viernes, 29 de mayo de 2020

Un faro en días de cuarentena

Son muy contadas las ocasiones en que alguien ajeno a la familia escribe en nuestro blog. Esta vez lo ha hecho Erick, ya desde Costa Rica, y con dos fotos que nos sacó. Y lo hace porque le hemos convalidado la pertenencia a nuestra familia. A fin de cuentas, como él dice, ya ha pasado un 1% de su vida con nosotros:

"Durante los cortos casi diecinueve años de mi vida he llegado a aprender que la vida puede llegar a cambiar por completo de un día a otro, y en mi caso recientemente fue así. El último fin de semana de Febrero decidí ir con unos amigos a ver el carnaval de Venecia. Estaba emocionado pues sabía que iba a ser una oportunidad única en mi vida. El domingo por la noche en que me encontraba en dicha ciudad recibí una llamada en la que fui advertido que un virus se estaba propagando rápidamente en Italia y que Venecia era una zona de riesgo. No le hice mucho caso y seguí con mi noche como si esa llamada fuese solo eso, una llamada de alguien que probablemente se estaba preocupando más de lo que debía.
25 febrero 2020, día de llegada a Málaga
Al día siguiente, una vez de vuelta en mi colegio, una asamblea de emergencia fue convocada. Sorpresa. El colegio decidió cerrar como medida preventiva al tal “Coronavirus” por dos semanas. Teníamos que volver a nuestras  casas con la incertidumbre de si íbamos a volver al colegio. Me congelé. Pablo, que se encontraba a la par mía, me dijo que no me preocupase, que podría ir con él a España. Pero yo todo lo que pensaba era que todo esto parecía una exageración. Me equivocaba. No me despedí de nadie. “Vamos a volver” pensaba, “tenemos que”. Fui al cuarto de mi novia y le prometí que nos volveríamos a ver, que no había de qué preocuparse. Milagrosamente los padres de Pablo encontraron una forma barata para que nosotros llegásemos a Málaga. Y cuando digo nosotros no solo me refiero a Pablo y a mí, sino a mi primer año costarricense Fabián y a nuestro amigo Jacopo también. Cuando llegamos a Málaga no podía parar de pensar en lo blanco de las paredes de las casas. ¿Cómo es posible que no estén sucias o llenas de grafiti? ¿Por qué todos tienen la casa blanca? ¿Habrá un acuerdo tácito del cual nunca había escuchado? Llegamos a una casa preciosa y fuimos recibidos por los hermanos de Pablo. ¡Qué maravilla! Si esto fuese mi casa mis hermanos se habrían escondido aterrados de la presión de socializar. 
Al inicio fue un poco extraño debo admitir, estaba confundido un poco y no solo acerca de qué sucedería con mi futuro sino también de lo que sucedía en mi presente, pues estas personas no sabían nada de mí y habían aceptado el dejarme entrar en su casa y en sus vidas sin pensarlo dos veces. ¿Será que en el mundo todavía hay personas que ayudan a otros sin pensarlo dos veces? Han pasado casi tres meses desde ese mítico día, y todo es diferente. Ese día era ignorante acerca de la relevancia que iba a tener la pandemia en mi vida, era desconocedor de la delicia de la paella, pero sobretodo ignorante de la grandeza de los Gutiérrez Félix, o los Meys como son mejor conocidos.
Mi breve tiempo en Málaga fue caracterizado por caminatas en la playa, andadas en bicicleta, locuras con mis amigos en la ciudad, pero sobre todo por todo lo que sucedió dentro de esa casa en Veléz-Málaga, y como si fuese un cuento de Cortázar, es ahí, dentro de la casa, donde habitan mis memorias. Habrán sido solo dos meses y medio, pero eso es un poco más del 1% de lo que llevo vivo, y eso que los primeros cinco años no cuentan porque apenas sabía hablar, así que en perspectiva es una gran parte de mi vida, o al menos lo suficientemente larga para ser relevante. Y como es de esperarse, dentro de esa casa viví momentos clave dentro de mi vida. Desde eventos grandes como el haber terminado técnicamente el colegio, pues nos dijeron que no íbamos a volver más, hasta cosas muy pequeñas y personales como el haber tenido que romper con mi novia pues habíamos acordado no tener una relación a larga distancia. Viví esos momentos duros, golpes fuertes que me dolieron en el alma, más de lo que pude expresar en su momento, pero viví mil momentos alegres. 
Quisiera dedicar un breve momento a solo algunas de esas pequeñas mil cosas que para mí fueron relevantes a pesar de lo insignificantes que pueden parecer a algunos:
  • Aprendí a andar en bicicleta, había practicado antes pero no sabía realmente. 
  • Aprendí a hacer series con la pelota de fútbol, siempre quise practicar pero nunca encontraba el momento. Hubo un día en que Pablo, Samuel, Jacopo y yo nos propusimos hacer 20 pases sin que la bola tocase el piso o pondríamos chile en la comida, y después de dos horas lo conseguimos. 
  • Vi al Madrid ganar el Clásico en un bar en España, algo que suena muy bonito para mí siendo extranjero, y no solo eso, sino que ganó con gol de Vinicius Jr, el brasileño que rara vez mete gol, y madre mía que golazo metió. 
  • Tomé una foto que presentó nuestra historia a los periódicos de todo el país y aunque no fui acreditado nunca, no me importa porque la alegría de saber que tomé una foto que vieron millones de personas (al menos en mi mente) es suficiente. 
  • Escribí un cuento en italiano que llegaría a ganar una competencia en mi colegio.
  • Aprendí a cocinar paella, que ahora que estoy en Costa Rica debo aprovechar para practicar. Debo insistir en que esa paella es lo mejor que he comido en mi vida. Juro que podría comerme entera la paella yo solo de lo buena que Mey la hace. 
  • Llegué a editar un cortometraje que empecé hace año y medio y que nunca sentí la fuerza emocional para terminar hasta que algo dentro de esa casa me dio la fuerza para sentarme y pensar: “no importa que tan difícil sea, yo voy a hacer esto”.
  • Descubrí películas y series que harían que me emocionase a por mil el intentar llegar a ser director de cine yo mismo. Debo dar especial énfasis a “This Is Us”. Esa serie cambió nuestras vidas, y definitivamente para mí marcó una meta. Algún día haré algo así de extraordinario que pueda despertar tantos sentimientos y ser capaz de encender conversaciones tan ávidas como las que tuvimos.
  • Finalmente, 7 días antes de ir a Italia para comenzar UWC empecé un diario, un diario que terminaría 7 días después de que terminase UWC. Fue dentro de esa casa dónde lo hice. Le di conclusión al diario de mis aventuras en el viejo continente, y aunque fue antes de lo previsto, y fuera de Duino, no me imagino un mejor final. 

Visita a Frigiliana- febrero 2020
Sin embargo UWC no terminó, Pablo y su familia junto a Jacopo y Fabián lograron mantener vivo ese espíritu de responsabilidad social y multiculturalismo. Esa alegría y energía que siempre caracterizó UWC para mí. Lo hicieron con charlas profundas de política y cuestionamientos filosóficos acerca de quién traería la leche condensada para las fresas después de almorzar. Nos reímos juntos acerca de cómo a lo que ellos llaman fregona, yo llamo trapeador. Discutimos acerca de todo tipo de cosas, pero las más importantes para mí siempre fueron aquellas de autoconocimiento. Rafa y Mey nos hablaron acerca de cómo ciertos aspectos de quienes somos son reflejos o reacciones a nuestros padres, a quienes eran ellos mientras crecíamos, a cómo se comportaban. Nunca lo había pensado y junto con ellos pasé horas pensándolo. Es cierto. Hay muchas cosas de mí que solo pueden ser explicadas por cómo era mi casa cuando crecí. Eso. Eso tengo que agradecérselo a Rafa y a Mey. Agradecerles el que me hayan abierto la mente. Hay cosas dentro de mí que necesito cambiar, y madurar, y gracias a ellos ahora tengo un poco de luz acerca de cómo hacerlo.
Si se me permitiese hacer una comparación, una metáfora, me atrevería a decir que los Meys son una luz. Los cinco. El primero que conocí fue Pablo y desde un inicio ya sabía que él era genial, admirable. No fue hasta mi último semestre que nos volvimos cercanos y el hacerlo sólo lo confirmó. Vivir dos meses y medio con Pablo y tener que estar con él todo el día me demostró la fantástica persona que es él. Un hombre inteligente, talentoso, artista, dedicado, ambicioso, cariñoso, y divertido. Siento profunda admiración por él y comprendo por qué. Habiendo crecido dentro de la familia que lo hizo no me sorprende. Samuel y Eva son otras dos joyas de personas. Con Samuel me reí hasta con sólo verlo. Nos la pasábamos bromeando y haciendo el tonto como si no se sintiese que desde hace un mes que no salíamos de la casa, tal vez fue exactamente por eso que nos reíamos tanto. Eva es, para mí, la definición clara de persistencia con su dedicación a la flauta y a los estudios, y aunque no pasé tanto tiempo con ella como con sus hermanos también me la pasé genial. Y de Rafa y Mey no existen palabras suficientes en el diccionario que puedan expresar el profundo agradecimiento que siento. Ellos dos, sin conocerme, me aceptaron dentro de su casa y su familia y lograron que me sintiese en casa, que me sintiese en familia. ¿Y por qué una luz? Porque como en una noche torrencial en el mar, cuando parecía que el barco se iba a hundir, cual faro ellos llegaron a mi rescate. Pude haberme ido a Costa Rica, con mi familia y habría tenido que vivir el fin de mi colegio solo, solo en el sentido de que lo habría tenido que hacer sin nadie de Duino, y probablemente me habría sentido triste y perdido, pero en su lugar fui a Málaga, a donde Pablo, y todo lo que sentí fue alegría y cariño, desde el primer día, y no pudo haber sido mejor. 
Yo crecí junto a esa familia, y ahora, a kilómetros de distancia, solo puedo decir gracias y que les guardo un enorme lugar dentro de mi corazón. Rara vez en la vida se puede encontrar personas que tan rápidamente te cambien el mundo entero, y es aún más raro que lo hagan para mejor. En esa casa en Veléz-Málaga viven la bondad, la alegría, la humildad, el arte, el amor. En esa casa, en esa casa blanca, viven los Meys."


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domingo, 24 de mayo de 2020

¿Un mundo nuevo?

Eva nos comparte su arte con una reflexión para una de las asignatura del instituto, así como con dos fotos del pasado verano de su queridísimo Meditarráneo:

"Estos 50 días en casa, casi dos meses, la verdad es que se me han pasado rápido. Entre que han vivido en casa gente de otros países compartiendo con nosotros sus tradiciones, entre lo bien que nos llevamos todos y entre lo divertida que es mi familia (riéndonos, haciendo el tonto, jugando, y cocinando) no me he sentido nada “encerrada”. Con ellos me lo paso “en grande” y hemos vivido momentos inolvidables. Creo que, pasados unos años, recordaremos la cuarentena como una experiencia que unió más a las personas, que nos hizo recapacitar sobre lo que de verdad es importante en esta vida. 
Sin embargo, debo reconocer que también ha sido toda una experiencia salir a la calle por primera vez después de tantas semanas. Fui con mi padre al paseo marítimo en bici muy temprano, a casi diez metros de distancia, claro. Había un silencio atípico, sin jaleo, sin coches. Se respiraba un aire fresco, natural. Vimos el amanecer y cuando llegamos a la playa nos emocionamos al ver ese mar que añorábamos tanto. Parecía un espejo con el cielo anaranjado del amanecer. Sentimos ese frío y ese olor marino de mis días de niña, tomando “pescaíto” en familia al atardecer. Me reencontré con la naturaleza, con el exterior, con la amplitud de estar fuera de casa, y con los primeros rayos de sol en la cara.  Sentí con fuerza que habíamos estado lastimando a nuestro planeta. Y que, debido al confinamiento, ha recuperado algo de salud.
Aquella primera escapada fue muy especial. Pero ha ido pasando el tiempo, y la normalidad ha ido volviendo a las calles, aunque aún no sé muy bien si eso es o no un retroceso. Cada vez se escuchan menos los aplausos de las ocho, y más los coches y el bullicio de la gente. Esa gente que antes parecía no tener necesidad de salir y sin embargo ahora se agolpan para ello. Algunos, por desgracia, incumpliendo unas normas, quizás discutibles, pero pensadas para que el verano regrese como cada año.
Yo sólo espero que hayamos aprendido esta lección. Que redescubramos el maravilloso mundo en el que vivimos. Que cuando todo esto acabe, aprovechemos el tiempo con las personas que de verdad nos importan. Que disfrutemos los pequeños momentos de nuestras vidas, sin prisas, sin agobios…Que todo esto sea una nueva y gran oportunidad".


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sábado, 9 de mayo de 2020

Desescalando, que es gerundio

No suena el despertador. No hace falta. Sé bien que los días especiales no lo necesitan. Seis y veinticinco de la mañana. Sábado. Día muy esperado. El primero después de tantas semanas. Eva se une a mi pequeña locura. Es una "motivada" como yo. El "madrugón" no le duele. Las bicis ya están listas y revisadas en la puerta de casa. Nos quitamos las legañas, nos ponemos una camiseta y nos adentramos en el embrujo del amanecer primaveral. Aún está oscuro. Corre una brisa agradable. La manga larga se agradece. Nos estremece el silencio tan rotundo de las calles por las que circulamos. Aunque en realidad es silencio humano. No suenan motores de coches, ni neumáticos, ni persianas de comercios, ni bullicio. Pero sí que hay sonido. La vida suena con rotundidad. Y es el ruido humano el que a veces no deja que se escuche esa vida. Y ese sonido eriza el vello. Millares de pájaros festejan el nuevo día. Quizás tanto como nosotros ante nuestro esperado reencuentro.
En apenas quince minutos llegamos a su orilla. Se ha puesto sus mejores galas. Un enorme manto plateado sin la más mínima arruga. Un maravilloso collage de ocres y malvas sobre ese manto. A Eva el momento le recuerda a cuando le pintábamos de pequeña los atardeceres. Apenas se escuchan olas. Más que un mar, parece un lago. Una enorme sonrisa brota de nuestras caras. Al unísono. A pesar de los diez metros de distancia que obligan las normas. La magia del momento bien lo vale. Esa inmensidad. Esa quietud. Esa sensación de pequeñez ante tanta belleza.
A paso de tortuga vamos recorriendo el paseo marítimo. Sensación de complicidad con los locos con los que nos cruzamos. Imagino como nunca lo que debe sentir el que ve el mar por primera vez, tras vivir toda la vida lejos de él. Lo nuestro han sido menos de dos meses. Y sin embargo, el gozo del reencuentro genera palpitaciones. Continuamos por Caleta, por Algarrobo y llegamos hasta Lagos. Han precintado las mesas donde solíamos merendar. Nos tomamos nuestra manzana de pie. A diez metros de distancia. Sin poder compartir el éxtasis de ese amanecer. No importa. A veces las palabras sobran.
No puedo evitar pensar hasta qué punto damos por sentado lo que tenemos. El mar siempre está allí. A 15 minutos en bici. Pero apenas lo valoras. Hasta que te lo quitan. Aunque sea durante unas semanas y por un confinamiento sanitario. De repente afloran en mi mente infinidad de regalos que apenas valoramos. La salud. Los abrazos. Las risas y las bromas en familia. Una cerveza en una terraza. Tumbarse en la playa. Un atardecer con tu pareja. La belleza de este mar y sus montañas al fondo...Habrá que vivir más y mejor cada segundo para saborear cada milagro que nos rodea.
Durante toda la semana, ya por las tardes, hemos asistido puntuales a nuestra cita. A esa porción diaria de desconfinamiento en mini-dosis. Y sorprende ver a tanta gente por la calle. Tanto deportista reconvertido. Tanto humano recordando cómo funcionaban los pedales de su bici. Una mezcla de alegría por el reencuentro callejero, y de sumisión ante esta libertad por fascículos. Ante este "subidón" colectivo nos vienen a la cabeza las palabras de ese pastor francés, que dicen que asesora incluso a políticos. Dice que para controlar a sus miles de ovejas, tan sólo le hace falta actuar mediante el miedo o mediante la necesidad de seguridad. ¿Y sabéis cuál es la diferencia entre el comportamiento de sus ovejas y el de los humanos? Ninguna, según dice. Quizás por eso tenemos esta sensación de agradecimiento ante el "caramelito" de nuestra "escapadita" diaria. Nos recuerda a cuando a las vacas se les habilita más espacio en sus cubículos de la cuadra, no para que sean más felices, sino para que produzcan más. Eso sí, ahora esto está justificado, por el asunto ese del virus.
Nos ha tocado vivir una época muy rara. Se están produciendo hitos históricos casi semanalmente. Y en nuestras vidas presenciamos a diario lo sublime y lo surrealista, casi en tiempo real. Lo heroico y lo granuja. Lo cotidiano y lo trascendental. La belleza del reencuentro con la naturaleza y con nuestra libertad aún coartada, y la sensación de que detrás de todo esto hay gato encerrado. Pronto empezará el debate de fondo de la vuelta a la normalidad, o a esa "nueva normalidad" que ya nos empiezan a vender. Quizás algunos no estemos ya dispuestos a volver a la normalidad de antes. Pero tampoco a la que pretenden imponernos.
Dicen que el humor, el amor y la belleza te reconcilian con la vida en momentos así. Habrá que aplicarse una buena sobredosis diaria de todos ellos. Y mientras tanto, y poco a poco, sigamos desescalando, que es gerundio.


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