Miles de personas habrían querido estar allí. Quizás millones, a juzgar por el número de reproducciones, comentarios y "me gusta" en las redes sociales. Pero éramos nosotros los afortunados. Ya nos sentíamos unidos por muchas cosas desde hace semanas: ser familia de tres hijos; estar en búsqueda de un mundo mejor; crear complicidades a través de las palabras... Pero hasta hace tres días no había sido posible el ansiado abrazo ni el cruce de miradas. Esa maldita enfermedad y las sesiones de quimio habían retrasado el encuentro. Y en lugar de en nuestro terreno, ha tenido que ser en el suyo. Pero es lo de menos. No existe espacio ni tiempo en la conexión de almas. Y sólo hubo que aguardar un poco más.
Muchos nos preguntan cómo hacemos para rodearnos de tan buena gente. Simplemente nos dejamos llevar: por la intuición, por las circunstancias, por las causalidades... Constantemente estamos atentos a todo lo que nos pasa, y leyendo entre líneas las buenas y malas cosas que cada día depara. Y en cuanto se atisba un regalo, allá que vamos a por él. Cueste lo que cueste. La Vida nunca defrauda. Nos pasó con la gente de O Couso. Nos ha pasado con los Ángeles de la Noche. Y ahora con Magdalena Sánchez Blesa, la poetisa del momento, y su familia.
Desde que los niños eran pequeños hicimos un juramento: hacer una escapada en pareja al menos una vez al año. Por la salud de la pareja. Por superar las conversaciones en morse interrumpidas por cientos de aportaciones infantiles. Por compartir silencios, atardeceres, risas y alguna que otra cena romántica. Ahora era el momento. También de conocerla a ella. Así que nos fuimos a explorar tierras murcianas en nuestra escapada anual.
Desde que salimos en televisión y empezó nuestra venta del libro solidario, hay gente que nos considera "gente famosa", y se nos acerca con esa actitud reverencial, que tan poco nos gusta. Somos gente normal que comparte sus anhelos y vivencias. Y a Magdalena le pasa igual. Es poeta de aceras, de patios, de momentos y de mirar a los ojos. Sentimos el flechazo con ella desde que nos intercambiamos el whatsapp hace pocos meses. Y su cercanía y autenticidad nos enamoró. Pero nos tenía guardado un regalo inesperado: David, su marido, un "pedazo" de pan, como ella.
Las horas en aquella cafetería pasaron rápido. Había mucho que compartir, mientras sus pobres chavales nos esperaban pacientes. Mientras la escuchábamos y la mirábamos a los ojos, entendimos rápido por qué se estaba convirtiendo en un auténtico fenómeno de masas. La gente está cansada de "famosetes" de cartón piedra, de celebridades vacías, de personajillos que aprovechan su momento para ganar un puñado de euros, un ratico de fama, y un hueco en el Sálvame. La gente busca autenticidad. Busca la conexión con sus vidas sencillas. Hay grandes escritores que escriben para la mente. Otros usan buena literatura para desahogarse. E incluso los hay que tratan de saldar cuentas con sus palabras. Ella no es de esos. Magdalena habla directamente al corazón. Sabe muy bien la magia que las palabras atesoran. Sabe de su poder terapéutico. Y las usa para lo que mejor sabe: para curar el alma, para ahuyentar demonios y para construir un mundo mejor. No conocemos a nadie que pueda recitar como ella lo que ha escrito. Y si encima David hace de sus poemas una película de vida, ¿que más se puede pedir? Menuda llamada a la coherencia: que lo que hago, pienso, digo y siento estén en armonía.
Las horas de la cafetería nos supieron a poco. Insistieron en continuar la conversación ante una paella en su casa al día siguiente. Al principio nos resistimos para no cansarla. A veces el gesto torcido o la respiración entrecortada nos recordaban, como su pañuelo en la cabeza, los demonios que recorren sus venas. Pero accedimos ante su insistencia. Y sellamos nuestra unión eterna ante una paella deliciosa, en su famoso restaurante de Moriana donde tantas y tantas aventuras se han fraguado. También se unió otro nuevo amigo para nosotros: otro David, murciano afincado en Bogotá, que más tarde nos hizo de guía por las calles de la capital de la región.
Uno puede pensar que los famosos viven siempre en grandes mansiones, que conducen coches de lujo, que derrochan dinero, y que no tienen problema alguno. Magdalena y David hasta en eso son auténticos. Su coche está en el taller, viven austeramente en el campo, sufren con dureza las ausencias, hacen cuentas para llegar a final de mes y se encuentran en plena batalla contra el cáncer. Disfrutaron de lo lindo de la fruta que les llevamos, a juzgar por la foto que nos enviaron. Ahora tendrán nuevos compañeros de camino para compartir mochila cuando les haga falta. Su preciosa dedicatoria en su último libro nos lo recordará siempre.
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