I. Ese día no teníamos prisa. Aún no había deberes del "insti". Eva y yo íbamos a una revisión rutinaria de sus nuevas lentillas mágicas, que le corrigen la miopía mientras duerme. Recién sacado el coche, un vecino quinceañero con antecedentes en "fanfarronería" nos vino de frente en su bicicleta. No hizo por apartarse, como nosotros, para compartir la estrecha calle. Todo lo contrario. Zigzagueó hasta nuestra altura para obligarnos a parar, y cruzó su bicicleta para impedirnos el paso mientras la puerta del garaje de su casa se abría a ritmo de tortuga. Quizás esperaba un "bocinazo". Quizás un exabrupto. No los hubo. Tan sólo observamos su "bravuconería" adolescente como el que observa un pez exótico en un acuario. Sorprendidos. Estupefactos. No le dimos el gusto de la confrontación. Y eso le exasperó. Cuando por fin nos dejó pasar tras varios minutos que se hicieron eternos, no pudo reprimirse y nos dedicó otra salida de tono por la boca. Baja vibración. No hubo contagio.
Este verano en Pirineos, con alta vibración y conexión con la naturaleza. |
II. Pocos días después, estábamos en casa de "zafarrancho" de duchas. Eva y yo compartíamos el aseo para ganar tiempo y salir pronto a algún recado. No quería mojarse el pelo, pero le cayeron algunas gotas cuando yo me enjuagué el mío. Las hormonas mezcladas con lo que entendió una broma de mal gusto hicieron el resto. Sus gritos y su rebote monumental acabaron en un manotazo no intencionado con la alcalchofa de la ducha, y mi labio sangrando levemente. Toda la calma que había mantenido hasta ese momento se fue por el sumidero. Me puse a su altura en irritación y cabreo. Ni siquiera atendí a razones cuando Mey trató de calmarme. A fin de cuentas soy el padre y estas cosas no puedo permitirlas. O quizás todo lo contrario. Baja vibración. Contagio en toda regla.
III. Desde hace semanas sentimos cómo la agitación social a través de los medios de comunicación por el asunto del referéndum catalán nos empezaba a soliviantar. Banderas, fronteras, territorios, naciones, mis dineros y los tuyos...Desasosiego, confrontación, incertidumbre.. Vibraciones bajísimas de altísimo contagio. Me encanta estar a la última en las noticias, pero empecé a sentir con fuerza que era momento de apagar el telediario, la radio y la prensa, incluso la de internet. Así llevo un mes. Quiero ser dueño de mis vibraciones, y no que éstas dependan de lo que dicten un par de políticos enzarzados y azuzados por los medios de comunicación. Quiero ser dueño de mis pensamientos, y de mis conversaciones, de mis miedos y de mis alegrías. A veces toca poner cortafuegos para evitar los contagios de vibraciones tan bajas. Seguro que me acabo enterando de lo que pase, sea lo que sea. Mientras tanto, vivo mi vida, en lugar de vivir la que tratan de marcarnos otros.
IV. El pasado viernes nuestra amiga Patricia nos envió un vídeo por whatsapp. A veces se envían cosas insustanciales, pero no era la práctica de la remitente, y lo abrí. Era el poema más bello y profundo que quizás había escuchado en toda mi vida. Daba unas preciosas instrucciones para los hijos, y encima estaba recitado por su propia autora. Dos lagrimones atravesaron mis mejillas. Experimenté tal conexión con lo que esa desconocida decía, que sentí con fuerza que se tenía que convertir en conocida. Lo intenté por Facebook, pero tenía tantos amigos que había llegado al límite y el sistema no admitía más. Puse un comentario en su vídeo, y le envié un mensaje por privado, como el que lanza al océano una botella con un mensaje dentro, sabiendo de lo complicado de contactar en persona con una poeta famosa. Al menos decidí que la belleza y autenticidad de aquellos versos debía presidir nuestra cocina, y escribí uno de ellos en la pizarra del frigorífico. Al minuto de compartir la foto del frigo en las redes sociales, Magdalena me escribía para dejar de ser una desconocida para siempre. Al rato nos enviaba un precioso audio con un poema personalizado para nuestra familia. Los vellos como escarpias. Ya hemos quedado en octubre para darnos un abrazo colosal y certificar la conexión entre nuestras familias. Alta vibración. Contagio total.
Cuando iniciamos la búsqueda de un mundo diferente para vivir, empezamos a leer y escuchar que se hablaba mucho de las energías, de las vibraciones, de las conexiones álmicas... Siempre hemos sido en casa poco etéreos y esotéricos, la verdad. Y nos parecía un poco de ciencia-ficción todo eso. Pero a medida que hemos ido avanzando por este camino de la vida, hemos descubierto para nuestra sorpresa, que todo, absolutamente todo, está cargado de una energía, de una vibración especial. Es algo sutil. Casi imperceptible. Si no se está atento y con los cinco sentidos a pleno rendimiento, pasaremos de largo y ni nos daremos ni cuenta. Pero cada mirada, cada palabra, cada gesto, o cada encuentro tienen una vibración. Cuanto más alta, más favorece el encuentro y la unión entre seres. Cuanto más baja, más favorece la separación y la confrontación. Y ahí estamos nosotros para decidir si queremos contagiarnos de esa vibración, alta o baja, o si simplemente actuamos de espejo para el otro. No podemos evitar estar en continuo contacto con esas realidades, cargadas de una u otra forma, de energía, como en las situaciones puntuales que acabamos de describir. Pero es decisión nuestra situarnos o no en un estado de conciencia que nos permita discernir y decidir si conectar y contagiarnos de esa vibración. Pequeños retos cotidianos para estar muy atentos. ¿Vivir en plenitud cada segundo, o vernos arrastrados por lo primero que surja? Tocará decidir. A cada minuto. La felicidad y el equilibrio están en juego.
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