miércoles, 28 de octubre de 2020

Espejismos

Espejismo (jplenio en Pixabay)


Empezó a anochecer. Y con ello mis temores. Las fuerzas flaqueaban ya. Nos creíamos a salvo, pero no. Todo había sido un espejismo. No estábamos donde creíamos. Había que empezar casi de cero. Debíamos volver a ponernos la ropa empapada, enfundarnos el "cortavientos", y adentrarnos de nuevo en aquel inmenso mar. No tardaría en irse la luz. Y sin linternas ni móvil, aquello se podría convertir en un "pequeño drama". No le gustó a Mey que pronunciara aquellas palabras. Evidenciaban mi preocupación. Miedo no, pero sí preocupación. Y ella lo estaba viviendo de una forma distinta. Por eso preferimos quedarnos callados, y remar. Remar con intensidad. Pero el cansancio atenazaba mis músculos, la mente empezó a patinar, y aquellas crecientes olas nos ganaban la batalla por instantes. Cada vez más agua inundaba la canoa. Cada vez más empapados. Cada vez más giros innecesarios en un zig-zag interminable. En el lejano paisaje de montañas que veía delante de nosotros, tomé la referencia de cómo las sombras de la noche tomaban el control. Y cada minuto que pasaba creía ver menos trozos de montaña sonrosados por el atardecer, y más trozos de un gris oscuro. Cosas de los nervios, probablemente. Me imaginaba que cuando el gris le ganara el pulso al rosa, nuestro panorama sería ya negro. Por eso, cuando aparecieron un par de lanchas a lo lejos, presentí que nuestros amigos ya habrían activado nuestro rescate. Pero no. Mi percepción quizás no era nada objetiva. Desde luego estaba muy alejada de la de Mey, como pude comprobar después. Quizás por eso no levanté las manos y los remos para pedir auxilio, como se me pasó por la cabeza en algún momento. Aún quedaba un rato de luz y había que aprovecharlos. Quizás la siguiente cala era la correcta. O quizás la siguiente. O quizás la otra.

Cueva de las Palomas (Wikiloc-Cejus)

El día había sido inolvidable. Por enésimo fin de semana consecutivo, Mey y yo habíamos decidido ejercer nuestra objeción de conciencia a este panorama de desasosiego, de miedo y de crispación que parece haber abducido a nuestra Humanidad. Sin embargo fuimos "más papistas que el Papa" en eso de mantener el metro y medio de distancias de seguridad, y nos lanzamos de nuevo a los brazos de la naturaleza junto a unos buenos amigos en Cabo de Gata. Ese sábado fuimos los únicos que botamos nuestro kayak para recorrer el precioso trayecto entre el Playazo y Las Negras. El resto de amigos lo harían por tierra. Navegamos junto al castillo de San Ramón, nos adentramos  en el hechizo de la cueva de las Palomas, rememoramos aquella comida especial en el camping de La Caleta de hace apenas dos meses y las horas de buceo en las cristalinas aguas de la cala del Cuervo, y llegamos con tiempo de sobra a Las Negras, para curiosear por los alrededores, hasta que el equipo terrestre nos alcanzara. Luego compartimos con ellos unos tercios, unas patatas de bolsa, y unos bocatas partidos a "cachos" en aquel bohemio malecón. Primero una bella conversación cargada de muchas risas en el almuerzo, y después un café en el bar Cerro Negro, hicieron de aquélla una tarde mágica. Y como suele suceder con la euforia del momento, improvisamos el regreso a casa sobre la marcha. En lugar de volver por el mismo recorrido, Mey y yo seguiríamos avanzando hasta las calas del Plomo y de Enmedio, mientras los demás regresarían andando a por los coches para recogernos. No cabía pérdida. La cala del Plomo tenía una construcción a la izquierda y un amplio cañaveral a la derecha. Avanzaríamos hasta la cala de Enmedio, que nos dijeron que era espectacular, y regresaríamos de nuevo a la del Plomo, porque era la única a la que se podía llegar en coche, tras siete kilómetros de carril polvoriento. Aunque ya llevábamos un par de horas remando, la propuesta era irrechazable, vista la belleza de aquellas columnas y rosetones de roca volcánica, que cualquier catedral humana habría deseado para sí.

No tardamos en llegar a nuestro destino. Una bandera pirata ondeaba al viento, mientras un par de chicas tomaban el sol, y una pareja nudista se mimetizaba con las rocas. Como había pasado por la mañana, nuestra velocidad era mayor que la de los senderistas. Así que mantuvimos el plan, y llegamos también pronto a la cala de Enmedio. Efectivamente valía la pena: dos grandes rocas a cada lado la ocultaban de las miradas curiosas, y cual unicornio misterioso, una cabra montesa nos dio la bienvenida en la misma playa. No podía haber un mejor colofón para un día así.

Ya algo cansados, regresamos a la cala del Plomo, con algo de fresco, porque aquellos altos acantilados ya ocultaban los rayos del Lorenzo. Pero la arena de aquella playa aún estaba al sol. Así que descendimos algo entumecidos del kayak, y rápidamente nos cambiamos de bañador y de camiseta para no enfriarnos. Y como sucedió por la mañana, el equipo acuático había vencido al equipo terrestre. Nos vendría bien, porque ya llevábamos casi tres horas y media remando, y el cuerpo no está acostumbrado a estos "tutes". Así que un poco de relax, tumbados en aquel atardecer paradisíaco, nos vendría "de perlas". Nuestros amigos podrían tardar lo que quisieran. Nosotros ya estábamos a salvo.

Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Sin embargo, algo no cuadraba. Por mucho que lo intentábamos, no lográbamos ver el aparcamiento de coches detrás de aquel cañaveral. Por allí debían llegar nuestros amigos a recogernos. Pero nada. Ni un coche. Preguntamos a las dos chicas que tomaban el sol, y sus palabras supusieron un bofetón. De repente, el momento idílico en aquella cala de ensueño se convirtió en una escena surrealista. Efectivamente allí había una construcción y un cañaveral, pero aquello no era la cala del Plomo sino la de San Pedro. Hasta la del Plomo, quedaban aún unos buenos kilómetros. Vamos, que aquella cabra montesa que se nos apareció en aquella cala desierta, aún estaba bastante antes de nuestro destino, y nosotros nos habíamos vuelto para atrás. Como con el plan improvisado ni habíamos cogido el móvil, les pedimos a aquellas chicas una llamada de gracia para tranquilizar a nuestros amigos sobre nuestra posición, y avisarles de nuestro retraso. Pero nada, no debían oírlo con su particular espejismo de la situación.

Y así fue cómo, con las tardías sombras del atardecer, un luminoso día cargado de bellas emociones, se había transformado en un motivo de preocupación. Al menos para mí. Y cada cala que pasábamos se convertía en una pequeña frustración por no ser nuestro destino y por no descubrir en ella a nuestros amigos esperándonos. Una y otra vez. Una y otra vez. Y cada vez más frío. Y cada vez más mojados. Y cada vez más oscuro.

Habíamos cumplido "a rajatable" las especificaciones: "una construcción a la izquierda y un cañaveral a la derecha en la Cala del Plomo; y dos grandes piedras delimitando la cala de Enmedio". Y justo con esas instrucciones bajo el brazo, habíamos llegado a nuestro destino. Pero todo había sido un espejismo. Aquel no era nuestro destino. Quizás estábamos en lo cierto con esa descripción. Pero quizás la verdad tiene muchas caras, que a veces desconocemos. Incluso para los dos remeros de nuestro kayak, que vivíamos con distinta intensidad la premura por llegar a nuestro destino, así como el tiempo de luz que nos quedaba para ello. Cada persona experimenta la realidad según sus vivencias y experiencias pasadas, o según su propia forma de ser. Por eso, ni siquiera Mey y yo percibíamos lo mismo, remando al unísono, como íbamos. Ni aquella cala en la que habíamos descendido se llamaba del Plomo, ni hasta ella podían acceder los coches. Todo había sido una pequeña broma del destino, creando una coincidencia en la vaga descripción de dos calas alejadas por unos cuantos kilómetros. Pero ya no había remedio. Sólo quedaba remar. De poco valía preocuparse. Sólo valía ya ocuparse. Por muy pocas fuerzas que quedasen ya.

Y justo cuando ya parecíamos desfallecer, y tan sólo se divisaban lejanas luces en Agua Amarga, en el recodo de nuestra enésima esperanza de destino divisamos una construcción y un cañaveral. En realidad ni uno ni otro tenían nada que ver con los de la cala que habíamos tomado por nuestro destino, unos kilómetros atrás. Pero eso es lo que pasa con los espejismos. Que los haces "tu verdad", aunque poco tengan que ver con "la verdad".

Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Cuando a lo lejos avistamos la figura de Gema, las sonrisas volvieron a bordo, aunque estaba sola y muy afanada con su móvil. Luije, efectivamente, había salido en nuestro búsqueda. Su espejismo mental había consistido en que, quizás alguno de nosotros habría sufrido alguna contractura o se habría sentido mal, y habíamos regresado a las Negras. No era normal que no hubiéramos llegado aún a esas horas. Algunos pescadores y bañistas así se lo habían corroborado. Y cada uno ya estaba planificando su plan conforme a tal espejismo. Luije preparando la llamada a un familiar para que nos buscara con su lancha. Y Gema consultando el teléfono para avisar al servicio de rescate marítimo. ¡Menuda odisea podíamos haber liado!

Ya con el kayak desmontado en el coche, exhaustos, y llenos de arena y sal, reflexionábamos  en el camino de regreso a casa de Gema, sobre lo compleja que es la realidad. Todos habíamos actuado conforme a la verdad de lo que sabíamos. Y sin embargo, se podía haber montado un buen "pollo". Probablemente se podría haber evitado con menos euforia e improvisación en el plan vespertino. Quizás nos podríamos haber detenido a ver los detalles del recorrido. O podríamos haber buscado unas fotos para asegurarnos antes de salir. O al menos habernos llevado el móvil y una linterna. Pero lo cierto es que Luije y Gema ya se habían imaginado tres o cuatro escenarios que podían explicar nuestro extraño retraso, y nosotros habíamos situado nuestra cala de destino unos pocos kilómetros antes. Cada uno estaba viviendo "su verdad", mientras "la verdad" seguía su curso, e impedía nuestro reencuentro. Con razón decía Machado aquello de "¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". Y sin embargo, ¡cómo cuesta despegarse de "nuestra" verdad, por muy insuficientes que sean los cimientos de ésta! Un proverbio zen japonés lo expresa de otra forma: "No busques la verdad; descarta tus opiniones".


Tanto nosotros como Luije y Gema habíamos creado nuestro particular espejismo con su correspondiente "castillo en el aire", como sucede con el efecto Fata Morgana, o "hada Morgana" en italiano, en referencia a la hermanastra del Rey Arturo, Morgan le Fay, que, según la leyenda, era un hada cambiante. Esta ilusión óptica tiene una fácil explicación y se debe a una inversión de temperatura, de modo que objetos que se encuentran en el horizonte como, por ejemplo, islas, acantilados, barcos o témpanos de hielo, adquieren una apariencia alargada y elevada, similar a "castillos de cuentos de hadas". Pues lo mismo nos sucedió a cada uno de nosotros: por una pequeña interpretación que hacíamos de la realidad en base a la parte de información de que disponíamos cada uno, habíamos construido nuestro particular "castillo de la realidad".

Atardecer en Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Alguien dijo hace dos milenios aquello de "la verdad os hará libres". Y eso es tan cierto como que, por desgracia, cada persona acaba haciendo de "la verdad" su pequeña versión. Y esas "mini" versiones de "la verdad", con el posesivo delante, dejan de ser verdad. Y es cuando "mi verdad" me acaba esclavizando a mi versión de los hechos y de la realidad. Y si pueden suceder estas distorsiones o confusiones en una simple "quedada" para llegar por distintos caminos a una misma playa, imaginemos lo que sucede cuando la realidad es tan compleja como la que vivimos actualmente, con un teórico virus que, también teóricamente, está amenazando la salud pública y el desarrollo de toda la Humanidad. ¿Cuántas "verdades" surgen de un panorama tan incierto y desconcertante? Probablemente tantas como habitantes hay en este planeta. Cada uno con "su verdad", y además permanentemente cambiando entre una oleada y otra del dichoso virus, o entre un narrador u otro de dicha "realidad". Narradores que no tendrán escrúpulos para contar verdades cargadas de "fake" para condicionar nuestra fe, nuestro voto, nuestra compra o nuestro miedo. Y así nos va. Unos culpándonos a otros. Unas verdades enfrentadas a  otras. Las personas mayores culpando a los jóvenes por reunirse en cafeterías y bares, olvidando cuando ellos lo hacían. Y los jóvenes sorprendidos de que los mayores quieran desplazarse a sus segundas residencias, a pesar de las prohibiciones. Unos tratando de luchar contra el virus para derrotarlo, y otros resaltando que ni es tan mortal ni tan peligroso, y que las medidas que se están aplicando traerán consecuencias peores que las que se intentan evitar. Unos buscando complots y conspiraciones en la creación y propagación del virus, y otros a la caza de los bulos que desacrediten a los primeros. Unos, partidarios de la "protección focalizada" para evitar el colapso económico y las secuelas mentales y por otras enfermedades que puede acarrear todo esto a la mayoría de la población no vulnerable, y otros partidarios de los confinamientos, los toques de queda, y los estados de alarma cada vez más estrictos. Cada uno con "su verdad". Y consiguientemente, esclavos de ella. Bajo una consigna. Bajo una bandera. Bajo un lema. Bajo un plan.

Si de verdad queremos que la verdad nos haga libres, nos va a tocar soltar amarras de "nuestra verdad", y abrirnos a que "la verdad" nos sorprenda y nos interpele con toda su plenitud. Nos tememos que no hay otra forma de encontrarnos y volver juntos a casa. A esta casa que compartimos todos y en la que verdaderamente podríamos vivir libres de intereses e ideologías.



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