Estoy convencido que próximamente la ciencia nos sorprenderá con un descubrimiento increíble: el gen de la "miopía paterna". Si no, no se explica cómo todos, absolutamente todos los padres y madres de nuestro planeta piensan que sus hijos son extraordinarios, y los mejores en las más variadas disciplinas. O si la explicación no está en un gen hasta ahora desconocido, quizás radique en un mecanismo psicológico que nos lleva a los padres a poner nuestras esperanzas y expectativas en que nuestros hijos logren lo que nosotros no fuimos capaces de lograr. Algo así como un mecanismo de la evolución que permite que nuestros anhelos frustrados tengan continuidad en el tiempo gracias a las habilidades de nuestros descendientes.
Nosotros ese mecanismo lo vemos a diario en los entornos de nuestros hijos. En los partidos de fútbol de nuestro hijo mayor ya han prohibido la entrada al recinto a los padres, dada la incontinencia y agresividad verbal de los progenitores hacia árbitros y contrarios: todo por sus Messis y Ronaldos en potencia. En las competiciones de natación de mi hija pequeña sucede algo similar: se ve a padres extenuados a gritos, e incluso a entrenadores que luchan para que la Mireia Belmonte de turno se dedique en exclusiva a la natación, debiendo abandonar el resto de aficiones, gustos y relaciones sociales. El mundo de la música tampoco es una excepción, y los pequeños Mozarts crecen por doquier en nuestro conservatorio.
Esta semana hemos tenido un episodio especialmente llamativo en unos talleres de ciencia al que asistía nuestro hijos mediano. El contenido era super-entretenido para los críos, pero se generaba un clima de falta de respeto y boicot de muchos de los niños entre sí y contra la profesora. Mi hijo se sintió incómodo desde el primer momento, no sólo porque se impedía el normal desarrollo de la sesión, sino porque en casa trabajamos mucho el tema del respeto al prójimo. Le insistí en asistir a las siguientes sesiones, por si había sido una mala casualidad. Pero tras 3 sesiones, la tónica se repetía, y hemos decidido darle de baja. La explicación "oficial" es que se trata de un entorno más libre y menos normativizado que el de una clase reglada, y casi que es el peaje a pagar con chavales con esas capacidades.
Nosotros pensamos que a veces a los padres "se nos va la pinza", y que ponemos todas las esperanzas en una o varias habilidades de nuestros hijos. O bien con la esperanza de que "nos saquen de pobres" o bien con la de garantizarles al menos un cierto futuro. Pero ese diagnóstico creo que es equivocado. Es bueno que nuestros hijos tengan sus pequeños super-poderes o habilidades especiales, y que los padres les apoyemos en su cultivo. Pero esa capacidad especial no les va a hacer felices ni autónomos de por sí. Y acompañarles en el camino de esa Autonomía y Felicidad es realmente lo que cuenta. Ahí, como en el resto de la vida, lo verdaderamente valioso es el Equilibrio. Y si el fútbol, la natación, el violín o la astronomía se interponen entre nuestro hijo y un ser equilibrado y respetuoso con su entorno, nosotros lo tenemos claro. No queremos otro "famosete" evadiendo impuestos, aprovechándose de sus empleados, o con un ego hiper-galáctico, como se ven tantos a diario en los medios de comunicación. Un niño verdaderamente extraodinario es el que es capaz de equilibrar las distintas facetas de la vida, y poner sus dones y talentos al servicio de los demás, en lugar de para encumbrarse frente a los demás. Habrá, pues, que quitarse la capa.