lunes, 29 de octubre de 2018

Despedidas

"Sabes que ésta es la última vez que nos vemos, ¿verdad, Rafa?", me murmuró al oído mientras nos abrazábamos en la despedida.
"No digas tonterías, tita", le respondí yo, sabiendo que llevaba toda la razón.
Pocos días antes, la oncóloga le había retirado todos los tratamientos. Eso evidenciaba que la ciencia se rendía ante el maldito cáncer. Pero ella se sintió aliviada. Por fin acababa la tortura. Y aunque el final se acercaba, ella lo afrontaba con la entereza con la que había afrontado siempre las difíciles pruebas de la vida. Aunque se resistiera a que la vieran tan demacrada y vapuleada por la enfermedad, sentí que necesitaba despedirme entonces, como no pude hacerlo este verano con mi tía Tere. De aquel abrazo tan necesario, ayer se habrían cumplido seis semanas. Pero antesdeayer a las ocho de la mañana era su adiós definitivo.
Este año el otoño remoloneaba más de lo normal. Aún no habíamos abandonado las mangas cortas, cuando el frío polar nos dejaba tiritando este fin de semana. Era como si su adiós nos hubiera dejado helados a todos, por muy esperado que fuera. Y ayer por la mañana, en la puerta de la iglesia, mientras recibía el pésame junto a mis primos de decenas de desconocidos, en lo que aún sigue siendo una extraña tradición en muchos pueblos, sentía ese frío interior que ningún abrigo puede mitigar. Sin duda, hay fríos que tienen que ver con el alma y no con la piel. Y al ayudar a levantar su ataúd hasta el altar, los escalofríos no paraban. Aunque ahora que lo pienso, quizás se debiera también a lo que nos esperaba tras aquellas inmensas puertas que había cruzado yo de pequeño tantas y tantas veces. Jamás había visto aquella parroquia tan abarrotada de gente como ayer. Centenares de ojos se clavaban en nuestros pasos en una muestra de cariño colectivo que en algo mitigaría el dolor de mis cuatro primos.
Cuando uno ya ha perdido a sus abuelos y a sus padres, siente que empieza a colocarse en primera línea de fuego. Y que esa llamada inexorable de la tierra se aproxima tarde o temprano, aunque nunca queramos pensar en ello. Polvo al polvo. La verdad es que se te desmoronan los castillos de naipes que a veces nos montamos en la cabeza. Y no puedes evitar pensar cuántos besos de tus hijos al llegar del instituto te quedan. Cuántos abrazos a tu mujer. Cuántas lunas llenas por ver. Cuántos "madrugones" para ir a trabajar. Cuántas cosas que adoramos u odiamos, pero que seguro añoraremos cuando ya no estemos aquí. Y no puedes evitar volver a darle la importancia que realmente tienen tantas y tantas cosas sencillas y cotidianas, que a veces, obviamos pensando que somos eternos.
Me gustó el rato que compartí con mis primos y familiares en el recorrido hasta el cementerio y en la espera durante la incineración. También el tapeo posterior que improvisamos los que nos quedamos hasta el final. Y disfruté de las risas con los recuerdos, de unos abrazos por desgracia demasiado esporádicos, y de un compartir que se me antojaba cada vez más necesario entre nosotros. Siempre he odiado el ritual de las coronas de flores, del coche fúnebre y de los pésames. Pero hay algo que siempre agradezco de todo ese ceremonial: que obliga al reencuentro. Y que lo que nuestras cargadas agendas no une, la marcha de alguien querido siempre consigue. 
Mientras volvía a casa en el coche, no podía evitar acordarme de tantos y tantos recuerdos en ese pueblo de mis abuelos. Forman, sin duda, una parte importante de lo que somos. Y nunca desaparecerá, por mucho que el inexorable reloj biológico se empeñe en recordarnos que nada es eterno, y que todo cambia.
Ya son dos noches seguidas de desvelarme a las cuatro de la mañana. Puede que sea el dichoso cambio de hora. Aunque probablemente son las pequeñas secuelas de haber sufrido la ausencia de un padre con cuatro años. Y aunque tengo ya muy integrada la muerte como parte la vida, cada vez que alguien querido se marcha definitivamente, este proceso se repite. Justo antes de su marcha. Justo después de su adiós. Al menos ya no lloro como una magdalena como en aquel entierro del abuelo, aunque bien sé ya del poder terapéutico de las lágrimas. Allí me di cuenta que algo tenía roto por dentro, y tocaba remendarlo. Y por suerte tuve tiempo de hacerlo para la marcha de mi madre. Pero siempre se repite este proceso interior de silencio y duelo, de vellos de punta, de nudo en la garganta.
En la despedida de mi tía Conchi ayer, me acordaba de tantas personas cercanas que se han ido recientemente: mi tía Tere, mi antiguo compañero Pepe... Y en su lucha de tantos años de enfermedad, sentía muy presentes a tantos seres queridos que están ganando o aceptando de una u otra forma sus batallas: Luije, Magdalena, Carmen, el tito Juan, Juanmi, Belen, los padres de tantos buenos amigos...
Cuando depositamos las cenizas de mi tía dentro del nicho familiar junto a las de mi tío Agustín, y se cerró la losa, curiosamente sentí con fuerza que ella ya no estaba en esa urna, ni en esa cavidad. Que estaba en la mariposa que revoloteaba entre las flores y los cipreses de aquellos largos pasillos de silencio. Que se escondía en los diminutos trozos de hielo que aquel mágico granizo nos trajo justo en ese momento entre rayo y rayo de sol. Que nunca se marcharía de los corazones de los que disfrutamos de tenerla entre nosotros.


NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
https://www.patreon.com/posts/damos-cuenta-de-21934667
Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM

domingo, 21 de octubre de 2018

Familia corriente explora territorios insólitos

"Nunca me imaginé encontraros aquí, con los hijos tan excepcionales que tenéis". Esa frase nos la decía ayer mismo una amiga con la que coincidíamos en un taller de adolescencia. Nos habíamos apuntado para profundizar en técnicas y actitudes para afrontar esta complicada etapa que vivimos con nuestros hijos. Y nos sorprendieron mucho esas palabras. Por un lado porque se vienen repitiendo muchos mensajes y encuentros de ese tipo, cargados de cariño y de alta estima hacia nosotros. Pero por otro, porque evidencian un error de base. Y no es que no consideremos a nuestros hijos excepcionales. ¡Qué padre o madre no los va a considerar así! Es que, por muy excepcionales que sean, pasan las vicisitudes, las dificultades y las zozobras por las que todos hemos pasado en esta etapa de la vida. Y cuantas más herramientas se tengan, mejor.
Andorra, verano 2018
También en las últimas semanas, se han repetido situaciones que no dejan de abrumarme. A raíz de mi participación en el impulso de sesiones de mindfulness para compañeros de trabajo en mi oficina y en otro edificio cercano, se me han acercado bastantes personas pidiendo consejo sobre situaciones muy personales que les afectan en su salud interior. Para mí resulta maravilloso que personas, a veces totalmente desconocidas, vengan a consultarme y compartir conmigo situaciones íntimas que les preocupan y atormentan. Enfermedades, trabajo, amistad, relaciones de pareja...Yo, como no puede ser de otra manera, abrazo esa confianza, y comparto mi humilde perspectiva. Pero siempre me cuido de procurar dejar muy claro, que ese encuentro y esa opinión se encuadran dentro de una relación de iguales, y nunca desde una perspectiva de maestría o de gurú. Es muy fácil que, cuando uno anda muy desesperado, y alguien te ayuda a remover y encontrar algo de sentido en todo lo que te atormenta, lo erijas en tu referente, o en una especie de ejemplo a seguir. Y eso siempre es peligroso. En primer término porque se generan dependencias, que es lo que precisamente tratamos de evitar en esas sesiones, liberándonos de ataduras y capas que se van acumulando dentro de nosotros durante años. Y en segundo lugar porque es profundamente erróneo. Si en algo creo que ayudo a mis compañeros/as es compartiendo mis dificultades, mis incoherencias, mis tropiezos y mis errores. De hecho, me asombra que una persona como yo, que dedico mucho menos tiempo del que me gustaría a la meditación, pueda estar ayudando a gente a iniciarse en dicho proceso, con tan buenos resultados en algunos casos. Y creo que la clave está precisamente en eso: en que desde la igualdad y la normalidad, nos ayudamos a adentrarnos en un camino fascinante de encuentro con uno mismo y de impulso de un mundo diferente para vivir, partiendo de nosotros mismos. Y de este modo, no es que seamos maestros, ejemplos o referentes de nada; es que desde nuestra absoluta normalidad, incoherencia y dificultad, estamos compartiendo un camino fascinante, que sin duda, es el que da sentido a la vida. Y la buena noticia es que no hay condiciones para ese camino. Sucede igual que en nuestro querido Camino de Santiago: es el compartir de millones de personas normales en su peregrinar durante siglos por las mismas rutas, con preocupaciones y luchas similares, lo que hace de ése un lugar mágico. Se puede ser de lo más corriente y dar pequeños pasos que nos vayan adentrando por insólitos territorios inexplorados: a veces en las dificultades de la vida, a veces ante la enfermedad o ante el amor, a veces en la educación de los hijos, a veces en la relación con los otros seres de este planeta, a veces en nuestra actitud con el dinero, o a veces en las cuestiones más mundanas...
Eso no significa que no haya seres extraordinarios que actúen de verdaderos faros en ese caminar. Hace unos meses almorzábamos con Emilio, uno de ellos. Él sin duda sí que es alguien muy especial. Sus vídeos de youtube son vistos por millones de personas en todo el mundo. Y está permitiendo la apertura consciencial de muchísimas personas en multitud de países. Es todo un regalo poder abrazarle y comer con él. Probablemente muchos, en una circunstancia tan privilegiada, le habrían preguntado sobre los grandes misterios espirituales, a los que su gran sabiduría, sin duda, habría dado respuesta. Pero yo decidí preguntarle por algo mucho más terrenal, quizás porque ése es uno de mis territorios por explorar: "¿Alguna vez te enfadas con tus hijos?". Su negativa me dejó entre anodadado y conmovido. Sin duda juega en otra división, quizás por su práctica espiritual durante años y su enorme capacidad de introspección. Pero yo aún me siento a años luz de estar tan equilibrado como para no verme arrastrado por el torrente de energía desbordada, hormonas, retos y caos que a veces tenemos en familia. 
Esta semana, precisamente, hemos sentido una fortísima llamada hacia uno de esos caminos en los que adentrarse. Están siendo semanas complicadas de adolescencia en casa. Los desplantes, las palabras gruesas y las actitudes retadoras están a flor de piel en los niños. Evidentemente todos hemos pasado por ahí, aunque a veces se nos olvida. Y aunque uno se prepara para esos momentos, aún estoy alejado de conseguir un equilibrio como el de Pancho Ramos Stierle. La vida de este joven mexicano, afincado ahora en Oakland, se rige por un lema radical: "Si quieres ser revolucionario, sé amable". Y ese lema le ha llevado a situaciones tan chocantes como verse rodeado de antidisturbios en plena batalla campal y ser capaz de seguir en actitud meditativa, devolviendo una sonrisa o una palabra amable frente a las agresiones. Sin duda, Pancho también juega en otra división. Y sus palabras no han dejado de resonarnos esta semana, y por eso decidimos escribirlas en la pizarra de nuestro frigorífico, para que nos iluminasen. Y justo en esas andábamos, cuando a los pocos días llegó a nuestras manos el precioso vídeo #FromWomenToMen en el que un grupo de mujeres lanzaban un radical mensaje de reconciliación hacia los hombres. No pude dejar de pensar la de siglos que el género femenino lleva de sometimiento al género masculino, y cuán necesario resulta esa energía femenina en nuestro mundo de hoy. Pero me maravilló descubrir que la clave que planteaban está en la búsqueda del acercamiento, honrando y reconociendo los propios errores y al otro en su divinidad, y no en una eterna batalla basada en el rencor, en los agravios cometidos en el pasado, o en el tener o no razón. El territorio por explorar de esta semana quedaba tan nítido que no podía mirar para otro lado: la reconciliación.
Ayer, en el taller de adolescencia, los padres asistentes compartíamos vivencias comunes de nuestros hijos adolescentes: desplantes, malos modos, gritos, portazos, desaires... Y reconozco que sigo saltando de vez en cuando como un muelle ante esas situaciones,  aunque haya reducido últimamente la tensión y mis respuestas airadas  en tales situaciones. Muchos dirán que es preciso dar un golpe en la mesa de vez en cuando en el proceso de educar a los hijos cuando se cruzan ciertas líneas rojas. Pero a veces eso no hace más que añadir leña al fuego, y en esos momentos, la pérdida de control, lejos de calmar las situaciones, lo que hace es desencadenar tormentas peores. Y ya se entra en el juego del "y tú más", de la elevación de la voz, de las malas caras, de la baja vibración...Un ambiente poco propicio para el ejemplo, para el abrazo, para la apertura del corazón, y para crecer como personas. Suerte que tengo a Mey a mi lado, para tirarme de las orejas. Suerte que no puedo buscar excusas, exponiéndome en estas citas ante el teclado. Y suerte que la práctica meditativa ante mis compañeros de trabajo me obliga a no rendirme. Porque el camino es sólo uno, aunque a veces se tropiece en él.
Esta semana de nuevo sentí que tenía razones para enfadarme. Pero la vida no va de razones, sino de ser feliz. Y a veces las razones te llevan a un absurdo "ojo por ojo" que te acaba dejando ciego. Y sin darte cuentas piensas que siendo estricto, poniendo caras largas de desaprobación, y creando distancia, las actitudes desviadas se van a corregir. Y no. Las cosas no funcionan así. Por eso decidí pedir perdón a los niños. Y costó. ¡Claro que costó! Es más fácil escribir un post o un tuit, que comerte el orgullo y tus dichosas razones, y exponerte al reproche rebajándote ante el agravio de un hijo o una hija. Pero nunca es rebajarse. Nunca es un agravio. Nunca hay un reproche. Siempre la réplica es el abrazo y el beso. Siempre de inmediato también una disculpa como respuesta. Y siempre las aguas vuelven a la calma. Siempre.
La gente que nos lee y nos escucha nos eleva a los altares con demasiada frecuencia. Y es preciso ser honestos. Estamos a mucha distancia para ello. Pero lo que sí hacemos es caminar por territorios maravillosos, como el de la reconciliación de esta semana. Con la mejor de las intenciones. Aprendiendo día a día. "Metiendo la pata hasta el fondo". Y sirviendo de puente para mucha gente corriente, como nosotros, que también quiere sumarse a esos caminos insólitos e inefables que la vida nos pone por delante. Hace falta mucha reconciliación entre generaciones, entre padres e hijos, entre naciones, entre mujeres y hombres. Ése ha sido nuestro camino de esta semana, y uno de tantos que seguir recorriendo una y otra vez. De aquí al final de nuestros días.

NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
https://www.patreon.com/posts/damos-cuenta-de-21934667
Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM

viernes, 12 de octubre de 2018

Quedarse en tierra (parte II)

Después de nuestra aventura bilbaina, el examen es en Sevilla, a novecientos kilómetros. Pero ya hemos aprendido que hay trenes, barcos o aviones que pasan sólo una vez en la vida. Quizás éste del examen en Sevilla es uno de ellos. Miradas de complicidad. Yo no lo veo claro, pero es Mey la que me anima a dar el salto si conseguimos encontrar un sitio agradable donde los niños puedan disfrutar razonablemente estas cuarenta y ocho horas, sin andar encerrados. De nuevo volvemos al trajín, a las prisas, a las idas y venidas. Está claro que nuestra energía tiene que ver con no parar, y cuando toca parar, ya nos buscamos nosotros solitos el no hacerlo. Vamos a la oficina de turismo a preguntar. Allí nos enteramos que existen campings en los que admiten perros pero no niños. El mundo está loco.
Mirando por la ventana del camarote
Seguimos buscando. Finalmente encontramos un precioso camping, cerca de la playa de Gorliz. Y además está a un par de kilómetros de una estación de metro. Reservamos plaza por teléfono, y salimos zumbando para la estación para comprar un billete para ese autobús que quizás sólo pasa una vez en la vida. El tiempo está justillo. Llegamos a Gorliz y montamos en tiempo récord la tienda de campaña. No me convence mucho dejar a Mey con los tres niños sola, aunque sean sólo dos días. Pero siempre hay buena gente dispuesta a echar un cable. Y la pareja de la autocaravana de al lado se vuelcan en apoyarla en lo que haga falta, incluido el calentarle los biberones. De esos días Mey siempre se acordará de la entrañable imagen de ella duchándose con Eva en brazos, y los dos niños en la puerta montando guardia, explicando a todo el que pasaba que estaban cuidando de su mamá.
Me despido, y de nuevo toca correr al metro, para llegar justo para la salida del autobús a Sevilla. Tras un larguísimo viaje al estilo "Ocho apellidos vascos" llego el sábado a Sevilla a las seis de la mañana . Decido ir andando hasta la facultad donde es el examen para despejarme un poco. Pero al llegar me tumbo en el césped ya exhausto. Aún quedan tres horas para el inicio de las pruebas, y un descanso puede ser clave. Me despiertan dos guardas de seguridad, pensando quizás que soy un drogadicto, una persona sin hogar, o que ando de resaca tras una noche de desenfreno. Les explico brevemente la situación y no puedo evitar reírme por dentro a carcajadas. Si yo les contara...
A las diez entro al examen. No recuerdo haber estado más tranquilo. Cuando llevas ya tanto a la espalda, lo relativizas todo. No te aferras tanto al resultado de las cosas, o a que tengan que ser de una u otra forma. Y eso da tranquilidad. Me defiendo "como gato panza arriba" en el examen y de nuevo salgo corriendo para coger el autobús de vuelta tras pillar algo para comer por el camino. Nuevo viaje eterno hacia el norte. Y amanezco en Bilbao el domingo 23. Cojo el metro hacia Gorliz y al salir me encuentro una algarabía impropia de esas horas de la mañana de un domingo. Son las fiestas del pueblo, y las litronas se mezclan con los "Gora ETA", los carteles pidiendo el acercamiento de presos, y los gritos alcoholizados propios de cualquier exceso festivo. Cruzo los dedos para no verme envuelto en ningún altercado. Y por fin llego a la hora de despertar a la prole en su tienda de campaña. Toca recoger, dirigirse al puerto y embarcar a la hora prevista, esta vez ya sin ningún imprevisto. No recuerdo una sensación mayor de placer cuando sueltan el amarre y el buque se adentra en el mar. El resto del viaje es una auténtica gozada. Todo como habíamos previsto.
En el ferry Bilbao-Portsmouth
Respecto al examen, fue un "sí pero no". Sí, porque efectivamente aprobé el examen contra todo pronóstico y a pesar de todo. Y no, porque no conseguí plaza, por falta de puntos en el concurso. A alguno quizás le chirríe. ¿Para qué tanto lío entonces? ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Para qué tanta carrera? Estamos tan acostumbrados a los finales felices de Hollywood, que todo lo que no tenga un final feliz, parece que no tiene sentido. Pero ya hemos aprendido que la vida no va de finales sino de los caminos intermedios. Y todo lo que se vive en ese camino y cómo se vive es lo que verdaderamente da sentido a la vida. Esa experiencia se sumó a otras muchas. Y poco tiempo después aprobé las oposiciones y conseguí plaza. Curiosamente cuando dejé de aferrarme a ello, y cuando casi ni me acordaba. Y de esa forma, algo por lo que me había esforzado tanto, se consiguió cuando dejé de obsesionarme por conseguirlo. De hecho, en su día tomé posesión y pedí la excedencia en el mismo día, y no empecé a ejercer hasta mucho después. Ese final tan esperado debía ceder el protagonismo a otras muchas circunstancias del camino de la vida.
Samuel, hace pocos meses, en su regreso tras un curso en Estados Unidos, estuvo también a punto de quedarse en tierra. Faltaban pocas horas para su llegada, y recibimos su llamada angustiada. Una vez en el avión, y tras varias horas de retraso en la pista de despegue, un problema en una de las turbinas les obligaba a cambiar de nave. Y para entrar en el nuevo avión, al ser menor de edad, debía estar presente la familia que le había acompañado hasta allí horas antes. Ellos se habían marchado al cerrarse las puertas del avión y ya estaban a centenares de kilómetros. Así que peligraba su vuelo a Nueva York, y consiguientemente la conexión hasta Málaga. Pero quizás recordó alguna experiencia familiar de quedarse en tierra. Y no sabemos cómo (porque las autoridades americanas para esto, no suelen ser muy amigables), pero logró movilizar los apoyos y los argumentos necesarios para convencerles de que le dejasen embarcar. Llegó a casa a su hora y sin contratiempo.
Respecto a aquel lejano viaje en ferry, los niños jamás olvidarán el disfrute de los talleres de ciencias o los dinosaurios en los museos londinenses, el embarque del coche en un tren que viaja por debajo del mar, o los castillos visitados por Francia. O sí, quizás lo hayan olvidado. Pero lo que quizás sí les quede grabado en su interior de por vida es la dinámica de movilización y el inconformismo necesarios cuando uno va a quedarse en tierra. Da igual que sea para un viaje, para un examen, para una lucha por la salud, o para alcanzar un sueño. A veces el quedarse en tierra es el mayor acicate para luchar contra unos límites que no existen, y sólo están en nuestra cabeza.


NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:

domingo, 7 de octubre de 2018

Quedarse en tierra (parte I)

Jueves, 20 de julio de 2006. Con el coche cargado hasta arriba de maletas, utensilios, sacos de dormir y la tienda de campaña, aguardamos con la máxima ilusión nuestro turno en la cola de vehículos. El largo viaje hasta Bilbao desde tierras jiennenses se ha hecho corto. Quizás pensando en lo que nos aguarda. Quizás porque el recorrido hasta ahora no ha podido ser más divertido para los niños: parque de atracciones en Madrid con Luis y María, y días de campo en la sierra de Ávila con Dolores y Miguel Ángel. Aún son pequeños para desplazamientos tan prolongados, y es bueno dosificar las etapas para minimizar las quejas. A pesar de ello, contamos con el desacuerdo de los abuelos, que no entienden un viaje de tantos kilómetros con una niña de ocho meses, y dos "enanos" de cuatro y cinco años. Pero nosotros sentimos que es bueno un cambio de tercio entre tanto pañal, tanto biberón y tanto pediatra. En el fondo lo vivimos como un viaje iniciático, una forma de celebrar que la familia está por fin completa. Y este viaje es la forma de celebrarlo, introduciéndoles de lleno en lo que constituirá probablemente una constante en sus vidas: viajar, conocer mundo, abrirse a nuevas gentes, y desenvolverse en lo desconocido.
A las puertas del Guggenheim de Bilbao
Poco nos imaginamos, mientras bromeamos en el coche antes de ser engullidos hasta la tripa de aquel inmenso ferry, que todos nuestros planes se van a ir por la borda. Nunca mejor dicho. Y todo por la burocracia. Resulta que ha habido un cambio legal, y aunque nos insistieron que con el libro de familia numerosa era suficiente para que nos dejaran entrar en Inglaterra, al llegar al puerto de Portsmouth, los numerosos incidentes con niños de parejas separadas, ha obligado a endurecer los requisitos, y ya no pueden dejar pasar a los niños sin su correspondiente pasaporte individual. El pulso se acelera. Pero no tanto como la preocupación. Todo el viaje está milimétricamente diseñado: Bilbao-Portsmouth; pasaríamos unos días con Pete y Nuria en Londres; luego cruzaríamos el Canal de la Mancha en el tren del Eurotúnel, y desde allí iríamos recorriendo Francia hacia la granja de la bisabuela en el sur, parando unos días en una casa alquilada no muy lejos del precioso Mont Sant Michel. Pero a veces no todo se puede planificar tanto. Y este guardia de fronteras está aquí para recordárnoslo. No nos puede dejar pasar. Y con ello vemos volar todo nuestro viaje de ensueño y todas las reservas ya pagadas.
La imagen del ferry saliendo del puerto de Bilbao con decenas de manos despidiéndose desde cubierta nunca se me olvidará. Tampoco la sensación de absurdo, de "metedura de pata" y de incertidumbre. "Papá, ¿no nos íbamos a subir a ese barco?" "¿Y por qué no podemos subir?" "¿Y cuando nos subimos?".
Mey y yo nos miramos, resoplamos y nos ponemos en marcha. El panorama no está como para derrotismos. La niña "berrea" cada dos por tres reclamando su pecho, y los otros dos juguetean y vociferan sin parar en los asientos traseros llenos de nervios y energía por descargar. Para colmo, Bilbao sufre una ola de calor como no se recuerda otra. Menos mal que vamos estrenando navegador y algo nos podrá guiar en este embrollo en el que nos hemos metido. Buscamos dónde está la comisaría más cercana.
El tráfico está horrible. Las calles me parecen un laberinto. Y el aparcamiento es un imposible. No sé cómo, pero una hora después logramos cruzar la puerta de la comisaría y nos aproximamos a la ventanilla de pasaportes. Allí les explicamos nuestra desesperada situación. La chica se apiada de nosotros, ante los insistentes lloros y diarrea de Eva, y el follón que están liando Pablo y Samuel enzarzados en sus juegos. Pero su jefa no parece estar por la labor, a juzgar por la rotundidad con la que desde la distancia, vemos moverse su dedo índice, indicando un "no" tajante. Tras unos minutos de negociación sale con la receta mágica. Si le traemos el libro de familia original, haciendo una excepción en cuanto a las citas previstas, nos podría expedir tres pasaportes provisionales con los que retomar el viaje. A simple vista sencillo. Pero el libro de familia está en un cajón perdido de nuestra casa en Linares, a 700 kilómetros. Llamamos a nuestra vecina Marga y le encargamos la misión con la llave de casa que siempre tiene. Tras no poco esfuerzo, lo encuentra y acordamos el envío por mensajería para la mañana siguiente. Como los lloros de Eva no cesan, decidimos llevarla a urgencias por miedo a que pueda deshidratarse con tanto calor. Afortunadamente no es nada grave. Luego toca buscar un sitio donde dormir. Un hotel barato en un polígono industrial perdido nos sirve. No estamos para grandes alardes ya.
Toca madrugar el viernes. Hay que ir a recoger el libro de familia a la central de la mensajería. No hay contratiempos y con el libro en la mano nos dirigimos de nuevo a la comisaría agarrados a la tabla de salvación de nuestro navegador. Lo prometido es deuda, y los pasaportes son expedidos sin dilación. Pero aún toca lo más difícil: conseguir un nuevo pasaje para los cinco y nuestro coche en el próximo ferry. Sólo zarpan dos barcos a la semana: los jueves y los domingos. De nuevo nuestra pantallita mágica nos guía hasta la central de la naviera. Allí nos dan un nuevo susto: si hemos perdido el ferry por un tema de pasaportes la culpa es nuestra. Si queremos embarcar el domingo toca comprar nuevos billetes. Esa opción nos resulta inviable. Nuestra economía no está para tanta juerga. Sin embargo, dejan un resquicio abierto. Por una cuestión de salud acreditada, se entiende justificada la pérdida del ferry, y cabría expedir nuevos pasajes sin coste. Toca de nuevo ir a urgencias a pedir un certificado de la atención a Eva del día anterior. No hay mal que por bien no venga. Aquellos lloros, aquellas diarreas, y aquella preocupación del día anterior por nuestro bebé, nos abren la puerta a un nuevo pasaje, que por fin tenemos en nuestras manos, cerca ya del mediodía, y tras infinitas idas y venidas con tres niños de la mano.
Respiramos aliviados. Aunque con tres días de retraso, nuestro viaje proseguirá el domingo. De repente recuerdo que mañana era mi examen de oposiciones. Y a Mey se le pasa por la cabeza una locura: ¿y si este retraso tan rocambolesco tiene algo que ver con aquellas oposiciones a las que estaba apuntado y a las que finalmente decidí no asistir cuando coincidió con el ferry a Portsmouth? ¿Y si resulta que todo este lío tiene sentido por eso? ¿Y si es que a lo mejor debo presentarme al examen, ahora que tenemos dos días por delante hasta que nuestro barco zarpe de nuevo? ¡Menuda locura! (CONTINUARÁ)

NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
Nos encanta la solidaridad. Pero también la transparencia. No se trata de dar con los ojos cerrados. Sino de dar bien, y a quien lo necesita. Por eso siempre lo hacemos con personas que están directamente involucradas en los proyectos. Como nuestro querido amigo Herminio y su proyecto personal en Camerún Yide Bikoue. Y por eso preferimos el "tú a tú", las pequeñas donaciones de cantidades insignificantes para nosotr@s, pero importantes cuando nos juntamos muchos. Aquí tenéis la historia del proyecto de Herminio: http://familiade3hijos.blogspot.com/2018/04/yide-bikoue.html
Con él hemos colaborado en los últimos meses con un total de 645 dólares, que van directamente y sin intermediarios a paliar las necesidades de los 28 niños que tienen acogidos en su casa. En concreto para material escolar. Aquí tenéis el detalle de las facturas con las que colaboramos con otras entidades:
https://drive.google.com/file/d/1gvtHyQZtccHnGYg9MiDuRu0VngQ0z7UW/view?usp=sharing

¿Cómo lo hacemos? Mediante dos vías fundamentales:
1.-A través del grupo de Teaming Ecosolidarios, en el que un grupor de personas aportamos simplemente 1€ al mes que va destinado íntegramente a las causas solidarias que escogemos, como ésta de Herminio. Por si queréis uniros:
https://www.teaming.net/ecosolidarios1-3

2.-A través de nuestro Patreon Solidario familiar, en el que compartimos lo que escribimos en abierto, pero también cosas exclusivas y más íntimas (audios, vídeos, etc) en exclusiva para quienes colaboráis solidariamente en proyectos como éste:
https://www.patreon.com/familiade3hijos


En definitiva: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS