domingo, 21 de octubre de 2018

Familia corriente explora territorios insólitos

"Nunca me imaginé encontraros aquí, con los hijos tan excepcionales que tenéis". Esa frase nos la decía ayer mismo una amiga con la que coincidíamos en un taller de adolescencia. Nos habíamos apuntado para profundizar en técnicas y actitudes para afrontar esta complicada etapa que vivimos con nuestros hijos. Y nos sorprendieron mucho esas palabras. Por un lado porque se vienen repitiendo muchos mensajes y encuentros de ese tipo, cargados de cariño y de alta estima hacia nosotros. Pero por otro, porque evidencian un error de base. Y no es que no consideremos a nuestros hijos excepcionales. ¡Qué padre o madre no los va a considerar así! Es que, por muy excepcionales que sean, pasan las vicisitudes, las dificultades y las zozobras por las que todos hemos pasado en esta etapa de la vida. Y cuantas más herramientas se tengan, mejor.
Andorra, verano 2018
También en las últimas semanas, se han repetido situaciones que no dejan de abrumarme. A raíz de mi participación en el impulso de sesiones de mindfulness para compañeros de trabajo en mi oficina y en otro edificio cercano, se me han acercado bastantes personas pidiendo consejo sobre situaciones muy personales que les afectan en su salud interior. Para mí resulta maravilloso que personas, a veces totalmente desconocidas, vengan a consultarme y compartir conmigo situaciones íntimas que les preocupan y atormentan. Enfermedades, trabajo, amistad, relaciones de pareja...Yo, como no puede ser de otra manera, abrazo esa confianza, y comparto mi humilde perspectiva. Pero siempre me cuido de procurar dejar muy claro, que ese encuentro y esa opinión se encuadran dentro de una relación de iguales, y nunca desde una perspectiva de maestría o de gurú. Es muy fácil que, cuando uno anda muy desesperado, y alguien te ayuda a remover y encontrar algo de sentido en todo lo que te atormenta, lo erijas en tu referente, o en una especie de ejemplo a seguir. Y eso siempre es peligroso. En primer término porque se generan dependencias, que es lo que precisamente tratamos de evitar en esas sesiones, liberándonos de ataduras y capas que se van acumulando dentro de nosotros durante años. Y en segundo lugar porque es profundamente erróneo. Si en algo creo que ayudo a mis compañeros/as es compartiendo mis dificultades, mis incoherencias, mis tropiezos y mis errores. De hecho, me asombra que una persona como yo, que dedico mucho menos tiempo del que me gustaría a la meditación, pueda estar ayudando a gente a iniciarse en dicho proceso, con tan buenos resultados en algunos casos. Y creo que la clave está precisamente en eso: en que desde la igualdad y la normalidad, nos ayudamos a adentrarnos en un camino fascinante de encuentro con uno mismo y de impulso de un mundo diferente para vivir, partiendo de nosotros mismos. Y de este modo, no es que seamos maestros, ejemplos o referentes de nada; es que desde nuestra absoluta normalidad, incoherencia y dificultad, estamos compartiendo un camino fascinante, que sin duda, es el que da sentido a la vida. Y la buena noticia es que no hay condiciones para ese camino. Sucede igual que en nuestro querido Camino de Santiago: es el compartir de millones de personas normales en su peregrinar durante siglos por las mismas rutas, con preocupaciones y luchas similares, lo que hace de ése un lugar mágico. Se puede ser de lo más corriente y dar pequeños pasos que nos vayan adentrando por insólitos territorios inexplorados: a veces en las dificultades de la vida, a veces ante la enfermedad o ante el amor, a veces en la educación de los hijos, a veces en la relación con los otros seres de este planeta, a veces en nuestra actitud con el dinero, o a veces en las cuestiones más mundanas...
Eso no significa que no haya seres extraordinarios que actúen de verdaderos faros en ese caminar. Hace unos meses almorzábamos con Emilio, uno de ellos. Él sin duda sí que es alguien muy especial. Sus vídeos de youtube son vistos por millones de personas en todo el mundo. Y está permitiendo la apertura consciencial de muchísimas personas en multitud de países. Es todo un regalo poder abrazarle y comer con él. Probablemente muchos, en una circunstancia tan privilegiada, le habrían preguntado sobre los grandes misterios espirituales, a los que su gran sabiduría, sin duda, habría dado respuesta. Pero yo decidí preguntarle por algo mucho más terrenal, quizás porque ése es uno de mis territorios por explorar: "¿Alguna vez te enfadas con tus hijos?". Su negativa me dejó entre anodadado y conmovido. Sin duda juega en otra división, quizás por su práctica espiritual durante años y su enorme capacidad de introspección. Pero yo aún me siento a años luz de estar tan equilibrado como para no verme arrastrado por el torrente de energía desbordada, hormonas, retos y caos que a veces tenemos en familia. 
Esta semana, precisamente, hemos sentido una fortísima llamada hacia uno de esos caminos en los que adentrarse. Están siendo semanas complicadas de adolescencia en casa. Los desplantes, las palabras gruesas y las actitudes retadoras están a flor de piel en los niños. Evidentemente todos hemos pasado por ahí, aunque a veces se nos olvida. Y aunque uno se prepara para esos momentos, aún estoy alejado de conseguir un equilibrio como el de Pancho Ramos Stierle. La vida de este joven mexicano, afincado ahora en Oakland, se rige por un lema radical: "Si quieres ser revolucionario, sé amable". Y ese lema le ha llevado a situaciones tan chocantes como verse rodeado de antidisturbios en plena batalla campal y ser capaz de seguir en actitud meditativa, devolviendo una sonrisa o una palabra amable frente a las agresiones. Sin duda, Pancho también juega en otra división. Y sus palabras no han dejado de resonarnos esta semana, y por eso decidimos escribirlas en la pizarra de nuestro frigorífico, para que nos iluminasen. Y justo en esas andábamos, cuando a los pocos días llegó a nuestras manos el precioso vídeo #FromWomenToMen en el que un grupo de mujeres lanzaban un radical mensaje de reconciliación hacia los hombres. No pude dejar de pensar la de siglos que el género femenino lleva de sometimiento al género masculino, y cuán necesario resulta esa energía femenina en nuestro mundo de hoy. Pero me maravilló descubrir que la clave que planteaban está en la búsqueda del acercamiento, honrando y reconociendo los propios errores y al otro en su divinidad, y no en una eterna batalla basada en el rencor, en los agravios cometidos en el pasado, o en el tener o no razón. El territorio por explorar de esta semana quedaba tan nítido que no podía mirar para otro lado: la reconciliación.
Ayer, en el taller de adolescencia, los padres asistentes compartíamos vivencias comunes de nuestros hijos adolescentes: desplantes, malos modos, gritos, portazos, desaires... Y reconozco que sigo saltando de vez en cuando como un muelle ante esas situaciones,  aunque haya reducido últimamente la tensión y mis respuestas airadas  en tales situaciones. Muchos dirán que es preciso dar un golpe en la mesa de vez en cuando en el proceso de educar a los hijos cuando se cruzan ciertas líneas rojas. Pero a veces eso no hace más que añadir leña al fuego, y en esos momentos, la pérdida de control, lejos de calmar las situaciones, lo que hace es desencadenar tormentas peores. Y ya se entra en el juego del "y tú más", de la elevación de la voz, de las malas caras, de la baja vibración...Un ambiente poco propicio para el ejemplo, para el abrazo, para la apertura del corazón, y para crecer como personas. Suerte que tengo a Mey a mi lado, para tirarme de las orejas. Suerte que no puedo buscar excusas, exponiéndome en estas citas ante el teclado. Y suerte que la práctica meditativa ante mis compañeros de trabajo me obliga a no rendirme. Porque el camino es sólo uno, aunque a veces se tropiece en él.
Esta semana de nuevo sentí que tenía razones para enfadarme. Pero la vida no va de razones, sino de ser feliz. Y a veces las razones te llevan a un absurdo "ojo por ojo" que te acaba dejando ciego. Y sin darte cuentas piensas que siendo estricto, poniendo caras largas de desaprobación, y creando distancia, las actitudes desviadas se van a corregir. Y no. Las cosas no funcionan así. Por eso decidí pedir perdón a los niños. Y costó. ¡Claro que costó! Es más fácil escribir un post o un tuit, que comerte el orgullo y tus dichosas razones, y exponerte al reproche rebajándote ante el agravio de un hijo o una hija. Pero nunca es rebajarse. Nunca es un agravio. Nunca hay un reproche. Siempre la réplica es el abrazo y el beso. Siempre de inmediato también una disculpa como respuesta. Y siempre las aguas vuelven a la calma. Siempre.
La gente que nos lee y nos escucha nos eleva a los altares con demasiada frecuencia. Y es preciso ser honestos. Estamos a mucha distancia para ello. Pero lo que sí hacemos es caminar por territorios maravillosos, como el de la reconciliación de esta semana. Con la mejor de las intenciones. Aprendiendo día a día. "Metiendo la pata hasta el fondo". Y sirviendo de puente para mucha gente corriente, como nosotros, que también quiere sumarse a esos caminos insólitos e inefables que la vida nos pone por delante. Hace falta mucha reconciliación entre generaciones, entre padres e hijos, entre naciones, entre mujeres y hombres. Ése ha sido nuestro camino de esta semana, y uno de tantos que seguir recorriendo una y otra vez. De aquí al final de nuestros días.

NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
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