Siempre me han fascinado los soñadores. Soñar tiene algo de mágico. Nos conecta con otra realidad que está ahí, pero a la que damos la espalda en nuestro "día a día". Parece que el tráfico, las prisas, los horarios, o la hipoteca tienen más peso que los sueños. Pero son una puerta de entrada a otro mundo posible.
Soñadores hay muchos. Algunos nos fascinan con su música, con sus libros, con sus películas, con sus versos.... Pero mis favoritos son los soñadores que hacen realidad sus sueños: ésos que sueñan realidades. Son una especie en extinción y deberían estar protegidos.
En nuestra búsqueda de "un mundo diferente para vivir", este fin de semana hemos conocido a un buen grupo de ellos. Los conocimos a través de un vídeo por internet, y de inmediato nos sentimos muy conectado con ellos. Ya forman parte ya de nuestra mochila de experiencias junto a Matavenero o a nuestro queridísimo O Couso, con quienes nos hemos implicado y a donde volveremos en breve. En Los Portales no son hippies ni miembros de una secta, pero viven alejados del asfalto y del ruido. Han superado ya los 30 años en su opción de vida, y eso es el mejor aval de su sueño.
En sus orígenes, vivían en Bélgica. Se reunían para compartir meditaciones y sueños por un mundo mejor. Y en uno de esos sueños aparecieron unas coordenadas muy precisas: "un sitio para vivir en el Sur de Europa" y la palabra "Portales". Cualquier persona habría hecho oídos sordos a esa llamada, pero los "profesionales" de los sueños se los toman muy en serio, hicieron las maletas, y encontraron la "tierra prometida" de esa llamada totalmente "a ciegas".
Hoy en día, están en un bellísimo paraje, en pura conexión con la tierra. Han dedicado varias hectáreas a cultivos ecológicos, tienen un centenar de cabras, y un sistema propio de abastecimiento de energía casi al 100% de sus necesidades mediante placas solares, energía eólica y madera. Han ampliado la pequeña casa de cazadores de hace 30 años, y han creado una piscina, un precioso patio andaluz, y unos bellos corredores que mantienen la temperatura durante el calor veraniego.
Comparten sus sueldos y recursos, y tienen un exhaustivo sistema de reparto de las muchas tareas que genera una finca de 300 hectáreas. En buena parte de sus necesidades son autosuficientes, y en otras hacen trueque con sus vecinos. Apuestan abiertamente por lo "locávoro" y la macrobiótica, pero sin fundamentalismos. Fabrican un pan y unos quesos de cabra sanísimos, que venden en distintos establecimientos de Sevilla, con una demanda continuamente en alza.
No parecen ansiar un destino o un resultado. Y eso me atrajo también mucho. Viven con intensidad su camino. Y si éste les sugiere que deben aprender permacultura, lo hacen. O si éste les propone que los niños vayan ahora a la escuela del pueblo, aunque hayan estudiado allí otros niños durante décadas a distancia, lo hacen sin dilemas ni traumas.
Hace 2 ó 3 años decidieron abrir sus puertas para compartir su experiencia y enriquecerse de lo que pudiera venir de fuera. Con eso se combaten también las reticencias de quienes siempre ven demonios en aquello que no conocen. Por eso hemos podido visitarles, y la verdad es que nos hemos sentido acogidos de corazón, por gente como Eugenia, José Antonio o Meryl, cada uno con su bella historia de soñador/a.
No luchan contra nada ni contra nadie. Eso les evita contagiarse de la mala energía de los injustos o los egoístas. Ellos prefieren dedicarse a construir su mundo, y hacer realidad sus sueños. En cierto modo se sienten parte de un sistema del que les gustaría ser un pequeño sueño. Un sueño de que "es posible otra forma de vivir". Se les ve felices sin estridencias. Y esa felicidad es la que gusta, porque evidencia una armonía que va más allá de modas, de "subidones" o de "bajones".
Soñar es muy bueno. Cuando se hace con otros se llama "realidad". ¡Anda que si luego resulta que es posible crear utopías y hacerlas realidad! Ya lo dijo otro soñador: "la vida es eso que pasa, mientras tú estás liado con otras cosas".