martes, 11 de febrero de 2020

Perro flaco

Hay quien dice que si algo puede salir mal, saldrá mal. Que la tostada siempre cae en el lado de la mantequilla. Que los pares de calcetines siempre van de dos en dos antes de entrar en la lavadora, y de uno en uno al salir de ella. Que la otra cola del supermercado siempre es más rápida que la tuya. O que las cosas siempre se encuentran en el último sitio en el que se te ocurre buscarlas. Incluso Murphy llegó a formular su teoría con esas evidencias incuestionables.
Cuando te estás recuperando de alguna enfermedad o alguna intervención quirúrgica, es cierto que, en muchas ocasiones, las aparentes adversidades piden su turno para darte su correspondiente "colleja". "A perro flaco, todo son pulgas", dice nuestro refranero español. Y realmente no sé si se trata de cuestión de "perros flacos", de "toros sentados", de "caballos locos" o de "caniches en cunclillas". Pero lo cierto es que en las últimas dos semanas, tengo la sensación de que nos hemos llevado una tunda buena de pulgas. A la bofetada de la revisión "rutinaria" de Barcelona, se unió el problema del examen TOEFL de Samuel. Antes de volver a Barcelona, tuvimos una comprobación limitada de Hacienda por el IRPF de Mey, que hubo que resolver "express". La semana siguiente tocó la gripe de Mey y sus 39 de fiebre, coincidiendo con mi operación. Mejor no hablar de los diez días posteriores inmóvil y boca abajo, con su consiguiente tormento en cuello y cintura. Y justo cuando veía en el horizonte el fin de esa penitencia, se me pone la mejilla como una sandía, con un flemón del calibre 27. Todo ello, regado, como no podía ser de otro modo, con nuestras exóticas goteras, que siguen campando a sus anchas desde hace meses en nuestro sótano, sin que nadie parezca ser capaz de desentrañar el expediente X de su origen. Y de postre, se aceleran los cambios de rumbo en mi nuevo trabajo, justo cuando estoy fuera de juego. Un panorama, vamos.
Imagen de Randy Rodriguez en Pixabay 
¿Que si ha habido días que me he venido abajo? Dos o tres, por lo menos. Y sinceramente, creo que es hasta sano encontrarse en esas circunstancias, y vivirlas en plenitud. Probablemente no veremos muchas fotos en el facebook o en el instagram de la gente, haciendo "poses" de esos días. Pero os aseguro que existen. Días en que te apetece mandarlo todo "a la porra". En que tu vulnerabilidad toca fondo. En que no sabes si explotar, llorar, maldecir o hacerlo todo a la vez. Mi amiga Carmen, que de esos días lleva ya unos pocos, la pobre, dice que se hincha de llorar, saca toda su rabia y frustración de dentro, y cuando se ha quedado nueva, se enjuga las lágrimas, y se pone manos a la obra con lo que toca. Y eso es crucial. Porque es importantísimo dejar que esos sentimientos fluyan y salgan. Que no se repriman. Porque se pueden acabar enquistando. No se trata de hacerse el/la fuerte, y tener inmaculado tu expediente de "tío/a duro/a". Sino tener garantías de que esas inclemencias se superan sin mella, sin rastro alguno. Y en esos momentos de "bajón", aunque parezca paradógico, lo importante no es la enfermedad que te paraliza, sino cómo tu "cabecita" digiere todo ese proceso. Especialmente cuando te quedas solo y la cabeza se pone a dar vueltas a doscientos por hora. ¡Anda que no he dado gracias a las técnicas de meditación en esos momentos! Es ese trabajo con la mente el que hay que priorizar, porque es el que puede acabar dañando nuestra autoestima, nuestra ilusión, y nuestra capacidad para conectar con los demás cuando todo acabe pasando.
Este perro flaco ya se está sacudiendo sus pulgas. Nada de pre-ocuparse: sólo ocuparse. Ahí va el parte. Mañana vuelve a venir otro fontanero. Este jueves me extraigo el trozo de muela del juicio que me trae de cabeza. Samuel sacó un 9 en su TOEFL y ahora está por ver si le aceptan la nota en las universidades, al ser ya fuera de plazo. Ya he empezado a darme unos paseítos para recuperar la forma. Y en unas semanas, volamos de nuevo a Barcelona, para confirmar que todo ha quedado bien. El gas aún no se ha absorbido o disipado totalmente, y mirando por ese ojo parece que estoy navegando medio sumergido o medio a flote. Pero por la periferia del ojo empiezo a recuperar ya la visión. Espero poder volver al trabajo antes de lo previsto.
Dice también nuestro refranero que "Dios aprieta, pero no ahoga". Da igual que seas creyente o no. Hay ahí una sabiduría que no conviene ignorar. Y no tiene nada que ver con un ser ajeno a nosotros que nos tortura sádicamente para ver hasta dónde somos capaces de aguantar. Creo que la cosa no va por ahí. Va de aceptación (que no resignación), y de nuestra capacidad de fluir con las circunstancias de la vida, al margen de que a éstas les pongamos la etiqueta de "buenas" o "malas". Y de que nuestras cicatrices del pasado, acaben convirtiéndose en nuestra fuerza para el presente.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )


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