lunes, 24 de abril de 2017

Episodios inmobiliarios

Fue nuestro hogar durante media vida. Al menos la media vida de nuestros tres hijos. Entre esas cuatro paredes tomaron sus primeros biberones, les cambiamos sus primeros pañales, dieron sus primeros pasos y vivieron sus primeros días de guardería y de "cole". Hubo muchas risas en esa casa. Y algún que otro lloro. Los primeros bailes en familia. Nuestros primeros jolgorios... El viernes nos despedimos de ese dúplex que tanto nos dio y con el que los cinco construimos nuestro primer hogar familiar. Al bajar sus persianas por última vez, lo hicimos con una profunda gratitud, e incluso lo verbalizamos en voz alta. Cualquiera que nos oyera pensaría que estábamos "chalados" hablándole a un piso. Pero así fue. No sentimos pena. Ni nostalgia. Ni siquiera apego. Sólo una gran gratitud de lo vivido en él. Y una sensación de paso hacia nuevas y apasionantes etapas.
Tratar de buscar un mundo diferente para vivir y una cierta coherencia en las cosas "elevadas" puede resultar bonito e incluso literario. Pero intentarlo en algo tan terrenal y material como el sector inmobiliario, puede no serlo tanto. Por eso es en esos ámbitos donde tiene más sentido "batirse el cobre" y construir utopías. Quizás porque son ámbitos donde predomina el "navajeo", el "tiburón" y el "pelotazo". ¿Acaso la solución es huir de esos ámbitos, o afrontar decisiones en ellos con otra visión y otros valores? Nos gustan los retos. Así que apostamos por esto segundo. Sin duda se tarda más. Hay que ser más paciente. El ego se resiente. Pero no le viene mal. Y el aprendizaje y el crecimiento son mayores.
Hace más de siete años que nos mudamos de Linares a Vélez-Málaga. Aquí tenemos nuestras raíces, nuestra familia y nuestro mar. Allí quedaron sobre todo buenos amigos. Pero sentíamos que, a nivel material, debíamos cerrar etapas. Intentamos vender el dúplex cuando nos fuimos. Pero la crisis inmobiliaria y la de la propia ciudad lo impidió drásticamente. Durante años apenas nadie preguntó. Nosotros estábamos tranquilos. Lo alquilamos a un alumno de Mey por un precio que, para algunos, era un auténtico "chollo" para una vivienda tan amplia. Nos daba igual. No buscábamos "forrarnos", sino que hubiera confianza y que los gastos se cubrieran. Entró en el dúplex un potencial buen inquilino y hace unas semanas salió de él un buen amigo. Él no quería comprar y respetamos su decisión. Él respetó la nuestra de deshacernos del piso cuando surgiera la ocasión, mostrándolo a los interesados.
Hubo algunas inmobiliarias interesadas, pero nos sentíamos en las antípodas con ellas en valores y formas. Hasta que conocimos a Fátima, gran amiga de una buenísima amiga. No había mejor aval que ese para nosotros: el aval humano y el de la confianza para gestionar algo tan frío como la venta de un piso. Durante meses se hizo amiga del inquilino. La marearon decenas de potenciales clientes, la mayoría más interesados en curiosear que en comprar. Ella nunca se quejó. Siempre buenas formas. Siempre buena cara. Hubo tres o cuatro familias verdaderamente interesadas. Pero en la fase final de las gestiones con el banco, éste siempre se sacaba otro piso de la manga de su stock de viviendas, no concediéndoles el préstamo para el nuestro y sí para el suyo. Nos parecía un auténtico descaro que interfirieran  de esa forma en las relaciones entre particulares para acabar beneficiándose en su propio interés. Pero nos dejamos fluir.
Hace unos meses decidimos actuar diferente para alcanzar un resultado diferente. ¿Y si hacíamos lo que nadie hace? Sólo necesitábamos un comprador con un verdadero interés por hacer de nuestro dúplex un nuevo hogar, y ganas de generar confianza entre nosotros. Por fin apareció, aunque no iba a ser fácil. Descartamos su propuesta inicial del alquiler con opción a compra porque no queríamos perjudicar a nuestro inquilino sin la certeza de venta. Propusimos reducir el precio a la mitad de lo que costaba hace diez años. A fin de cuentas compramos barato. ¿Por qué no vender también barato? Lo de los precios del sector inmobiliario durante ese tiempo era sólo un espejismo o una ilusión mental que había enloquecido a muchos. Pero nosotros decidimos ir más allá, reduciendo el precio casi un 25% por debajo de lo que consideraba Hacienda como valor mínimo a declarar a efectos del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales. "¡Menudo negocio!", habría pensado yo recién salido de la universidad. Quien me ha visto y quien me ve. Pero ahora el criterio era otro. No era el "sacar tajada" de una vivienda; no era maximizar el beneficio; no era "pegar el pelotazo"... Se trataba tan sólo de equilibrar lo invertido, y de mostrarnos en gratitud por haber disfrutado del piso durante estos años sin perder con ello, si fuera posible. Lo demás son cuentos de la lechera. Son castillos en el aire. Es apegarse a lo que podría haber sido y no fue. Y la vida pide fluir, empujada por la gratitud.
Pensamos que una reducción así sería suficiente y que el banco concedería el préstamo sin dudarlo. Pero no fue así. Era, quizás, para el banco, como si un cliente de un Corsa quisiera aspirar a un Mercedes. Y por eso el banco llegó con su varita mágica y planteó su solución magistral: mentir y decir en escrituras que habíamos vendido por un precio un diez por ciento más caro. Nos decían que era muy habitual. Que así ellos podían conceder más importe para el préstamo. Pero era una mentira, era un fraude y nos parecía totalmente contrario a nuestra intención de incorporar algo de principios en la jungla inmobiliaria. La disyuntiva era clara: acceder a esa mentira, o frustrar la operación. Le dimos vueltas y más vueltas. Reconozco que estábamos muy indignados por una propuesta así, que se habría repetido miles de veces durante estos años. ¡Menuda tentación para tantas y tantas familias! Fácil caer ante los guiños del dinero fácil. Recordamos lo que decía Gandhi sobre el Sathiagray, o poder del NO bajo el respaldo de la verdad. Así que dijimos eso: NO. Y es curioso, pero no pudimos evitar pensar qué habría sido de la crisis si en muchas operaciones como ésta una de las partes hubiera dicho NO ante propuestas tan seductoras. En este caso, nuestro NO implicaba que el comprador se quedaba sin dúplex, pero también el registro, la notaría y la inmobiliaria se quedaban sin cobrar. Una cadena de coherencia o de engaños derivada de un simple Sí o un simple NO. ¿Cómo podemos, a veces, subestimar el poder de nuestras pequeñas decisiones?
Si queríamos avanzar era necesario plantear otras vías. Pero buscar alternativas requeriría audacia. ¿Quién era el banco para entrometerse en los sueños de las personas, y en los acuerdos y apoyos que puedan darse entre ellos? ¿Y si nos lanzábamos al vacío de confiar en un desconocido? ¿Y si estábamos dispuestos a financiar la parte que el banco no quería financiar? ¿Y si las personas nos hacíamos dueños de nuestros sueños, en lugar de que el dinero y los bancos lo dominen todo? ¿Valía la pena arriesgarse? ¿No era más fácil decir simplemente SÍ a la "mentirijilla" que proponía el banco? Todos los involucrados alucinaron con nuestra propuesta de aplazar el pago al comprador de parte del precio. Con esa decisión todo se desatascaba, y el comprador podía acceder a su Mercedes. Se garantizara con condición resolutoria o con aval, accedimos a ese pequeño salto al vacío y firmamos las arras hace un mes.
Nos preocupaba la salida de nuestro inquilino, pero en dos semanas el piso quedaba libre. Todo resulta impecable cuando las relaciones son de amistad, y no de simple arrendamiento. Pero en el piso aún quedaban muebles y enseres de la etapa del alquiler. Reconozco que cuando vi todo lo que aún quedaba por desalojar, mi primer instinto fue de acaparar, y llevarnos todo lo que pudiéramos a nuestra casa actual. Había muchos recuerdos en todos esos objetos. Pero ni por espacio físico ni por desapego tenía sentido. Es necesario quitarse peso para recorrer más fácilmente el camino de la vida. Así que sólo nos trajimos una mínima parte de lo que quedaba en el piso. El resto lo repartimos entre el nuevo propietario, nuestra querida vecina del piso de abajo, y nuestra ya amiga de la inmobiliaria, con la que comimos ayer en su casa para celebrar que todo ha llegado a buen término. Quiso rebajarnos el precio de su intermediación. No lo aceptamos. La gratitud manda.
Cuando era niño hubo una frase que me marcó profundamente. La pronunciaron unos amigos íntimos de la familia: "la amistad a un lado y los negocios a otro". Desde aquella frase, nuestra amistad nunca volvió a ser la misma. No podía expresarse con más fuerza la historia de la separación del ser humano: mente y corazón, amistad y dinero. Y siempre me obsesionó. Por eso me alegro que de esta operación inmobiliaria hayan surgido nuevos amigos, y nuevos motivos para el encuentro.
Nuestro antiguo piso ya tiene una nueva familia con la que hacerse un hogar. Han sido muchos meses de pequeños quebraderos de cabeza hasta cerrarlo todo. No sé si esa nueva familia habrá entendido nuestras motivaciones en todo este proceso, ni si se sentirán en gratitud. Es lo de menos. También hay que liberarse del peso de esa expectativa de gratitud. Tampoco sé si tendremos problemas en los próximos meses sobre la parte del precio aplazada. Espero que no. Pero si fuera así, algo habría que aprender también en ese caso. Por lo pronto, con el paso de la firma ante notario del viernes, no nos hemos "forrado", pero nos quedaremos sin deudas. Y ese es un hito que nos propusimos alcanzar hace tiempo para avanzar más ligeros de equipaje por la senda de una vida más sencilla y libre. Un hito más. ¿Será el siguiente el del hito laboral? Ya se verá.

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martes, 18 de abril de 2017

Papá: ¿qué hago cuando sea mayor?

No suelo tener pesadillas, pero aquel día la tuve. Realmente no sé si llegué a dormirme o si la pesadilla era despierto. Pero lo cierto es que estaba aterrado. Y fue la única vez, que yo recuerde, en que me levanté de noche para buscar el abrazo y el consuelo materno. Ella aún no se había acostado, y apaciguó mis miedos. Miedos sobre el futuro. Miedos sobre ser como los demás o de ser diferente. Miedos sobre a qué dedicarme. Miedos de la infancia.
Esos miedos infantiles fueron hace 35 años. Pero los recordé perfectamente en una conversación familiar de hace varios fines de semana, en el momento mágico por excelencia en casa: el desayuno del domingo. No se madruga, y todos nos levantamos de buen humor, sin prisas y sin reloj. Las tostadas fluyen por la mesa como las palabras. Y la vibración familiar se acompasa y se eleva que da gusto. A veces el desayuno casi se une con la hora del almuerzo. No es momento de hablar de tareas, de deberes, de compromisos o de agenda. Es momento de hablar de la vida, de sus misterios, de sus enseñanzas y de sus miedos. 
Nuestros  dos hijos mayores viven unos momentos críticos donde los cruces de caminos les obligan a decantarse y a tomar decisiones. Y es lógico que se sientan inseguros y con dudas por doquier. Como yo en aquella noche de miedos. Pero lo que quizás no sepan es que esas dudas no sólo les asaltan a ellos, sino también a millones de adultos que han tomado un determinado tren en la vida, y no saben cómo apearse de él. Por eso, estas conversaciones van mucho más allá de si elegir letras o ciencias, un profesor u otro, o una forma u otra de estudiar. Van de conectarnos o no con nuestra misión en el mundo, o seguir simplemente el camino de la mayoría como si fuéramos autómatas.
Tarifa- 2016
A veces, durante esos preciosos diálogos familiares, siento que nuestros hijos se convierten en maravillosos espejos que nos confrontan con la verdadera esencia de la vida. Y echo de menos que otras personas puedan disfrutar de estos momentos de sabiduría compartida. Por eso aquel domingo, mientras charlábamos, no pude resistirme y pulsé el botón de la grabadora del móvil que estaba sobre la mesa. Ya llevábamos un buen rato hablando, pero lo que pudiera venir después podría también valer la pena. Y así fue. Durante esos casi 25 minutos, compartimos con nuestros hijos nuestras frustraciones e ilusiones laborales actuales y de la etapa universitaria; sus inquietudes en clase cuando no les permiten aprender más cosas o cosas diferentes; la conexión con nuestros dones y talentos; el papel del trabajo en la vida, y si éste es un derecho o un deber; el sentirse solo o sola entre una multitud que va en dirección opuesta; la lucha por lo que nos hace felices o la sumisión al deber y a lo que dicta el sistema...
Hace unos años habría sido totalmente impensable que nos grabáramos en una conversación familiar y que la difundiéramos. Pero en estos últimos años de compartir vivencias en nuestro blog y en nuestro libro nos hemos dado cuenta que somos muchísimos los que vivimos las mismas preocupaciones, los mismos momentos de zozobra y de inquietud, las mismas dudas, las mismas ganas de impulsar otro mundo desde lo más cotidiano. Y por eso hemos decidido compartir mucho más que nuestros posts o nuestros escritos. Hemos decidido compartir también la esencia de nuestros diálogos familiares, nuestras recetas, nuestras intervenciones públicas...Es cierto que nos cuesta, porque disfrutamos del paraíso de nuestra intimidad. Pero sois muchos los que os mostráis reconfortados, agradecidos y conectados tras hacerlo. Y por eso seguimos dando el paso como gesto de gratitud hacia quienes, a pesar de vuestras dudas, también dais pasos efectivos, por ejemplo donando generosamente en nuestro Patreon a algunas de las causas solidarias que impulsamos, empezando por una Casa de Acogida en un pueblo de Málaga.
Como veréis por esta grabación de hoy, no nos gusta darles respuestas a nuestros hijos (ni a nadie), sino ayudar a que se hagan las preguntas correctas. Nos gustaría que cada uno vaya descubriendo su camino y que no sucumban a la mayoría, a la mediocridad o al mínimo esfuerzo que a veces nos rodea. Tampoco queremos que se guíen por el miedo o por la opinión de quienes hacen de su formación una simple vía para encontrar un trabajo. Sabemos que la presión externa es fuerte. Sabemos que quienes les rodean les condicionan mucho. Pero para eso están nuestros desayunos dominicales: para que tarde o temprano sepan que hay otras vías, o al menos otras preguntas que hacerse.


NOTA: Si aún no lo haces, y quieres acceder a esta grabación familiar o a otros muchos contenidos exclusivos para nuestros colaboradores solidarios, puedes hacerlo desde 1€/mes pulsando "Become a patron" en este enlace. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS

martes, 11 de abril de 2017

Olor a incienso

Lunes Santo. Málaga. Una auténtica riada de gente se dirige al centro para vivir uno de los días grandes de la Semana Santa. Ni un aparcamiento en kilómetros a la redonda. Pero vale la pena que nuestros dos hijos pequeños vivan por una vez un momento que, lo queramos o no, forma parte de nuestras tradiciones. Cofradías con solera como el Cautivo, los Estudiantes y los Gitanos comparten noche. Y se nota: empujones, gritos, ajetreo desmesurado, nervios por doquier...
Logramos pertrecharnos en una esquina justo en el momento de la llegada de la cruz-guía. Centenares de penitentes de un blanco nuclear circulan ante nosotros, ante la mirada atónita de los amigos de nuestro hijo mayor, en directo desde Wyoming. La imagen les trae a la mente la batalla racial del Ku-Klux-Klan, más que el fervor religioso. Música solemne mezclada con vendedores de perritos calientes. Penitentes orando y soldados armados con metralletas acompañan al mismo trono. Rostros ocultos bajo capirotes, junto a políticos y mantillas que se exhiben sin pudor con sus báculos. Curiosos contrastes "semanasanteros".
Se acerca el Cristo mecido por los porteadores en un ritmo que hace que su túnica ondee al viento. Por momentos parecen unos andares humanos. El fervor crece en los parroquianos. Tras ese Cristo llega probablemente lo más impresionante de la noche: miles de personas en promesa escoltan apiñadas a ese trozo de madera que representa a Dios hecho hombre. Nuestra calle se convierte en un embudo ante una avalancha de gente de consecuencias impredecibles. Todas las personas que estábamos contemplando la procesión a las dos orillas de la calle nos vemos arrastradas por una muchedumbre. No hay espacio ni para respirar. Difícil saber qué hacer si hubiera una emergencia. De hecho tres horas después y a poquísimos metros de donde estamos tiene lugar una avalancha con heridos. Durante tres cuartos de hora somos rehenes de la situación. Imposible moverse ni para delante ni para atrás, mientras desfilan ante nosotros rostros con la amargura y preocupación que les lleva a hacer el recorrido descalzos, con una cruz a cuestas o con los ojos tapados. Imposible no sentirse conmovido ante ese sufrimiento ajeno. Pelos de punta. Junto a ellos personas que también van de promesa pero con otra intensidad, y casi como el que va al fútbol: con su cervecita, sus gusanitos y su bocata de chorizo.
Por fin pasa la procesión y las calles se convierten en un enorme manto de botellas, latas y plásticos de todo pelaje. Nadie diría que allí ha habido un despliegue de religiosidad. Más se parece al escenario de un concierto de heavy metal o a un derby liguero.
"Fantasmas" del artista Kader Attia, en el Museo Pompidou de Málaga
De vuelta a casa no podemos evitar acordarnos de una obra de arte que vimos hace poco en el museo Pompidou, también de Málaga. En ella el artista Kader Attia muestra en una enorme sala a ciento cincuenta esculturas de tamaño natural realizadas con papel de aluminio. Impresiona llegar a la sala y ver ese grupo de personas en actitud orante. Bien podrían estar orando a un dios cristiano, musulmán o hindú. O bien podrían ser de los millones de personas que adoran a su líder político, musical o de youtube. O quizás también de aquellos que viven por y para su smartphone, sus redes sociales o el último gadget tecnológico. Pero lo que impresiona todavía más de esa obra de arte es llegar al otro extremo de la sala y observar que esa pequeña muchedumbre de figuras brillantes están completamente vacías por dentro. Enorme reflexión.
Desconozco cuántas de las miles de personas con las que nos topamos ayer vivían de verdad la fe y el fervor religioso que se supone que se celebra en estas fechas, y cuántas vivían un folklore o un espectáculo más de los que vemos en la tele. Desconozco cuántas personas se congregaban por tradición, porque lo han vivido así toda la vida, o porque es un espectáculo de masas con una fuerza inconmensurable. No soy quien para juzgar a nadie. Pero al mismo tiempo no puedo evitar pensar qué podrían conseguir tantísimas personas si, en lugar de festejar la fe mirando o siguiendo a un muñeco simbólico, pusiesen toda esa energía que sentimos ayer en cumplir lo que aquel Jesús al que representa esa talla propugnaba: "amaros los unos a los otros como yo os he amado". Sería imposible parar una energía creadora de tal magnitud con tantísima gente remando a favor de un mundo diferente para vivir, o que descubriese que creyendo son capaces de crear. Por desgracia, lo de anoche iba poco de eso y más de un espectáculo que, sin duda, vale la pena vivir alguna vez.
Aunque me gusta la luz del papel de aluminio y el olor a incienso, reconozco que prefiero cuando la estatua es de carne y hueso, no está vacía por dentro, y tiene un corazón que late de verdad y por el prójimo. Prefiero los que se creen el mensaje y dan de comer al hambriento; o los que acogen al que no tiene techo; o los que trabajan por la paz. Sobre gustos no hay nada escrito. Y los prefiero a los que se dan golpes en el pecho públicamente para conseguir un milagro para ellos. Prefiero los que creen que "Dios es yo, y yo soy Dios, en la medida en que me olvide de ser yo". Son gente que se ha dado cuenta que ese mundo diferente no habita en iglesias, en tronos o bajo palios. Habita en cada uno de nosotros si nos olvidamos de nuestros respectivos reinos de taifas y caprichos, y nos hacemos UNO con el otro. Y ahí no hay que traficar con promesas a cambio de milagros con alguien que está fuera de nosotros. Ahí el milagro lo hacemos nosotros mismos. A veces la procesión va por dentro. Ojalá que cada vez sea más así.

NOTA: Gracias a las ventas de nuestro libro, seguimos ayudando a tres ONGs. Si te apetece también conocernos más y de paso ayudarlas, puedes pedir tu ejemplar aquí y te llegará sin sobrecoste a casa.
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viernes, 7 de abril de 2017

Tropiezos

Cuando nos toca dar alguna charla en algún colegio, instituto, universidad o asociación siempre hay algo de lo que decimos que causa revuelo. Casi siempre coincide. Pero no por eso dejamos de compartir nuestra experiencia al respecto.
No hace mucho añadimos una experiencia más en ese ámbito. Uno de nuestros hijos iba a quedar casi por primera vez de forma totalmente autónoma con sus amigos en Málaga, a treinta kilómetros de casa. Asumió que por arte de magia su cuerpo se trasladaría al lugar del encuentro en tiempo y forma. Le advertimos que quizás algo tendría que poner de su parte para que así fuera. Pero no se lo tomó muy en serio. No miró los horarios de los autobuses. No cuadró cómo llegar a la estación. No planificó la duración de la batería del móvil. Ni tampoco se planteó la hora de llegada. Le tocó sudar. Le tocó correr. Le tocó pasar bochorno. Llegó cuando sus amigos acababan el postre. Más tarde se quedó sin móvil sin haber concretado su siguiente cita. Se le hizo de noche y se quedó sin alternativas. Vivió unas horas de zozobra. Podríamos haber acudido al rescate. Incluso teníamos intermediarios para ello. Pero era momento de que afrontase una enseñanza en propias carnes que probablemente le ayudará en el futuro. Había aprendido las consecuencias de sus actos u omisiones. Había aprendido que entrar en la edad adulta requiere tomar decisiones, y no esperar que el universo (o tus padres) siempre te saquen del atolladero. Y sin vivirlo en primera persona, todas nuestras advertencias habían caído hasta entonces en saco roto.
Tarifa, 2016
Estamos convencidos que hemos venido a este mundo a aprender o a recordar. Probablemente elegimos las circunstancias y las personas con quienes nos vamos a relacionar en esta vida en ese proceso. Y sin duda eso incluye las dificultades, los tropiezos y los errores. En esta obra de teatro que es la vida, por suerte o por desgracia, no podemos trasladarnos a la escena que más nos gusta, a la que más nos hace reír, o a la que menos dolor nos causa. Nos toca recorrer todos y cada uno de los momentos del guión. Y nada ni nadie debería intentar ahorrarnos ese proceso, porque forma parte de nuestro camino de crecimiento. Ni siquiera los padres.
Pero es cierto que con poco fortuna, muchos padres se ponen como misión la de proteger en lugar de la de acompañar. Y quieren ahorrar a sus hijos el trauma de una caída, de un desamor o de un suspenso. No se trata de regodearse en tales circunstancias. No se trata de forzar esos momentos. Se trata de preparar, de advertir, de soltar (a veces incluso cerrando los ojos y cruzando los dedos) y de acompañar en el momento posterior.
Como padres, para nosotros, quizás sea éste uno de nuestros cometidos más difíciles. Cuando ves que tu hijo o hija se empecina en poner la silla en una posición imposible y no atiende a razones. Cuando ves que su forma de afrontar el estudio o las responsabilidades no es la adecuada. Cuando ves que no asume sus compromisos, y espera que el mundo a su alrededor se confabule para que las cosas le salgan bien. Entonces le preparamos, le advertimos, y si con eso no le basta para aprender, le soltamos para que por sí mismo se enfrente a las consecuencias, al aprendizaje y a la huella interior que esa circunstancia produzca. Sea un tropiezo, un insuficiente, un desplante de los amigos o una ruptura. Evidentemente ahí estamos nosotros para que ese percance no sea traumático o peligroso. Pero no hay sermón que pueda sustituir el aprendizaje en carne propia de las enseñanzas que vinimos a aprender en esta vida.
Esta visión y los ejemplos concretos de nuestras vivencias al respecto a algunos les causa estupor. Lo sentimos. Pero el proteccionismo excesivo, el paternalismo entre algodones o la vida con salvavidas no va con nosotros. No es vida. Y a la larga crea problemas de falta de preparación para vivir, y de no haber aprendido lo que se vino a aprender.
Nuestro hijo mayor, ahora desde EEUU, nos cuenta hasta qué punto ese aprendizaje le está viniendo bien en su presente. Y es un auténtico regalo como padres ver sus progresos y la madurez de sus juicios ahora. Se olvidan rápido las caídas, los malos ratos, los lloros, las pataletas, los gritos... Y se asienta el poso de lo que esa situación tenía que aportar a su vida. ¿Quién es un padre o una madre para interferir en ese proceso?

NOTA: Gracias a vuestros pequeños granos de solidaridad en nuestro Patreon, ya hemos entregado casi 300€ a la Casa de Acogida de Alozaina. Este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario. Como muestra de gratitud a los que os vais sumando, os vamos compartiendo más cosas, aparte de lo que escribimos, como lo siguiente:

sábado, 1 de abril de 2017

Puentes

Todos tenemos una misión en la vida. Aunque le demos la espalda. Aunque estemos ocupados con otras cosas. Aunque no queramos verlo. A veces cuesta verla. A veces tenemos varias, según el momento que nos toca vivir. Pero está ahí. Sin duda alguna. Y hay formas de identificarla. Una de las más sencillas es cuando notas en tu interior que hay gozo y conexión con algo más grande desarrollando esa misión. Y esa alegría no la encuentras en el resto de quehaceres, tareas y responsabilidades de la vida. Es como si hubieras puesto en marcha el resorte de tus dones y talentos, y el simple rodar de sus engranajes te hiciera cosquillas en tu interior.
Caminito del Rey 2015 (Ardales-Málaga)
Durante años estuve obsesionado con esa misión. Era consciente de mis capacidades y aptitudes, y no quería desaprovecharlas. Pero la dinámica en la que me había introducido era de rigidez, de constricción, de deber...Hacer, hacer y hacer. Nada que ver con el placer. Nada que ver con esas cosquillas. Y entonces me veía haciendo de malabarista con las distintos roles de la vida: el familiar, el profesional, el del compromiso social... Y en todos con la presión de sacar matrícula de honor. Pero no veía el gozo ni esas cosquillas por ningún lado. Y no paraba de correr de un lado para otro en cada una de las asignaturas de mi vida. Me sentía exhausto. Quizás con una cierta sensación de coherencia y de estar haciendo lo que debía, pero desde luego no de estar en conexión con mi misión. Sin saberlo, quizás me sentía esclavo del reconocimiento y de las palmaditas en la espalda.
Llegó un momento en que empecé a aceptar. Quizás la historia no iba de cumplir una misión "peliculera" en lo científico, en lo jurídico o en lo económico. Quizás todo iba de otra cosa. Y lo acepté. No fue resignación. No fueron "brazos caídos". No fue una derrota. Fue aceptación de corazón. Poquito a poco. En algunas facetas de forma más sencilla, en otras con años de trabajo detrás, y en otras todavía estoy en ello. Pero me di cuenta que esa aceptación empezaba a abrir las puertas de algo mucho más hermoso que mi "deber" en la vida. No se trataba de hacer lo mejor en todo. Se trataba de Ser yo mismo con autenticidad. Se trataba de hacerse un niño y disfrutar. E incluso de que me importara un "comino" lo que pensaran los demás en ese despliegue de capacidades. Y por arte de magia empecé a sentir ese cosquilleo. Sentí que mi misión tenía mucho más que ver con hacer de puente, que construir en una orilla. Descubrí que uno de los grandes males de este mundo era la historia de Separación en la que vivimos, y que probablemente ahí tenía yo mucho que decir. Descubrí que era momento de crear pasarelas entre distintas orillas. Entre aquellos que se creen espectadores del mundo y quienes quieren cambiarlo. Entre quienes necesitan apoyo económico y quienes pueden y quieren aportar un granito de arena. Entre quienes viven encerrados en unas vidas enlatadas y quienes construyen espacios de expansión para el ser humano. Entre quienes han bajado los brazos y entre quienes necesitan brazos para seguir sosteniendo ilusiones. Entre unos hijos que salen al mundo y ese mundo que no se imagina cómo va a cambiar con ellos. Entre quienes comen lo de siempre (o lo de todos), y quienes intentan incluir consciencia en sus dietas. Entre quienes aparcan a sus hijos en el colegio y quienes quieren del colegio trampolines hacia las nubes. Entre quienes viven entre hormigón y quienes viven con tierra entre las uñas. Entre quienes sufren las injusticias en silencio, y quienes las afrontan en el terreno de los poderosos. Entre quienes viven para trabajar, y los que trabajan para vivir. Entre los de aquí y los de allí. Entre quienes ponen el centro en el dinero y quienes lo ponen en la relación. Entre quienes buscan un mundo diferente para vivir y quienes ya se dieron cuenta que ellos son ya ese mundo diferente para vivir.
Esta semana nos tocó también hacer de puente. Nuestro querido Xavi, impulsor de Proyecto O Couso, una escuela de dones y talentos en el Camino de Santiago, nos había pedido buscar algún sitio donde hacer una presentación de un libro. Su editorial es también un maravilloso puente de transmisión de conocimientos a veces demasiado ocultos. Y encima todo lo que vende se destina a un proyecto utópico como o Couso. No se me ocurrió mejor sitio para presentar el libro que en el comedor social de unos ángeles con los pies en la tierra, y en una casa de acogida en la que se hacen milagros. Y en ambos lugares una nueva amiga, Josy, ha hecho de puente entre lo de aquí y lo del más allá de forma totalmente altruista, contándonos lo vivido con su libro. Gentes inmersas en hacer un mundo mejor. Todas mezcladas y conspirando por el bien común. Me encanta hacer de puente. Me encanta esta misión. ¡Qué gusto da ese cosquilleo interior!


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