me sentía muy indignado, y las pocas ganas de día campestre ya habían desaparecido por completo. Para sorpresa de todos, decidí volverme a casa, sin ni siquiera llegar al punto de encuentro.
Ya en casa, con menos hambre, menos calor y más sosiego, y tras pedir disculpas por mi inexplicable actitud, pude reflexionar sobre lo sucedido. Y no pude evitar pensar en las enormes oleadas de Indignación que recorren nuestro Planeta. Creo sinceramente que la Indignación no sólo es sana, sino que en el momento presente es muy necesaria. Pero a diferencia de lo que hice yo este fin de semana, es preciso encauzarla adecuadamente. De lo contrario el estallido social sólo logrará represión y justificación de medidas cohercitivas de los poderes públicos en contra de nuestras libertades civiles. Sin un encauzamiento adecuado, el vaso se desborda, y recibimos nuestra reprimenda o sanción. En mi caso, quienes me esperaban tenían toda la razón del mundo para sentir que había sido un maleducado, un exaltado o que me había pasado "7 pueblos".
Hay mucha Indignación flotando en el ambiente. Y la mayor parte de ella es más que justificada. Pero si no sabemos encauzarla, surgirán brotes aislados de violencia que justificarán medidas extraordinarias. Y a todos los indignados se nos meterá en el mismo saco: el de gamberros, violentos, "perroflautas" o incluso terroristas. Ello para mí no significa que la Indignación deba tomar la forma de un partido político, una asociación o una determinada forma jurídica. Creo que a veces, el adoptar tales formas convierte a la Indignación en maleable, manipulable, y fácilmente encauzable hacia los intereses del partido político de turno (basta con recordar ejemplos de asociaciones de jueces o incluso de víctimas del terrorismo, con aspiraciones legítimas, pero que rápidamente han sido tildadas de una u otra forma por su mayor o menor cercanía con ciertas siglas políticas).
Creo que la Indignación tiene mucho poder tal y como es: anárquica, encauzada y no-violenta. Se ha visto en todo el mundo que siendo así, suma adeptos incluso entre gobernantes y fuerzas del orden público. Sobre todo porque en los momentos actuales está más que justificada. Y porque con las democracias tan deficientes en las que vivimos, a veces se convierte casi en el único contra-poder y contrapeso de decisiones arbitrarias, injustas o totalmente insensibles con el drama de millones de personas. Sin Indignación colectiva siempre nos tratarán de vender la zanahoria de la visita a las urnas cada 4 años, y los cheques en blanco posteriores. ¿Estamos dispuestos a dejarnos encerrar en ese corral? ¿Se sienten legitimados por las urnas incluso para contradecir sus promesas? ¿Acaso nos imaginamos a un Rey pidiendo disculpas (poco sinceras y muy forzadas, la verdad) si no notase el resoplido de una multitud indignada en su "cogote" por su actitud? ¿Acaso sería posible de otra forma que los anti-disturbios no se hubieran movido contra la multitud de Sol cuando la Junta Electoral Central dictaminó que la concentración era ilegal hace un año? ¿Acaso nos imaginamos medidas como la dación en pago voluntaria (que aún debe aspirar a más) sin miles de personas reclamándola en la calle?
Hay muchas razones para indignarse. Y ello supone un sano contrapeso en el equilibrio de poderes de nuestros sistema, claramente descompensado en la actualidad en favor de unos pocos. El éxito de la Indignación radicará en su capacidad para no dejarse manipular bajo ninguna fórmula, sigla o partido, su indeclinable carácter no-violento, y su capacidad de priorizar reclamaciones que aúnen a millones de personas por su claro sentido común y por su asentamiento en principios éticos y morales, no ideológicos.