sábado, 20 de abril de 2024

¿Tiempos de preocupación?

Nos quedamos totalmente aislados. La tormenta no amainaba. El viento rugía sin cesar, y la lluvia acabó provocando lo que presagiábamos: el desmoronamiento de una colina cercana a la cantera, y el consiguiente bloqueo de la carretera que nos unía a la civilización. Los vecinos, con sus "todoterrenos", tuvieron que desistir de subir y nos avisaron por whatsapp de que no nos moviéramos de casa. Nada más lejos de nuestra intención. Nuestro pequeño C3 poco podía hacer frente a aquel derrumbe y a aquella inmensa crecida del río. Mey y yo nos pertrechamos junto a la chimenea, revisamos que teníamos leña y víveres para aguantar el tiempo que hiciera falta, y contemplamos sobrecogidos el diluvio y el poder de la Naturaleza a través de la ventana. Nos sentimos pequeños, muy pequeños, ante aquel espectáculo. Pero sin embargo no había preocupación.

Peponi, marzo 2024

Antes de lo que esperábamos, las máquinas desbloquearon las toneladas de tierra y barro acumuladas en la carretera, y pudimos regresar a casa. Y entonces volví a reparar en aquella ausencia de preocupación al saber que estábamos atrapados allí arriba, solos en Peponi. Años atrás, cuando mi mente no paraba de martillearme con el eterno mantra de "estoy preocupado", esa situación habría supuesto quizás la gota que hubiera colmado el vaso. ¿Qué pasaría con la vuelta al trabajo? ¿Y los niños? ¿Tendríamos comida suficiente? ¿Iría la cosa a peor? Eran tiempos entonces en que creía que debía resolver cada obstáculo o injusticia que se cruzase en mi camino. Y lo debía hacer con voluntad de hierro y nervios de acero. Para ello, mi mente siempre debía estar alerta repitiendo una y otra vez: "estoy preocupado....estoy preocupado". Sin embargo ahora, quienes me conocieron hace años, me ven distinto. Quizás aceptando mucho mejor nuestra fugacidad, nuestra fragilidad, nuestros límites, nuestras imperfecciones, nuestra vulnerabilidad... Dándome cuenta que a las contrariedades que ya de por sí nos trae la vida, le solemos añadir innecesariamente la carga del sufrimiento y la preocupación, que es sólo y exclusivamente responsabilidad nuestra. Y todo por no saber aceptar lo que la vida depara, y por no saber respetar los tiempos y el grado de evolución de cada situación, de cada persona.

De un tiempo a esta parte, he tomado medidas. He decidido no andar tan preocupado por dentro, y contemplar más y mejor lo de fuera. Me he dado cuenta que es imposible aspirar a un mundo diferente para vivir y estar al mismo tiempo permanentemente preocupado por lo mundano.

Peponi, marzo 2024
He decidido emocionarme hasta llorar contemplando el paso de las nubes, el olor del azahar de nuestros naranjos, la belleza de nuestros cerezos en flor, o el milagro de las habas regalándonos su alimento semana tras semana. Creo que maravillarse por los pequeños detalles de los cambios de estación o de los ritmos de la Naturaleza es lo que más y mejor sana la mente.

He descubierto que moriremos según hayamos vivido. Y que preocuparse tanto por lo material, e incluso por lo espiritual, no sirve de verdad a la hora de la verdad. Ya que tanta preocupación endurece el corazón como la borrachera o las adicciones. Tan sólo sirve el presente. Sólo el presente. Y para eso hay que conjugarlo mucho, practicarlo mucho.

Para mi sorpresa, en estos 3 ó 4 últimos años, he descubierto también que si ando siempre preocupado no tengo claridad mental suficiente ni la distancia emocional necesaria para analizar fríamente, todo lo que está pasando en el mundo. Y como quiero a toda costa evitar ser presa de la manipulación, viéndose tan "a las claras" que nos quieren preocupados y miedosos, me toca a mi cuidar ese equilibrio dentro de mi.

Peponi, marzo 2024
También he decidido relajarme con mis errores y con los de los demás. Mi inercia es la de tratar de ahorrar el tropiezo a mis hijos o la gente a la que quiero, en base a la experiencia de mis infinitas caídas. Ya he descubierto que la cosa no va así. Aunque aquí aún me queda mucho recorrido, la verdad. Reconozco que esto es de lo que más me cuesta, yo que he estado toda la vida de "resolvedor", siempre con una espada en la mano luchando frente a "marrones" y problemas. Pero ahora entiendo que debo intervenir menos, porque acabo entorpeciendo procesos y aprendizajes que deben producirse, y que yo mismo he experimentado tropezando. Más aún cuando hay fenómenos y circunstancias que se producen mucho más allá de mi comprensión y de mi capacidad de anticipación. Así que me esfuerzo por callar y por no hacer. Aunque cueste.

En definitiva: he decidido despertar por fin. No sé si a todo, pero prometo que a todo lo que puedo, y cada día observo que puedo más. ¿Que a qué estoy despertando? A lo único que realmente existe. A la nube, al árbol, a la tierra, a los lirios, a los pájaros, a quien está a mi lado...a lo que tengo justo delante y antes no veía.

Durante los días que estuvimos atrapados en las montañas hace dos semanas Mey y yo, mi mente no pronunció ni una sola vez lo de "estoy preocupado". Sin embargo no paró de dar gracias y de repetir lo de "¡Qué maravilla!". El aguacero y la ventisca se fueron. El aislamiento también. Los obstáculos del camino desaparecieron. Y volvió a salir el sol e incluso un maravilloso arco iris doble fue el impresionante colofón a toda aquella experiencia. Quizás como en la vida. Quién sabe si algo tuvo que ver la ausencia de preocupación.

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sábado, 16 de marzo de 2024

La mirada de aquella chica

Puede sonar a la Prehistoria. Y si suena así es porque realmente lo es: mi pre-historia. Pero a pesar de la cantidad de años transcurridos, hay cosas que nunca se olvidan. Un olor, una frase, un paisaje, unos andares, un pastel tomado en el césped de un parque, aquella chica... Lo de aquella chica tiene para mí un día y un lugar muy concretos: 30 de julio de 1987, Portland Street, Exeter. ¿Qué hacía yo en en la capital del condado de Devon, al suroeste de Inglaterra, recién cumplidos los 15 años? Había estado varias semanas practicando inglés con una familia de Cornwall. Y aquella ciudad de Exeter y aquella casa de Portland Street eran el punto de encuentro de muchos de los chavales de aquel programa de idiomas, desperdigados por distintas familias de acogida de la zona, y desde allí se organizaban los autobuses para el aeropuerto de Londres y el posterior vuelo a casa. Aquel 30 de julio me dijeron que venían dos hermanas más. Y a pesar de que, como monitor, pocas ganas tenía yo de que siguiera llegando más gente, cuando el coche que las traía las dejó en la puerta, me pareció que mi deber era acercarme, saludar, y ofrecerme a ayudar con el equipaje. La respuesta de una de las dos chicas me dejó planchado. "¿Qué pasa: que no tengo yo manos para coger la maleta?" No sabía ni dónde meterme. ¿Se podía ser más "borde"? ¡Qué largos se me iban a hacer los días siguientes hasta coger mi avión!, pensé yo...    

Poco podía imaginar que pasados unos días de aquella entrada triunfal, acabaría haciéndome íntimo amigo de aquellas dos hermanas. Y que bastantes meses después, empezaría a "salir" con aquella chavala que me dio el "corte del siglo" tras mi ofrecimiento con su equipaje. Cosas del destino, imagino. Aunque poco esperanzadora se antojaba aquella relación ante semejante "flechazo" inicial. Y menos aún cuando un día, tras varios meses de noviazgo, me reconoció sin tapujos que no se había percatado hasta entonces del color de mis ojos. ¿¿¿Cómo??? Lo del equipaje tenía un pase, ¿pero que ni siquiera se hubiera fijado en mis ojos azules durante todos esos meses? ¡Pero si en esas edades es en lo que te fijas del chico o la chica que te gusta! De sus ojos, de su apariencia física, de sus habilidades deportivas, de sus resultados académicos....¡Pues no! Con aquella chica nada de eso funcionaba. Pero vamos, no es que no funcionara: ¡es que no le prestaba ni la más mínima atención!...Menuda "cura de humildad" para mi autoestima y mi ego. Yo que me había tragado lo las películas de Hollywood, y ese arquetipo del "chico encuentra a chica", se enamora de su mirada y su sonrisa, le pide salir, y ella le dice que "sí", abrumada por sus ojos claros y por sus dotes en el baloncesto... Aquello que estábamos viviendo no había por dónde cogerlo a la luz de ese paradigma "peliculero", la verdad. Y sin embargo parecía funcionar. Aunque debo admitir que, durante años no he entendido muchas cosas de todo aquello, y como buen "cuadriculado mental" y "cateto espiritual" que era, siempre preocupado por el "qué dirán", preferí no hacerme algunas preguntas. Preguntas que casi 40 años después han empezado a tener respuestas para mí ahora, que soy aprendiz de casi todo.

Lo de la sonrisa perpetua y lo de la mirada de aquella chica, poco tenían que ver con patrones estéticos. O mejor dicho, eran una plasmación en forma física de algo subyacente que yo intuía, pero que iba más allá de la belleza superficial. Era como si aquella sonrisa sin fin evidenciase una alegría profunda del ser, una independencia y libertad absolutas frente a lo que pudiera suceder a su alrededor, y una ausencia total de victimismo. Aún recuerdo mi perplejidad cuando ella me decía que estábamos solos en el mundo. Pero no que ella y yo estábamos juntos pero solos frente al mundo. No. Que ella estaba sola en el mundo. Y que yo estaba solo en el mundo. Y yo, pobre "mentecato", pensaba para mis adentros: pero entonces, ¿para que nos hacemos novios? ¿No dicen las canciones, las pelis y los libros que hay que buscar la "media naranja"? Pues no. Hoy sé que el amor no va de buscar a alguien que te complete. No va de necesitar a nadie para ser feliz. No va de poner en el otro tus esperanzas de felicidad. Tú debes ser pleno/a y completo/a por ti mismo/a. Tú debes ser feliz e irradiar luz. Debes quererte con locura. Sí. Tú a ti mismo primero y por delante incluso de tu pareja. Y luego, se trata de compartir con esa pareja esa plenitud. De eso hablaba la sonrisa de aquella chica. ¿Cómo vas a dar amor y alegría si no te quieres a ti mismo, y vas mendigando para que te den amor y cariño por ahí, como por desgracia sucede hoy día con tanta frecuencia? Aquella alegría permanente y a contracorriente de aquella chica hablaba de verdades de la vida que yo no entendía, pero que desarbolaban todo lo aprendido hasta entonces. Su rareza y escasez la hacían única.

LoganArt en Pixabay
Y si lo de su sonrisa era "heavy", lo de la mirada era el "apaga y vámonos". No es que fuese una mirada que transmitiese misterio, sensualidad o ternura en plan "telenovela". No se trataba de lo que causaba a su alrededor aquella mirada al observarla. Lo extraordinario no era la armonía, hermosura o contemplación artística de aquella mirada. No. Todo eso se refiere a lo externo, al envoltorio, a la apariencia. Era precisamente cómo miraba, cómo percibía lo que la rodeaba. Eso era lo revolucionario, lo que la hacía única. Porque por primera vez en mi vida, conocía a alguien que miraba sin prejuicios, sin etiquetas, sin condicionamientos. Pero de forma radical. Y no es fácil ser contemplado por una mirada así, cuando has vivido en el mundo de las etiquetas, de lo que hay que hacer, o de lo que todo el mundo espera. Sólo años después he entendido que una mirada desprejuiciada así lo remueve todo. ¿Cómo iba a tropezar aquella chica en estereotipos como los de "tío bueno", "cachas", "con ojos azules" o "empollón"? ¿Cómo iba a entrar su mirada en el juego del "galán que te ayuda a llevar la maleta, porque tú, pequeña damisela, eres demasiado frágil para ello"? Mirar el mundo así, sin prejuicios de ningún tipo, colocándonos a todos en el mismo nivel, ahora que lo pienso, si fuese generalizado, sería probablemente uno de los requisitos para que este mundo se curase. Porque estamos en plena guerra de etiquetas, de bandos y de narrativas. Y por el contrario, esas son miradas que van a lo esencial, que es lo que nos une, y no van a lo anecdótico, que es lo que nos diferencia: ser de la creencia X o del partido Y; defender a Ucrania o a Rusia, a Israel o a los palestinos; ver bien o ver mal la amnistía del Gobierno; defender las vacunas Covid o denunciar sus efectos secundarios, etc. Pero muy pocos están preparados para una mirada así. Incluso en la época de Jesús de Nazaret, imagino que le pondrían "a parir" cuando su mirada de la realidad le llevase a juntarse con prostitutas, corruptos y recaudadores de impuestos, porque para él era secundario que lo fueran, y simplemente veía en ellos a personas. Y no hay que irse atrás veinte siglos: a Pablo D´Ors, sacerdote católico, le llovieron centenares de críticas el año pasado simplemente por felicitar la Navidad con una tarjeta de Jesús abrazando a Buda. Mirar a los otros sin prejuicios y sin etiquetas es hoy un deporte de riesgo. ¿Qué puede hacer una mirada como esa en un mundo como este? Probablemente crear un mundo diferente para vivir. Hacernos a todos parte de un UNO universal, y derribar los muros y fronteras que nos separan. 

Quizás tenga mitificado aquel primer amor de juventud. Puede ser. Pero aquella chica estaba conmigo no porque yo tuviera los ojos azules, porque fuera deportista, porque sacara buenas notas o porque tuviera esto o pensara lo otro. Estaba conmigo por la esencia que veía dentro de mí y porque había decidido compartir conmigo aquel momento de la vida. Punto. Por eso aquella mirada de aquella chica jamás se me podrá olvidar. Porque escasean las miradas desprejuiciadas, aunque nos dejen "fuera de juego" en los paradigmas de ego e identificación en que siempre andamos enredados. Colocarse ante una mirada así te obliga a ser tú mismo, porque no valen los "posados" ni los "roles", ni tampoco se entra en el juego de las medallas, los celos o el chantaje.

No sé por dónde andará hoy esa chica ni qué será de ella, tras todos estos años. Es broma. Sí lo sé. Duerme junto a mí cada noche. Comparto con ella tres hijos maravillosos. Y sigo siendo el "fan" número 1 de esa chica. Y aquella mirada me sigue interpelando hoy para mirar más al fondo y no quedarme en la carcasa o en la superficie de las cosas o de las personas. A esa mirada le impresionan menos mis logros profesionales o mi cargo de jefe de hacienda que verme desbrozando hierba en el campo con mi viejo mono azul. Y por suerte, esa mirada sabe leer como nadie los renglones a veces torcidos de este mundo. Por eso es un regalo único compartir vida con esa mirada de la Vida. 

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sábado, 10 de febrero de 2024

Carcajadas de madrugada

Soy de esos tipos raros que no sufren madrugando. Lo confieso "señoría". No es que lo disfrute, pero tampoco lo sufro. Me pasa incluso en vacaciones. Ya de pequeño me levantaba temprano para leer cómics de Tintín. Cuestión de biorritmos, imagino. Pero desde hace siete meses la cosa ha cambiado. Ese inconfesable placer que siento en los amaneceres, se ha convertido en una insufrible tortura. Y la culpa no es del cha-cha-cha. La culpa es de la ducha-cha.

Desde el pasado mes de junio, nuestra comarca sufre graves restricciones de agua. La lluvia nos tiene bastante olvidados por aquí. Y desde la hora de acostarse hasta que la gente empieza a despertarse, ni gota. Aunque ha habido semanas en que los cortes superaron las 12 horas diarias. No entro en las decisiones u omisiones que nos han llevado hasta aquí. Mejor no. Pero lo cierto es que allá tú si te toca madrugar. Como a mí, a las seis de la mañana. En ese caso "apáñatelas" como buenamente puedas. O cambias de costumbre y te duchas en la tarde-noche anterior, o si llegas tarde a casa, sudas mucho durmiendo o simplemente te ayuda a espabilarte la ducha mañanera, tendrás que iniciarte en esa liturgia diaria que yo ya llevo casi 8 meses practicando.

Fifaliana-joy en Pixabay
Todo empieza la tarde del día anterior. Lleno el cubo blanco con unos 5-6 litros de agua para el inodoro. Por si acaso. Lleno el cubo negro con otros 5-6 litros de agua para la ducha. Lleno una botellita en el lavabo para las manos y los dientes. Y lleno el hervidor de agua con 1,8 litros que hervirán muy tempranito para unirse al agua fría del cubo negro y proporcionarme justo la temperatura adecuada para que, "cacito a cacito", cada mañana disfrute de una frugal ducha. Nada de empachos mañaneros. Apenas 7-8 litros de agua para estar limpito, pelo incluido. No muy placentero realmente. Y desde septiembre-octubre, la "rasquilla" tempranera provocando algún que otro tirite, la verdad. Por eso el placer de madrugar ya no lo es tanto, con estas cortapisas en el aseo.

Sin embargo el jueves pasado sucedió un milagro. No, no exagero. A esas horas también suceden milagros, si estás dispuesto a prestar atención. Bajaba yo las escaleras pletórico de legañas y bostezos, dispuesto a activar mi querido hervidor de agua cuando, como cada mañana, probé suerte, por si caía alguna gota del grifo. Aún no sé por qué lo sigo intentando tras tantas negativas diarias de mi querido grifo. Cuestión de costumbre, imagino. Pero, ¡bingo! Ese jueves estaba destinado a ser memorable. Aún no sé qué sucedió. Y poco importa, la verdad. Quizás el operario que tenía que abrir el agua esa mañana tuvo que hacerlo antes. O quizás el que la cortaba por la noche, se quedó dormido y no lo hizo. Pero ese jueves ¡caía agua del grifo a las 6 de la mañana! La liturgia del hervidor, del cubo blanco, del cubo negro, de los cacitos, y de la botellita del lavabo se podían ir a "hacer gárgaras" ese jueves. Esa mañana tocaba una "señora ducha". "Como Dios manda".

Me metí debajo de aquel maravilloso caudal de agua caliente, y juro que me reí a carcajadas. Sí, a las 6 de la mañana uno puede reírse a carcajadas. En realidad cualquier hora del día es buena para reírse a carcajadas. Y viendo por qué me reía, inmediatamente pensé que no hay motivos especiales para reírse a carcajadas. O que todo, absolutamente todo, es un motivo para ello. Quizás tan sólo vivir. Quizás simplemente ser consciente de la suerte que tienes. Quizás darte cuenta de que es un auténtico privilegio ducharte cada mañana, aunque sea con cubo y cacito. Y que si te ducharas a otra hora, tendrías agua caliente y en abundancia a tu disposición, como millones de personas no tienen.

También pensé esa mañana (porque las 6 de la mañana, por si alguien se anima, es la mejor hora para pensar) que en el fondo me reía a carcajadas porque algo cotidiano que damos por sentado, se había ausentado de mi vida durante meses, y por un día volvía a recuperarlo. ¿Cuántas cosas que tenemos a diario dejamos de apreciar porque pensamos que siempre estarán ahí, que nunca nos van a faltar, y que casi es obligatorio tenerlas o un derecho intrínseco a nuestra existencia? Y si hablo de cosas o momentos, ¿para qué decir de las personas? ¿Somos conscientes de que ese padre, esa madre, ese hijo o hija, ese marido o mujer que adoramos, y que damos casi por sentado cada día, puede que un día no esté? ¿Qué daríamos cuando ya no esté por volver a estar con esa persona, aunque fuesen 10 minutos de un jueves cualquiera? ¿No reiríamos a carcajadas pensando lo tontos que fuimos de no reírnos a carcajadas cada instante que estuvo con nosotros?

Yo lo dejo ahí. Que cada uno se duche cuando quiera, pueda y le dejen. Pero sobre todo, que cada uno sea consciente de que la vida es eterna, pero sólo mientras dura. Y que hasta la ducha que nos acompaña a diario, puede faltarnos para recordarnos lo afortunados que somos. Por eso ríete a carcajadas todo lo que puedas. Ríete de puro agradecimiento por vivir, y por todo y todas las personas que puedes disfrutar en esta vida.


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sábado, 27 de enero de 2024

Los viejos rockeros

Hay quien nace con música en las venas. Hay quien tiene el ritmo en la piel. Y hay también quien toca de oídas. Algunos, incluso, son sordos de un pie. Otros bailan al son que otros tocan. Hay expertos en improvisar. Algunos pocos, oídos sordos. Y otros cuantos los afinan más. Algunos llegan a "DJ" de sus vidas: no son muchos, pero los hay .

Pexels en Pixabay

No. No hablo sólo de música. Hablo de vida. De envejecer. Y la vida es como la música. Para algunos fluye por dentro como una canción inaudible. Pero para otros se convierte en una sinfonía silenciosa, llena de notas sombrías, fugaces o incluso invisibles.

Pero el amor a la música se entrena. Como pasa con la vida. A veces se hace preciso hacer una pausa en la melodía, cambiar de tonalidad, o incluso buscarse otra partitura. Sí. También en la música. Otras veces, se hace preciso bailar como si nadie estuviera mirando. A tu rollo. Sobre todo cuando la canción que ponen una y otra vez se hace insoportable. Sí, también pasa lo mismo con la música.

Es cierto que algunos llevamos la "marcha" en la sangre, y disfrutamos cualquier "sarao" que la vida ofrece, más que un cantante de ópera en una montaña rusa. Pero por muy "rockeros" que seamos, debemos estar en armonía con la vida. Y es preciso darse cuenta de que a medida que envejeces, conviene cambiar algo el estilo musical, para no desentonar, descubriendo nuevas armonías, y maravillándote ante cada nueva fase como un verso inesperado.

Atrás quedaron los grandes conciertos, los grandes auditorios, y los largos viajes por carretera con todo a cuestas. Atrás quedaron la firma de autógrafos, los chillidos de los fans y las giras interminables (televisión, campañas solidarias, pequeñas revoluciones, crowdfunding, libros, reivindicaciones, lucha contra injusticias...). Pero ¿qué más da que todo eso haya ya pasado? ¿Acaso eso era la música que llevabas dentro o sólo algunas de las manifestaciones de esa música?

Probablemente nos pase como a esos rockeros que envejecen, cuya música se vuelve más introspectiva, como si fuera una balada que resuena con las lecciones aprendidas. Probablemente es tiempo de conciertos en penumbra, sin apenas público, en salas muy pequeñas. Disfrutando cada acorde como si fuera el último, en un eterno presente. En este nuevo escenario, los viejos rockeros disfrutamos de notas más suaves, pero cuyo impacto en quien las oye es mayor, quizás por haber vivido ya cada estrofa de cada canción. Es como si en cada acorde nuevo encontrásemos una versión más profunda de nosotros mismos, viejos rockeros que se reinventan con cada compás.

Por eso nuestras melodías hablan hoy de paraísos terrenales, del vaciamiento interior, de sistemas donde la persona es el centro, de alimentos sanos, del disfrute de la vida, de las historias que nos montarmos en la cabeza, de si encajamos o no en este mundo, de los puntos y aparte, de entrenar la mirada, de no montarse películas, de prepararse para lo que llega...

Sin duda el público cambia, como los escenarios. Pero la música no deja de  sonar. Como si cada arruga contara una historia que sólo el tiempo puede contar. Quizás por eso dicen que los viejos rockeros nunca mueren. Porque con los años, no es la música la que habita dentro de nosotros: somos nosotros los que nos hacemos música.


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