Hemos construido nuestro mundo sobre certezas. Nos acostamos cada noche con la certeza de que amanecerá en pocas horas. Que el despertador sonará. Que el termo o el butano nos proporcionará una ducha reparadora. Que nuestro frigorífico habrá mantenido frescos los alimentos para nuestro desayuno. Que nuestro móvil nos tendrá organizada la agenda de trabajo del día. Que nuestro coche arrancará sin problemas, que la autovía estará transitable, y que la plaza de parking del trabajo nos aguardará como siempre. Planificamos las vacaciones con la certeza de que podremos desplazarnos a los destinos escogidos, que habrá medios de transportes para ello, y que las regiones o los países a donde nos dirijamos nos recibirán con los brazos abiertos. E incluso organizamos la vida de nuestros hijos en base a las certezas de su asistencia diaria al colegio o al instituto escogido, a sus actividades extraescolares, y a sus espacios de ocio, eso sí, enlatados en una agenda bien apretadita. Soñamos una gran carrera universitaria para ellos, y un gran trabajo, por supuesto para toda la vida.
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Pero de repente llega el 2020. Y todas nuestras certezas parecen desmoronarse como castillos de naipes. Nos prohíben circular por donde siempre lo habíamos hecho. Nos obligan a llevar un bozal en la boca. Nos limitan a donde vamos y con quien nos reunimos. Cierran sus puertas instituciones y empresas que parecían invulnerables. Se cierran fronteras a cal y canto. Se suspende incluso el "pan y circo" del fútbol o de las olimpiadas. De repente, nuestras certezas se convierten en zozobra. Y le echamos la culpa al maldito 2020 o al dichoso virus. Quizás sin darnos cuenta de que quizás la culpa sea de nuestras expectativas de cómo debe funcionar nuestro mundo.
Realmente certezas hay pocas. Si hay alguna cierta en nuestra vida es que ésta acabará. Tarde o temprano. Pero lo hará. Al menos en el plano físico, como encarnación en este cuerpo que tenemos. En otros planos, sin duda no. Pero esta carcasa que nos alberga tiene fecha de caducidad. Y hasta esa fecha, todo es puro cambio y puro fluir. Aunque nos hayamos empeñado en darle la espalda a esa realidad, a base de nuestras absurdas certezas. Y de repente, nos televisan en directo, con toda su crudeza, y en horario ininterrumpido, esa gran certeza. Que no somos eternos. Que esto se puede acabar, y de hecho se acaba. Y que ni los grandes imperios tecnológicos, financieros o mediáticos, ni todas nuestras certezas lo pueden impedir. Y cunde el pesimismo, la angustia y el desasosiego por todos los rincones de nuestro planeta. Sin darnos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. Que lo único nuevo es un virus que nos confronta con nuestra incertidumbre vital, y con nuestra incapacidad para asumir esa inseguridad. Y en lugar de aprender a convivir con esa incertidumbre, nos aferramos a que esto cambie, a que las cosas vuelvan a ser como antes. ¿Qué "antes"? ¿El "antes" de creerse inexpugnables y eternos? ¿El "antes" de nuestras falaces certezas?
Cada uno tiene un relato de lo que está pasando con el Covid-19. Cada cual está gestionando como puede los miedos ante toda esta situación. Pero lo que está claro es que, si no somos capaces de aceptar la incertidumbre propia de una existencia en constante cambio y sometida a todo tipo de avatares, nada habremos aprendido de todo esto. Y repetiremos curso una y otra vez. Como civilización, y probablemente también como individuos. Porque sin saber convivir con la inestabilidad propia de nuestra condición, seguiremos chocando contra el muro de nuestra incoherencia. Y probablemente tendremos que ir más allá de la mera asunción de esta incertidumbre, y abrazarla con alegría e incluso con entusiasmo. De otro modo será difícil dar respuestas ágiles, innovadoras y flexibles a los desafíos de unos tiempos cada vez más inciertos. Probablemente sea ese uno de los mayores retos a los que no enfrentamos.
Imagen de Seúl en El País |
El 17 de enero íbamos a una revisión ocular rutinaria a Barcelona, y nos volvimos con una peligrosa operación por perforación de mácula a realizar 10 días después. Incertidumbre. Semanas de reposo radical boca abajo, tras la operación, con la esperanza de que no vaya a mayores lo del ojo. Incertidumbre. En la primera escapada de fin de semana al campo, tras la intervención quirúrgica, Pablo nos llama desde Italia con urgencia, porque cierran su colegio de inmediato por la pandemia. Debe volver a casa de inmediato, creyendo que será cosa de un par de semanas. Ofrecemos acogida a tres compañeros más. Incertidumbre. El 25 de febrero nuestra casa acoge a ocho habitantes. No sabemos por cuánto tiempo. Incertidumbre. La epidemia en ciernes amenaza los vuelos para la revisión ocular de marzo. Incertidumbre. Cinco días después de la última revisión oftalmológica se inicia el estado de alarma. Incertidumbre. Las estructuras, los protocolos y sobre todo las mentalidades no están preparadas para el trabajo desde un confinamiento obligatorio. Incertidumbre. El teletrabajo y las clases online se abren paso a la fuerza en casa, con la conexión wifi echando humo. Incertidumbre. Las semanas iniciales de acogida a nuestros particulares refugiados se amplían, al ritmo de la histeria colectiva por la pandemia. Incertidumbre. El fin de curso se acerca, y ni Pablo sabe cómo acabará su Bachillerato Internacional (IB) en Italia, ni Samuel cuándo será su Selectividad. Incertidumbre. Fabián vuelve a Costa Rica justo antes del confinamiento. Erick tendrá que esperar casi dos meses a que se flete un vuelo humanitario en pleno estado de alarma. Y Jacopo, tras 3 reservas de vuelos fallidas (y probablemente fraudulentas) logra volver a casa cuatro meses después. Incertidumbre. Las notas del IB se definen por un nuevo algoritmo que tendrá en cuenta todo lo sucedido, alterando lo logrado en los dos primeros trimestres y afectando las posibles salidas de muchos a la universidad. Incertidumbre. Tanto a Pablo como a Samuel les aceptan en varias universidades extranjeras, y en concreto en sus preferidas respectivamente: Oklahoma y Toronto. Pero el cierre de fronteras y la necesidad de conseguir beca para tales logros, genera lo de siempre: incertidumbre. Finalmente Oklahoma ofrece beca completa e incluso un pequeño trabajo remunerado. Toronto no. En un caso todo dependerá de que Trump abra las fronteras tras el cierre radical y el rechazo a las visas de estudiantes. En el otro de los resultados de Selectividad para entrar en una universidad en la opción deseada: Físicas. Incertidumbre. En el caso de Eva, aunque todos los trámites están finalizados para marcharse a EEUU en 4º de la ESO, como sus hermanos, la organización, viendo el panorama, aconseja posponerlo todo al curso siguiente. Eso le cerraría puertas para las mismas opciones que sus hermanos, pero el panorama de EEUU nos obliga a aceptar. Incertidumbre. De un panorama en el que parecía que Mey y yo nos ibamos a quedar solos en casa el próximo curso, de repente las circunstancias parecen abocarnos a todo lo contrario. Incertidumbre. Nos llega un "chivatazo" de un amigo de Pablo desde una lejana embajada: la demanda de Harvard y el MIT frente a las decisiones de Trump respecto a las visas de estudiantes, va a obligar a retractarse en sus decisiones. Todo puede dar un vuelco. Incertidumbre. El vuelco se produce el pasado miércoles. Todo se reactiva. La embajada por fin abre la agenda de entrevistas de nuevo. Decidimos "liarnos la manta a la cabeza" e ir para adelante también con Eva. Seremos sólo 7 familias frente a las 140 del pasado año. Para las demás ha pesado demasiado lo que toca ahora: la incertidumbre. Nos acaban de confirmar el adelanto de cita de la embajada en Madrid para Pablo para este jueves. Iniciamos gestiones para que la cita de Eva también coincida con ese día. Es difícil, pero hay que intentarlo. Es sólo el inicio del papeleo, de las gestiones de los vuelos y del resto del lío. Incertidumbre. Ayer conocimos por videoconferencia a la familia americana. Todo pinta muy bien, aunque todo está realmente en el aire. Incertidumbre. Parece que hay algo cierto: que este año las vacaciones van a ser muy burocráticas. Respecto a si nos quedaremos solos Mey y yo el curso próximo: incertidumbre.
Si en cada paso de estos últimos siete meses, nos hubiéramos estado peleando con la incertidumbre radical que se ha cernido sobre esta casa, ya estaríamos en el manicomio. Pero hemos aprendido que no se trata de luchar contra esa incertidumbre, sino de navegar por su caudal. Y si es posible disfrutar de la travesía, todavía mejor. Porque es lo que hay. A veces entrará agua en la nave. A veces incluso temeremos naufragar. Pero es el río que toca recorrer. Y por tanto, habrá que disfrutar del viaje. Porque no hay final feliz ni final triste. Todo es pura odisea. Una odisea maravillosa (CONTINUARÁ)