maravilloso de gente trabajando por los demás. Habrá que hablarles de nuestro amigo Joserra y su revolución altruista con un montón de locos como él. Habrá que hablarles de nuestro querido Antonio y otro montón de ángeles con los pies en la tierra como él. Habrá que hablarles de Xavi o Luije, y otro montón de utópicos haciendo realidad las utopías como ellos. Y quizás a través de nuestros ojos, esos dos mundos se vayan haciendo uno. Ojalá llegue pronto el momento en que sean muchos más los dispuestos a coger esa llamada por un mundo diferente, que los necesitados de esa llamada.


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domingo, 19 de noviembre de 2017

Ponerse a tiro

Ese no era el plan. Tenía las ideas muy claras y ése desde luego no era el plan. Era momento de estudiar, de hincar codos, de sacar las mejores notas posibles, y de abrirse paso en el mundo laboral. Pero desde luego no de distraerse con noviazgos. Siempre fui muy mental y "cuadriculado". Un auténtico "pesado", como dicen mis niños hoy. "Una gota en el latón". Y no estaba dispuesto a desviarme ni un ápice del rumbo trazado. No sé si ese rumbo me lo tracé yo a los 15 años, o me lo habían trazado otros. Pero el plan era el plan. Y estaba para cumplirse ante todo y sobre todo. Hasta que llegaron otras certezas. Unas certezas que no venían de la mente sino del corazón. Unas certezas que nunca había sentido, y que me desvelaban de madrugada por primera vez en mi vida. Unas certezas a las que me resultó imposible dar la espalda, y que me obligaron a ponerme a tiro de las flechas de Cupido. En realidad esas certezas no rompieron mi plan. Hubo estudio, hubo codos, hubo buenas notas. Hubo nueve largos años de noviazgo en la distancia. Y toneladas de cartas de amor. No había whatsapp y había que sustituirlo por nuestro código morse de llamar y colgar el teléfono. O por las frecuentes visitas al buzón de correos.
Sin vértigo por los Pirineos franceses, verano de 2017
Aquellas certezas iniciales fueron desoxidando el corazón y domando a la mente. Luego surgieron  otras certezas que muchos no entendieron: renuncias a trabajos en grandes multinacionales, a sueldos disparatados y al mundo de las alfombras rojas. Estaba programado para eso. Me había preparado para eso. Y cuando por fin había llegado el momento de tenerlo, ¡renunciaba a ello! ¿Qué estaba haciendo con mi vida?
Mi vida ha sido la historia de un desaprender continuo, de una desprogramación continua. Quien me conociera hace diez años probablemente pensaría que está hoy ante otra persona. Y probablemente todo empezó con aquella primera certeza. Con aquella primera decisión loca. Con aquel primer "ponere a tiro". Aquel encuentro con mi compañera de viaje por este mundo fue un tren que no pude dejar pasar. Hoy, casi treinta años después me colma de felicidad y de permanente apertura a nuevos aprendizajes, a nuevas certezas, y a nuevos encuentros mágicos. No piso alfombras rojas. Mi cuenta bancaria no es de seis cifras. Y mi agenda echa humo. Pero no para ganar dinero, prestigio o poder, sino para ponerme a tiro de nuevas flechas que valen la pena.
Siempre me encantó la frase de Gandhi de "Sé el cambio que quieres ver en el mundo". Pero lo cierto es que nunca entendí bien su aplicación práctica. Hoy creo que me acerco más a lo que quiere decir. Y creo que va de seguir poniéndose a tiro de ese cambio y del amor que requiere. Y eso se manifiesta de multitud de formas, y en infinidad de instantes cotidianos. Siempre surgen esas flechas. El problema es si nos pillan viendo la tele, apoltronados en el sofá, u ocupados con otros planes como ganar dinero o prestigio. Pero siempre la pregunta es la misma: ¿en qué medida esto me conecta con el cambio que quiero ver en el mundo? Si esa situación, esa persona o ese proyecto nos acerca a ese mundo diferente para vivir, nos ponemos a tiro, y a pecho descubierto. Da igual si es en una charla ante padres en el instituto de Benamocarra, en eternas sesiones se sobremesa con nuestro hijos, o en desayunos o conversaciones de pasillo con los nuevos compañeros de trabajo. Da igual si es intercambiando recetas, viajes, charlas, cuentos o lágrimas de preocupación y dolor. Da igual si es compartiendo hasta las tantas preocupaciones de adolescentes con familias amigas, o charlando de la salud y sus somatizaciones con un amigo en el taller. Da igual si es coordinando un vídeo o un musical para el comedor solidario de los Ángeles de la Noche, difundiendo novedades, alguna jornada o un curso de nuestra ONG ADAPA o de nuestro querido proyecto O Couso, o luchando contra alguna injusticia. Da igual si es prestando dinero a unos amigos en apuros, cambiando de compañía eléctrica por un consumo más responsable, o de entidad bancaria para que nuestro dinero sea más ético. Da igual si es hablando en los trayectos de coche compartido, si es escribiendo posts, si es impartiendo sesiones de mindfulness o si es firmando libros. Da igual que sea ante conocidos o desconocidos. La cosa es ponerse a tiro. Ponérselo muy fácil a ese cambio en el mundo que nos gustaría ver. Hacer de puente y viaducto hacia él. Aunque sea un milímetro cada día. Sin vértigo, porque para divisar un gran paisaje, hay que subir alto (los sueños, si no asustan, es que no son suficientemente grandes). Poniendo en el centro a la persona. Por encima de dineros, de cargos, de prestigios y del "qué dirán". Los encuentros con almas amigas se multiplican entonces. Y las certezas del corazón se contagian. Como los milagros.

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lunes, 13 de noviembre de 2017

Para nota

Nunca hemos publicado un post sobre las notas de nuestros hijos. Ni siquiera cuando éstas han resultado magníficas. Son parte de su responsabilidad y del proceso de fraguarse un futuro. Lo de hoy será una excepción. Quizás no haya requerido tantos "codos" como otras veces. Pero sí muchas "agallas" para escuchar a la conciencia, y para soportar el posible "chaparrón" del respetable, bien por "bicho raro", bien por "tonto de solemnidad".

No hay silencio más atronador que el silencio de encontrarse a solas frente a tu conciencia. Tan estruendoso como el ruido del "qué dirán" o el de que te señalen por desviarte de la mayoría. Pero a veces sólo puedes escuchar a uno, y toca elegir a cuál.

Escribimos para no olvidar por dónde se va a ese mundo diferente para vivir. No hay mejor recordatorio que el exponerse y comprometerse abiertamente ante miles de personas. Pero también escribimos para ayudar a nuestros hijos a marcar el rumbo de sus vidas, en un mundo que casi siempre sopla en la dirección contraria. Reforzar sus avances a pesar de la adversidad resulta crucial. Y estos posts quizás sean un legado que ojalá guarden en sus mochilas vitales.

Pablo hace 10 años ante un grafiti callejero en Linares
Hoy nuestro hijo Pablo nos ha dado una alegría memorable. Otros días tenemos con él encarnecidas batallas dialécticas propias de la adolescencia, con fuego cruzado de artillería pesada sobre responsabilidades y egocentrismos. Pero lo de hoy nos ha reconciliado con el futuro, nos afianza en nuestra apuesta con los hijos, y nos anima a creer que ese mundo diferente puede existir. O al menos puede que se encarguen ellos de seguir construyéndolo cuando ya no estemos.
Hoy Pablo tenía revisión de su examen de lengua. Pensaba que lo había clavado. Pero unas cuantas preguntas se le torcieron y el resultado no había sido tan espectacular como él esperaba. Revisó las respuestas, hizo recuento de los fallos y aciertos, pero la cifra no cuadraba. Lo volvió a calcular y de nuevo el mismo resultado: la profesora le había puesto más nota de la merecida según los fallos. Rozaba el sobresaliente. Con esa nota podría sacar pecho de sus logros académicos y afianzar su estrategia de esfuerzos. Sólo tenía que quedarse en silencio. Así de sencillo. Nadie se daría cuenta si callaba. Nadie le reprocharía nada. Es más: todos le habríamos felicitado por su sobresaliente. Ni siquiera estábamos allí nosotros para guiarle sobre lo que sería o no correcto en una circunstancia así. Sin duda un padre o una madre al lado que te dice lo que debes o no debes hacer siempre ayuda. Pero "currártelo" tú sólo a solas con ese silencio no es "moco de pavo". La presión social por las buenas notas, y lo que habrían hecho quizás la mayoría de los compañeros de clase, soplaba en una dirección. Pero él decidió poner sus velas a soplar en la contraria. Cuando se lo dijo a su profe, nos habría encantado estado allí para ver su cara de perplejidad. ¿Un alumno que reconocía que su examen se merecía menos nota que la que le había puesto? ¿Un alumno que le avisaba de un error en su contra? No sé cuantos de sus compañeros pudieron presenciar la escena, y nunca sabré qué pasó por la cabeza de los que fueron testigos de la anécdota. Sólo sé que a nosotros nos ha llenado de orgullo su decisión. Que nos ha "dado el almuerzo", pero en positivo. Y que en estas pequeñas circunstancias cotidianas es cuando uno se da cuenta si esa pequeña voz que todos tenemos dentro, va creciendo sana, libre y vigorosa, o titubea ante el primer reto que se aproxime. Tentaciones habrá muchas. Atajos todavía más. Y a veces sólo contaremos con ese silencio atronador.

En un almuerzo dominical, no hace mucho, salió el tema de los Bárcenas, de los Rodrigo Rato, de las tarjetas black, y de los desmanes del momento. Críticas hasta la extenuación. Golpes de pecho y flagelaciones de todo pelaje. Se hizo una breve pausa, cambió de tercio la conversación, y surgió el tema de la Declaración de la Renta y cómo algunos de los comensales no declaraban sus ingresos por alquileres y nunca les habían pillado. Eran los mismos de los golpes de pecho. Sólo cambiaba que ahora el foco eran ellos. Y entonces todo era comprensible: todo el mundo lo hace... haríamos el tonto si no lo hacemos...nunca nos han pillado... Quizás la diferencia podrían ser los millones en la cuenta corriente. Pero la energía, la actitud, y la falta de conexión con ese silencio interior era exactamente la misma que habían criticado en otros cinco minutos antes.

Corren malos tiempos para ese silencio interior. Son tiempos de "escurrir el bulto", de escudarse en que "todos hacen lo mismo", y del "pelotazo fácil" en los negocios, en los partidos políticos, en las relaciones y hasta en las notas. Son tiempos en los que si los gobernantes o la prensa no distinguen lo justo de lo legal, ¡ponte a hablarles de la conciencia de los actos, y de la responsabilidad! Por eso el gesto de mi hijo hoy es para nota. Y ojalá se sume al de otros muchísimos chavales que seguro que también estarán oyendo ese silencio interior. Quizás entonces dejaremos de esperar que vengan "salvapatrias" a "resolvernos la papeleta", y nos pondremos manos a la obra para construir por nosotros mismos ese mundo diferente para vivir.


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domingo, 5 de noviembre de 2017

Luces y sombras

Precioso atardecer en El Morche,
en que luces y sombras se hacen uno.
De vez en cuando es un correo. Otras es un whatsapp. A veces una llamada. Y las menos es en persona. Pero bastantes personas que nos leen y nos siguen nos suelen decir que les encanta leernos porque vemos la vida color de rosa y cargados de optimismo, pero se lamentan de que a ellos o ellas no les pase lo mismo. Esas reflexiones, a veces cargadas de resignación, a veces de esperanza, nos han hecho pensar mucho en los últimos días. Porque en el fondo implican que vemos la vida como una lotería, como una gran tómbola en la que te toca un buen número y eres feliz y optimista, o te toca uno malo y eres pesimista y te ves irremediablemente arrastrado por las circunstancias.
Nosotros desde hace años tratamos de transmitir a nuestros hijos lo que hemos aprendido aquí, como uno de los grandes testigos y tesoros que nos gustaría que ellos a su vez transmitan a sus hijos: somos actores participativos en la vida, y en gran medida nos puede ir en la vida, según actuemos en ese escenario. Ya lo dice la física cuántica desde los experimentos de Taylor hasta los descubrimientos actuales: el observador puede alterar el resultado del experimento. Y nosotros somos más que observadores. Somos actores protagonistas de esta obra.
Hace poco leíamos una frase de Gregg Braden muy clarificadora de esta cuestión: "¿Crees que hay una única fuente de todo lo que ocurre en el mundo, o crees que hay dos fuerzas opuestas y enfrentadas (el bien y el mal), una a la que le "gustas" y otra a la que no le "gustas"?" Sí, lo sabemos. Puede parecer algo muy "simplón", pero de verdad que la "preguntita" encierra un enorme poder.
Si creemos en el núcleo de nuestro ser que hay una única fuente y que la vida es un regalo raro y precioso que hemos de alimentar, explorar y atesorar, el mundo nos parece un lugar precioso donde hacer nuestra exploración, y del que aprender continuamente (incluso en los momentos más duros). La clave aquí es que debemos creer que no nos hallamos en peligro, que estamos seguros. Que no estamos a expensas de una u otra bandera, de Estados Unidos o Corea del Norte, de Puigdemont o Rajoy, de la mala o buena suerte...Y esto es más simple que desear o esperar que sea verdad. Es necesario aceptarlo y creerlo en lo más profundo de nuestro ser.
Puede ser que en tu caso, sí te encuentres en esa batalla entre luz y oscuridad, entre buenos y malos. Eso probablemente te lleva a un mundo de opuestos, y quizás también a un mundo atemorizante, de pesimismo, de malas noticias, de incertidumbres y de peligros en el horizonte. Esa batalla, real o metafórica, sólo puede existir mientras nuestras creencias la perpetúen. Pero, ¿y si resultara que la lucha entre luz y oscuridad no tiene por qué ser ganada o perdida? ¿Y si resulta que es más importante cambiar las reglas que mantienen todo ese engranaje en marcha? ¿Y si eso es lo que abriera las puertas a un mundo diferente para vivir?
William James decía: "Si quieres una cualidad en la vida, actúa como si la tuvieras. Si quieres un atributo, actúa como si lo tuvieras". Y Neville añadía la clave: transforma "tu sueño futuro en un hecho presente".
Nada es imposible en un mundo basado en las creencias. Vivimos nuestras vidas basándonos en lo que creemos con respecto a nuestras capacidades y a nuestros límites. Sabemos que somos muy pesados con este tema. Pero lo somos porque es clave para ese nuevo mundo que queremos vivir. CREER ES CREAR.

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domingo, 29 de octubre de 2017

A una creencia de distancia

Puede ser casualidad o no, pero últimamente se nos han acercado personas con dolencias o enfermedades diversas, preocupados por su situación o la de sus familiares. Saben que hemos superado grandes escollos, y esto es como cuando estás embarazada, y sólo ves embarazadas por todos lados. Igual. Pero como nosotros no tenemos recetas mágicas, ni atajos para resolver nada, sólo podemos compartir nuestra experiencia real. Hay otras muchas personas que nos han contado las suyas, pero preferimos ceñirnos a las nuestras por tener sobre ellas un conocimiento directo e íntimo.


Odio acudir a la ginecóloga. Sé que debería hacerlo con periodicidad, pero lo odio. Es como si fueras un trozo de carne al que evaluar si está en buenas condiciones. Sin embargo, hace unos cuatro años sentí que algo raro sucedía, y que debía acudir sin falta. Me exploró con detalle y el diagnóstico fue más que preocupante: dos quistes de bastantes centímetros en el ovario izquierdo. Las distintas ecografías que me hizo no daban lugar a dudas. Y las palabras tranquilizadoras de mi doctora poco me aliviaban, la verdad. Eran tan grandes, que casi descartó otra posibilidad que no fuese la intervención quirúrgica. Sin embargo, y siguiendo el protocolo, trazó la estrategia a seguir: tratamiento de sustancias químicas vía oral durante un par de meses, y si no reaccionaban los quistes, intervención quirúrgica sin mayor dilación. Probé la opción de los químicos, durante algunos días, pero como ya le había anticipado a mi ginecóloga, el resultado no fue diferente a otras ocasiones: malestar, vómitos, desequilibrio generalizado en mi cuerpo... Así que decidí "coger el toro por los cuernos", dejar de lado las píldoras y preguntarme qué me estaba queriendo decir mi cuerpo en general y esos quistes en particular. Había leído que la enfermedad suele traer del brazo algún aviso, alguna llamada de atención sobre situaciones de la vida, o sobre traumas o somatizaciones actuales o del pasado. Así que decidí, con la ayuda de una gran amiga y maestra, hacer esa tarea de introspección. Era en la zona del segundo chakra, y esa zona suele tener que ver con el control, y con tenerlo todo bien atado. Ser madre trabajadora, con 3 hijos, y centenares de tareas en todos los frentes imaginables de la vida no suele ser muy compatible con el control absoluto de todos esos frentes. La vida ya me había dado un par de avisos con las circunstancias que me habían tocado vivir, pero ante la exigencia de cambio y flexibilidad, mi lado rebelde había dado la cara y se negaba a cooperar. Y es por ello que quizás algo se estaba cortocircuitando o bloqueando ahí. Quizás esos malditos quistes me estaban diciendo que debía relajarme. Quizás me estaban diciendo que las super-heroinas sólo existen en las películas. Quizás me estaban diciendo que debía empezar a darme más cariño y dedicarme más tiempo a mi misma. Quizás me estaba avisando de que debía rebajar el listón de mi exigencia de tenerlo todo perfecto. Quizás me indicaban que debía dejar de empeñarme en gobernar el barco  y aprender a navegar con la corriente. Me hice consciente de ello, y empecé a trabajármelo. En silencio. En mi interior. Creyendo con todas mis fuerzas que yo misma era capaz de superar ese trance. Que unas píldoras químicas nunca podrían hacer el trabajo que puede lograr nuestra fe y nuestras creencias. Dediqué más tiempo a la meditación diaria. Y me puse "a tope" con el reiki en el que acababa de iniciarme. Y tras un mes llegó el día de la revisión. Curiosamente iba más relajada. Tenía la sensación de que había hecho mis deberes, y que algo en mi interior había dado un vuelco. Quizás no era algo físico. O quizás sí. Mi marido y yo nos apretábamos las manos con fuerza en la sala de espera. Él muy preocupado. Yo, confiada, aunque sin ningún as en la manga en realidad. Lo que no podía imaginarme es que aquella cita sería histórica en la historia de mi vida. Apenas habían pasado unas pocas semanas del diagnóstico fatal, y la cara de la doctora no presagiaba nada bueno cuando le admití que había abandonado las píldoras a los pocos días. Pero su cara de contrariedad tomó otro cariz cuando me hizo la ecografía. La contrariedad se tornaba en perplejidad. Miraba la pantalla, miraba las fotos de las ecografías de tan sólo un mes antes, y decía: "No puede ser, no puede ser". Unos quistes de unas dimensiones tan grandes no podían desaparecer en tan sólo un mes, y sin tratamiento químico de por medio. Repitió la operación varias veces y en todas el mismo resultado: nada. Los quistes se habían esfumado. Como no las tenía todas consigo, llamó a su marido que estaba en una consulta contigua, también ginecólogo y especialista en imagen, y me introdujo una cámara para corroborar la "milagrosa" desaparición. Su diagnóstico fue el mismo. Nada de nada. El matrimonio de médicos se miraba y no daba crédito. Apenas articularon palabra. Mejor no buscar explicaciones. Nos fuimos abrazándonos como nunca. Sintiendo una gratitud inmensa. Y con la sensación de que había que aprender de la experiencia y compartirla. 
Poco después tuve otra prueba similar. Quizás de menor calado, pero también importante para mí. El dedo gordo de mi pie me llevaba dando la lata varios meses. El dolor era por momentos insoportable y, en ocasiones, me impedía caminar. Tras visitar a varios médicos el diagnóstico acabó coincidiendo: un quiste en dicho dedo. Sólo cabía intervención quirúrgica para extirparlo. Pero una operación en ese dedo nunca ofrece garantías de éxito, porque muchos acaban con cojera. Aproveché la experiencia anterior con  los quistes, y decidí escuchar a mi dedo gordo del pie. ¿Qué quería decirme? ¿Quizás que iba con demasiadas prisas por la vida? ¿Quizás que debía parar el ritmo frenético con el que iba de arriba para abajo atendiendo casa, hijos, trabajo...? Me puse manos a la obra. Meditación, reiki y tomé la mejor de las medicinas: "Decisiones al canto". Decidí dedicarme tiempo para nadar y hacer ejercicio. Y decidí cuidarme como me merezco. El dolor desapareció. Y el quiste del dedo al poco tiempo también.
Estoy convencida de que muchos pueden pensar que fue algo casual. Otros que hubo auto-sugestión. O que quizás la meditación o el reiki hicieron algún tipo de efecto placebo. La verdad es que me importa muy poco la explicación. Lo cierto es que salí airosa de esas circunstancias, y se pudo obrar un aparente milagro. ¿Esto significa que no hay que ir al médico? No. ¿Esto significa que no hay que tomar medicinas? Tampoco ¿Esto significa que podemos ser inmortales o solucionar absolutamente todas las enfermedades por nosotros mismos? Probablemente tampoco. Pero mi experiencia personal me ha dejado clarísimas dos cosas. La primera, que la medicina occidental va al síntoma, y no a las causas que nos traen las enfermedades, y es importante prestar atención  a ambas. Y segundo, que tenemos una capacidad gigantesca para curarnos a nosotros mismos mediante nuestras creencias y la escucha activa de nuestro cuerpo, haciéndonos conscientes de lo que quiere decirnos.
Es una suerte que ya hasta la ciencia lo diga. Desde Max Planck, considerado el padre de la teoría cuántica, con su "matriz" de energía explicando cómo el universo responde a nuestras creencias, hasta John Wheeler, colega de Einstein, y su universo participativo, en el que la conciencia  no sólo es importante, sino que es creativa. Desde Konrad Zuse y su realidad digital en la que todo está hecho de información más que de cosas, pasando por Seth Lloyd explicando que la historia del universo es un enorme y continuo cálculo cuántico, en el que los átomos actúan como los bits de información de cualquiera de nuestros ordenadores de casa. Y por supuesto Mandelbrot desarrollando las matemáticas fractales y el concepto de autosimilitud, evidenciando con ello que la naturaleza y el universo pueden ser el resultado de pautas creadas por un enorme programa cuántico que comenzó a funcionar hace mucho tiempo. Es una suerte que muchas teorías científicas empiecen por fin, y desde hace años a constatar (aunque sorprende que no se difunda más ampliamente) que nuestras creencias actúan a través del ADN como programas dentro de ese gran ordenador cuántico, igual que nuestra conciencia actúa como su sistema operativo. Y todo eso es una suerte porque si no, ¿cómo íbamos a poder explicar a quienes siguen anclados en la vieja ciencia, anterior a todos estos descubrimientos, unos aparentes milagros que no son tales? En casa nos encantan los documentales de ciencia, y nos apasiona el momento en el que vivimos en que muchas cosas que antes se consideraban esotéricas o espiritistas, ahora están siendo confirmadas por numerosos científicos, creando un bello puente entre dos amigos hasta ahora mal avenidos: la ciencia y la espiritualidad. Pero está claro que todo depende de nuestras creencias. Y si nuestras vidas se basan en lo que creemos, ¿qué sucede si nuestras creencias están equivocadas en su pesimismo, como lo ha estado la ciencia en tantos asuntos?
Yo, por si acaso, lo tengo claro. Me apunto al carro de gestionar mis creencias. Porque me he dado cuenta que estamos a una creencia de distancia de alcanzar salud o curación. De lograr retos utópicos. De romper moldes. Y tan sólo hace falta tener la certeza derivada de aceptar lo que pensamos que es verdad en nuestra mente y sentimos que es cierto en nuestro corazón. Muchos me preguntan cómo lo hago. Yo sólo tengo una respuesta: lo creo desde el corazón, no desde la mente. Y tomo decisiones implacables por mucho que cueste. Estoy completamente convencida de que la vida no está en mi contra, sino a mi favor. Y es por ello que le tengo profundo respeto y le doy las gracias por todo lo que me rodea. 
Ésta es una oportunidad única. Estamos a un paso de lograr  cualquier cosa que creamos en nuestro interior. Creer es crear.

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domingo, 22 de octubre de 2017

Lo que de verdad importa

La conocí hace cuarenta años. Fue un pilar crucial para mi madre cuando mi padre murió. Su nombre, imborrable como el de tantos otros: Araceli, Joaquín, Isabel, Antonio, Leandro, Conchi... Gente buena que siempre hizo dudar a mi madre de si acertó o no al mudarnos de Córdoba.
Apenas nos vemos. Pero el cariño y la gratitud no entienden de distancias ni de tiempo. Habitan en lo recóndito y alimentan las almas. Y el encuentro surge espontáneo cuando el abrazo apremia. Este jueves apremiaba. Y mucho.
Aprovechamos una revisión médica y fuimos a su casa. Siempre que voy allí me inundan los recuerdos. Objetos que mi madre y ella compraron juntas y que también adornaron mi niñez. Fotos familiares de gente querida que me cuidó de pequeño. Aroma de hogar.
Siempre he odiado ir a dar un pésame. Me cuesta pronunciar palabra. Probablemente aún tenga algún circuito escacharrado con eso. Pero con ella fue distinto. No íbamos a un compromiso social. Íbamos a una auténtica lección de vida. De esas que nunca se olvidan. De esas que derrochan belleza por todos lados.
No estoy acostumbrado a verla así. Con la lágrima incipiente. Con su preciosa sonrisa quebrada. Con la sensación de "pollo sin cabeza". Esta vez su entereza habitual titubeaba por momentos. Aunque no hubo ni un atisbo de rebeldía. Ni un indicio de sublevación. Y eso que un desenlace tan inesperado podría haberlos suscitado. Pero no. Aceptación. Gratitud. Suerte de tener una fe como la suya. Unos hijos y nietos como los suyos. Tanta gente que la adora. A ella y a él también. Tan prudente, tan atento, tan cariñoso... Saber estar en cada instante. Sin buscar el halago o la alabanza. La palabra justa. El gesto amable. Siempre.
Morir es ley de vida. La única condición para morirse es estar vivo. Y a todos nos va a tocar. Sí o sí. Aunque no queramos hablar de ello. Aunque miremos para otro lado. Aunque sea tabú. Antes o después todos pasaremos por ahí. Y la clave es cómo queremos que sea ese momento. Por nosotros y por los que se quedan. Yo, después de este jueves, lo tengo claro. Quiero irme como él. Con los deberes hechos.
Hablar de la felicidad con quien tiene setenta u ochenta años, y conocer sus claves en el atardecer de la vida es un auténtico lujo. Uno puede pensar que tras cincuenta y cuatro años junto a tu compañero de viaje, lo que más viene a la memoria son los grandes logros, las grandes hazañas, los momentos memorables. Pues no. Escuchar a Araceli enumerando multitud de gestos cotidianos, de momentos fugaces, y de situaciones ordinarias te reconcilia con el mundo. Quizás porque te das cuenta de que en lo pequeño está lo hermoso. Y que lo tenemos delante de las narices. En un abrazo. En una mirada. En un paseo para la compra. En un suspiro compartido... Y nosotros, quizás, ocupados en otros menesteres. Quizás preocupados por la cuenta corriente, por la limpieza de la casa, por el horario, por el jefe, por la hipoteca... Nos pasamos la vida buscando la felicidad y el sentido de la existencia fuera, lejos, y en lo grande. Y resulta que están dentro, cerca y en lo pequeño. Araceli y Joaquín lo han encontrado. Enhorabuena. Misión cumplida.



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domingo, 15 de octubre de 2017

La palabra adecuada

(English version)
Pensábamos que estaríamos solos. A fin de cuentas una charla de un lama tibetano no parece el plan más fascinante del mundo para una tarde de domingo. Sin embargo, cuando llegamos, la sala estaba totalmente abarrotada, al igual que el hall de acceso, y hasta la puerta del propio edificio. Quizás haya más gente de lo que pensamos en búsqueda de un mundo diferente para vivir. Dudamos, incluso, en marcharnos ante tal multitud. Pero nos quedarnos a escucharle a través de la pantalla de la entrada. Apenas habíamos oído hablar del Lama Gangchen Rimpoche, al que llaman Lama Sanador. Pero cuando Juanmi y Mariló nos avisaron desde Sevilla, nos dejamos llevar. Hace tiempo que abrimos las puertas de par en par a los portadores de verdad, aunque sean de culturas y tradiciones muy distintas a la nuestra. Y no defraudó.
Uno espera al escuchar a un representante de alguna religión o espiritualidad una cierta dosis de proselitismo. Quizás la fuerza de la costumbre. Nada más lejos aquel día. Las cebras no intentan convencer a las jirafas de que cambien su naturaleza. Ni los árboles a las piedras. Cada uno tiene su verdad y respeta la del otro. Aquel lama tampoco. Su mensaje iba tan sólo a reforzar lo que ya fuéramos: cristianos, judíos, protestantes, musulmanes, budistas, agnósticos o ateos. Daba igual. Porque era algo tan sencillo y tan básico que debía estar antes de cualquier planteamiento religioso o espiritual. Eran actitudes de preescolar. Algo tan sencillo que quizás todas las religiones lo obvian. Y así nos va. Suele pasar que lo más revolucionario suele ser lo más elemental.
Aquel anciano vestido de naranja sin un pelo en la cabeza y con barba poblada venía a darnos las claves de la sanación: utilizar nuestros cinco sentidos corporales y nuestra mente de una forma adecuada. Toma ya. Y uno a uno los fue desgranando. Al mirar. Al tocar. Al oir. Al pensar. Sin embargo, donde más se detuvo fue en la palabra. Quizás fue casual. O quizás fue porque precisamente vivimos tiempos convulsos donde la palabra amable o el diálogo cariñoso parecen estar en franca retirada.
Aprendemos millones de cosas a lo largo de nuestra vida. Cosas encaminadas en muchos casos a conseguir un trabajo y "ganarnos la vida". Pero apenas tenemos educación de cómo usar la palabra para crear relaciones fructíferas y un entorno de paz a nuestro alrededor.  Y sin embargo todos hemos tenido experiencia de que cualquier palabra dolorosa que nos dice algún ser querido se nos queda clavada dentro,aunque se pronunciara hace años, siendo fuente incluso de trastornos psicológicos. ¿Estamos contagiados de la cultura de violencia que se vive en tantos medios de comunicación, y en tantos entornos sociales? Con demasiada frecuencia usamos el castellano con violencia para golpear al otro. Y con ello nuestro bello idioma se deprecia y nos acaba destruyendo y empobreciéndonos a nosotros mismos. Da igual si pensamos que está justificado o no. La palabra violenta o airada, en el fondo, nunca está justificada realmente. Usar la palabra de forma errónea es más dañino que un arma de fuego, y el dolor y el sufrimiento que se crean son enormes. Y sin embargo, sólo hace falta un poco de atención y consciencia cuando abrimos la boca. Sólo es necesario observar cómo la forma en que hablamos acaba mediatizando nuestro entorno y las vibraciones que en él hay. Sólo es preciso hablar de forma tierna y delicada, pensando siempre en el interlocutor. A fin de cuentas, ésa es la expresión máxima de generosidad: el hablarnos de una forma delicada unos a otros, sin vernos condicionados por lo que recibimos de los demás. La generosidad suprema no es dar bienes materiales, sino transmitir aprecio y delicadeza por el otro. La tarea está clara: que nuestra vida, desde la mañana a la noche, sea delicada en el hablar y delicada en el escuchar; que nos expresemos de forma cariñosa.
Cuando el entorno es el que es, la cosa quizás no sea tan fácil. A veces nos falta tiempo para respirar y hacernos conscientes de cada momento. O a veces nos falta paciencia. O simplemente capacidad de distanciarnos un poco de lo que nos rodea. Pero es bueno que haya gente, como este simpático Lama, que nos recuerde que nuestra palabra nos puede llevar en la dirección de la iluminación, dando valor a cada instante, a cada momento. Hasta un niño puede entenderlo.
Es curioso: varias veces durante la conferencia sentí estar ante un niño jovial en lugar de ante un venerable lama tibetano. Sus aspavientos, sus  bromas, sus muecas, y el colofón final haciendo que todo el auditorio le cantara al unísono alguna canción andaluza no daban lugar a dudas. Estábamos ante la sencillez de un niño en el cuerpo de un sabio anciano. Maravillosa combinación. Ya se sabe: "dejad que los niños se acerquen a mí". Habrá que ponerse bocas a la obra. Ya tenemos deberes para los próximos cincuenta o sesenta años.

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sábado, 7 de octubre de 2017

Roles y banderas

Nunca he sido de ondear banderas. Había una, sin embargo, que me fascinaba. La sacaban a pasear en las fiestas del pueblo de mis abuelos, Cabra, una vez al año. Era una bandera enorme, que paraba en plazas y esquinas para ondear al ritmo del tambor sobre las cabezas de los chiquillos, agachados bajo aquel estandarte. Nos encantaba. Y nos fascinaba que su portador pudiera ondear algo tan grande sobre nosotros. He vuelto a ver la bandera, ya de adulto. Y realmente no era tan grande ni tan majestuosa como yo la veía entonces. Pero de niños todo se agranda. Quizás también a veces de adultos.
Con la experiencia de nuestros hijos en Estados Unidos, también la bandera nos ha hecho reflexionar. Allí es un símbolo que suscita el máximo respeto. Nos envían vídeos de cualquier evento deportivo, hasta del último pueblecito del país, y ante el izado de la bandera, todo el mundo se levanta, se produce un silencio sepulcral, y con la mano en el pecho, todos cantan al unísono el himno. Es cierto que es una sensación que emociona. Conmueve ver a tanta gente con ese fervor patriótico y en cualquier acto. Aunque al ser una cosa tan programada en las escuelas desde niños, siempre te planteas qué parte es de sentimiento compartido, y qué parte de mecanismo de aborregamiento y dominio colectivo. Probablemente la clave esté en si rompe la esencia común de los seres humanos y nos lleva a excluir al otro, o no.
En el balcón de casa sólo hubo una ocasión en que ondeó una bandera. Y fue por una apuesta. Prometimos a Pablo que si la selección española llegaba a la final del Mundial, pondríamos una. Los desastrosos antecedentes futbolísticos eran propicios para los padres. Pero ganó el hijo y hubo que cumplir. Lo vivimos con alegría, con cierta guasa, y nunca con esa sensación de alzamiento y casi de ambiente pre-bélico que estamos sintiendo estos días en las calles y en las redes sociales.
Ayer me escribió una gran amiga de la carrera. Su hermana vive en Barcelona, y tiene a la familia preocupada por la situación actual en Cataluña. Su mensaje me sorprendió. "¿Podrías lanzar un mensaje o gesto que apelara a lo que nos une y no a lo que nos separa en la situación tan triste que tenemos en España? Creo que todos estamos instalados en la convicción de que "los otros" nos odian y que las redes sociales no están contribuyendo para nada a tratar de combatir esa convicción que considero profundamente errónea". Nos alagó su petición. También nos preocupó un poco. A veces pensamos que hablamos con nosotros mismos cuando escribimos. Pero hay gente muy pendiente al otro lado. Gente permeable y también en búsqueda de un mundo diferente ¡Menuda responsabilidad!  Desde hace días pensábamos escribir sobre la cuestión. Ese mensaje ha sido el mejor detonante.
No existen recetas ni varitas mágicas para resolver situaciones tan complejas como las que están pasando en Cataluña. Pero lo cierto es que lejos de ser un problema de políticos o de medios de comunicación, nos interpela profundamente a todos. Y lo hace porque en el fondo, nos obliga a tomar partido. A favor o en contra. De una bandera o de otra. De los míos o del enemigo. Es lo que tienen las banderas y las fronteras: que te obligan a decantarte tarde o temprano, cuando surge el conflicto. Precisamente para eso se crearon. Y aunque sea una cuestión tan ficticia y tan mental, ¡vaya que si les funciona el truco! Sirve para distraer la atención de millones de personas hacia el adversario, mientras el prestidigitador de turno, escabulle sus vergüenzas, sean de corrupción, electorales o de cualquier índole. Está en el manual de cualquier dirigente. Pasó con las Malvinas, pasó con el islote de Perejil, y por supuesto pasa ahora con Cataluña en ambos bandos.
A fin de cuentas es una cuestión de roles. Yo, por ejemplo, tengo multitud de roles en mi vida. Todos, cual malabarista, llevados de forma simultánea. Puedo ser madridista o barcelonista. Puedo ser monáquico o republicano. Puedo ser profesora o trabajar en Hacienda, en lo privado o en lo público. Puedo ser presidente del AMPA del colegio, o tesorero de una asociación de vecinos. Puedo ser de izquierdas o de derechas. Puedo ser católico, agnóstico, ateo o de cualquier otra creencia religiosa. Puedo ser padre o hijo, madre o hija, abuelo o nieto. Y puedo desempeñar muchos de esos roles de forma simultánea. El problema es cuando uno de ellos, incluso el de padre o madre, se apodera de nuestra identidad y nos hace perder el equilibrio. Y nos acabamos definiendo por ese rol, olvidando que somos mucho más y muchísimas cosas más que eso. Y es entonces cuando ese rol que nos fagocita poco a poco nos obliga a defender cosas que nunca habríamos defendido de forma equilibrada. Y nos obliga a enfrentarnos al otro. Y nos fuerza al insulto o al desprecio. Y nos lleva a defender lo indefendible. E incluso a practicar sinónimos o antónimos imposibles: unidad con uniformidad, igualdad con igualitarismo, diversidad con separación... Sea de un rol o de otro. Si eres Rey o Presidente de Gobierno o de la Generalitat, el rol es tan acaparador que te tocará decir y decidir cosas impensables bajo otro rol. Pero, ¿hasta qué punto debemos estar los demás dispuestos a dejarnos llevar por ese proceso? Nosotros lo tenemos claro: hasta que exista peligro de perder el equilibrio. Hasta que suena la alarma, y vemos que las conversaciones del café suenan a disco rayado. Hasta que tus vibraciones y tus energías se ven soliviantadas por esa energía colectiva de pugna y enfrentamiento. Es ahí cuando toca quitarse la careta del rol y decir "basta". Y puede que toque desenchufar la "tele". Puede que toque no "entrar al trapo". Puede que toque decir "NO". O puede que toque sentirte bajo la bandera del abrazo o la bandera blanca, más que por alguna de las otras banderas que, como zanahorias o como señuelo, se usan para controlarnos a las masas.
A veces para un actor o una actriz no hay nada peor que un papel de una película o una serie que acabe dominándote. Que se lo digan a Daniel Radcliffe encarnando a "Harry Potter" o a Michael Landon en "La casa de la pradera". Acaban siendo prisioneros de un papel, que les impide crecer como actores o actrices en otros registros cinematográficos. Y muchos acaban expresando su hartazgo con el dichoso "papelito" que tantas glorias les trajo algún día. Pues quizás a nosotros nos pase algo parecido. ¿Quizás tu papelito de monárquico o republicano, de izquierdas o derechas, de español o catalán te está llevando a un desequilibrio últimamente? Háztelo mirar. Por el bien de tu libertad y de tu equilibrio. Los países, las fronteras, las banderas, los reyes y los parlamentos son de hace tres días, como el que dice. Y puede que no sean eternos. Las ideologías y los sistemas políticos se crearon para eso: para colgar cartelitos en las personas, y que éstas actúen conforme al rol de cada cartelito. Y quizás toque actuar mejor por principios y por fraternidad. Es lo que verdaderamente nos une a todos. Más que las ideologías.

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