domingo, 7 de marzo de 2021

Oda al díscolo

Una de las mayores decepciones de Mey en su carrera de Filología la sufrió cuando una profesora le puso un cinco "raspado", según le dijo, por no haber reproducido con puntos y comas los apuntes que ella había suministrado. Había indagado otras fuentes complementarias. Se había hecho demasiadas preguntas.

Shutterstock: Vitezslav Vylicil

Si hace 15 años nos hubieran preguntado cuál sería la principal asignatura que nos gustaría que se hubiera impartido a nuestros hijos, la respuesta habría sido clara. Desde luego no las matemáticas, la literatura o los idiomas. Sin duda habríamos elegido una asignatura de pensamiento crítico, y de aprender a hacerse preguntas. El principal problema es qué profesor y cómo podría dar esa asignatura. Pero es la base de todo aprendizaje y de toda evolución humana. 

Vivimos una época en la que buscamos respuestas para todo y con inmediatez. Se estudian asignaturas para acabar teniendo un trabajo. Se imparten unos contenidos memorísticos en las asignaturas para acabar soltándolos en un examen. Éste, a su vez, está diseñado para obtener una nota. Y esta nota será la que te abra las puertas al ansiado trofeo laboral. Incluso en la asignatura de filosofía, por desgracia, se imparte un curriculum pensado para memorizar ciertos contenidos sobre los filósofos, y poco más.. Pero, ¿y las preguntas?

De nada sirven las respuestas, si no hemos aprendido a preguntarnos antes. Y ese cuestionamiento de todo está casi ausente hoy día. Se ha perdido la capacidad de formular dos palabras mágicas: "¿Y si...? Parecen dos palabras sencillas, pero cuesta muchísimo encontrar personas dispuestas a dar el paso de replantearse si las cosas pueden ser distintas a como la mayoría las ve, o incluso como ellas mismas pensaban que eran, antes de preguntarse: "¿y si resulta que esto no es así?". Incluso es alarmante esa ausencia de cuestionamientos por parte de quienes deberían usar las preguntas y los replanteamientos en su trabajo diario, sean científicos, médicos, economistas, teólogos o políticos. Nos dan las respuestas con las que pensamos que resolvemos la "papeleta" del momento. Pero así nos va. Sin preguntarnos si esas respuestas se adaptan a lo que tenemos delante.

Shutterstock: Vitezslav_Vylicil

Y no es un problema de profesores. Es de nuestra sociedad en conjunto. Un gran profesor de preescolar nos mostraba hace años su frustración al contarnos que muchos padres le reprochaban que sus hijos empezaban con él a leer la "U" o la "P" más tarde que los niños de la clase de al lado. Esos padres querían respuestas rápidas que les permitiesen compararse con los demás y competir. Lo de hacerse preguntas, y preparar la mente para asentar el conocimiento no les valía.

Hace unos días hablábamos con Pablo sobre unos ensayos que tiene que realizar relacionados con un apasionante asunto de materia económica. Y a raíz de un vídeo que había visto Mey, le planteamos una duda. Esa duda le puso a la defensiva. Y casi nos reprochaba que hubiéramos dado un giro a nuestra posición inicial con esa duda. Pero no. Cuando uno se hace preguntas que antes no se había planteado, a veces se llega a respuestas que habías dejado olvidadas detrás de tu ideología, de tu educación, de tu forma de ser, o incluso de tus prejuicios. Por eso el hacerse preguntas debe ser un ejercicio diario que debemos cultivar hasta el último día de nuestra existencia. Y sin embargo, es una tarea muy devaluada.

Cuando hace ya un año se inició esta historia de la pandemia y empezó a haber cosas que no cuadraban, respuestas incoherentes, y explicaciones sin sentido, empezamos a hacernos preguntas. Probablemente más que nunca en nuestras vidas. Y cuando compartíamos esas preguntas, en el 99% de los casos, a nuestro alrededor, sólo nos daban respuestas. "No, es que he visto en instagram...". "No, es que dice la OMS..." "No, es que según el ministro...". "No, es que si millones de médicos hacen lo mismo, y nadie ha dicho nada..." Para nuestra sorpresa, nos habíamos introducido en un gigantesco túnel universal en el que las respuestas estaban prefabricadas y listas para ser engullidas por una masa sin capacidad de plantearse preguntas. Y eso asusta mucho. Mucho más que el "virus de marras". Por eso nos gusta estar muy atentos a díscolos de peso, con argumentos, conocimiento, experiencia y clarividencia, aunque los pongan "a caldo". Gente como el Dr. Benito, la Dra.Forcades, la Dra. Acevedo, José Luis Parise o el propio Emilio Carrillo.

Shutterstock: Lightspring
Hacerse preguntas hoy es "chungo". Muy "chungo". Es arriesgarte a verte etiquetado, excluido y vilipendiado. Es peor que un insulto. Mucho peor incluso que ser escupido a la cara. En estos tiempos de pandemia, hacerse preguntas acarrea automáticamente recibir el calificativo de "negacionista". Es lanzarte directamente al ostracismo o a la más profunda de las cloacas. Y te ves a esa masa informe repitiendo como "papagayos" con el dedo acusador señalándote y diciendo: "negacionista, negacionista"...Pero según la Real Academia, el negacionismo es simplemente una actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes. Ni más ni menos. 

Ser negacionista no es otra cosa que ser un inconformista, un díscolo que va contra corriente de lo que se considera como adecuado, racional, prudente o consensuado. Alguien que se hace preguntas ante una realidad sobre la que los demás parecen no cuestionarse nada. Pero la historia de la Humanidad sólo ha avanzado a golpe de negacionistas que tuvieron el coraje y la perseverancia de luchar contra lo establecido en su tiempo, y mostrar al resto la luz de una verdad hasta entonces oculta a base de creencias de todo pelaje.

Sin embargo no se trata de ser díscolos porque sí. Para nosotros, el ser inconformista o ir contra corriente no es un valor en sí. El valor se lo da el hecho de que esa actitud va respaldada por el estudio, el esfuerzo, la experiencia, o el empuje por alcanzar un alto ideal. Y eso es pura valentía. Porque lo cómodo es apoltronarse en lo que repite la mayoría, y seguir al rebaño sin plantearse nada. Lo difícil es sostener una postura cuando todo el mundo parece opinar lo contario, y encima tener argumentos para hacerlo. Pero cuidado: hay quienes hacen del "ir en contra" una forma de vida, y edifican su identidad sobre ello. Y un díscolo que no es capaz de ser flexible ante las circunstancias, las evidencias o los principios superiores, y se enroca en lo suyo, se acaba llenando de ego, y hace de su argumento pura tiranía, que no genera sino antipatía. Por desgracia eso es algo común en nuestra política nacional.

Los científicos admirados en películas y libros de Historia son los que negaron lo anterior e impulsaron algo nuevo. Igual que los descubridores, los conquistadores, los inventores y los héroes que defendieron derechos y libertades que hoy creemos que cayeron del cielo. Como dice Bayce, ¿qué hubiera sido del mundo sin profetas, hazañas o utopías?

Cristóbal Colón
Cristóbal Colón fue un díscolo negacionista que no aceptó la "verdad oficial", según la cual se caería al vacío si cruzaba la línea del horizonte. Y de paso descubrió América. Le siguieron otros díscolos negacionistas que no aceptaron lo de que la Tierra era plana y se animaron a doblar el Cabo de Buena Esperanza, apostando por que la Tierra fuese redonda y poder volver a España por un mar opuesto a aquél por el que habían llegado.

En el ámbito de la ciencia, Nicolás Copérnico fue otro díscolo irreductible que supuso que el Sol era el centro del Universo y que la Tierra y los demás planetas giraban a su alrededor, toda una barbaridad para la concepción geocéntrica de la época. Johannes Kepler, también ilustre díscolo negacionista, es bien conocido por sus leyes sobre el movimiento de planetas en su órbita alrededor del Sol. Su madre fue acusada de brujería, otra forma histórica de catalogar a los negacionistas. Las ideas de Kepler chocaron directamente con la Santa Sede que incluyó sus libros entre los títulos prohibidos. Peor suerte correría el díscolo Galileo, que a pesar de ser considerado como el padre de la astronomía moderna, de la física moderna o de la propia ciencia, tuvo que soportar que se prohibiera su obra y se le condenara a la cárcel. 

Marie Curie

Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo. Marie Curie unió a su condición de díscola negacionista, otro pecado capital: el de ser mujer. Fue la primera persona en recibir dos Premios Nobel en dos especialidades diferentes, y la primera mujer en conseguir ese preciado galardón. No obstante, la sociedad de su época casi logró privarle de ambos. El primer Nobel, compartido con su marido Pierre, se le otorgó ante la amenaza de él de no aceptar el premio si ella no era también recompensada. Y en el segundo Nobel, recibió críticas feroces en los titulares de todos los periódicos, siendo tachada de adúltera, y presionada  para no ir a recoger el galardón, aunque un joven Albert Einstein la animó finalmente a que lo hiciera.

Malala Yousafzai
La historia de los derechos de los que disfrutamos cotidianamente, está también jalonada de díscolos negacionistas. Baste nombrar sólo un par de ellos: Emmeline Pankhurst, activista y política británica que lideró el movimiento sufragista en su país, y cuya lucha fue crucial para lograr el derecho de las mujeres a votar en Gran Bretaña, con todo en contra. O la joven paquistaní Malala Yousafzai, que en 2008  se planteó con vehemencia una simple pregunta: por qué los niños de su país tenían limitaciones en la educación, recibiendo por ello varios balazos en la cabeza por extremistas talibanes, que afortunadamente no le impidieron recibir a los 17 años el Premio Nobel de la Paz.

Rosa Parks
A veces ese inconformismo díscolo surge de un gesto sencillo y simple, como el de la costurera Rosa Parks en Alabama , que se hizo la pregunta de por qué iba a tener que cederle el asiento en un autobús a un blanco, y con ello inició el camino para la primera gran victoria de los negros americanos contra las leyes racistas en Estados Unidos.

Y por supuesto, forma parte de ese proceso negacionista la ruptura con lo que se considera habitual, cotidiano y asumido. Así, hoy sería inconcebible ir al médico y que éste te recibiera fumando, o tener que aguantar los humos del tabaco de otros en la oficina o en el cine. Cuando se planteó la prohibición en 2006, (antes de ayer, como el que dice) una gran mayoría lo consideró una idea absurda y díscola, algo inconcebible que supondría el hundimiento de la economía. Han pasado sólo unos pocos años, y fumar en cualquier sitio cerrado sería un auténtico atropello. 

Por eso, en estos tiempos de coronavirus, pensemos dos veces, antes de arrojar la piedra del insulto o la descalificación como "negacionista" a quienes no comparten algunas de las "verdades oficiales" que gobiernos, medios de comunicación e instituciones internacionales nos están imponiendo a base de repetirlas y de imponerlas por la fuerza de la ley. Quien insulta de esa forma, se descalifica a sí mismo. A ver si dentro de unos años, resulta que nos vamos a reír a carcajadas o nos abochornamos recordando lo que nos "tragamos" en relación a las PCR, a los toques de queda, a los cierres perimetrales, a la prohibición de actividades económicas, a su clasificación en esenciales y no-esenciales, a la imposición de las mascarillas, y a la vacunación universal que hoy nos ocupa. ¿De verdad no pensamos que hay preguntas de sobra para hacerse en esta realidad pandémica que estamos viviendo? ¿O será simplemente que nos informamos, NO para buscar la verdad, sino para vernos reafirmados en nuestros puntos de vista? En ese caso, estaremos suspendiendo esa asignatura de pensamiento crítico, por mucho tiempo que haya pasado desde que abandonamos el colegio.

Shutterstock: Paolo Certo
Hace años decidimos que en casa debíamos proporcionar esa asignatura de pensamiento crítico y de hacerse preguntas sobre la realidad. Fuera como fuera. Y por eso llevamos a los niños desde pequeños a ecoaldeas y lugares lejanos donde hubiera gente replanteándose la forma de vivir la vida, nos gustaran más o menos esos sitios. Por eso quisimos que viajaran, que recorrieran los caminos, y se hicieran preguntas que alguien que no se ha movido de su pueblo quizás no se haga nunca. Y por eso les animamos a que abrieran sus puertas a huéspedes y se sintieran acogidos por anfitriones. Que entraran en contacto con poetas, con soñadores por un mundo mejor, y con los "locos" de este mundo...  

Nuestros hijos aprenderán muchas matemáticas, mucha literatura y muchos idiomas si se apasionan por hacerse preguntas, y cultivan la curiosidad por aprender, por ver las cosas desde otra perspectiva, y por buscar la verdad, aplicando el sentido común. Y sin duda, la salida laboral, que a tantos padres preocupa, llegará como consecuencia de todo ese proceso, y cuando toque. Pero ¿de qué sirve obsesionarse por conseguir un trabajo, si la vida se vuelve gris por acallar tantas y tantas preguntas?

 Si te atreves a hacerte preguntas a pesar de todo y de todos, y al final acabas confirmando tu idea inicial, ¡olé por ti! Pero si tienes el coraje de hacerte preguntas contra corriente, y te das cuenta que las respuestas no son las que pensabas o las que todo el mundo repite como autómatas, y además decides "tirar para adelante" a pesar de lo que digan de ti, o cómo te etiqueten, te mereces una medalla. Porque entonces eres un diamante en bruto. Y entonces brindaremos por ti y por todos los díscolos como tú ¡Ojalá no paremos de hacernos preguntas! ¡Y ojalá ayudemos a nuestros hijos a que no paren de hacérselas! De ello depende el futuro.

1 comentario:

Marga dijo...

Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión

Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, a través del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos.
Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio.
Si es lícito a cada ciudadano de la UE sostener las creencias que tenga por convenientes, ninguna duda puede caber de que ese derecho incluye lo que de una forma peyorativa se ha llamado NEGACIONISMO, que no consiste precisamente en negar la existencia del cuadro de neumonías o la existencia del virus, sino simplemente recordar que ni el mismo ha sido aislado ni tampoco demostrada su relación con la enfermedad.

Extraído de la queja planteada ante la UE: https://thecoronaviruslegal.wordpress.com/2021/03/10/queja-a-parlamento-europeo-por-pasaporte-covid/comment-page-1/