lunes, 27 de abril de 2020

Paradojas confinadas

(imagen de Cristina García Rodero)

Sábado por la mañana.
Día grande en el confinamiento.
Me toca ronda de supermercados.
El jueves toca fruta y verdura, pero va Mey.
El paseo desde la puerta de casa al coche me sabe a gloria.
Nunca un paseo tan corto me supo a tanto. 
Me doy con un canto en los dientes.
Los niños dicen que tengo un morro que me lo piso.
Y es cierto: el súper es mi salvoconducto.

Los menores de 14 por fin ya salen a jugar.
Pero esta vez los niños y los columpios no van a juego.
Los cinco adolescentes de casa seguirán enjaulados un poco más.
Perros y niños primero.
Ellos empiezan a estar más quemados que la pipa de un indio.
Están hasta las narices de confinamiento. 
Son nobles y apenas dan la brasa.
Pero a veces parece que les falta un tornillo: como auténticas regaderas.
Cosas de hormonas, imagino. 
Y están como cabras.
Y las cabras tiran al monte.
Pero ahora no todo el monte es orégano

El coche descansa ahora mejor que yo.
Hace semanas que no duermo a pierna suelta.
Me sorprende la hierba que cubre parte de su parachoques.
La primavera se abre paso entre las rendijas de la acera.
También en el cielo, con cientos de pájaros.
Su bello trino me resulta ahora atronador ante el silencio del vecindario.
El viejo C3 remolonea al arrancar, tras días de siesta.
Avanzo con una lentitud atípica.
No quiero perderme detalle de la ciudad.
Parece un territorio fantasma tras una explosión nuclear.
Todo vacío. Todo en silencio.
En el recorrido apenas tres peatones y cinco coches se cruzan en mi camino.
Dos son de policía.
Agudizo la vista para identificar algún conocido.
Empeño inútil tras las mascarillas.
Sólo ojos. Ojos recelosos. Ojos fisgones. Ojos lejanos.

En la farmacia han montado una barricada en el mostrador.
A la mascarilla de la dependienta se une una cadena de plástico y una mampara de metacrilato.
Más que animar a comprar parece que te invitan a huir con los brazos en alto. 
Todo sea por la sacrosanta distancia de seguridad.
Todo sea para evitar a los "enfermos asintomáticos".
Que deben ser algo así como el "embarazo psicológico".
Como un "sí pero no".
Porque son muy peligrosos y pueden contagiar sin saberlo.
Pero son muy necesarios para lograr la inmunidad colectiva.
Vamos, que nos aclaramos mucho...

Tiempos locos. Muy locos.
Debes permanecer confinado hasta que el virus desaparezca.
Pero solo desaparecerá si llegamos a la inmunidad de rebaño.
Y para eso tenemos que dejar de estar confinados.
Si vamos dos en el coche, uno debe sentarse diagonalmente detrás con mascarilla.
Aunque sea tu pareja con quien has compartido cama esa misma noche.
Porque en el coche sí da, pero en la cama no.
No tengas contacto con personas mayores.
Les puedes contagiar y son colectivo vulnerable.
Pero tienes que cuidarlos y llevar compras y medicinas a tus vecinos mayores.
Aunque no puedes ver a tu madre o a tu abuela.
Pero sí puedes coger un taxi y conocer a un taxista mayor.
O también puedes, como yo, hablar con la de la farmacia que es una señora muy simpática,
aunque también sea mayor.
La empanada mental es ya monumental.

En el aparcamiento del súper los coches también guardan la distancia de seguridad.
Llevo mis guantes, pero me obligan a ponerme otros encima.
En el mercado anterior, ya me tuve que echar gel sobre mis guantes.
Esto debe ser como cuando llueve sobre mojado.
Por megafonía no emiten música, como era costumbre.
Sólo un mensaje martilleante cada cinco minutos.
En inglés y en castellano.
Animan a no hacer acopio.
A mantener una distancia mínima de dos metros.
Y finaliza con una frase apocalíptica:
"Esto pasará. Racionalicemos el miedo".
Se te queda un cuerpo bueno con la dichosa frasecita.
No hay nada más que ver las caras del personal comprando.
No hay nada más que oír su clamoroso silencio.
Pedir racionalizar el miedo, y con esa solemnidad, es como pedir que no pienses en un elefante rosa.
Te imaginas el elefante hasta en el mínimo detalle.
Te entra el miedo, aunque no lo tengas.

Los gobiernos de todo el mundo están como las cuerdas de la vieja guitarra de casa.
No dan más de "sí".
Parece que tenemos "la negra" con ellos.
Normal que los pongan verdes.
A ver si por fin dan en el blanco.
Y pronto volvemos a verlo todo de color de rosa.
Y desaparece tanto drama de familias sin blanca.
Y nos ponemos morados de perdices.

Dicen que la vuelta a la normalidad está a la vuelta de la esquina.
Que al confinamiento le quedan dos telediarios. 
Esperamos salir ya en mayo como agua de idem.
Toquemos madera. 



Inspirado en Antílopez

NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) ) https://www.patreon.com/posts/balance-de-de-de-26647734


domingo, 19 de abril de 2020

Cuando salgamos de ésta

Al bajar las escaleras del dormitorio, el primer rayo de sol me sorprende de lleno en la cara. Amanece un día más. O "un día menos", dirán quienes tienen como meta salir libres de casa.  Hasta el sol se ha "compinchado" estas semanas, ocultándose extrañamente por estas tierras, para que no echemos tanto de menos volar libremente por ahí. Por eso ese primer rayo me ha sabido a gloria.
Somo aves enjauladas con tantas ganas de volar, que olvidamos que en este remanso, también se ve la vida pasar. Eso nos cantaba Rozalén esta semana. Y es cierto. Desde casa también se ve la vida pasar. La vida se abre paso sin reparos. Anoche hubo fiesta de vecinos. Cada uno en su terraza. El vecino de la casa 65 lo dio todo con su voz, sus altavoces, su mesa de mezclas, su mujer grabándolo todo y sus dos niñas bailando para que los vecinos siguiéramos los pasos desde la distancia. Son bellos los gestos que la vida nos ofrece estos días, de gente sacando lo mejor que tienen, en favor de los demás. Aparte de la discoteca vecinal, en casa tuvimos videoconferencia con la familia, torneo de mini ping-pong en la mesa del comedor, tortitas de sábado, y sesión de nuestra serie favorita.
Foto de El País (Samuel Sánchez)
Pero la vida es todo. También lo que nos contaba nuestro amigo David desde Burgos. Su hermano es médico en el hospital improvisado de IFEMA, en Madrid. Y dice que, cuando pase todo esto, saldrán a la luz historias de un sufrimiento que nos cuesta creer posible en nuestro país, como en otros tantos. Personas que no recibieron tratamiento médico o acceso a las camas de la UCI que necesitaban, y sufrieron una muerte en otras circunstancias evitable. Enfermeras con trastornos psicológicos porque debieron informar a los familiares que debían dejar morir en soledad a su padre, madre, o hermano. Miles de ancianos en las residencias, solos, asustados, deprimidos, o enfermos terminales, que ven acercarse su fin inexorable, sin una mano amada a su lado. Ayer mismo moría de un infarto, con nuestra misma edad, la hermana de una querida compañera de trabajo, a la vez que la madre se partía la cadera. No podía quitarme de la cabeza el momento de sufrimiento que estarían viviendo, en una situación como la actual, con hospitales desbordados, y sin apenas poder despedirse de un ser tan querido y cercano. La muerte, la debilidad y el sufrimiento colándose por las rendijas de nuestra cotidianidad de confiamiento, como parte de nuestras vidas.
Reconozco que ese es uno de los mayores retos que afrontamos cuando nos ponemos a escribir. Cómo impulsar ese mundo diferente para vivir que tanto nos ilusiona, y que nos pide aceptación, esperanza. motivación y entusiasmo, a la vez que nos topamos de bruces con la muerte, con el dolor, y con la desolación más absoluta. Y más aún cuando en este mundo que vivimos, se le da precisamente la espalda a la muerte, a esa parte de la vida. ¿Cuántos médicos y enfermeras estarán llegando a sus casas estos días, deshechos de lo que han visto y vivido, y apenas pueden sacar esas vivencias, porque nos incomoda presenciar ese sufrimiento? Quizás esta crisis del coronavirus nos trae ese aprendizaje también. ¿Y si conseguimos que la muerte, el dolor y el sufrimiento dejen de ser tabú en esta sociedad y que eso nos haga más humanos y solidarios? ¿Y si nos damos permiso para compartir el sufrimiento, y así no llevarlo en silencio y en soledad, evitando así la condena de la vergüenza o del "no incomodar" a  los demás?  ¿Cómo mantener la salud mental y seguir con la propia vida cuando el sufrimiento, la enfermedad y la muerte nos rodea? ¿Mirando hacia otro lado? ¿Conectando con nuestro propio dolor? ¿Reconociendo con humildad nuestro privilegio y poniéndonos al servicio de los que sufren o de los que alivian ese sufrimiento? ¿Continuando con nuestras vidas, tratando de ser felices y estar bien, como una ofrenda a uno mismo y a los demás? ¿Es posible ser consciente de la injusticia y el sufrimiento, sosteniendo la mirada a la oscura bestia, y aún así vivir con alegría? Preguntas como dardos que nos lanzaba David hace unos días. A nosotros, y probablemente a esta Humanidad afligida por el dolor de estos tiempos...
Foto de El País (Samuel Sánchez)
Y si esa interpelación es dura y difícil, no lo es menos la que nos hace esta pandemia respecto a la muerte. Como plantea Eisenstein, ¿cuál es la forma correcta de vivir o de morir? ¿Valdría la pena sacrificar durante meses o años algunas de las cosas que tanto valoramos y que estamos sacrificando estos días para algo incierto, o incluso seguro? ¿O acaso se nos ha olvidado que todos moriremos tarde o temprano? En un mundo de separación, morir es un fracaso. Y resulta casi impensable plantearse el concepto de "morir bien". Pero lo cierto es que no todos estaríamos dispuestos a estar entubados y aislados en una UCI por ganar unos días, unas semanas o unos meses, frente a lo que significaría morir, quizás antes, pero abrazado a los tuyos. Y entonces esta crisis nos trae una pregunta aún mayor: ¿a cuánta vida estamos dispuestos a renunciar para estar seguros?  Hay culturas que valoran el disfrute o la vida intensa más que la seguridad. Y es cierto que a veces algunos esfuerzos sanitarios titánicos significan sólo una muerte pospuesta, ya que ésta es siempre segura. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Para nosotros, la vida es sagrada. Y lo es tanto, que quizás debamos cambiar el concepto de lo que es "vivir". "VIvir" NO es sólo "vivir más". Es vivir bien. Es vivir con intensidad. Es vivir con sentido. Rodeado y arropado por los tuyos. Con plena libertad y consciencia. El reto que nos lanza el Covid-19 no es pequeño, porque ha elevado la muerte en la conciencia colectiva, cuando se suele renegar de ella y se le suele dar la espalda.
Pero no sólo nos interpela ante la muerte. También lo hace ante la propia vida. ¿Cuánto estamos dispuestos a vivir con miedo? Si el distanciamiento social tiene éxito, preparémonos para introducirlo en nuestras vidas. Porque quizás algunos cambios que creíamos temporales se conviertan en definitivos. ¿O es que quienes nos miran con desconfianza en la cola del supermercado, van a abrazarnos tres semanas después, cuando algún burócrata diga que ya no es obligatoria la separación? ¿Es la reducción en las cifras de muertes lo que debe medir nuestros estándares de vida y nuestra relación con los demás? ¿El progreso futuro consiste en la separación? ¿Y si el futuro consiste en el encuentro virtual online? ¿Nos acostumbraremos a temer dar la mano o un beso, por el recuerdo de lo que vivimos ahora? ¿Seremos capaces de controlar el miedo o el recuerdo de este confinamiento mundial? ¿Podremos volver a dar un abrazo de corazón sin pensar si el abrazado tiene el virus? ¿O quizás sea éste el punto de inflexión para dominar no sólo el Covid-19, sino ese virus que nos llevaba por el camino de la Separación los unos de los otros, e incluso del planeta que habitamos y todos sus seres vivos? Probablemente dependerá de cómo valoremos la muerte frente al abrazo, a la relación con el otro/a, al juego o al estar juntos. Quizás debamos descubrir que la muerte forma parte de la vida. Ya que, de la conciencia del dolor y de la vulnerabilidad surge la más auténtica y profunda solidaridad. Es precisamente ahí donde podemos reconocer nuestra fundamental Humanidad Común.
Un día más se ha nublado de nuevo. Pero queda un día menos. Un día menos para enfrentarnos a nuestros miedos y a la decisión de cómo queremos vivir el resto de nuestras vidas.

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domingo, 12 de abril de 2020

Motivados de la vida

Vivir en confinamiento no es fácil para nadie. Estar encerrados entre cuatro paredes tanto tiempo no es plato de buen gusto. Y por muchas dudas que nos genere esta situación a algunos, nos vemos obligados a ella, bajo penas importantes en caso de desobediencia. Pero hay algo a lo que nadie nos puede obligar: la forma en la que vivimos este confinamiento. Ahí cada familia tiene la libertad, pero también la responsabilidad, de decidir cómo enfoca esta reclusión. 
Hay gente cuya jornada gira entorno a las noticias alarmantes, al recuento de casos y víctimas, o al bulo de la semana. Los hay que viven en estado de shock permanente, víctimas de la psicosis colectiva, y espantados por el futuro que dicen que nos aguarda. También los hay que se conforman con la situación, que lo viven como un parón necesario que hasta les está viniendo bien para reorganizarse la vida. Pero no podemos olvidar a quienes le están sacando el lado positivo a toda esta situación. Gente que piensa que estamos en momentos de cambio y de salto a un nuevo paradigma en el que podremos sacar lo mejor de nosotros mismos. Éstos son los que llamamos nosotros "unos motivados de la vida". 
Miguel es uno de ellos. Es campeón de España de disfrute en pista cubierta. Así es como se autodefine él. Un auténtico "disfrutón" con avaricia. Y la avaricia, en determinadas especialidades, debería premiarse con medalla. Ayer los siete disfrutamos de una larga y mágica tarde con él desde el salón de casa. Con él y con los más de 350 jóvenes que asistían a su taller por videoconferencia sobre "Espiritualidad para el día a día". ¡Menudo tostón!, pensará alguno. Nada más lejos de la realidad. Esos 350 chavales de todos los confines del mundo son otros "motivados de la vida", y forman parte de una inmensa y maravillosa red de voluntarios, formadores y estudiantes que, bajo la premisa de la gratuidad, apuestan por la educación emocional de jóvenes extraordinarios para los tiempos que corren. ¿Puede haber un reto más maravilloso? Poner buenos cimientos en el interior de los jóvenes que van a construir ese nuevo mundo que nos aguarda. La Akademia, se llama ese gran proyecto global. Una idea de otros "motivados" que está llamada a revolucionar el mundo, unida a las de otros muchos.
Reto scout de las hijas y perros
de Miguel y Lola
A Miguel y a su mujer, Lola, los conocemos desde hace más de 20 años. Pero nunca dejan de sorprendernos, porque la gente "motivada" resulta maravillosamente imprevisible. Hoy lo han vuelto a hacer junto a sus cuatro preciosas hijas en un reto de sus Scouts para imitar cuadro famosos. Y no es sólo pasión de amigos: bastaba ver las caras de nuestros hijos, de Erick, de Jacopo y de los otros jóvenes asistentes al taller para darse cuenta que estaban dando en el clavo al abordar el propósito de la vida. Y su dinámica, trabajada y compartida en casa, guiará a más de uno en los pasos decisivos que nos aguardan.
La espiritualidad, para Miguel y para muchos, no es sinónimo de ascetismo, de espiritismo o de religión, entendida como conjunto de normas a cumplir, que es lo que hace que muchos jóvenes huyan despavoridos cuando se escucha esa palabra. Va de ENTUSIASMO. Y "entusiasmo" viene del griego "en theos", o lo que lo mismo: "con Dios dentro". Y gente entusiasmada, gente con ganas de comerse el mundo, es lo que necesitamos. Haya o no coronavirus. Estemos confinados o dando saltos en la playa. Es momento de vivir la vida con pasión para darse a los demás. Aferrarse a las palabras mágicas que nos hacen crecer espiritualmente y conectarnos con nuestro ser esencial, huyendo como de la "peste" de las palabras e ideas que nos hunden. Por eso, la dinámica que vivimos en familia ayer gracias al vídeo-taller de Miguel para la Akademia fue tan especial. Porque nos conecta con nuestra esencia, seas un adulto cercano a los 50 como Mey o yo, o seas una adolescente de 14 como Eva.
Erick y sus arepas
Tenemos más amigos "motivados", porque éste sí es un contagio que vale la pena. Como nuestros amigos de ADAPA, que están propiciando pequeños gestos solidarios desde casaO los de la Revolución Altruista, que durante esta crisis sanitaria se dedican a compartir noticias positivas y esperanzadoras entre tanta desdicha mediática. Gente para la que difundir un gesto de generosidad vale mucho más que cualquier comunicado oficial de cualquier gobierno del mundo. Han creado la plataforma Karunavirus, ya que "Karuna" significa "compasión" en sánscrito, y están convencidos que el despertar de la compasión, el altruismo y la amabilidad es generalizado en estos tiempos que corren. Y por eso creen que vale la pena unirse entorno a alguno de los muchos círculos de meditación y generosidad, ahora virtuales, que están lanzando por todo el mundo para fortalecerse en ese camino sin marcha atrás. 

Pizza-Day
Pero en casa también podemos ser unos activistas del entusiasmo, unos verdaderos "motivados de la vida". Y en estas largas jornadas sin salir de casa, da tiempo para todo. Da tiempo de hacer "piña" en el teletrabajo con compañeros de otros departamentos, provincias o incluso países. Da tiempo de retomar aquel hobby de juventud, aquellos ratos de buena lectura o esas tardes maravillosas frente a un juego de mesa en familia. Esos momentos por fin están aquí. Nosotros, en casa, hemos retomado tras varios lustros nuestra pasión por los bailes de salón, y cerramos cada jornada con una buena sesión de tango o de rock-and-roll. También nos hemos aficionado al Chi Kung y hacemos nuestros pinitos de Yoga. Los chavales se afanan en sus entrenamientos de workout cada tarde. Y de vez en cuando organizamos torneos de ping-pong sobre la mesa del comedor con raquetas de juguete. Sin olvidar las mini-jornadas gastronómicas con platos italianos, costarricenses o españoles, como las arepas de Erick o el pizza-day de Jacopo del otro día, en el horno de leña que siempre nos daba pereza encender. Hemos instaurado nuestras sesiones de cine y series, y nuestros "ratitos" diarios de "This is Us" con los "niños", culminados en maravillosas sobremesas de reflexión y aprendizaje para la vida sobre la relación entre padres e hijos.
Aniversario de boda 2020

Hemos tenido hasta un almuerzo de gala, de corbata y pantuflas, para celebrar nuestro aniversario de boda. Y de vez en cuando, como ayer con la sesión de Miguel, tenemos alguna dinámica motivadora para que se mantenga alta la vibración de la "tropa". Hace unos días les organizamos a los cinco una "búsqueda del tesoro" que les ha llevado tres días culminar, donde la reflexión sobre el momento que estamos viviendo era el hilo conductor. Así, las pistas tenían que ver con los sitios u objetos de esta etapa tan anómala: la ventana donde nos congregamos para el aplauso diario; la aspiradora que usamos por turnos para la limpieza de los viernes; el mando de la tele que compartimos; el horno que multiplica su trabajo; las pesas en las que se afanan a diario; el espacio para la meditación...Por supuesto, el tesoro final no era un objeto material que hubiera que encontrar, sino conseguir desvelar un preciado mensaje vital: que el verdadero premio de la vida no habita en otro sitio más que en nuestro interior.  
Pistas
(búsqueda del tesoro)
Vivimos tiempos muy raros, es cierto. Pero hay cosas que dependen de nosotros. Las más importantes, sin duda. Y ahí conviene no dejarse llevar por tanto ruido ni tanta psicosis. Es momento de elegir. Quizás este Domingo de Resurrección sea una buena oportunidad para dar el salto a un "Ser" nuevo. Nosotros elegimos sin dudarlo el entusiasmo activo, buscando esa parte divina que todos llevamos dentro. Esa que a nuestros hijos siempre les llevó a tacharnos de "motivados de la vida" cuando les proponíamos algo poco habitual, y a la que ellos también parecen querer engancharse ahora. No se nos ocurre mejor legado para ellos.

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sábado, 4 de abril de 2020

De la necesidad, virtud

¡Y eso que decían que era imposible! ¿Cuántas de las soluciones a los problemas que se ciernen sobre nuestro planeta se decía que eran absolutamente inviables e inalcanzables? ¿Y cuántas de ellas se han convertido en realidad cotidiana en nuestras vidas y en los titulares de los medios de comunicación en apenas semanas? A lo mejor es que no era tan imposible confrontar esos obstáculos, y lo único que faltaba era una verdadera voluntad, contundente y unánime, que sólo ha llegado con el "corona" de marras.
Estación de Shangai (Reuters)
Parece muy lejano, pero hace apenas tres meses, con motivo del Coop25, parecía toda una utopía del ecologismo reducir los vuelos transcontinentales y la contaminación de nuestras ciudades. De repente las ciudades se quedan sin coches, los niveles de contaminación se reducen un 85% en algunas urbes, y muchos aeropuertos cierran sus puertas por primera vez en su historia.
En el ámbito laboral también se están produciendo momentos históricos en muchísimas entidades públicas y privadas, haciéndose cotidianas circunstancias impensables hace días. ¿Conectarme con mi ordenador de la oficina en casa y en pijama? ¿Coordinarme con compañeros de otros departamentos o incluso de otras provincias? ¿Tirar del carro aunque no seas jefe? ¿Construir desde abajo, aunque no haya directrices desde arriba? ¿Trabajar sin papel? ¿Que se difuminen los eternos "reinos de taifas"? Muchos de los hitos profesionales de estos días han venido para quedarse. Al menos ésa es nuestra esperanza, aunque sea para respaldar la conciliación familiar. Hasta en circunstancias traumáticas de ERTEs y desempleo, surgirá el inevitable debate sobre la alienación en el trabajo y la verdadera conexión con nuestros dones y talentos, ahora que tantos trabajos que se consideraban imprescindibles han tenido que parar. Incluso, los más férreos combatientes contra medidas como la Renta Básica Universal para luchar contra la pobreza, de repente, se dan cuenta de que no era tan impensable su aplicación, y que incluso podría ser la tabla de salvación de la situación actual en todo el mundo, o quizás una vía a explorar en el futuro como sociedad. 
Paseo de la Castellana (Madrid)
La gratitud escasea hoy día. Por eso jamás pensé que habría un movimiento de millones de personas mostrando gratitud en balcones y ventanas cada tarde a las ocho. Tampoco pensé nunca que habría tanta gente desplegando la empatía suficiente para quedarse en casa y evitar así que el sistema sanitario se colapsara o que las personas más vulnerables de nuestra sociedad se vieran infectadas. Ni tampoco imaginé la corriente de solidaridad que ha surgido por todos los rincones para fabricar mascarillas o respiradores, o los cientos o miles de movimientos vecinales que se movilizan a diario para ayudarse en lo cotidiano
Los imposibles de hace tres semanas son hoy parte de nuestra cotidianeidad. Y ese terremoto te pilla como te pilla. Si estás equilibrado, y con unos cimientos más o menos estables, este período te viene hasta bien, y lo vives como un paréntesis de desconexión, descanso y reforzamiento de los lazos familiares. Se te hará hasta corto. Pero si no, las inseguridades aflorarán cada día, a cada instante, haciéndote tambalear en tus desequilibrios previos. La ventaja, quizás, es que te lo notarás y tendrás tiempo, por fin, para empezar a trabajártelo...
La verdad es que me dan igual las teorías sobre lo que está pasando. Allá "cada loco con su tema". No sé si el virus surge de una mutación en un murciélago o un pangolín. Si es un virus de laboratorio o un ensayo de armas biológicas. Si es un experimento social de dominación o para limitar la población de nuestro planeta. Si se trata de una gripe común sobre la que se ha generado una psicosis interesada. Si es un plan urdido para vender mascarillas y vacunas, cuando se descubran. Si todo lo que está pasando es por culpa del Gobierno o por culpa de una oposición que no arrima el hombro en un momento así. O si el fin del mundo realmente es en el 2021, y por pura dislexia se dijo erróneamente que iba a ser en el 2012. Reconozco que me cansan las teorías conspirativas y de todo pelaje que estoy escuchando estas semanas. Y me cansan, porque a fin de cuentas, esta historia realmente no va de una epidemia por coronavirus, sino de una gigantesca pandemia por un virus aún peor: el MIEDO. Y ese miedo se contagia tanto en quienes el otro día me miraban con pavor en el supermercado por ser el único que no llevaba mascarilla, como en quienes se obsesionan en confabulaciones y acaban enviando por whatsapp bulos absurdos e infantiles que respaldarían sus teorías. No hay nada más contagioso que el miedo, sea a un virus, o sea a una mano oculta.
Habilitando IFEMA como hospital
Esta crisis nos ha dado la oportunidad de vivir situaciones que pensábamos imposibles, y que se han demostrado realizables. Sólo ha hecho falta una fuerte voluntad colectiva para poner en marcha medidas inimaginables, pero que se ha visto que no eran imposibles. Quizás porque se ha visualizado que había un enemigo exterior contra el que todos debíamos estar en guerra: el coronavirus. Pero en la mayoría de los grandes problemas de nuestro planeta, el enemigo habita dentro de cada uno de nosotros, en nuestro egoísmo y en nuestra separación los unos de los otros. Y puede que no sea tan fácil luchar contra un enemigo que somos nosotros mismos, cuando los problemas o su solución dependen de nuestra forma de afrontar la vida.
Según la FAO, cada año, 5 millones de niños mueren de hambre, 162 millones padecen retraso del crecimiento, 99 millones tienen falta de peso, y 51 millones sufren problemas por malnutrición aguda. Y ése es sólo uno de los muchos y acuciantes problemas que ya teníamos antes del Covid-19. ¿Es un problema lo suficientemente importante como para dedicarle los recursos y los esfuerzos que hemos visto que se pueden dedicar ante un virus incierto? ¿Es momento, quizás, de plantearse hasta dónde estamos dispuestos a llegar como individuos y como sociedad para resolver lo que siempre pensamos que era imposible de resolver? ¿Quiénes queremos ser durante esta crisis sanitaria? ¿Y después?
Como dijo hace unos días nuestro querido Emilio Carrillo en su primera aparición pública tras la crisis del coronavirus (VER), hablando de su manifiesto (VER) y de su visión de lo que está sucediendo en estas semanas, tras esta crisis no nos vale con tener una "esperanza" mediocre que nos permita volver a lo que éramos antes de esta pandemia. Apostamos por una ESPERANZA con mayúsculas, que nos permita salir reforzados de ésta como seres humanos dispuestos a decir adiós a la vieja humanidad egoísta, y decididos a formar parte activa de la nueva HUMANIDAD, de ese MUNDO DIFERENTE PARA VIVIR por el que llevamos más de ocho años escribiendo. No encontraremos una oportunidad mejor para confrontar nuestros miedos y nuestros desequilibrios. Lo tenemos "a huevo". Nos están obligando por decreto a quedarnos en casa y a hacer un "parón" de semanas o incluso meses. A recapacitar sobre lo que éramos y lo que queremos ser cuando salgamos de ésta. Que lo que el virus ha unido, no lo deshaga el hombre. ¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad de hacer de la necesidad, virtud?

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