Ayer se presentó la realidad de improvisto en casa. Y me pilló así, sin peinar y con el chándal… Eso tiene la realidad: que suele llegar sin avisar.
Se presentó en forma de una muchacha que llamó a la puerta y me pidió que me acercase en voz muy baja. Yo casi no la oía, como suele pasar con la realidad cuando te das de bruces con ella. Me pidió ayuda: la habían desahuciado y no tenía nada. Decía tener un hijo pequeño y una pequeña habitación. Iba a los comedores sociales, pero algunas galletas, leche o chocolate que llevarle a su hijo serían bienvenidos.
La hice pasar al salón y pedí a mis hijos que la atendieran mientras buscaba lo que me había pedido. Cuando regresé, conversaba con ellos. La miré a los ojos. Parecía tener mi misma edad, aunque ya se sabe que la tristeza y la desesperanza te avejentan.
“Tus hijos son músicos… Yo estudié Historia y Geografía, y Solfeo tres años…”
Añadió con la voz rota.
“Gracias. No te molestaré más”.
Me llegó al corazón.
“No es molestia, ahora nos toca compartir”
Le di algo de dinero y me miró: “No sé si te lo podré devolver”.
Nos miramos ambas con los ojos humedecidos y nos abrazamos.
“No me abraces” me dijo con la voz entrecortada “...que estoy sucia.”
No puedo describir lo que sentí en ese instante. Sólo sé que la abracé más fuerte.
“No me importa.”
Ningún ser merece sentirse pequeño… o sucio… o pobre…
Nos despedimos con un “cuídate mucho” mutuo y con un instante de encuentro que nos ha unido para siempre. Porque ella no es un ser muy diferente a mí. En ella sentí con claridad que todos somos UNO. E
ella también me reconocí en lo que pude ser, en lo que podría ser y lo que soy.
jueves, 29 de enero de 2015
Abrir la puerta es lo que tiene…
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viernes, 23 de enero de 2015
Reyes y ratoncitos
Hay un día fatídico para todo padre o madre: aquel en el que tu hijo menor te pregunta cara a cara por los reyes magos. Ese día parece la frontera final de la inocencia y la magia en un hogar. Ese día ha sido hoy para mi Eva.
Pensábamos que, finalizadas las fiestas navideñas, habíamos ganado un año más. Tanteos previos, durante y posteriores a la Navidad había habido: que si "en el cole dicen"...; que si "fíjate qué tontería he escuchado en el recreo"... Pero eran preguntas que, en su propia formulación, buscaban la continuidad de la magia. Y tanto sus hermanos como nosotros colaboramos para que así fuera. Pero lo de hoy era diferente: eran preguntas directas y "al grano". Ya no cabían evasivas. La magia tocaba a su fin. No había más remedio que decir "la verdad".
Estoy seguro que si mi hija viviera en otro entorno, más cercano a la naturaleza, menos lleno de ruido y rumores colegiales, su inocencia por los reyes magos habría perdurado otros dos o tres años más. Pero de nuevo estamos en nuestro dilema: acercarnos más a la naturaleza para preservar ciertas esencias vitales o tratar de vivir ese "mundo diferente" en nuestro día a día. El salto definitivo a lo primero es difícil; vivir de continuo lo segundo todo un reto.
Mi mujer tuvo que asentir a su pregunta sobre los reyes y sobre lo que había escuchado en el "cole". Y le ofreció aclaraciones:
-"¿Pero, tú quieres saberlo de verdad?"
-"No", contestó Eva.
Se quedó pensativa unos instantes y rápidamente formuló la otra "gran" pregunta:
-"¿Y el Ratoncito Pérez?. Ese sí que existe, ¿verdad mamá? ¡No es posible guardar tantos dientes durante tantos años!"
Mi mujer mantuvo la compostura y se aguantó la risa.
En el almuerzo Eva me ha contado su medio-descubrimiento. Y digo "medio" porque su razonamiento de nuevo se convierte en gran maestra para la vida. Sabe que los comentarios de sus compañeras de clase eran ciertos. Su madre se lo ha confirmado esta mañana. Pero sin lugar a dudas no está dispuesta a hacer concesiones respecto a la magia:
-En primer lugar ¡el Ratoncito Pérez sigue existiendo!
-Y en segundo lugar, con una contundencia que nos ha provocado una gigantesca carcajada, ha proclamado: "Desde luego, cuando yo sea mayor, no pienso organizar el tema de los regalos de reyes magos para mis hijos; pienso esperar a que sean los reyes los que se los traigan"
Parecen razonamientos inocentes de una niña de 9 años. Pero si nos paramos a pensar contienen la sabiduría de un ser que hubiera vivido ya decenas de vidas anteriores. ¿Qué es la realidad? ¿Qué es verdad o qué es mentira? ¿Es más real la noticia que se rumorea en el recreo respecto a los Reyes Magos porque cada vez son más niños los que la comparten, o es más real la magia que yo he vivido durante tantos años y durante tantos y tanto momentos? ¿Es más real lo que me informan desde fuera o lo que yo vivo y experimento desde mi creencia? ¿No es acaso verdad que aquello en lo que yo CREO es capaz de CREAR UNA REALIDAD? Y si esa realidad me hace tremendamente feliz, ¿por qué optar por la que proclaman otros, aunque sean mayoría? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a renunciar a la magia que tengo por lo que me digan otros? ¿Nos fiamos de la realidad del telediario con todos los miedos que trae consigo, o nos fiamos de la magia que somos capaces de crear por nosotros mismos? ¿Terrorismo yihadista u O Couso?
Nosotros lo tenemos claro: estamos con los Reyes Magos y todos los Ratoncitos Pérez del mundo
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viernes, 9 de enero de 2015
Ausencias
Hoy hace dos años que se marchó. Es curioso, pero con el paso del tiempo cada vez me acuerdo más de ella. No es un recuerdo de detalles, de momentos o de conversaciones, sino de su presencia en mi vida, hoy tornada en ausencia. Y ese recuerdo me pedía hoy una tregua en mis roles de funcionario, de tesorero, de voluntario en campañas, de padre....Y me animaba a buscar el silencio, el cielo abierto, los pájaros, el rugir del mar... Me he dejado llevar. Y me ha venido muy bien. No era nostalgia. Era serenidad. Y pedía su espacio y su tiempo.
Cuando hace justo dos años dejó de respirar, sentí una fuerte necesidad de salir de la UCI. Percibí claramente que ella ya no estaba en aquella sala, y que se había liberado de ese cuerpo que tan malos ratos le había hecho pasar en los últimos años. La sentí en el vuelo de los pájaros que inundaban el patio interior del hospital. Su larga enfermedad me había preparado para ese momento, y creo que ambos sentimos esa sensación de "dejar ir" con paz.
La ausencia de mi padre 37 años antes no nos lo puso fácil. Ni a ella en su papel de madre, ni a mí en el de hijo. Ni siquiera la muerte supone un punto y final. Todo fluye y sigue fluyendo. Incluso las cicatrices por cerrar. Pero sin duda, sin ella, no sería el que soy hoy. Y por ello brota de mí un enorme sentimiento de gratitud hacia ella. Gracias, gracias, gracias.
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