domingo, 20 de diciembre de 2020

¡ Feliz 2021 !

Para felicitaros, este año hemos optado por nuestra particular adaptación de unos personajes muy conocidos... ¿Se te ocurre quiénes?

 

(Muchas gracias por el reportaje fotográfico a nuestra amiga Tania)

sábado, 5 de diciembre de 2020

Gozar en cabeza ajena

Sé que lo hacen con buena intención. Probablemente con la mejor. Pero al final se convierten en la correa de transmisión de la peor cicuta que recorre nuestras calles. Y desde luego no es el coronavirus. Es el dichoso miedo. "Súbete la mascarilla". "No uses una de tela". "Abre la ventana de par en par". "Póntela en el coche o en el despacho, aunque estés solo"... En respuesta a todas y cada una de esas "recomendaciones" bienintencionadas, a lo más que llego ya, es a esbozar una sonrisa. Mitad de agradecimiento, mitad de respeto. Ya renuncié a expresar mi visión de lo que está sucediendo. Me cansa. Suele acabar la cosa en conflicto. No vale la pena. El que quiera conocer mis "porqués", ya los leerá por aquí. A fin de cuentas, las cartas ya están sobre la mesa, dispuestas a ser jugadas. A la vista de todos. Pero cada uno tiene su estrategia de juego. El "libre albedrío", dicen que se llama eso. Y los hay que se guardan las cartas, se les vayan a estropear. Y otros las tienen gastadas de tanto uso.

El problema es cuando intentan que todos hagamos lo mismo. Que todos juguemos igual. Y tratan de convencerte, metiéndote miedo, y aleccionándote sobre un vecino que ha cogido el bicho y está fatal. Un cuñado que está en la UCI por lo mismo. O una prima, que ha salido negativo, pero tiene los síntomas, y seguro que también es Covid. "Escarmentar en cabeza ajena", dicen que se llama eso. O también "remojar tus barbas, cuando veas las de tu vecino cortar". Pero esa historia del escarmiento y de las barbas del vecino ya no es para ahorrarte errores. Se ha convertido en la forma en que nos retroalimentarnos unos a otros en el miedo. Y no paran de salir anuncios en la televisión y en las marquesinas de los autobuses instándote a que no abraces para poder abrazar en un futuro, a que no te reúnas para poder reunirte en un futuro, a que no viajes para que puedas viajar en un futuro. Sacrifica tu vida de hoy por una posibilidad mañana. Deja de vivir hoy, a ver si podemos vivir mañana. 

Lo siento. Pero somos objetores de conciencia de ese tipo de "escarmientos en cabeza ajena". Es una asignatura obligatoria en casa. Y si no la apruebas, te quedas sin cena. Bueno, cena te damos, pero te pierdes el postre. Que es el puro disfrute de la vida. Y eso es lo que les está pasando a los que se están poniendo "morados" a base de este miedo tan indigesto, en lugar de "rechupetearse" los dedos con este "pedazo" de vida que nos ha sido dada para vivir.

Mejor no describir las caras de zozobra, angustia y desazón de no pocos conocidos, amigos y familiares, cuando nuestros hijos se marcharon allá por agosto, a estudiar en medio de esta pandemia a 8.000 kilómetros de casa. ¡Con la que estaba cayendo, según el telediario! A alguno sólo les faltaba decir algo similar a: "¡Malos padres: Os debían retirar la custodia!" Las caras de pésame casi nos movían a consolarles por lo afectados que se les veía con nuestra decisión. Seguro que más de uno diría que se trata de un desplazamiento "innecesario" y que debería estar prohibido en los momentos actuales. Pero está claro que a algunos nos resulta "necesario" vivir, con las nimiedades e insignificancias que eso implica: viajar, cantar, charlar, abrazar... Caprichosos que somos algunos.

¿Que si nuestros hijos pueden coger el bicho por ahí? Por supuesto. Igual que aquí. ¿Que si pueden enfermar? Por supuesto. Igual que aquí. ¿Que incluso podría ser la cosa peor, e incluso morir? Por supuesto. Igual que aquí. Tengo un conocido cercano que acaba de superar el Covid, con síntomas leves. Nadie pensaba que se contagiaría, ya que por pura convicción, apenas se relaciona con nadie, lleva la mascarilla a todas horas (incluso solo), y no ha pisado un establecimiento comercial o una cafetería desde marzo. Su mujer le acabó contagiando el bicho. Pero los rastreadores estaban encantados con él, porque no había a quién rastrear. Quizás le den la medalla al mérito pandémico. Pero a mí me da pena pensar cómo habrían disfrutado de esos ocho meses que él ha desperdiciado, muchos de los que han fallecido y de los que fallecerán por ésta o por causas mucho más graves. Por eso nosotros apoyamos con determinación la decisión de nuestros hijos de seguir viviendo con pasión cada minuto de sus vidas. Sabiendo que la muerte está ahí, como siempre ha estado, aunque muchos le den la espalda. Y están FELICES, VIVIENDO LA VIDA (con mayúsculas muy muy grandes). Y si les llegase una de esas fatalidades, que por supuesto la vida a veces trae, o que a veces nos buscamos, al menos que hayan sabido lo que es VIVIR DE VERDAD. Dicen que eso, técnicamente se llama: "Que te quiten lo bailao"...

Los que os interesáis de corazón por cómo nos va la cosa, con los niños tan lejos, y habiéndonos quedado los dos solos, bien sabéis la respuesta ya: DE MARAVILLA (también con mayúsculas muy "gordas"). ¿Acaso podría ser de otro modo? Cada vez que tenemos una llamada o una videoconferencia con ellos, el "subidón" es colosal:

-Pablo está "alucinando" con sus profesores. Ha sacado unas notas magníficas en el primer trimestre. Juega en el equipo de fútbol de la Universidad de Oklahoma. Se ha independizado ya económicamente gracias a su trabajo de reponedor y camarero cuatro días en semana. Y está loco de ilusión con sus compañeros de "start-up", tras haber sido seleccionados para desarrollar su proyecto en una incubadora de empresas impresionante que tienen allí. No está mal para llevar tres meses "sufriendo" por ahí los rigores de estos tiempos

-Samuel está encantado también, en su apuesta por la Física en Córdoba. No es fácil que, en el primer trimestre de carrera, sientas que has acertado en tu elección. Pero bastaba ver su sonrisa al mostrarnos los jeroglíficos de sus apuntes, llenos de fórmulas, gráficos y todo tipo de galimatías matemáticos y científicos. Está "en su salsa". Ha encontrado un grupo de compañeros muy apañados en la universidad. Y se está manejando de maravilla con las comidas, los desplazamientos y los viajes a casa cada dos o tres semanas, a pesar de los cierres perimetrales, para continuar sus estudios de piano.

-Y como no hay "dos sin tres", Eva hace honor a su nombre ("fuente de vida"). Es puro gozo perpetuo. Sus notas han sido también envidiables en Texas. Está encantada con su madre y hermanas americanas. Ha disfrutado de un "road trip" por varios estados con las mujeres de la familia. Hace baile y "piruetas musicales" con su Marching Band. Ha volado a Florida para vivir una típica celebración en familia de "Acción de Gracias". Y ha tenido el empuje para que la autoricen a nadar y competir allí, y tras lograrlo, está a punto de batir el récord del instituto, con el consiguiente "alucine" de compañeros y entrenadores.

Son "sólo" tres meses sin ellos. Y puede que algunos piensen que hemos tenido suerte, y que "veremos a ver" qué pasa en los próximos meses. Cosas de los agoreros, que pondrán pegas a algunas de estas fotos porque se vea en ellas mucha gente sin guardar distancias de seguridad, en lugar de alegrarse por la felicidad que destilan. Pero nosotros, como padres, somos profundamente felices viviendo a través de los ojos de nuestros hijos la ilusión en cada paso que dan, sintiendo con ellos cómo disfrutan cada sorbo de sus vidas como si fuera el último. Parece que les tendremos que poner matrícula de honor a ellos, y suspenso a quienes sufren por su marcha.  Y Mey y yo, a lo nuestro. A gozar en cabeza ajena. En la de cada uno de nuestros hijos.

De broma, un buen amigo nos decía ayer que hemos sido muy listos, y que les hemos "colado" a nuestros hijos este "rollo" de vivir la vida, disfrutar y viajar, para quedarnos los dos solos, de novios. Pues quizás, sin buscarlo, también sea eso verdad. Tras no pocos años de dedicación exclusiva a ellos, es perfectamente compatible que ellos vuelen y que nosotros vivamos el presente como ellos, con pasión. Nada de valles de lágrimas. La vida es demasiado corta. 

Nos encantaría que rebuscaras en tu entorno, en tus redes sociales, o en tu propia vida, buenas razones para VIVIR EL PRESENTE con mayúsculas. Déjate ya de tanta mala noticia y de tanto "mal rollo". Disfruta con cabeza, pero por favor, DISFRUTA. Vive cada instante de tu vida como si fuera el último. Por si acaso.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Exorcismo casero (microrrelatos verídicos)

Empezó a llorar de nuevo. Había que sacárselo como fuera. Aquel bicho inmundo se había hecho fuerte en su cerebro otra vez. Eran los síntomas habituales: berrinche en primer grado. Y ni siquiera sabíamos si era de origen  vírico, alienígena o mental. La madre, con diligencia, pidió consentimiento informado: "¿Te lo saco?" El niño asintió, y ella se acercó a su oreja despacito. Con la precisión que da la experiencia, sorbió todo lo que pudo, hasta que aquella masa informe y viscosa acabó en su boca. La "Cascarrabia" ya estaba fuera. Ante la atenta mirada de su hijo, corrió hasta el inodoro para escupirla en varios salivazos, antes de que pudiera contagiarse ella. En pocos segundos el niño volvió a sonreír radiante. El peligro había pasado. La rabieta también. Quizás hasta que volviera a reproducirse de nuevo, y hubiera que repetir aquella liturgia cuasi-quirúrgica.

Dicen que hoy hay millones de personas igual. Víctimas del miedo, la indignación, la incertidumbre y el pesimismo, en un círculo vicioso del que no pueden o no saben salir. A nosotros siempre nos funcionó con él. Tendremos que patentar nuestro exorcismo casero simulado.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Cruzando la línea

Algo debió pasarme en otra vida. Seguro. Porque a estas edades es normal haber visto injusticias de todo pelaje. Pero en ninguna el efecto es tan devastador dentro de mí. Y eso que lo presencié ocho días después, en un vídeo, y aislándome con unos cascos. Pero mi llanto es el de siempre. Mi desesperación, la habitual. Mi impotencia no cambia. Y Mey, que estaba corrigiendo redacciones, escuchó mi leve sollozo, y vino a abrazarme y a consolarme. Pero lo mío pasa. Lo otro no.

El pasado miércoles 11 de noviembre, el barco de rescate de Open Arms consiguió salvar en tres operativos a 265 personas que intentaban alcanzar Europa a través del Mediterráneo Central, cerca de Malta e Italia. Esta vez parece que no les han puesto trabas para las evacuaciones médicas y para un posible desembarco. La indecencia ya habría sido histórica. Eran demasiado recientes los gritos desgarradores de aquella madre, por la pérdida de su bebé Joseph, durante las operaciones de salvamento de esta ONG. El niño volvió a sus brazos. Pero la vida ya nunca volvería a su pequeño cuerpo. Cinco personas más siguieron su suerte. Tras muchas horas a la deriva, las 118 personas que iban en aquella frágil embarcación cayeron al agua al abrirse el suelo de la barca, justo cuando iban a ser rescatados. Dicen que pocas veces los socorristas han quedado tan consternados, aunque hubieran salvado tantas vidas aquel mismo día.

Por esas cosas del destino, otros miles de dramas nos interpelan a golpe de telediario, esta vez en el Océano Atlántico, en el pequeño puerto de Arguineguín, en Gran Canaria. Allí se está fraguando a fuego lento otro gran drama descomunal, habiendo crecido en más de un 1.000% el número de personas que han llegado respecto al pasado año, alcanzando casi las 17.000. Todos hacinados en aquel diminuto puerto, y poco a poco esparcidos en edificios y cuarteles abandonados por distintas localidades. Que la vergüenza no se vea mucho. Que las fotos no sean demasiado impactantes. Y ahora es cuando empiezan a pasarse la pelota unos a otros con frases grandilocuentes, en un bochornoso espectáculo de excusas. Que si hay que evitar los "efectos-llamada"... Que si tú cuando estabas en la oposición, o tú cuando estabas en el gobierno... Que si somos "la puerta de Europa"... Que si la lucha contra las mafias de la inmigración... Y como siempre, la palabrería, las ideologías, y los cálculos electorales sobre la mesa. Esperpéntico.

Cuando esa "jerga" burocrática e impersonal sobrevuela sobre dramas humanos de este calibre, a uno le entran ganas de borrarse de la especie humana. Y lo peor es que todo se enmascara de institucionalidad y legalidad. Todo muy civilizado. Todo muy europeísta. John Locke fue claro: "Las leyes se hicieron para los hombres, y no los hombres para las leyes". "Lex injusta non est lex", decía Santo Tomás de Aquino. Y Juan XXIII tampoco se quedó corto: "Las leyes contrarias a los derechos humanos, no son válidas". Pues aquí andamos. Maltratando por omisión o dejación a miles de seres humanos. Venerando fronteras ficticias. Líneas imaginarias que sólo están en las mentes de algunos. 

Si fuera algo aislado. Si todo eso fuera una excepción. Pero estas barbaridades se reproducen por todo el planeta. Basta con ver el espectáculo surrealista que, cada año (salvo cancelación arbitraria de la autoridad competente), se celebra gracias a la organización Alianza Fronteriza de los Derechos Humanos (BNHR) bajo la campaña #HugsNotWalls o #AbrazosNoMuros. En ella han "logrado" que se abra la frontera entre El Paso, Texas (EEUU) y Ciudad Juárez (México), para que familias separadas por esa frontera, puedan abrazarse ¡¡durante 3 minutos!!. Sí. No has leído mal. Los familiares en el lado mexicano van ataviados con camisetas blancas y los del lado estadounidense con camisetas azules, y bajo la atenta mirada de la policía y los organizadores de rojo, tienen 3 minutos para abrazar a familiares a los que en algunos casos no ven desde hace 25 años. Y puedes darte "con un canto en los dientes". Imagino que las gestiones de BNHR habrán sido titánicas para conseguirlo. Porque si no te gusta el plan, o te parece una barbaridad, ¡lentejas! O puedes hacer como aquel quinto del ejército: "¡Que se fastidie mi sargento!: ¡Que me quedo sin rancho!". ¿Vas a renunciar a ese abrazo con quienes más quieres, aunque sea así? ¿No vas a entrar por el aro? Más allá del sadismo de un encuentro tan efímero, es un gran símbolo de que las fronteras no existen y que por más que los gobiernos se esfuercen en crearlas, construirlas, fortalecerlas y reforzarlas materialmente, en el plano humano quedan desmoronadas. No existen "ellos" y "nosotros". Todos somos NOSOTROS. Que se lo pregunten a cualquiera de los familiares a los que les dejan abrazarse allí, sea cual sea su camiseta. Tan sólo les diferencia un papel con su nombre escrito en él. Un papel que alguien decidió que tuviera un valor absurdo.

Lo sentimos mucho, pero no podemos mirar para otro lado. No podemos escudarnos en que los políticos o los gobiernos son unos ineptos. No podemos buscar excusas de que "ellos" no hacen nada. Porque es un problema "nuestro". Tuyo y mío. Y esto no va a cambiar hasta que actuemos cada uno de nosotros. Por eso te rogamos que hagas algo YA:

-Mostremos la mayor de las indiferencias a quienes dan pábulo a bulos, chistes o teorías conspiranoicas contra estas personas. No hace falta enfrentarse a ellos. No nos contagiemos de esa energía, luchando contra ella. Construyamos alternativas por un mundo mejor, y presionemos por políticas migratorias basadas en los Derechos Humanos.

-Difundamos otra visión del mundo. En nuestras charlas de café. En nuestros mensajes de whatsapp. En nuestras redes sociales. En nuestros blogs. Una visión en la que todos somos "nosotros" y las fronteras sólo están en nuestra mente y pueden borrarse, si así lo decidimos.

-Construyamos coherencia con esa visión, en cada paso que demos de nuestro día a día, evitando miradas o actitudes de desconfianza o recelo, como las que vivimos con nuestro amigo Adama.

-Posicionándonos activamente para combatir injustas discriminaciones, como le sucedió a nuestra querida amiga polaca Gosia y a su pequeña Józia.

-Apostando y contratando con los de allí, igual que haríamos con los de aquí, como hemos hecho con Hernán.

-Apoyando siempre que podamos "locuras" como la de Josepe, que apuesten por un mundo más justo y sin fronteras.

-Tomando partido activo en campañas e iniciativas con personas normales, como tú y como yo, pero que, unidas, hacen hazañas extraordinarias. Hay mucho donde elegir.

-No mirando para otro lado en dramas en los que podamos participar e involucrarnos, como los que está gestionando nuestro querido Herminio en su orfanato de Camerún.

-Dando una oportunidad al desconocido para convertirse en conocidoacogiéndole y dejándose acoger por él o ella, como nos sucedió con Peter y Zsusi.

-Hospedando al viajero como nos gustaría que nos hospedaran a nosotros o a nuestros hijos, como hicimos con Erick, Jacopo y Fabián.

-Tendiendo puentes frente al desarraigo o el abandono, como intentamos con Alí.

-Transmitiendo esta realidad a nuestros hijos, para que vean en la diversidad, un "nosotros" enorme, rico y cargado de colores.

-Viviendo la heterogeneidad de este mundo maravilloso, en cada rinconcito de nuestro planeta, como experimentamos en Duino.

Mientras sigamos creyendo que las fronteras son algo real, seguirán existiendo. Mientras nos traguemos la narrativa del miedo, de que nos van a invadir, de que nos van a contagiar sus virus, de que nos van a quitar nuestros trabajos, o de que van a violar a nuestra hijas, toda esta barbaridad seguirá existiendo. "Ellos" no son ni más ni menos que "nosotros". Son "nosotros". Con sus virtudes y con sus defectos. Y como hemos hecho durante siglos, juntos hemos forjado nuestra identidad, siempre dinámica y multirracial. ¿Acaso conocéis a alguien que no tenga sangre árabe, judía, vikinga o de cualquier otra raza o cultura? Somos la mezcla de quienes nos precedieron. Y si hace falta poner sobre la mesa líneas rojas culturales que no se pueden traspasar hoy en día, pongámoslas sin complejos: ablación, burka, ghettos, etc. Pero, por favor, dejemos que esas cuestiones puntuales se conviertan en la absurda excusa para dividirnos en "ellos" y "nosotros". Porque esa línea de separación no existe.

Rozalén lo expresa en su canción "La línea" con dos preguntas que se te clavan en el alma:

"No solo mata el que asesina.

También arrebata la vida quien deja morir.

¿Quién dibujo esa línea

que separa a tu alma de la mía?

¿Quién decidió

darle solo a una valor?"

Arguineguín, esta semana
Vivimos en el absurdo de las fronteras mentales. Vivimos en la pura separación. Pensamos que debemos salvar el Planeta, sin darnos cuenta de que a quienes debemos salvar es a nosotros mismos, si no actuamos ya frente a la huella de CO2, la biodiversidad o el calentamiento global. La naturaleza seguirá su curso. Quién sabe si nosotros seguiremos como especie, o por el contrario, nos pasará como a los dinosaurios. Visitamos lugares paradisíacos con ese afán de consumo con el que acudimos a un centro comercial, sin darnos cuenta que somos parte intrínseca de esos lugares. Y pensamos que debemos luchar contra el problema de la inmigración, sin darnos cuenta que ese problema lo creamos nosotros con nuestra forma  de ver el mundo, y que no es un problema de los pobres "negritos", sino que es un problema que nos va a estallar en las manos. Que es NUESTRO problema. Separación, separación, separación.

Los que tenemos hijos, adquirimos un sexto sentido que nos conecta con ellos, estén donde estén. Sus alegrías son las nuestras. Sus tropiezos, los nuestros. Incluso sus silencios son elocuentes. Son parte de nosotros. No hay fronteras con ellos, estén donde estén. Pues tendremos que aprender a hacer lo mismo con estas personas. Tendremos que ponernos en su lugar. Tendremos que entenderles. Tendremos que sentir lo que ellos sienten. Esa desesperación que les hace saltar vallas, trepar muros, tirarse al mar. ¿Acaso no haríamos nosotros lo mismo en su lugar? Si azuzara el hambre. Si llegara la guerra. ¿Acaso no buscaríamos lo mejor para nuestros hijos, y removeríamos cielo y tierra para dárselo? ¿Qué pasa? ¿Que ellos no pueden buscar un futuro mejor para los suyos? ¡Ah, claro! Es que los nuestros han nacido 25 kilómetros más acá, y los suyos han nacido 25 kilómetros más allá. Gran diferencia para justificar lo injustificable. ¡Qué pronto se olvida cuando los que huían eran nuestros abuelos y bisabuelos! ¡Y qué vueltas da la vida! Hoy quizás indiferentes a tantos de esos dramas, y quién sabe mañana...

Da igual lo que nos pasara en otras vidas. Da igual que los dramas de hoy activen recuerdos dolorosos del ayer. Dan igual los errores del pasado. Lo peor sería la indiferencia. Mientras nos siga doliendo el otro, mientras su sufrimiento nos haga llorar, hay esperanza. Estamos a tiempo de corregirlo todo. De borrar líneas que nunca debieron existir. De hacernos UNO con "ellos". Y de que sólo exista el NOSOTROS. Se llame como se llame. Tenga el color de piel que tenga. Venga de donde venga. 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Érase una vez una pandemia (4ª parte): Catarsis


Ella ya está inmunizada de por vida. Pero no del "bicho" ese del Covid-19. De otro "bicho". En este caso de uno de 120 kilos. Todo un jabalí, que se le cruzó a la hermana de Mey, de noche, en plena autovía de Málaga, hace pocos días. Chocó con él de frente sin tiempo para reaccionar ni frenar. Le saltaron todos los airbags. Y salvar el pellejo a esa velocidad y en esas circunstancias, debe generar una inmunidad "de la leche". Por mucho que el coche sea "siniestro total". Porque algo así seguro que no se repite dos veces. Sin embargo, estas cosas pasan. Tuve un profesor en la universidad, que quedó cojo para siempre al caerle encima un suicida que se tiró desde lo alto de un edificio. Uno podría pensar que son casos de mala suerte. O de buena suerte. ¿Quién sabe? Porque si sales de una de ésas, es como si volvieras a nacer. La vida te regala una segunda oportunidad y la capacidad de apreciar lo fina que es la línea entre vivir y morir, de valorar las cosas que de verdad importan, que en realidad son muy pocas.

Hoy, parece que la "mala suerte" la ha traído el año 2020, con el dichoso "coronavirus". Pero la gran peculiaridad de este "bichito",  en realidad, es tan sólo que es muy contagioso. Sólo y exclusivamente eso. Sus cifras de letalidad, como ya coinciden todos, están a años-luz de las de otras muchísimas enfermedades, a las que ni hacemos caso en nuestro "día a día". Pero como se extiende con esa rapidez, es como si estadísticamente todos tuviéramos todas las papeletas para que nos toque la lotería de la enfermedad, de la desgracia, o incluso de la muerte, en el peor de los casos. Es como si la mala suerte se generalizase. Porque chocar con un jabalí, o que te caiga un suicida, te puede pasar una vez entre un millón. Pero lo del coronavirus lo tienes a un palmo de ti. Son muchas las posibilidades de cogerlo, según dicen.  Y te obliga inexorablemente a plantearte cosas a las que nos enseñan a darle la espalda desde pequeñitos, ante su improbabilidad o supuesta lejanía en el tiempo. Pero aparte de esa capacidad de contagio que podría generar un problema de colapso hospitalario, ¿cuál es en realidad la razón por la que desde hace 10 meses estamos enganchados las 24 horas del día a esta única realidad del Covid-19, como si no existiera nada más? El motivo es simple y llanamente que nos ha zarandeado en nuestra vulnerabilidad. Nos ha recordado nuestra esencia, que es limitada y finita. Y nos resistimos con todas nuestras fuerzas, entrando en la paranoia de cómo evitarlo: mascarilla, gel hidroalcohólico, distancia social, cierre perimetral, toque de queda...Toda una batería de decisiones incoherentes, para evitar tan sólo una de las miles de amenazas que nos podrían acechar. Es como si para evitar que te caiga encima un suicida, fuéramos siempre andando por la calle mirando hacia el cielo: podremos caer entonces en una zanja o que nos atropelle un coche. O como si para evitar al jabalí, fueras mirando a los lados de la carretera cuando conduces, olvidando lo que tienes delante. Pues eso es exactamente lo que estamos haciendo: olvidar atender otras facetas cruciales de nuestra vida, por miedo a uno de los muchísimos teóricos peligros que nos rodean. Luchar contra una enfermedad a base de crear una sociedad enferma. Menudo negocio estamos haciendo.

Festival de YeePeng (John Shedrick)
Pero junto a esto, este virus ha traído otro efecto inesperado. Está obligando a cada persona a posicionarse respecto a su equilibrio como ser humano. Nos está obligando a gestionar, o a que se manifiesten con toda su crudeza en nosotros nuestras inseguridades, nuestras obsesiones, nuestras limitaciones. Y eso está trayendo un desolador panorama de miedo, frustración y desconcierto, como nunca habíamos presenciado. Algunas personas muy cercanas y queridas parecen haber sido abducidas por lo que dice el Boletín Oficial del Estado. Como si ésa fuera LA VERDAD. Como si lo justo y lo legal coincidieran. Como si tuviéramos todos y cada uno de nosotros que ser guardianes que velan por una versión "oficial" que nos acaba fagocitando, alienando y trastornando. Una versión que, a base de alarmas y alertas, parece que nos sitúa al borde del fin de los tiempos. Una versión que es aireada por la prensa y la televisión, cada minuto que pasa, recreándose en cada enfermo, en cada drama. Estaríamos ya todos de manicomio si se hiciera lo mismo con los dramas del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares o del ébola. Nadie aguantaría una presión así y tan continua en el tiempo. Una versión, por cierto, que olvida deliberadamente hablar del fortalecimiento del sistema inmunitario, de la gestión emocional, del poder de la ilusión, del valor de la voluntad o de la importancia de la alimentación. Una versión que impone el cierre de aquel proyecto por el que te has sacrificado toda tu vida, que te aleja de tus seres más queridos, y lo que es peor: que te sitúa como una gran amenaza para ellos. Una versión que no sólo busca separarnos y distanciarnos en aquello que debería ser el centro de nuestras vidas, la relación con los otros, sino que incluso trata ya de imponerte el silencio sumiso en lugares públicos. Una versión oficial que habla de "lucha contra el virus", olvidando que nuestro cuerpo está compuesto por miles de bacterias y virus, y que lógicamente son parte de nuestra vida. Olvidando que no hay una batalla frente a algo que nos invade desde fuera, sino que somos nosotros los que, desde dentro, podemos y debemos reforzarnos física y mentalmente. Olvidando también que no hay barrera, distancia ni mascarilla que nos pueda aislar de todos los desafíos que se podrían cernir sobre nosotros. Una versión de "vencedores y vencidos" en esta "batalla", que nos martillea con el miedo a la muerte, como si la muerte no fuera consustancial a la vida, igual que sucede con los bosques, que florecen y se desarrollan gracias a los millones de árboles que mueren y se descomponen cada día. Y por desgracia, una versión oficial que, con sus decisiones, copiadas casi milimétricamente de país a país, está creando un descomunal problema  de enfermedad mental, desempleo y colapso económico. Consecuencias mucho peores que las que se supone que pretende resolver.  Sinceramente, a estas alturas, me importa "un pimiento" que todo esto esté orquestado por una mente maléfica que esté moviendo los hilos, o que sea consecuencia de las ineptitudes y la falta de criterio de las autoridades y de una buena parte de los "expertos" científicos y médicos, de los que no dudo de su buena fe. El resultado es el mismo. Y los perjudicados andan "a la gresca" buscando explicaciones, culpables, cuando no convirtiéndose en la "guardia pretoriana" de tales decisiones. Más aún cuando, a fin de cuentas, todos acabamos estando en el mismo barco.

Muchas de las medidas que nos están imponiendo están pensadas para contener la pandemia, en esa teórica feroz contienda. Pero aunque no digo que no haya que tomar decisiones, es preciso hacerlo desde nuestra limitada condición. Porque de lo contrario estaremos incurriendo en una incoherencia permanente, pensando que se pueden poner vallas a un campo que resulta infinito. Y así acabaremos dedicando nuestras energías a culpar a la sociedad o a los jóvenes de ser unos irresponsables, de reunirse, de abrazarse, o de quedar a tomar algo. A cerrar perímetros de provincias o regiones, para que, como pollos industriales, estemos donde se nos quiere y cuando se nos quiere que estemos. Porque eso sí: que no se deje de trabajar para el sistema. Que sigamos produciendo y consumiendo. Porque ese parece ser nuestro valor como seres humanos. Quizás porque no nos hemos dado cuenta de que el virus es más listo de lo que parece. Por eso, ir a trabajar cada día a 40 kilómetros de casa se cataloga de "necesario" y merece salvoconducto (por mucho que sí se pueda teletrabajar), mientras que viajar para evadirte o para abrazar a un familiar al que no ves desde marzo resulta un "desplazamiento innecesario" que merece multa. Por eso Mey sí puede dar clases a un grupo de 15 o 25 alumnos encerrados en una diminuta aula, pero no podemos reunirnos más de 6 familiares en nuestra propia casa. Por eso debo jugar al pádel o correr con mascarilla, pero si estoy de cervezas con los amigos en una terraza, el virus huye despavorido. ¿A nadie le "chirría, de verdad, cómo estamos dejando que la coartada del virus permita, quizás bienintencionadamente, que las autoridades se entrometan en nuestra intimidad, decidiendo cuándo un desplazamiento es o no innecesario, u obligándonos a dar explicaciones sobre si alguien es o no nuestro conviviente, o si debemos sentarnos en uno u otro asiento de nuestro propio coche según por dónde circulemos? A base de tanta incoherencia, por el camino, muchos se ven ya subyugados y  despojados de los derechos y la esencia que hace que valga la pena vivir. Por eso tanta tristeza. Tanta desolación. Tanta locura reprimida. Porque la coherencia del ser humano implica que nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones estén alineadas. Y ahora mismo andan "a guantazos" con tanta norma o recomendación, con tantas restricciones, con tantas versiones de la verdad, y con tanto miedo. Ese miedo del que nos hablaba una gran amiga hace unos días, y que la ha llevado a la lucha interna de acatar unas medidas en las que no cree, aislándose ella y dos de sus hijos a raíz de sus positivos en Covid en una planta de su casa, y su marido y su otra hija en otra, pero que tras varias semanas ya, y a pesar de ello, ha sido repudiada sutilmente por su familia y por sus alumnos de las clases que imparte.

Festival de YeePeng (John Shedrick)
Estoy convencido que a estas alturas del post, ya más de uno habrá decidido dejar de seguir leyendo, pensando que somos unos "negacionistas". Allá ellos. La verdadera paradoja de todo esto es que casi toda nuestra especie humana, al unísono, parece haber decidido negarse a pensar y a cuestionar el sentido y la coherencia de todo este teatro que hemos montado. Negarse a vivir la vida por el miedo a enfermar. Ese sí que es el peor "negacionismo" que existe. Cuando a lo que debería llamarnos esta pandemia es a vivir cada instante con la plenitud de saber que podría ser el último. Y sin embargo andamos "racaneando" absurdamente momentos irrepetibles a nosotros mismos y a los demás.

Creemos que no es malo practicar un escepticismo saludable, huyendo de la arrogancia de creerse en posesión de la verdad. Y es bueno hacerlo porque cuando hay tanta gente sufriendo, tanta gente desconcertada en una permanente incoherencia cotidiana, y tanta gente al borde del precipicio mental, emocional y físico, es que algo no va bien, por no decir que va rematadamente mal. O no estamos haciendo bien los deberes como especie, o no estamos aprendiendo lo que deberíamos aprender de todo este proceso. Y básicamente habría que aprender a ser feliz, a disfrutar de paz interior, y a centrar nuestra vida en el amor. ¿Y qué significan esas tres cosas? Muy sencillo. Dicen que ser feliz implica 0% de sufrimiento. Que gozar de paz interior significa 0% de reactividad. Y que basar la vida en el amor significa 0% de lucha y 0% de conflicto. Así que cuando observamos estos días tanto sufrimiento, tanta reactividad, tanta lucha y tanto conflicto, ése es el mejor indicador de que muchos están suspendiendo la asignatura de lo que hemos venido a aprender a este mundo.

Escuchábamos hace unos días una conferencia muy interesante en la que se decía que realmente no existen problemas, sino procesos en los que nos resistimos a tener una actitud acorde con los cambios que esos procesos nos invitan a hacer. Que esa actitud es una decisión que nadie puede arrebatarnos, ya que depende sólo y exclusivamente de nuestra voluntad, pase lo que pase fuera de nosotros, caigan los "chuzos de punta" que caigan, como parece estar pasando en nuestra realidad actual. Y que realmente el sufrimiento derivado de esos problemas es absolutamente inútil, ya que ese sufrimiento interno no va a cambiar la realidad que existe fuera. Ojalá con tanta preocupación, con tanta ansiedad, o con tanta locura colectiva como estamos presenciando estos días, la cosa pudiese mejorar. Pero no. El sufrimiento es absolutamente inútil para cambiar la realidad. Ahora sí, el sufrimiento tiene una función crucial: ser el mejor motor de cambio en nosotros. De los sufrimientos más extremos y prolongados surgen las revoluciones internas más regeneradoras. Quién sabe si el Universo, con todas sus leyes y principios, genera situaciones para que, por fin, demos ese paso que necesitamos dar. Quién sabe si a base de incumplir tales principios universales y de armonía con nuestro entorno, con nuestros congéneres y con nosotros mismos, nos toca asumir las consecuencias de tales rupturas con esos principios, y necesitemos darnos cuenta que debemos volver al cauce que nunca debimos abandonar. Todo dependerá de lo mal que vayan las cosas, y si el sufrimiento que nos genera todo esto es lo suficientemente grande como para conseguir que nos movilicemos por dentro. A veces necesitamos toparnos con una situación tan traumática como la colisión con un jabalí, un suicida en caída libre o un coronavirus calibre 19, para que salgamos del conformismo y la vida de rebaño, y se produzca una catarsis de arriba a abajo, por mucho que toque sufrir en el camino. Eso es precisamente lo que se celebran cada año en Tailandia con los festivales Loy Krathong y Yi Peng para festejar la llegada de un nuevo ciclo de vida y dejar atrás lo negativo de cada uno, lanzándose al cielo linternas de papel incandescente, o al río pequeñas balsas hechas de hojas de plátano, incienso y velas, como símbolos de echar con ellas los malos espíritus y las malas vibraciones para que así el viento o el agua se los lleve.

El mundo no es más que un reflejo de todos los desórdenes y conflictos internos que tenemos dentro cada uno de nosotros, de nuestros egoísmos y de nuestras rupturas. Por eso esto no va de cambiar el mundo. No va de que alguien nos solucione lo que está pasando. Va de SER EL CAMBIO que necesita el mundo. Va de algo que sí que podemos hacer cada uno de nosotros: DESPERTAR.  (CONTINUARÁ)


Festival de Loy Krathong en Tailandia (foto de John Shedrick)


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) ) https://www.patreon.com/posts/balance-de-de-de-26647734

miércoles, 28 de octubre de 2020

Espejismos

Espejismo (jplenio en Pixabay)


Empezó a anochecer. Y con ello mis temores. Las fuerzas flaqueaban ya. Nos creíamos a salvo, pero no. Todo había sido un espejismo. No estábamos donde creíamos. Había que empezar casi de cero. Debíamos volver a ponernos la ropa empapada, enfundarnos el "cortavientos", y adentrarnos de nuevo en aquel inmenso mar. No tardaría en irse la luz. Y sin linternas ni móvil, aquello se podría convertir en un "pequeño drama". No le gustó a Mey que pronunciara aquellas palabras. Evidenciaban mi preocupación. Miedo no, pero sí preocupación. Y ella lo estaba viviendo de una forma distinta. Por eso preferimos quedarnos callados, y remar. Remar con intensidad. Pero el cansancio atenazaba mis músculos, la mente empezó a patinar, y aquellas crecientes olas nos ganaban la batalla por instantes. Cada vez más agua inundaba la canoa. Cada vez más empapados. Cada vez más giros innecesarios en un zig-zag interminable. En el lejano paisaje de montañas que veía delante de nosotros, tomé la referencia de cómo las sombras de la noche tomaban el control. Y cada minuto que pasaba creía ver menos trozos de montaña sonrosados por el atardecer, y más trozos de un gris oscuro. Cosas de los nervios, probablemente. Me imaginaba que cuando el gris le ganara el pulso al rosa, nuestro panorama sería ya negro. Por eso, cuando aparecieron un par de lanchas a lo lejos, presentí que nuestros amigos ya habrían activado nuestro rescate. Pero no. Mi percepción quizás no era nada objetiva. Desde luego estaba muy alejada de la de Mey, como pude comprobar después. Quizás por eso no levanté las manos y los remos para pedir auxilio, como se me pasó por la cabeza en algún momento. Aún quedaba un rato de luz y había que aprovecharlos. Quizás la siguiente cala era la correcta. O quizás la siguiente. O quizás la otra.

Cueva de las Palomas (Wikiloc-Cejus)

El día había sido inolvidable. Por enésimo fin de semana consecutivo, Mey y yo habíamos decidido ejercer nuestra objeción de conciencia a este panorama de desasosiego, de miedo y de crispación que parece haber abducido a nuestra Humanidad. Sin embargo fuimos "más papistas que el Papa" en eso de mantener el metro y medio de distancias de seguridad, y nos lanzamos de nuevo a los brazos de la naturaleza junto a unos buenos amigos en Cabo de Gata. Ese sábado fuimos los únicos que botamos nuestro kayak para recorrer el precioso trayecto entre el Playazo y Las Negras. El resto de amigos lo harían por tierra. Navegamos junto al castillo de San Ramón, nos adentramos  en el hechizo de la cueva de las Palomas, rememoramos aquella comida especial en el camping de La Caleta de hace apenas dos meses y las horas de buceo en las cristalinas aguas de la cala del Cuervo, y llegamos con tiempo de sobra a Las Negras, para curiosear por los alrededores, hasta que el equipo terrestre nos alcanzara. Luego compartimos con ellos unos tercios, unas patatas de bolsa, y unos bocatas partidos a "cachos" en aquel bohemio malecón. Primero una bella conversación cargada de muchas risas en el almuerzo, y después un café en el bar Cerro Negro, hicieron de aquélla una tarde mágica. Y como suele suceder con la euforia del momento, improvisamos el regreso a casa sobre la marcha. En lugar de volver por el mismo recorrido, Mey y yo seguiríamos avanzando hasta las calas del Plomo y de Enmedio, mientras los demás regresarían andando a por los coches para recogernos. No cabía pérdida. La cala del Plomo tenía una construcción a la izquierda y un amplio cañaveral a la derecha. Avanzaríamos hasta la cala de Enmedio, que nos dijeron que era espectacular, y regresaríamos de nuevo a la del Plomo, porque era la única a la que se podía llegar en coche, tras siete kilómetros de carril polvoriento. Aunque ya llevábamos un par de horas remando, la propuesta era irrechazable, vista la belleza de aquellas columnas y rosetones de roca volcánica, que cualquier catedral humana habría deseado para sí.

No tardamos en llegar a nuestro destino. Una bandera pirata ondeaba al viento, mientras un par de chicas tomaban el sol, y una pareja nudista se mimetizaba con las rocas. Como había pasado por la mañana, nuestra velocidad era mayor que la de los senderistas. Así que mantuvimos el plan, y llegamos también pronto a la cala de Enmedio. Efectivamente valía la pena: dos grandes rocas a cada lado la ocultaban de las miradas curiosas, y cual unicornio misterioso, una cabra montesa nos dio la bienvenida en la misma playa. No podía haber un mejor colofón para un día así.

Ya algo cansados, regresamos a la cala del Plomo, con algo de fresco, porque aquellos altos acantilados ya ocultaban los rayos del Lorenzo. Pero la arena de aquella playa aún estaba al sol. Así que descendimos algo entumecidos del kayak, y rápidamente nos cambiamos de bañador y de camiseta para no enfriarnos. Y como sucedió por la mañana, el equipo acuático había vencido al equipo terrestre. Nos vendría bien, porque ya llevábamos casi tres horas y media remando, y el cuerpo no está acostumbrado a estos "tutes". Así que un poco de relax, tumbados en aquel atardecer paradisíaco, nos vendría "de perlas". Nuestros amigos podrían tardar lo que quisieran. Nosotros ya estábamos a salvo.

Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Sin embargo, algo no cuadraba. Por mucho que lo intentábamos, no lográbamos ver el aparcamiento de coches detrás de aquel cañaveral. Por allí debían llegar nuestros amigos a recogernos. Pero nada. Ni un coche. Preguntamos a las dos chicas que tomaban el sol, y sus palabras supusieron un bofetón. De repente, el momento idílico en aquella cala de ensueño se convirtió en una escena surrealista. Efectivamente allí había una construcción y un cañaveral, pero aquello no era la cala del Plomo sino la de San Pedro. Hasta la del Plomo, quedaban aún unos buenos kilómetros. Vamos, que aquella cabra montesa que se nos apareció en aquella cala desierta, aún estaba bastante antes de nuestro destino, y nosotros nos habíamos vuelto para atrás. Como con el plan improvisado ni habíamos cogido el móvil, les pedimos a aquellas chicas una llamada de gracia para tranquilizar a nuestros amigos sobre nuestra posición, y avisarles de nuestro retraso. Pero nada, no debían oírlo con su particular espejismo de la situación.

Y así fue cómo, con las tardías sombras del atardecer, un luminoso día cargado de bellas emociones, se había transformado en un motivo de preocupación. Al menos para mí. Y cada cala que pasábamos se convertía en una pequeña frustración por no ser nuestro destino y por no descubrir en ella a nuestros amigos esperándonos. Una y otra vez. Una y otra vez. Y cada vez más frío. Y cada vez más mojados. Y cada vez más oscuro.

Habíamos cumplido "a rajatable" las especificaciones: "una construcción a la izquierda y un cañaveral a la derecha en la Cala del Plomo; y dos grandes piedras delimitando la cala de Enmedio". Y justo con esas instrucciones bajo el brazo, habíamos llegado a nuestro destino. Pero todo había sido un espejismo. Aquel no era nuestro destino. Quizás estábamos en lo cierto con esa descripción. Pero quizás la verdad tiene muchas caras, que a veces desconocemos. Incluso para los dos remeros de nuestro kayak, que vivíamos con distinta intensidad la premura por llegar a nuestro destino, así como el tiempo de luz que nos quedaba para ello. Cada persona experimenta la realidad según sus vivencias y experiencias pasadas, o según su propia forma de ser. Por eso, ni siquiera Mey y yo percibíamos lo mismo, remando al unísono, como íbamos. Ni aquella cala en la que habíamos descendido se llamaba del Plomo, ni hasta ella podían acceder los coches. Todo había sido una pequeña broma del destino, creando una coincidencia en la vaga descripción de dos calas alejadas por unos cuantos kilómetros. Pero ya no había remedio. Sólo quedaba remar. De poco valía preocuparse. Sólo valía ya ocuparse. Por muy pocas fuerzas que quedasen ya.

Y justo cuando ya parecíamos desfallecer, y tan sólo se divisaban lejanas luces en Agua Amarga, en el recodo de nuestra enésima esperanza de destino divisamos una construcción y un cañaveral. En realidad ni uno ni otro tenían nada que ver con los de la cala que habíamos tomado por nuestro destino, unos kilómetros atrás. Pero eso es lo que pasa con los espejismos. Que los haces "tu verdad", aunque poco tengan que ver con "la verdad".

Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Cuando a lo lejos avistamos la figura de Gema, las sonrisas volvieron a bordo, aunque estaba sola y muy afanada con su móvil. Luije, efectivamente, había salido en nuestro búsqueda. Su espejismo mental había consistido en que, quizás alguno de nosotros habría sufrido alguna contractura o se habría sentido mal, y habíamos regresado a las Negras. No era normal que no hubiéramos llegado aún a esas horas. Algunos pescadores y bañistas así se lo habían corroborado. Y cada uno ya estaba planificando su plan conforme a tal espejismo. Luije preparando la llamada a un familiar para que nos buscara con su lancha. Y Gema consultando el teléfono para avisar al servicio de rescate marítimo. ¡Menuda odisea podíamos haber liado!

Ya con el kayak desmontado en el coche, exhaustos, y llenos de arena y sal, reflexionábamos  en el camino de regreso a casa de Gema, sobre lo compleja que es la realidad. Todos habíamos actuado conforme a la verdad de lo que sabíamos. Y sin embargo, se podía haber montado un buen "pollo". Probablemente se podría haber evitado con menos euforia e improvisación en el plan vespertino. Quizás nos podríamos haber detenido a ver los detalles del recorrido. O podríamos haber buscado unas fotos para asegurarnos antes de salir. O al menos habernos llevado el móvil y una linterna. Pero lo cierto es que Luije y Gema ya se habían imaginado tres o cuatro escenarios que podían explicar nuestro extraño retraso, y nosotros habíamos situado nuestra cala de destino unos pocos kilómetros antes. Cada uno estaba viviendo "su verdad", mientras "la verdad" seguía su curso, e impedía nuestro reencuentro. Con razón decía Machado aquello de "¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". Y sin embargo, ¡cómo cuesta despegarse de "nuestra" verdad, por muy insuficientes que sean los cimientos de ésta! Un proverbio zen japonés lo expresa de otra forma: "No busques la verdad; descarta tus opiniones".


Tanto nosotros como Luije y Gema habíamos creado nuestro particular espejismo con su correspondiente "castillo en el aire", como sucede con el efecto Fata Morgana, o "hada Morgana" en italiano, en referencia a la hermanastra del Rey Arturo, Morgan le Fay, que, según la leyenda, era un hada cambiante. Esta ilusión óptica tiene una fácil explicación y se debe a una inversión de temperatura, de modo que objetos que se encuentran en el horizonte como, por ejemplo, islas, acantilados, barcos o témpanos de hielo, adquieren una apariencia alargada y elevada, similar a "castillos de cuentos de hadas". Pues lo mismo nos sucedió a cada uno de nosotros: por una pequeña interpretación que hacíamos de la realidad en base a la parte de información de que disponíamos cada uno, habíamos construido nuestro particular "castillo de la realidad".

Atardecer en Cabo de Gata (Wikiloc-Cejus)
Alguien dijo hace dos milenios aquello de "la verdad os hará libres". Y eso es tan cierto como que, por desgracia, cada persona acaba haciendo de "la verdad" su pequeña versión. Y esas "mini" versiones de "la verdad", con el posesivo delante, dejan de ser verdad. Y es cuando "mi verdad" me acaba esclavizando a mi versión de los hechos y de la realidad. Y si pueden suceder estas distorsiones o confusiones en una simple "quedada" para llegar por distintos caminos a una misma playa, imaginemos lo que sucede cuando la realidad es tan compleja como la que vivimos actualmente, con un teórico virus que, también teóricamente, está amenazando la salud pública y el desarrollo de toda la Humanidad. ¿Cuántas "verdades" surgen de un panorama tan incierto y desconcertante? Probablemente tantas como habitantes hay en este planeta. Cada uno con "su verdad", y además permanentemente cambiando entre una oleada y otra del dichoso virus, o entre un narrador u otro de dicha "realidad". Narradores que no tendrán escrúpulos para contar verdades cargadas de "fake" para condicionar nuestra fe, nuestro voto, nuestra compra o nuestro miedo. Y así nos va. Unos culpándonos a otros. Unas verdades enfrentadas a  otras. Las personas mayores culpando a los jóvenes por reunirse en cafeterías y bares, olvidando cuando ellos lo hacían. Y los jóvenes sorprendidos de que los mayores quieran desplazarse a sus segundas residencias, a pesar de las prohibiciones. Unos tratando de luchar contra el virus para derrotarlo, y otros resaltando que ni es tan mortal ni tan peligroso, y que las medidas que se están aplicando traerán consecuencias peores que las que se intentan evitar. Unos buscando complots y conspiraciones en la creación y propagación del virus, y otros a la caza de los bulos que desacrediten a los primeros. Unos, partidarios de la "protección focalizada" para evitar el colapso económico y las secuelas mentales y por otras enfermedades que puede acarrear todo esto a la mayoría de la población no vulnerable, y otros partidarios de los confinamientos, los toques de queda, y los estados de alarma cada vez más estrictos. Cada uno con "su verdad". Y consiguientemente, esclavos de ella. Bajo una consigna. Bajo una bandera. Bajo un lema. Bajo un plan.

Si de verdad queremos que la verdad nos haga libres, nos va a tocar soltar amarras de "nuestra verdad", y abrirnos a que "la verdad" nos sorprenda y nos interpele con toda su plenitud. Nos tememos que no hay otra forma de encontrarnos y volver juntos a casa. A esta casa que compartimos todos y en la que verdaderamente podríamos vivir libres de intereses e ideologías.



miércoles, 30 de septiembre de 2020

Hay vida antes de la muerte

No es añoranza. Tampoco morriña. Y desde luego no es nostalgia ni pena. Ni mucho menos. Es sólo ese pequeño nudo en la garganta que te recuerda que, de nuevo, entramos en una nueva etapa. Y ver esta semana los dibujos, los "trabajitos" y las notas de los niños de hace 10 ó 15 años, me recordó intensamente lo que en teoría ya uno sabe. Que la vida pasa. Que los niños son ya hombres. Y que probablemente alguno ya sólo volverá a casa de visita. Esa que ahora es puro silencio y quietud, y que era un auténtico manicomio hace apenas dos meses. Por eso, ahora que se han ido, estamos remodelando espacios y ordenando estanterías. Tirando lo viejo para dar cabida a lo nuevo. Y los recuerdos son inevitables. Pero no dejan de ser eso: simples huellas del pasado. Ni más ni menos.

Andorra-2019
Nuestros hijos han empezado a volar antes de lo habitual. Es cierto. Y el abrirles las ventanas tan "de par en par" para que vuelen desde pequeños tiene eso. Que vuelan. Y entonces no valen las medias tintas. No vale lo de "te dejo volar, pero vuelve porque te necesito". O lo de "vuelve porque creo que aquí vivirás mejor o serás más feliz". Los "sí pero no". No. Eso es hacer trampas al solitario, o un chantaje sibilino. Si abres la ventana es porque estás convencido de que tu papel es ese: enseñarles a volar, para que surquen sus cielos, y elijan su rumbo. No el tuyo. Sabiendo, además, que es probable que se equivoquen, que sufran, y que lo pasen mal. Y si les tocase tropezar muchas veces, seguro que acabarán volando aún mejor, a base de planear en sus caídas. El derecho a tropezar y a elegir caminos distintos a los paternos o maternos debería ser un derecho universal. Y a los padres sólo nos queda ser unos "pesados", preocuparnos cuando toque, y advertir por si se nos escucha alguna vez que otra. Abrir puertas y más puertas, para que ellos elijan. Pero sabiendo que tras alguna de ellas, pueden hacerse daño. No vale abrirles sólo la puerta que más nos guste a nosotros. No. De eso va lo de ser padres, aunque muchos nos miren raro por ello.

Por supuesto no es fácil. Exige prepararse para el continuo cambio de ciclo y de etapa. Y los hijos, además, deben saberlo muy bien desde muy niños. Que podemos ser una "Familiade3hijos". Y que para muchos esa es nuestra identidad. Pero no. No nos definen nuestros hijos. Tampoco nuestro rol de padres. La vida es más rica aún. Y no se agota en esa etapa con ellos. Por eso no cabe la tristeza. Y por eso, los nuestros saben que los echamos de menos. Que nos acordamos muchísimo de ellos. Que gozamos con su gozo desde la lejanía. Pero que nuestra vida sigue. Que por supuesto no hay "síndrome del nido vacío", porque vaciarlo es nuestra principal responsabilidad vital. Que estamos disfrutando de lo lindo de nuestra nueva y recuperada etapa "de novios". De nuestras escapadas en la "furgo", de nuestras rutas en kayak, o de alguna que otra "cenita romántica". Y les alegra saber que es así. Porque pueden disfrutar de su vuelo sin cortapisas, sin resquemores de lo que dejan en casa. Sabiendo que su vuelo no deja damnificados atrás.

Seguro que más de uno pensará que esto es exagerado. Que no hace falta ser tan contundentes. Que los hijos son para toda la vida. Y que si pueden estar cerquita, mejor que mejor. Que "como en España no se vive en ningún lado". O que "como mi pueblo, no hay nada en el mundo". Olvidando que el mundo cada vez es más pequeño. Que no hay distancias. Pero puede que no nos demos cuenta que, detrás de esos razonamientos, existe un apego sutil. Un aferrarse a lo que consideramos que debería ser la vida de nuestros hijos.Y eso acaba limitando su expansión vital, el despliegue de todos sus dones y talentos, y la misión que han venido a desplegar aquí, para la que nosotros sólo somos meros compañeros de viaje


Eva (Mijas Costa-2019)
Que todo esto nos haya pillado antes de los cincuenta, es toda una suerte. Y no sólo porque previsiblemente, "aún nos queda carrete". Sino porque te inmuniza contra el decaimiento vital. Ese que te hace pensar que esto se acaba y que no vale la pena, cuando llega un cambio tan brusco de etapa. Y entonces se tiende a confundir el paso a otra fase, con el paso al otro mundo. Y acabas muriendo por dentro poco a poco. No creo que haya peor muerte que esa, la verdad. Lo hemos presenciado en padres con hijos que se independizaban, y perdían las ganas de vivir. En parejas que se quieren, pero que se atascan en lo trivial o secundario: la distribución de la casa, el papel de la familia política, el tiempo dedicado al trabajo, la forma de hablarse...Y entonces se nos olvida que hasta el último segundo de vida, la muerte debe esperar. Porque morir no es sólo cuando se apagan nuestras constantes vitales. No. Es cuando dejas de vibrar por dentro ante el milagro de estar aquí y ahora. ¿Le vamos a dar esa ventaja o ese gustazo al de la guadaña? No nos podemos permitir el lujo de desperdiciar ni un segundo de vida muriendo por dentro.

Y curiosamente, esa es la paradoja de los tiempos actuales. Se televisa la muerte y el miedo las 24 horas del día. Y no porque de la Covid muera más gente que del sobrepeso o de las enfermedades cardiovasculares. Muy al contrario. Pero te lo repiten a todas horas. Quién sabe qué pasaría si televisasen a todas hora los dramas y las enfermedades derivadas de los que fuman o de los que comen "porquerías". Pero en lugar de "rebotarnos" ante la certeza de esa muerte, por Covid o por la caída de una maceta, y vivir hasta la última gota de vida, nos encerramos en vida para no morir. ¿Seremos tontos? De verdad que no lo entendemos. ¿A qué vienen esas caras de susto que vemos por la calle? ¿A qué vienen esas eternas conversaciones pesimistas? ¿De verdad vamos a prescindir de todo lo que vale la pena en esta vida, hasta que llegue esa vacuna milagrosa, que nos salve de ésta? ¿Y del resto de peligros que amenazan nuestra vida? ¿Nos vamos a poder vacunar contra todos ellos? Podemos meternos en una burbuja los próximos 50 años, y así seguro que no nos morimos. Por favor...Me recuerda mucho a todas esas personas que pasan la vida pensando: "esto para cuando me jubile", "esto para cuando me jubile". Y justo en la semana en que se jubilan, les da un ataque y se van "al otro barrio".

Estos días no hemos parado de oir plegarias para que pase el 2020 cuanto antes, como si las pobres cifras del año 2020 fueran las responsables. Como si fuera otro número demoníaco al que culpar de nuestras desgracias. ¿Olvidarse del 2020? ¿De verdad no hay nada de lo que aprender de lo sucedido? ¿Tan ciegos estamos? ¿No deberíamos acordarnos a cada instante de lo que ha sucedido, para decidir? ¿No habrá que estar muy pendientes para optar en cada instante por aquello que nos trae felicidad y vida, alejando aquellas pequeñas o grandes decisiones que nos matan por dentro?

Samuel (Conil-2020)

Hace unos días nos removió mucho un vídeo de una niña en la televisión Àpunt que se convirtió en viral. Preguntada por el uso de la mascarilla, la pequeña, de apenas unos añitos, contestó: "Es un poquito peor, porque no puedes respirar del todo. Pero, ¡no pasa nada! Es mejor eso que morirte". Lo dijo con tal inocencia, con una voz tan dulce, y con un movimiento de hombros tan convincente, que bien hubiera podido ilustrar cualquier campaña de marketing. Sin duda, muchos se habrán identificado con esas palabras. Pero son la esencia de lo que decimos. No voy a volver a abrazar a mi padre o a mi madre. No voy a volver a ver a mis amigos. No voy a volver a disfrutar de una buena bocanada de aire fresco. Ni de la sonrisa de mis seres queridos. Ni de una escapada. Ni de una locura. No. Es un poquito peor. Pero no pasa nada. Es mejor eso que morirte.

Nosotros lo tenemos claro. Y creo que nuestros hijos también. Estamos en un cambio de fase. En casa y también en la Humanidad. Y surge inevitablemente la pregunta: ¿y ahora qué? Nosotros hemos decidido ser unos activistas del VIVIR. Nos puede llegar la covid en cualquier momento. También un cáncer, un accidente de tráfico, o la caída de un meteorito. Algo, desde luego, nos va a acabar matando. Pero hasta ese momento, que nadie dude que vamos a exprimir este milagro que es la vida, hasta la última gota. Por eso hemos decidido hacernos aún más dueños de nuestro tiempo, de nuestros gustos, de nuestras prioridades, de nuestros rincones y de nuestros seres queridos. Estamos soltando lastre. Estamos quitándonos "perros pulgosos", obligaciones auto-impuestas, y dictaduras del "qué dirán".

El ser humano se afana en buscar vida en otros planetas, en otras galaxias. Incluso se esmera por conocer si hay vida más allá de la muerte. Pero se olvida de lo más importante. Que hay vida antes de la muerte. Y que nadie va a vivirla por nosotros. Que nos toca coger el timón de nuestras vidas con ganas. Y que hacemos el "panoli" si dejamos de vivir para no morir.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Peponi

Si te encuentras envuelto en miedo y desesperación por los rebrotes. Si te obsesiona qué va a pasar este año con la vuelta al "cole". Si te angustia si nos van a confinar o no este otoño. Si no paras de ver las noticias una y otra vez, para ver las cifras de infectados o por si aparece la vacuna milagrosa. Si no paras de compartir por whatsapp noticias cargadas de "yuyu" para advertir a tus familiares y amigos. O incluso si te inquieta cómo va la cosa con el rey emérito o con la fusión de Bankia y La Caixa... ¡NO LEAS ESTE POST!

Por favor: haznos caso. Luego no digas que no te lo advertimos...

Valdevaqueros (Tarifa-Agosto 2020)

Estoy convencido de que cada persona de este planeta tiene un mantra mental. Una frase que de una u otra forma marca cada uno de nuestros pasos, y nos encamina en una u otra dirección. Durante muchos años, mi mantra fue "Estoy agobiado". Y me costó lo mío quitarme de encima la dichosa frasecita, y sobre todo las consecuencias que traía consigo de stress y de sobrecarga en mis espaldas de problemas y dificultades propias y ajenas, laborales, familiares o solidarias. Cuando por fin lo conseguí, descubrí que había sido esclavo demasiado tiempo no sólo de aquella frase, sino de la programación mental que traía consigo. Por eso son tan alarmantes las frases que cada minuto martillean una y otra vez las mentes de los siete mil quinientos millones de personas de este planeta en los últimos meses. "Miedo, miedo". "Preocupación, preocupación". "Yuyu, yuyu".

El mantra de Mey, sin embargo, es otro.  "¡Esto es el Paraíso!" "¡Vivimos en el Paraíso!". En estos treinta y tres años que llevamos juntos, hemos viajado muchísimo. Hemos visitado miles de lugares. E incluso nos hemos mudado ya también una pocas veces. Y su mantra sigue siendo el mismo:  "¡Esto es el Paraíso!" "¡Vivimos en el Paraíso!". Tanto es así que, hace unas semanas, cuando los niños le prepararon un vídeo parodiando algunas de sus escenas cotidianas para celebrar su cumpleaños, su mantra no podía faltar:  "¡Esto es el Paraíso!" "¡Vivimos en el Paraíso!"

Uno podría pensar que alguien que se repite interiormente esa frase una y otra vez, suponiendo que no está un poco "tocado del ala", o bien ha tenido mucha suerte con los sitios que ha visto y en los que ha vivido, o vive con intensidad y verdadero convencimiento la gratitud por estar aquí y ahora.Y cuando eso sucede, os puedo asegurar que resulta profundamente contagioso. Y la gente te busca porque notan que en esa gratitud a la vida reside la semilla de autenticidad de nuestra existencia.

Mazagón (Huelva- Agosto 2020)

Cuando estos días pasados ella y yo recorríamos en nuestra furgoneta, por fin, caminos y calas perdidas del sur, esa frase nos la repetimos un par de millones de veces. Interiormente y de palabra. Y no era para menos. Contemplar bajo el agua un arrecife en Cabo de Gata plagado de peces de colores en la paz más absoluta. Sumergirse en las tonalidades de un atardecer único en Ayamonte o en Isla Cristina. O mimetizarse con la arena, la luz y el agua de las playas tarifeñas. ¿Cómo no sentirse en el Paraíso? ¿Cómo no te va a brotar del corazón un profundo sentimiento de gratitud por tener la enorme dicha de estar viviendo?

Estos días, desde tales lugares, no paraba de pensar en las miles y miles de personas que no quieren salir de su casa, y que no han viajado estas vacaciones, por miedo a contraer el Covid. Y me imaginaba con pena el mantra que estarían repitiendo en su cabeza y cómo se sentirían: dejar de vivir, por miedo a enfermar, por miedo a morir. Muy duro, la verdad. Y nos hacía reafirmarnos a Mey y a mi en nuestro compromiso de gratitud con esta vida: "¡Vivir (o morir) con las botas puestas!". Y si al final uno se muere, sea por el covid o porque te cae una maceta en la cabeza paseando por la calle, "¡que te quiten lo bailao!".

Cabo de Gata (Almería-Agosto 2020)

No. El Paraíso no es cuestión de lugares espléndidos y lejanos. Como decía Mey hace unos días, el Paraíso, se lleva a cuestas. En tu mochila. Sí. Ésa que cargas cada día cuando te levantas y, o bien arrastras tu existencia como si fuera una carga muy pesada, o bien sales a comerte este mundo maravilloso que nos ha tocado vivir. El Paraíso no es un lugar. Es una actitud. Y en cada sitio que estés, lo despliegas como tu tienda de campaña vital. ¿Acaso hay algo más importante que transmitir a los hijos esa visión de un "Paraíso portátil", que te llevas contigo a cualquier lugar y en cualquier circunstancia?

Estos días lo veía con claridad con nuestros hijos Pablo y Eva en Estados Unidos. Eva se levanta a las seis de la mañana para sus ensayos de banda musical. Y Pablo se acuesta a las tantas de la noche tras su primer trabajo en la Universidad de Okalhoma como reponedor y cajero en un supermercado. Probablemente no sean los planes más "molones" del mundo. Y sin embargo, había que escuchar la emoción y la alegría con los que nos los describen en sus videoconferencias y audios (¡¡algunos de 40 minutos de duración!!). Poco importa que les esté cayendo una tormenta tropical como las que arrecian esa zona en estas alturas del año. O que el huracán Laura les haya pasado "de refilón". Ellos viven su Paraíso particular. Y por muy lejos que estén y por mucho que los echemos de menos, nosotros como padres, no podemos estar más felices porque estén disfrutando de ese Paraíso suyo en estos momentos.

Isla Cristina (Huelva-Agosto 2020)

Esta mañana, cuando me levanté, pensando en escribir sobre el Paraíso, me acordé de la canción de ColdPlay con ese nombre, y de una versión de The Piano Guys que disfrutamos en casa hace algunos años ya, y que se convirtió en un pequeño himno casero: Peponi (palabra en suajili que significa "Paraíso"). Cuando los niños eran pequeños, vimos con devoción decenas de veces aquel vídeo, en el que un helicóptero transportaba hasta una cima inaccesible un enorme piano de cola. Samuel se aprendió la letra en suajili, y los movimientos del cantante, Alex Boyé. ¡No parábamos de reirnos con su versión casera! Esta mañana descubrí que este cantante, de origen nigeriano, vivió una vida durísima en las calles de Londres, sin padres ni recursos. Y que, quizás la música y su motivación vital, le hicieron tirar para adelante hasta lo que es hoy: un gran artista, y un "motivado de la vida". Por suerte, cuando uno va acumulando años, te das cuenta de que ésos no son casos aislados, y que no estamos predeterminados para nada. Podemos elegir la dirección correcta hacia nuestro Paraíso, aunque sea volviéndonos sordos a lo que se dice o a lo que se vive a nuestro alrededor.

Así que, si en las circunstancias actuales, no has hecho caso a mis advertencias del principio y vives con miedo, mal humor, o indignación todo lo que está pasando, ¡quítalelo de encima! (Shake It Off: ver vídeo). ¡¡Piensa en tu Paraíso particular!!

domingo, 16 de agosto de 2020

Dallas - Córdoba - Oklahoma

¿Y ahora qué vais a hacer los dos "solitos"? Esa es la pregunta del "millón" que todo el mundo nos hace ahora cuando nos ve. Y eso que hace tres semanas, la cosa pintaba mal, y no hubiéramos apostado ni un céntimo por el giro que los acontecimientos han dado.

Tras la selectividad de Samuel, y los más de cuatro meses de visitantes en casa, estábamos todos exhaustos. Necesitábamos un cambio de aires, aunque fuera breve. Los cuatro días de escapada a Chiclana cumplieron su misión. Y disiparon la tensión y la frustración ante la incertidumbre respecto al próximo curso.

Días de escapada gaditana (Conil)

La "Presidential Proclamation" de Trump de finales de junio, y la paralización de las actividades de las embajadas, hacía inviable conseguir la visa para poder entrar a Estados Unidos. La cosa se torció más en julio, y Pablo tuvo que iniciar los trámites para matricularse en la Universidad en España. Respecto a Eva nos devolvieron incluso el dinero que ya habíamos pagado. Hubo alguna "lagrimilla" de la "pequeñaja", viendo que tras un proceso tan largo, su experiencia americana se disipaba. Pero un inesperado whatsapp a Pablo reavivó la esperanza. Un amigo de un amigo que trabajaba en una embajada centroeuropea en Washington avisaba que todo iba a dar un repentino vuelco. Y efectivamente ese vuelco se produjo al día siguiente. La demanda contra el gobierno americano de la Universidad de Harvard y el MIT, a la que se unieron otras 20 universidades, por las medidas que Trump había adoptado respecto a la enseñanza online y presencial en EEUU, funcionó. Y el juez no tuvo ni siquiera que pronunciarse, ya que Trump rectificó antes. Las visas de estudiantes se reactivaron y con ellas la actividad de las embajadas. Nuestra escapada gaditana era el preludio de una carrera contrarreloj, muy al estilo de las de esta familia.






Eva, lista para volar a Dallas

De inmediato Pablo inició el asedio a la embajada americana en Madrid por tierra, mar y aire. Llamó a todos los teléfonos y escribió a todas las cuentas de email que localizó, muy a su estilo de "una gota en un latón".  No una ni dos veces: ¡tropecientas! Y como "el que la sigue la consigue", accedieron a tramitar de urgencia su visa, adelantando la cita al 23 de julio. Primera prueba superada. En paralelo, y a pesar de las dudas, decidimos retomar las opciones de Eva justo el día en que, desde España, se iba a formalizar la renuncia a su plaza para el próximo curso. Nuestra determinación allanó las dudas que nos encontramos. Y ahora tocaba insistir para la cita de Eva, y tratar de que la hicieran coincidir con la de su hermano. Tampoco fue fácil, pero cuando hay motivación y convicción, las puertas se abren mágicamente. Y la segunda cita para Eva también se adelantaba de urgencia, haciéndola coincidir con la de Pablo. Escapada de urgencia a Madrid, con nuestros queridos Patricia y Alfonso de respaldo logístico y emocional. Y a los tres días teníamos la visa ya en casa. Lo más difícil estaba conseguido, pero no podíamos "dormirnos en los laureles". Las noticias no eran halagüeñas respecto a la posibilidad de que se vuelvan a cerrar fronteras. Y las entradas a Estados Unidos ahora sólo se gestionan por quince aeropuertos. Mientras tanto, en pocos días tocaba hacer lo que habitualmente toca en semanas. Con el añadido de que el violín de Pablo aún estaba en Italia, junto con parte de su equipaje. Traerlo con seguridad, no iba a ser fácil, tras el intento frustrado de Pablo por ir a recogerlo y cancelarse su vuelo semanas antes. Una hermana de una buena amiga, que resulta que tiene una empresa de mensajería, nos lo trajo con garantías, llegando en el tiempo de descuento a casa de nuestros anfitriones madrileños, un par de días antes de la salida de los vuelos a EEUU. Maletas, ropa, y gestiones múltiples de última hora fructifican en las salidas de los vuelos el pasado fin de semana. El de Eva el sábado 8, y el de Pablo el lunes 10. ¡Menudas tres semanas! No recordamos nada igual en años....

Habitación de Pablo
en la Universidad de Oklahoma

Más de uno se preguntará qué ha pasado con Samuel. Pues como "no hay dos sin tres", también lo suyo estalló a la vez que todo el "tinglado" de sus hermanos. Aunque consiguió su sueño de que lo admitieran en Físicas en la Universidad de Toronto, no pudo conseguir beca. Ello le cerró por ahora las puertas a su sueño canadiense, y le obligó a "ponerse las pilas" para selectividad. Su nota fue muy buena, pero las notas de corte en este año raro de coronavirus se han disparado, y no pudo entrar en su primera opción: Granada. Pero quizás no era eso lo que le marcaba el universo. Y él, que es un maestro en eso, supo escuchar, y cuando aceptó la alternativa de Córdoba, todo le fue "rodado": a través del primo Adolfo, ya tiene piso de estudiantes y compañeros de piso, y hasta un "trabajillo" como "profe" de inglés para chavales de primaria.

En definitiva: Eva empieza mañana sus clases en el High School de una pequeña localidad texana a media hora de Dallas. Está encantada con su nueva familia y con sus dos "hermanas americanas". Tocará su flauta en una banda de música. Y probablemente podrá seguir practicando la natación allí. Está escribiendo un diario, y da gusto recibir sus largos audios cargados de alegría y de vitalidad ante una experiencia tan radicalmente distinta a lo que ha venido viviendo hasta ahora. 

Pablo, por su parte, becado por la Universidad de Oklahoma,  ya ha pasado su mini-cuarentena en un hotel que le reservó la Universidad a su llegada. Sus pruebas PCR han salido negativas, y desde el viernes ya está en su residencia universitaria, a tan solo dos horas de su hermana (¡mira que es pequeño el mundo!). Su novia sigue estudiando en Dinamarca. Pronto harán tres años, a pesar de los amigos que auguraban un noviazgo corto en la distancia.

Samuel está disfrutando de playa y amigos por Málaga, a la vez que saca ratos sueltos para practicar el piano. Pronto le tocará también marcharse para Córdoba e iniciar allí una nueva vida.

Y nosotros nos hemos quedado aquí, aunque Eva volverá en unos meses. Pero desde luego no estamos en un "valle de lágrimas". Ni mucho menos. Y ello, a pesar de las caras de desaprobación de quienes no entienden que los hijos vuelen a pesar de lo que dicta el telediario, y a pesar del peor de los virus que corre por nuestras calles hoy día: el del miedo. Tener hijos es prepararlos para que vuelen. No es tenerlos encerrados en casa para que no les pase nada. Lo único inesperado es que ese vuelo haya coincidido para los tres simultáneamente, y que el mundo se haya vuelto loco en cinco meses. Pero "sólo" eso. Y hay que fluir con eso. Ahora toca disfrutar en pareja de pequeños placeres que quedaron postergados por la prole. Llevamos tres días de bricolaje para un mueble-cama diseñado por Mey para la "furgo". Esta tarde toca escapada.