domingo, 19 de noviembre de 2017

Ponerse a tiro

Ese no era el plan. Tenía las ideas muy claras y ése desde luego no era el plan. Era momento de estudiar, de hincar codos, de sacar las mejores notas posibles, y de abrirse paso en el mundo laboral. Pero desde luego no de distraerse con noviazgos. Siempre fui muy mental y "cuadriculado". Un auténtico "pesado", como dicen mis niños hoy. "Una gota en el latón". Y no estaba dispuesto a desviarme ni un ápice del rumbo trazado. No sé si ese rumbo me lo tracé yo a los 15 años, o me lo habían trazado otros. Pero el plan era el plan. Y estaba para cumplirse ante todo y sobre todo. Hasta que llegaron otras certezas. Unas certezas que no venían de la mente sino del corazón. Unas certezas que nunca había sentido, y que me desvelaban de madrugada por primera vez en mi vida. Unas certezas a las que me resultó imposible dar la espalda, y que me obligaron a ponerme a tiro de las flechas de Cupido. En realidad esas certezas no rompieron mi plan. Hubo estudio, hubo codos, hubo buenas notas. Hubo nueve largos años de noviazgo en la distancia. Y toneladas de cartas de amor. No había whatsapp y había que sustituirlo por nuestro código morse de llamar y colgar el teléfono. O por las frecuentes visitas al buzón de correos.
Sin vértigo por los Pirineos franceses, verano de 2017
Aquellas certezas iniciales fueron desoxidando el corazón y domando a la mente. Luego surgieron  otras certezas que muchos no entendieron: renuncias a trabajos en grandes multinacionales, a sueldos disparatados y al mundo de las alfombras rojas. Estaba programado para eso. Me había preparado para eso. Y cuando por fin había llegado el momento de tenerlo, ¡renunciaba a ello! ¿Qué estaba haciendo con mi vida?
Mi vida ha sido la historia de un desaprender continuo, de una desprogramación continua. Quien me conociera hace diez años probablemente pensaría que está hoy ante otra persona. Y probablemente todo empezó con aquella primera certeza. Con aquella primera decisión loca. Con aquel primer "ponere a tiro". Aquel encuentro con mi compañera de viaje por este mundo fue un tren que no pude dejar pasar. Hoy, casi treinta años después me colma de felicidad y de permanente apertura a nuevos aprendizajes, a nuevas certezas, y a nuevos encuentros mágicos. No piso alfombras rojas. Mi cuenta bancaria no es de seis cifras. Y mi agenda echa humo. Pero no para ganar dinero, prestigio o poder, sino para ponerme a tiro de nuevas flechas que valen la pena.
Siempre me encantó la frase de Gandhi de "Sé el cambio que quieres ver en el mundo". Pero lo cierto es que nunca entendí bien su aplicación práctica. Hoy creo que me acerco más a lo que quiere decir. Y creo que va de seguir poniéndose a tiro de ese cambio y del amor que requiere. Y eso se manifiesta de multitud de formas, y en infinidad de instantes cotidianos. Siempre surgen esas flechas. El problema es si nos pillan viendo la tele, apoltronados en el sofá, u ocupados con otros planes como ganar dinero o prestigio. Pero siempre la pregunta es la misma: ¿en qué medida esto me conecta con el cambio que quiero ver en el mundo? Si esa situación, esa persona o ese proyecto nos acerca a ese mundo diferente para vivir, nos ponemos a tiro, y a pecho descubierto. Da igual si es en una charla ante padres en el instituto de Benamocarra, en eternas sesiones se sobremesa con nuestro hijos, o en desayunos o conversaciones de pasillo con los nuevos compañeros de trabajo. Da igual si es intercambiando recetas, viajes, charlas, cuentos o lágrimas de preocupación y dolor. Da igual si es compartiendo hasta las tantas preocupaciones de adolescentes con familias amigas, o charlando de la salud y sus somatizaciones con un amigo en el taller. Da igual si es coordinando un vídeo o un musical para el comedor solidario de los Ángeles de la Noche, difundiendo novedades, alguna jornada o un curso de nuestra ONG ADAPA o de nuestro querido proyecto O Couso, o luchando contra alguna injusticia. Da igual si es prestando dinero a unos amigos en apuros, cambiando de compañía eléctrica por un consumo más responsable, o de entidad bancaria para que nuestro dinero sea más ético. Da igual si es hablando en los trayectos de coche compartido, si es escribiendo posts, si es impartiendo sesiones de mindfulness o si es firmando libros. Da igual que sea ante conocidos o desconocidos. La cosa es ponerse a tiro. Ponérselo muy fácil a ese cambio en el mundo que nos gustaría ver. Hacer de puente y viaducto hacia él. Aunque sea un milímetro cada día. Sin vértigo, porque para divisar un gran paisaje, hay que subir alto (los sueños, si no asustan, es que no son suficientemente grandes). Poniendo en el centro a la persona. Por encima de dineros, de cargos, de prestigios y del "qué dirán". Los encuentros con almas amigas se multiplican entonces. Y las certezas del corazón se contagian. Como los milagros.

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