lunes, 22 de mayo de 2017

Cuento: "Se escribe un libro"

No hay mejor medicina que un cuento. Seas un niño pequeño o un adulto en ciernes, es sin duda el mejor bálsamo para el alma. Nivela los desequilibrios de hormonas alocadas, de edades complicadas, y de entornos hostiles. Y si encima va personalizado por tu madre, tiene propiedades mágicas. Aquí os compartimos el último que ha escrito Mey para uno de nuestros hijos
(para escuchar el cuento en audio pulsa aquí):

"Una mañana de verano, en una biblioteca, un libro abrió sus ojos por primera vez. Miró a su alrededor y quedó abrumado al ver lo que le rodeaba: enormes estanterías llegaban hasta el techo, todas llenas de libros de diferentes colores: unos grandes, otros pequeños, algunos estrechos, otros muy gordos y pesados... Todo estaba lleno de luz. Había gente que iba de un lado para otro. Muchos permanecían absortos ante los volúmenes que se abrían sobre las mesas. Le asustó comprobar cómo ciertas personas se acercaban a las estanterías y cogían los libros entre sus manos para ojear sus páginas y ver lo que contenían. Mirando estos libros de cerca, se dio cuenta de que muchos de ellos estaban ajados, con sus pastas desgastadas e incluso rotas.
Miró a sus compañeros de balda y comprobó cómo lucían nuevos y brillantes, al igual que él. Fue entonces cuando se llenó de miedo por lo que pudiera pasarle y decidió esconderse para que nada ni nadie pudiese dañarle. De esta forma, se escurrió hacia atrás en su estantería hasta que, de pronto, cayó por el hueco de la pared y allí quedó tendido en el suelo, en la penumbra, en silencio. Pasó un tiempo y en un principio, no le molestó mucho la soledad, pero al cabo de un tiempo, se percató de que tener por compañía tan sólo a pelusas y musarañas no era demasiado entretenido. Se paró a pensar qué hacer y entonces cayó en la cuenta de que era ¡un libro! Decidió entonces comprobar qué era lo que contenían sus páginas. Miró dentro de sí y descubrió que su interior albergaba cientos y cientos de palabras que, en su conjunto, le podrían ayudar a comprender el mundo que había fuera.
Desde ese momento acertó a percibir que el mundo era muy grande. Que allí fuera había miles de Senderos y que esos Senderos conducían a Sierras y Selvas, a Sabanas y hasta a un lugar en el Sur llamado Serengueti. También supo que el mundo estaba lleno de vida. Que en el Suelo se escondían Semillas que luego crecían bajo el Sol. También, sobre la tierra, se podían encontrar Saltamontes, Sapos y Serpientes. Y en el mar: Sardinas. Asimismo supo que muchos Sonidos juntos, cuando están en Sintonía pueden llegar a crear una Sinfonía. Y se Sorprendió de cómo la vida está llena de paradojas, ya que hay que poner Sal a un guiso para que éste no sepa Soso. Sin embargo, si hay demasiada Sal puede resultar incomible por Salado. Dedujo, por tanto, que en el término medio debía estar el equilibrio.
En su interior descubrió también el Silencio que deja la Sombra, lo Siniestro y lo Sombrío. Y al mismo tiempo, sus propias páginas le hicieron saber que con Serenidad siempre se encuentra una Salida y un Solución. También descubrió el valor de la Solidaridad, el Servicio, la Sencillez y la Sinceridad. Asímismo comprendió la importancia de los Sueños para Superarse y llegar a Ser uno mismo. Esto último le hizo pensar y se dijo: “¿Quién soy yo?” Una vez hecha esta pregunta, ya no hubo forma de descansar hasta encontrar la respuesta. Nuestro libro miró y miró por todas partes a ver si alguien le ayudaba a encontrar una Solución a su enigma. Pero como estaba Solo no le quedó otra que volver a buscar de nuevo entre sus páginas. Sin embargo, no lograba sacar nada en claro. Siguió buscando y buscando dentro de Sí hasta que un día se dio cuenta de que sobre su lomo había una marca: “S”
“¡Ese es mi nombre!” se dijo. “¡Y todo este tiempo había estado allí y yo sin verlo! Ahora lo entiendo todo. Por eso todas mis entradas empiezan por S!” Sin embargo, también se percató de que había otras palabras que comenzaban por letras distintas de la S y dentro de él Surgió la curiosidad de conocer cuál era el Sentido de todo aquello. No le quedaba más remedio que Socializar para así poder Sumar Sabiduría.
Poco a poco se deslizó por debajo de la estantería, fuera de su escondite, hasta asomar buena parte de su portada. No pasó mucho tiempo antes de que el bibliotecario acertó a pasar por allí y, viéndolo en el suelo lo recogió lleno de alegría. “¿Dónde has estado todo este tiempo? Tus compañeros no tienen Sentido sin ti” le Susurró con cariño. Fue entonces cuando vio que sobre los lomos del resto de sus compañeros estaban todas las letras del abecedario. Él era, nada más y nada menos, que uno de los tomos de una gran Enciclopedia. Es difícil poder describir la alegría que se vivió en aquellos instantes, donde “S” volvió a ocupar su puesto junto a sus hermanos. Además, no paraba de preguntarles por nuevas palabras. Y así fue descubriendo desde Amor hasta Zozobra, pasando por Aprendizaje, Laborioso, Esfuerzo y Paciencia. Y como era un libro mágico, como suele ocurrir en todos los cuentos, sus definiciones fueron creciendo y creciendo, siendo cada vez más completas y haciéndole a él cada vez más Sabio.
Pero aún quedaba algo por hacer. “S” Sentía pavor cada vez que alguien se acercaba hasta donde estaba. Pensaba que no podría Soportar el dolor de abrirse por completo. ¿Y si alguien rasgaba alguna de sus páginas o le dejaba caer al suelo?, se preguntaba. “¡Pero si es maravilloso!” decían sus compañeros “No sabes lo que es el tacto de los dedos sobre el papel y la emoción en los ojos de las personas que recorren tus páginas con su mirada”. “S” decidió entonces Superar el Susto y tener el valor de un Superhéroe. Así que se recolocó bien en su sitio y esperó. Esperó hasta que una joven lo tomó en sus manos y ojeó sus páginas hasta que encontró lo que buscaba: Sagrado, Secreto y Sacrificio. Una lágrima entonces cayó sobre el papel. “¡Qué equivocado estaba!” se dijo S. Las palabras sólo creaban ideas en su imaginación, pero con las personas que lo leían podía llegar a aprender lo que esas palabras Significaban de verdad. Desde entonces, decidió esperar pacientemente a su lector, porque éste es quien realmente le desvelaría el verdadero Sentido de palabras como Soledad y Sufrimiento, Sonrisa y Sorpresa. El mundo era más amplio y rico de lo que nunca hubiese podido imaginar. Y podía contener muchas más cosas de las que él hubiera Soñado.
Desde entonces, nunca volvió a Ser el mismo. Llegó a comprender su destino y el papel tan importante que desempeñaba para todos en aquella biblioteca. Pudo hacerse entonces plenamente consciente de su propio valor y el de los que le rodeaban, ocupando con orgullo el lugar preferente de la Sala."

(Escucha el audio de otro cuento anterior para otro de nuestros hijos)

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domingo, 14 de mayo de 2017

Tiempos de mudanza

"En tiempos de tormenta, no hagas mudanza". Esa fue una frase que escuché decenas de veces durante mi educación con los jesuitas. Probablemente fue pensada para el ámbito de la fe y de la relación con Dios, pero yo me la he aplicado siempre. Incluso cuando la tormenta se hacía muy larga, y quizás tocaba de verdad hacer cambios. Mi mujer dice que soy un "pesado" con esto, y que me lleva a persistir en causas perdidas de todo pelaje. Razón no le falta. Me regaló un cartel que preside nuestra cocina: "A winner is a dreamer who never gives up" (Un ganador es un soñador que nunca abandona). Es un principio que alimentamos con fuerza en casa con los niños.
Sin embargo, el cambio forma parte esencial de la vida. Todo fluye, nada permanece. Y eso implica aceptar que la mudanza llega tarde o temprano. Lo queramos o no. Haya tormenta o un sol abrasador. Y es entonces cuando la fidelidad, la perseverancia, la firmeza y la tenacidad deben dar paso a la aceptación y al asentimiento. Porque quizás el ego juegue malas pasadas. Porque quizás nos hacemos dueños de situaciones que no nos corresponden.O porque quizás nuestra vulnerabilidad ante el cambio encierra las mayores enseñanzas para la vida.
Esta semana ha sido intensa en mudanzas. Se han producido pequeños milagros derivados de muchas situaciones de tribulación en las que persistimos, y por las que la vida pareciera querer premiarnos. Resulta hasta irónico que después de tanta rebeldía laboral, de verme rodeado de formalismos y situaciones burocráticas que me parecían inútiles e incluso ofensivas para nuestros demandantes de empleo, de repente mi aceptación de los aprendizajes que debían llegar, se haya abierto la puerta a una mudanza. Y de las grandes. Y no sólo porque parece que en unos meses me trasladarán a un destino anterior que disfruté inmensamente. Sino porque en el destino actual se abren momentos de magia que jamás imaginé en mi zozobra interior. Esta semana hemos iniciado casi todos los compañeros de la oficina el hábito de meditar unos veinte minutos antes de empezar a atender al público. El clima se ha relajado. La tensión se reduce y la atención plena crece, como la vibración general. 
Para mi sorpresa también, esta semana ha tomado forma un gran regalo para mí. Siempre quise tener la experiencia de ser profesor universitario. El contacto con la savia joven, y la posibilidad de compartir tantas experiencias vividas me atraía enormemente. Pero mis tímidos intentos de adentrarme en ese mundillo siempre se vieron frustrados. Interpreté que no era mi momento. Que no tocaba. Que quizás iba a cargar demasiado nuestra ya abultada agenda. Y lo acepté. Y justo con la aceptación, como suele pasar, llegó el milagro. Me ofrecían dar clases de materias que controlaba de sobra y para las que no tendría que dedicar mucho tiempo de preparación, justo en las dos únicas tardes de la semana que podíamos, y durante un tiempo limitado hasta septiembre. Más "a huevo" imposible. ¿Que me pagarían poco? No importa. Quizás eso es lo que me ha abierto una puerta que otros cerraron. Y ya se sabe: "sarna con gusto..." Reconozco que quizás la ilusión me ciegue, pero estoy encantado en la Escuela de Ingeniería donde ya he dado mis dos primeras clases, sobre todo con los casi ochenta alumnos que tengo: educados, motivados, participativos... Ya les he hablado de emprendimiento social, de crowdfunding, de revoluciones y tostadas, de crear utopías desde sus futuros trabajos... Otra ilusión hecha realidad, dure lo que dure.
Intuimos nuevos cambios en el horizonte. Hace ya un par de meses tuvimos que dejar de asistir a los Scouts por pura falta de tiempo Quizás la mudanza que se avecina no sean tan grata como la meditación en la oficina, o las clases universitarias. Toca pasar página en un proyecto solidario muy querido para nosotros.  A veces toca dar un cheque en blanco y un apoyo incondicional para que las energías fluyan. Pero otras veces toca pasar página. Y es lo que sentimos que toca ahora. Por si se abren las mentes. Por si los peones se recolocan en el tablero. Por si la unidad y la fraternidad se elevan por encima de las visiones individuales. Justo ayer iniciamos esa mudanza y lo hicimos sin portazos ni  malas caras. Arrimando el hombro como siempre. Incluso con el voluntariado de nuestros propios hijos por primera vez. Nos vamos satisfechos con los avances logrados estos años. Y esperanzados de que nuestros sucesores logren aún muchos más. Nunca las condiciones fueron tan propicias para ello. La vida sigue. Nadie es imprescindible. Y ya tenemos nuevos retos por delante. Sentimos que es hora de afrontarlos y pasar a nuevos territorios por explorar. Ligeros de equipaje, como siempre.

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lunes, 1 de mayo de 2017

Elefante en cacharrería

El mundo se mueve gracias al motor del inconformismo. Me maravilla descubrir ese diamante en una persona. Es una energía vital que es capaz de movilizar almas, sacar agua del desierto, ilusión de la desidia, o construir en medio del caos. Pero esa rebeldía natural contra lo establecido, contra el "status quo", o simplemente contra lo injusto, insostenible o inaceptable, tiene un límite para nosotros: el equilibrio.
Nos sentimos unos inconformistas empedernidos. Pero ya se han repetido en nuestra vida demasiadas situaciones en las que ese inconformismo nos ha llevado a caer por el terraplén del desequilibrio. Una situación injusta, un planteamiento erróneo o malvado, una ineficacia o una ineficiencia sangrantes, o una actitud pasiva nos provocan tal reacción en contra que las formas se resienten. Y uno se llena tanto de razón que la acaba perdiendo.
Justo en mi trabajo actual, en una oficina de empleo, me sucedió esto. Hay tanto que creo que se podría hacer para mejorar la atención a los desempleados desde nuestro trabajo, y me mostré tan vehemente tratando de animar a hacer más y más, que generé rechazo, desconfianza y roce en las relaciones humanas. Estaba tan convencido de lo que había que hacer, de la necesidad de movilizarnos en tantas direcciones, y en superar lo que siempre se había hecho, que provoqué sin quererlo el choque de trenes. Mi inconformismo había espantado a quienes debían ser mis cómplices en la aventura del cambio. Y durante cierto tiempo hubo resquemor y actitudes huidizas con ciertas personas. Había entrado como elefante en cacharrería, o como toro en una tienda de porcelana, como dicen los ingleses. Y todas mis intenciones de cambio se habían frustrado con la fuerza de mi embestida. Mi inconformismo había perdido, de esa forma, ilusión y alegría. Y ya se sabe lo que sucede cuando el tener razón se pone por delante del tener alegría. Hasta que descubrí que quizás ese inconformismo debía ser equilibrado y respetuoso con quienes han vivido siempre en otra situación que se resisten a modificar, con quienes no tienen esas ansias de transformación, o con quienes ni se plantearon que las cosas pueden ser de otra forma. Y decidí tomarme ración doble de aceptación. Dicen que es una medicina que no tiene contraindicaciones siempre que no caigas en la renuncia o en la rendición.
Así que acepté. Acepté de corazón que quizás había cosas que yo no veía. Acepté que podría tener sentido el enfoque de nuestro trabajo. Acepté que tenía capacidad de cambiar las cosas en el simple "tú a tú" con quienes se sentaban en mi mesa. Acepté que se podían abrir espacios para hacer más cosas de lo que marcaba una simple jornada laboral. Y acepté que quizás el mayor esfuerzo debía aplicarlo sobre mi propio aprendizaje ante una situación que me sublevaba. Y poco a poco fue obrándose el milagro. Muchos usuarios me buscaban para que les atendiera. Empezaba a destensar la situación con quienes me veían como una amenaza. Surgió una posibilidad de reducción de jornada, y de iniciar nuevos y apasionantes proyectos. Todo cambió radicalmente. Llegué a tener la oportunidad de compartir, no hace mucho, algunas de mis propuestas de cambio y mejora en varias sesiones que impartí para todos mis compañeros, algo impensable tras mi entrada "triunfal". E incluso esta semana iniciaremos sesiones de "mindfulness" a primera hora, para mejorar nuestra atención a los usuarios. Increíble. Sencillamente increíble.
Las circunstancias en mi trabajo básicamente no han cambiado. Sigo creyendo que habría que hacer lo que ya propuse hace algunos años. Pero mi actitud de "salvapatrias" y de portador de la verdad sí. Y eso hace que se obre el milagro. Porque te haces más tolerante a la visión y experiencia del otro. Porque dejas resquicio para el error. Porque no colocas etiquetas de malo a quienes quizás no tenían otra opción de actuar como lo hicieron. Y todo se relaja. Todo se equilibra.
Por suerte o por desgracia, las energías afines se buscan y se encuentran. Y esta familia vive rodeada de gente también inconformista en muchas facetas de la vida. Todos ellos, pues, potenciales elefantes en cacharrería ante un mundo y una realidad a los que les cuesta evolucionar y moverse. O que tienen otra forma de hacerlo distinta a la que podamos plantear. Lo estamos viviendo ahora, de hecho, incluso en preciosos proyectos solidarios con los que colaboramos y que apuestan con intensidad por un mundo mejor. Pero la energía inconformista de algunos de sus impulsores acaba ahuyentando a quienes han de articular dicha metamorfosis, precisamente por no hacerlo con equilibrio. 
Quedarse quieto no es una opción. La vida es puro y vertiginoso cambio. Pero conviene ser benévolo con los cambios de los demás y de uno mismo ante nuestra permanente mutación. Lo contrario nos llevará a una permanente fricción con una realidad cambiante y con el otro que, por naturaleza, siempre es heterogéneo. Habrá que aprender, pues, a domar al elefante.

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