Los que leen nuestro blog saben que nuestros 3 hijos son una fuente contínua de aprendizaje para mi mujer y para mí, y una de las principales vías para no rendirse en la búsqueda por un mundo mejor. Es sorprendente cómo ellos son capaces de generar soluciones, que a los adultos nos resultan imposibles, precisamente por la programación que ya llevamos acumulada en nuestro cerebro, y por los miedos que nos atenazan.
Con estos tiempos tan duros de crisis, desempleo, recortes, desahucios, desigualdades, injusticias y flagrante desconexión entre lo legal y lo justo, algunas de las frases más repetidas y destructivas en las conversaciones, son las de "no puedo hacer nada" o "a ver si solucionan esto". Son frases de incapacidad o de traslado de la responsabilidad sobre nuestras vidas a terceros. Pero estoy convencido que la realidad NO nos la crean, la creamos nosotros. Quizás pueda resultar muy abstracto esto que digo, pero con uno de sus múltiples episodios, mi hija pequeña de 6 años, ha fijado en mí dicha certeza de por vida.
Este verano mi mujer, mis 3 hijos y yo, hemos pasado unos días de camping en Pirineos, "andurreando" entre montañas. Quizás sean los días más especiales del año para nosotros, ya que no hay nada que se interponga en nuestra comunicación. Son días de magia, de compenetración entre nosotros, y de profundo contacto con la naturaleza. En uno de esos días, hicimos una larguísima excursión para alcanzar varios lagos de alta montaña. Salimos a las 11 de la mañana, pero mi hija a los tres cuartos de hora empezó a tener hambre, sueño y cansancio. Comenzó a quejarse y posteriormente a protestar. Dado que habíamos casi empezado, mi mujer y yo nos miramos pensando que los planes para la excursión podían torcerse. Por ello, en vez de llevarla en brazos, cambiar de planes o ritmo, u olvidar el ascenso, optamos por lo más difícil: explicarle que la realidad, SU realidad, dependía de ella sola. Que su cansancio podría ser controlado por su mente. Que su energía podía ser canalizada según ella quisiera. Y sobre todo, que si sus pensamientos eran negativos, de abatimiento, de abandono o de sufrimiento, el resto de su cuerpo iba a seguir esos pensamientos, y acabaría destrozada. Pero que si sus pensamientos eran positivos, de convicción sobre su capacidad, yde optimismo, sería capaz de alcanzar lo que se propusiese.
Al menos conseguimos que las quejas se aplacasen, y con ello llegamos al primer lago. Luego al segundo y al almuerzo. Y finalmente a nuestra meta: el maravilloso tercer lago. Disfrutamos del paisaje, jugamos, bromeamos....Y a eso de las 7 de la tarde, nos temíamos que tras un ascenso total de más de 5 horas, la noche nos alcanzase durante el descenso, e iniciamos la bajada. Pero para entonces, mi hija ya había interiorizado perfectamente lo que habíamos estado hablando con ella durante todo el día (¡esa es la gran ventaja de los niños!: que no están programados por nuestro sistema, y son capaces de generar su propio código de vida). Y sin decirle nada, ella misma se creó unos juegos para mantener alta "la moral de la tropa", la suya propia: empezó a canturrear, se inventó tablas de multiplicar y no paró de contarse historias a sí misma. Se puso al frente de nuestra expedición, y lo que inicialmente creíamos que sería un exceso de optimismo por su parte, se convirtió en toda una realidad: durante las casi dos horas de descenso, permaneció al frente, con un ritmo endemoniado, sin titubear ni equivocarse de sendero ni una sola vez, sin tropezar en un terreno empedrado, y a casi 500m de distancia de nosotros. La gente a la que adelantaba se quedaba alucinada viéndola sola con ese ritmo, esa determinación y sus "canturreos". Y nosotros cuatro eramos incapaces de seguir su estela, tras las duras horas de ascenso. Quise acercarme a ella, para evitar que pudiera perderse, y la alcancé para grabarla ya en el último kilómetro hasta llegar a los aparcamientos, porque sabía que la gente iba a pensar que era una exageración.
Ella había creído en sus posibilidades. Se había convencido a sí misma de que era capaz. Y había creado los mecanismos internos para hacerlo posible. Con ello había creado una realidad radicalmente distinta a la de la mañana. Y ello a pesar de que sus condiciones físicas, lógicamente, estaban mucho más mermadas. Había creído, y con ello, había creado su realidad.
"Dejad que los niños se acerquen a mí", dijo alguien hace veinte siglos. Mucho tenemos que aprender los adultos de nuestros "enanos"si queremos crear un mundo mejor en el que vivir.
3 comentarios:
Gracias por contar tu experiencia andarina. A nuestros hijos, que también se agobian con las marchas, les indicaremos los mismo, ya te contaremos si nos funciona.
Eso es lo que veo cuando observo a los discapacitados recogiendo medallas olímpicas...
Mi pequeño es bebé pero quisiera otra educación para él...
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