Echando la vista atrás, surgen recuerdos de pruebas superadas. He cambiado de trabajo y de domicilio multitud de veces sin traumas. He hablado ante auditorios de centenares de personas. He tenido tensas reuniones con políticos y altos dirigentes de la administración. He superado los nervios en entrevistas de radio, televisión y prensa. He aprobado oposiciones estudiando con mis niños en el regazo. He coordinado esfuerzos de decenas de voluntarios en bellos proyectos solidarios. He aprendido a desaprender lo aprendido. Y sigo aprendiendo y reciclándome día a día. Pero nada, absolutamente nada de eso es comparable a la misión que tengo ahora entre manos.
De mis 3 hijos, dos de ellos se adentran en la complicada etapa de la adolescencia. Y en ese reino todo está por hacer, por escribir y por aprender, tanto para ellos como para nosotros, los padres. Siento que el terreno es muy resbaladizo, y la seguridad que siempre tengo en otros ámbitos parece difuminarse. Soy consciente de la importancia del momento para conformar su personalidad, pero sólo se trata de acompañarles. Es momento de retos y confrontación; de reafirmación y de búsqueda de identidad; de pasiones y desesperaciones; de alegrías desbordantes y de penas inconsolables. Y yo, sin manual de uso...Si trato de respetar los procesos con cautela, se trasgreden fronteras de confianza y respeto. Si trato de reforzar normas de convivencia surgen choques de trenes. No es fácil salirme de mis casillas, pero esta misión me supera por momentos: enorme sentimiento de culpa después. Quizás mi falta de una experiencia intensa en el período de la adolescencia tiene mucho que ver. Y sin embargo no se puede desfallecer. Mi papel es clave en estos momentos. Charlas interminables. Argumentos y contra-argumentos. Abrazos. Lágrimas. Parece que todo se calma...hasta mañana en que todo volverá a temblar de nuevo. Sin duda la misión más difícil que he vivido. Pero juntos la superaremos también.