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viernes, 29 de mayo de 2020

Un faro en días de cuarentena

Son muy contadas las ocasiones en que alguien ajeno a la familia escribe en nuestro blog. Esta vez lo ha hecho Erick, ya desde Costa Rica, y con dos fotos que nos sacó. Y lo hace porque le hemos convalidado la pertenencia a nuestra familia. A fin de cuentas, como él dice, ya ha pasado un 1% de su vida con nosotros:

"Durante los cortos casi diecinueve años de mi vida he llegado a aprender que la vida puede llegar a cambiar por completo de un día a otro, y en mi caso recientemente fue así. El último fin de semana de Febrero decidí ir con unos amigos a ver el carnaval de Venecia. Estaba emocionado pues sabía que iba a ser una oportunidad única en mi vida. El domingo por la noche en que me encontraba en dicha ciudad recibí una llamada en la que fui advertido que un virus se estaba propagando rápidamente en Italia y que Venecia era una zona de riesgo. No le hice mucho caso y seguí con mi noche como si esa llamada fuese solo eso, una llamada de alguien que probablemente se estaba preocupando más de lo que debía.
25 febrero 2020, día de llegada a Málaga
Al día siguiente, una vez de vuelta en mi colegio, una asamblea de emergencia fue convocada. Sorpresa. El colegio decidió cerrar como medida preventiva al tal “Coronavirus” por dos semanas. Teníamos que volver a nuestras  casas con la incertidumbre de si íbamos a volver al colegio. Me congelé. Pablo, que se encontraba a la par mía, me dijo que no me preocupase, que podría ir con él a España. Pero yo todo lo que pensaba era que todo esto parecía una exageración. Me equivocaba. No me despedí de nadie. “Vamos a volver” pensaba, “tenemos que”. Fui al cuarto de mi novia y le prometí que nos volveríamos a ver, que no había de qué preocuparse. Milagrosamente los padres de Pablo encontraron una forma barata para que nosotros llegásemos a Málaga. Y cuando digo nosotros no solo me refiero a Pablo y a mí, sino a mi primer año costarricense Fabián y a nuestro amigo Jacopo también. Cuando llegamos a Málaga no podía parar de pensar en lo blanco de las paredes de las casas. ¿Cómo es posible que no estén sucias o llenas de grafiti? ¿Por qué todos tienen la casa blanca? ¿Habrá un acuerdo tácito del cual nunca había escuchado? Llegamos a una casa preciosa y fuimos recibidos por los hermanos de Pablo. ¡Qué maravilla! Si esto fuese mi casa mis hermanos se habrían escondido aterrados de la presión de socializar. 
Al inicio fue un poco extraño debo admitir, estaba confundido un poco y no solo acerca de qué sucedería con mi futuro sino también de lo que sucedía en mi presente, pues estas personas no sabían nada de mí y habían aceptado el dejarme entrar en su casa y en sus vidas sin pensarlo dos veces. ¿Será que en el mundo todavía hay personas que ayudan a otros sin pensarlo dos veces? Han pasado casi tres meses desde ese mítico día, y todo es diferente. Ese día era ignorante acerca de la relevancia que iba a tener la pandemia en mi vida, era desconocedor de la delicia de la paella, pero sobretodo ignorante de la grandeza de los Gutiérrez Félix, o los Meys como son mejor conocidos.
Mi breve tiempo en Málaga fue caracterizado por caminatas en la playa, andadas en bicicleta, locuras con mis amigos en la ciudad, pero sobre todo por todo lo que sucedió dentro de esa casa en Veléz-Málaga, y como si fuese un cuento de Cortázar, es ahí, dentro de la casa, donde habitan mis memorias. Habrán sido solo dos meses y medio, pero eso es un poco más del 1% de lo que llevo vivo, y eso que los primeros cinco años no cuentan porque apenas sabía hablar, así que en perspectiva es una gran parte de mi vida, o al menos lo suficientemente larga para ser relevante. Y como es de esperarse, dentro de esa casa viví momentos clave dentro de mi vida. Desde eventos grandes como el haber terminado técnicamente el colegio, pues nos dijeron que no íbamos a volver más, hasta cosas muy pequeñas y personales como el haber tenido que romper con mi novia pues habíamos acordado no tener una relación a larga distancia. Viví esos momentos duros, golpes fuertes que me dolieron en el alma, más de lo que pude expresar en su momento, pero viví mil momentos alegres. 
Quisiera dedicar un breve momento a solo algunas de esas pequeñas mil cosas que para mí fueron relevantes a pesar de lo insignificantes que pueden parecer a algunos:
  • Aprendí a andar en bicicleta, había practicado antes pero no sabía realmente. 
  • Aprendí a hacer series con la pelota de fútbol, siempre quise practicar pero nunca encontraba el momento. Hubo un día en que Pablo, Samuel, Jacopo y yo nos propusimos hacer 20 pases sin que la bola tocase el piso o pondríamos chile en la comida, y después de dos horas lo conseguimos. 
  • Vi al Madrid ganar el Clásico en un bar en España, algo que suena muy bonito para mí siendo extranjero, y no solo eso, sino que ganó con gol de Vinicius Jr, el brasileño que rara vez mete gol, y madre mía que golazo metió. 
  • Tomé una foto que presentó nuestra historia a los periódicos de todo el país y aunque no fui acreditado nunca, no me importa porque la alegría de saber que tomé una foto que vieron millones de personas (al menos en mi mente) es suficiente. 
  • Escribí un cuento en italiano que llegaría a ganar una competencia en mi colegio.
  • Aprendí a cocinar paella, que ahora que estoy en Costa Rica debo aprovechar para practicar. Debo insistir en que esa paella es lo mejor que he comido en mi vida. Juro que podría comerme entera la paella yo solo de lo buena que Mey la hace. 
  • Llegué a editar un cortometraje que empecé hace año y medio y que nunca sentí la fuerza emocional para terminar hasta que algo dentro de esa casa me dio la fuerza para sentarme y pensar: “no importa que tan difícil sea, yo voy a hacer esto”.
  • Descubrí películas y series que harían que me emocionase a por mil el intentar llegar a ser director de cine yo mismo. Debo dar especial énfasis a “This Is Us”. Esa serie cambió nuestras vidas, y definitivamente para mí marcó una meta. Algún día haré algo así de extraordinario que pueda despertar tantos sentimientos y ser capaz de encender conversaciones tan ávidas como las que tuvimos.
  • Finalmente, 7 días antes de ir a Italia para comenzar UWC empecé un diario, un diario que terminaría 7 días después de que terminase UWC. Fue dentro de esa casa dónde lo hice. Le di conclusión al diario de mis aventuras en el viejo continente, y aunque fue antes de lo previsto, y fuera de Duino, no me imagino un mejor final. 

Visita a Frigiliana- febrero 2020
Sin embargo UWC no terminó, Pablo y su familia junto a Jacopo y Fabián lograron mantener vivo ese espíritu de responsabilidad social y multiculturalismo. Esa alegría y energía que siempre caracterizó UWC para mí. Lo hicieron con charlas profundas de política y cuestionamientos filosóficos acerca de quién traería la leche condensada para las fresas después de almorzar. Nos reímos juntos acerca de cómo a lo que ellos llaman fregona, yo llamo trapeador. Discutimos acerca de todo tipo de cosas, pero las más importantes para mí siempre fueron aquellas de autoconocimiento. Rafa y Mey nos hablaron acerca de cómo ciertos aspectos de quienes somos son reflejos o reacciones a nuestros padres, a quienes eran ellos mientras crecíamos, a cómo se comportaban. Nunca lo había pensado y junto con ellos pasé horas pensándolo. Es cierto. Hay muchas cosas de mí que solo pueden ser explicadas por cómo era mi casa cuando crecí. Eso. Eso tengo que agradecérselo a Rafa y a Mey. Agradecerles el que me hayan abierto la mente. Hay cosas dentro de mí que necesito cambiar, y madurar, y gracias a ellos ahora tengo un poco de luz acerca de cómo hacerlo.
Si se me permitiese hacer una comparación, una metáfora, me atrevería a decir que los Meys son una luz. Los cinco. El primero que conocí fue Pablo y desde un inicio ya sabía que él era genial, admirable. No fue hasta mi último semestre que nos volvimos cercanos y el hacerlo sólo lo confirmó. Vivir dos meses y medio con Pablo y tener que estar con él todo el día me demostró la fantástica persona que es él. Un hombre inteligente, talentoso, artista, dedicado, ambicioso, cariñoso, y divertido. Siento profunda admiración por él y comprendo por qué. Habiendo crecido dentro de la familia que lo hizo no me sorprende. Samuel y Eva son otras dos joyas de personas. Con Samuel me reí hasta con sólo verlo. Nos la pasábamos bromeando y haciendo el tonto como si no se sintiese que desde hace un mes que no salíamos de la casa, tal vez fue exactamente por eso que nos reíamos tanto. Eva es, para mí, la definición clara de persistencia con su dedicación a la flauta y a los estudios, y aunque no pasé tanto tiempo con ella como con sus hermanos también me la pasé genial. Y de Rafa y Mey no existen palabras suficientes en el diccionario que puedan expresar el profundo agradecimiento que siento. Ellos dos, sin conocerme, me aceptaron dentro de su casa y su familia y lograron que me sintiese en casa, que me sintiese en familia. ¿Y por qué una luz? Porque como en una noche torrencial en el mar, cuando parecía que el barco se iba a hundir, cual faro ellos llegaron a mi rescate. Pude haberme ido a Costa Rica, con mi familia y habría tenido que vivir el fin de mi colegio solo, solo en el sentido de que lo habría tenido que hacer sin nadie de Duino, y probablemente me habría sentido triste y perdido, pero en su lugar fui a Málaga, a donde Pablo, y todo lo que sentí fue alegría y cariño, desde el primer día, y no pudo haber sido mejor. 
Yo crecí junto a esa familia, y ahora, a kilómetros de distancia, solo puedo decir gracias y que les guardo un enorme lugar dentro de mi corazón. Rara vez en la vida se puede encontrar personas que tan rápidamente te cambien el mundo entero, y es aún más raro que lo hagan para mejor. En esa casa en Veléz-Málaga viven la bondad, la alegría, la humildad, el arte, el amor. En esa casa, en esa casa blanca, viven los Meys."


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) ) https://www.patreon.com/posts/balance-de-de-de-26647734


domingo, 15 de marzo de 2020

Un mundo diferente

No. No creemos que éste sea "El Fin del Mundo" que algunos auguran. Pero probablemente sea el fin del mundo tal y como lo entendíamos hasta ahora. Quizás el COVID-19 sea insignificante en tamaño, pero prenda la mecha de un gigantesco cambio que muchos imaginábamos que llegaría. Es como si el tiempo se acelerara, y como si los cambios revolucionarios a los que nos resistíamos y las situaciones más insospechadas se estuvieran agolpando todas de repente. Sin duda, trae consigo la fuerza de las paradojas e incoherencias sobre las que se sustenta nuestro mundo actual. Puede que, sin esperarlo, estemos a las puertas de ese "mundo diferente para vivir" al que aspirábamos cuando empezamos a escribir en este blog.
Pasado mañana, en casa, cumplimos tres semanas de medidas excepcionales. Y anoche se decretaba en España algo tan anómalo e histórico como el estado de alarma. Pero tras todos estos días, la familia ya está curtida en lo que significa tomar medidas extraordinarias en situaciones extraordinarias. Nuestro hogar se ha duplicado en el número de miembros y somos ocho desde entonces. Y hemos puesto en marcha una logística casi militar para compartir espacios, mantener la limpieza, y organizar las comidas y las lavadoras. Todo se ha multiplicado por más del doble de lo habitual. Y si no fuera por las dotes y la capacidad organizativa de Mey, todo se habría hecho muy cuesta arriba.
Hemos tratado de que, hasta que se subiera el nivel de emergencia, cada uno pudiera seguir desarrollando su vida razonablemente como hasta ahora. Los cuatro habituales de casa, con su vida habitual. Y nuestros cuatro huéspedes, incluidos Pablo, asistiendo a sus clases virtuales y estudiando y preparando simulacros de examen por las mañanas, y haciendo ejercicio para quemar energía en la terraza o con alguna salida en bicicleta por las tardes. A partir de hoy, esa agenda se tendrá que restringir.
Gimnasio en la terraza
La moral de la tropa sigue alta. No han faltado las bromas y el buen ambiente. Son unos chavales muy educados, colaboradores y con un gran espíritu comunitario, lo cual es normal, viniendo de donde vienen. Y tan sólo el viernes tuvimos que ponernos un poco serios para convencerles de cancelar la salida a una pizzería con la que querían despedir a Fabián por su regreso de ayer a Costa Rica. Su familia anda preocupada, y él aún está en primero de bachillerato y no tiene la cascada de exámenes finales o la incertidumbre de los otros tres respecto a la posible reapertura del colegio de Italia antes de mayo. Antes de ayer aún no se había impuesto el "toque de queda" del estado de alarma, pero las circunstancias aconsejaban ya quedarse mejor en casa. Aunque a ellos, siendo jóvenes, la sangre les hierve más, y se sienten invulnerables, o con una sensación de irrealidad ante todo esto, como si estuvieran viviendo momentáneamente dentro del episodio de alguna de sus series favoritas. Pero es tiempo de prudencia y de solidaridad, y de actuar como si fueras portador del virus, aunque no lo seas. Porque depende de cada uno de nosotros frenar la escalada de la enfermedad y evitar el colapso del sistema sanitario.
Cuando ayer por la mañana recorríamos el trayecto hasta el aeropuerto para llevar a Fabián, la ciudad y las carreteras parecían territorio fantasma. Los tres que se quedan quisieron honrar al que se va, y le acompañaron a pesar del "madrugón". Las pantallas de la DGT proyectaban mensajes apocalípticos animando a no viajar por el coronavirus. Los parques infantiles se encontraban ya todos precintados para evitar las concentraciones de familias entorno a ellos. Y tan sólo algún que otro corredor apuraba las últimas oportunidades de hacer ejercicio mañanero, antes de que las medidas de confinamiento se pusieran más drásticas. Aún estamos en los comienzos. Y esto, aunque fuera inimaginable hace unas semanas, aún no ha hecho más que empezar. Por aquí, Eva, Samuel y Mey tendrán clases on-line en las próximas semanas. Y en mi caso, parece que empezamos a organizarnos para poner en marcha una nueva forma de trabajar a distancia en la Administración.
Desde hace mucho, nuestro planeta pedía a gritos un respiro. Y ni las cifras de cambio climático, ni los desastres naturales, ni los crecientes movimientos ecologistas habían logrado reducir los niveles de contaminación, como lo está haciendo el aparente colapso económico que el coronavirus está produciendo en sólo unas pocas semanas. Como dice Francesca Morelli, nuestro indiscutible sistema productivo basado en el dogma de "crecer, crecer y crecer" se va a ver confrontado en sus propios cimientos. Años de trifulcas por banderas, siglas, colores y nacionalismos de distinta índole parecen difuminarse por momentos, y esas diferencias, por fin, desaparecen de los telediarios. Quienes hasta hace poco reforzaban fronteras y se sentían en la superioridad moral de excluir de sus tierras al "otro", sienten en sus carnes la exclusión, la sospecha y el rechazo por el miedo a que sean portadores del virus. Aquellos que hacen del enfrentamiento y de lo "mío" la base de sus vidas, se empiezan a dar cuenta de que sin el "nosotros" y sin la coordinación y el trabajo colaborativo, aunque sea a distancia, la cosa se pone cruda en los momentos más decisivos. Cuando pensábamos que la vida iba de "hacer, hacer y hacer", de repente todo se para y debemos redescubrir el sentido de la vida en el Ser, que quizás nos obligue a volver a nacer (no-hacer), y a basar nuestra felicidad no en el "bienestar" sino en el "bienser". De repente, nuestras sofisticadas vidas, deben volver a la simpleza del núcleo familiar, y replantearse frente a la mesa-camilla, a la tarde de sofá, o al juego de las "casitas". Y cuando dábamos la espalda a quienes nos rodean frente a la pantalla de un móvil, de repente empezamos a echar de menos el abrazo, el beso, y el contacto humano proscritos en estos días.
A muchas personas les asusta la incertidumbre, pisar terreno desconocido, y replantearse unas reglas del juego que pensaban inamovibles. Pero lo cierto es que se ha detenido todo, por decreto, y de un día para otro. ¡Por fin!, dirán algunos. Y en una situación tan impensable e inédita, no queda otra que reinventarse, centrarse en la parte positiva de todo esto, y sacudirse el miedo de encima. No hay otra opción. Bien sea saliendo al balcón a cantar, tocar tu instrumento o aplaudir, como muchos ya están haciendo. Bien sea meditando o bailando. O bien sea organizándonos en la distancia, ahora que no tenemos nada más importante que hacer. Es momento de sacar lo mejor de nosotros mismos. De practicar como nunca la solidaridad. De pensar en los demás y hacernos UNO con ellos. El mundo desde hoy ya no es el que era. Reinventémoslo como siempre quisimos.


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jueves, 5 de marzo de 2020

Reportaje sobre nuestra acogida a 3 estudiantes tras el cierre de su colegio por coronavirus

Os compartimos a continuación un mini reportaje del Canal 101TV, de febrero de 2020, a raíz de nuestro último post (http://familiade3hijos.blogspot.com/2020/02/refugiados-del-coronavirus.html).

Éste es el resumen que hizo de la noticia el propio canal de televisión:
"Cuando Pablo llamó a sus padres para explicarles la situación, estos ofrecieron su casa sin dudarlo para acoger a algunos de sus compañeros
El coronavirus también nos deja ver la cara más solidaria de los malagueños. Una familia de Vélez-Málaga ha acogido a un grupo de alumnos del centro educativo italiano en el que estudia su hijo tras el cierre temporal del centro como medida preventiva ante el virus.
Aunque la zona de Trieste, en cuyo entorno se ubica el centro, se encuentra libre del coronavirus, el Colegio del Mundo Unido del Adriático optó por cerrar como medida preventiva y se vio ante la tesitura de tener que realojar a sus 180 alumnos.
Cuando Pablo llamó a sus padres para explicarles la situación, estos ofrecieron su casa sin dudarlo para acoger a algunos de sus compañeros.
Desde entonces, dos alumnos costarricenses y uno italiano comparten casa y vivencias con Pablo y su familia, lejos del pánico generado a causa del virus."
http://www.101tv.es/noticias/familia-velezmalaga-acoge-alumnos-colegio-cerrado-coronavirus.aspx



También os ofrecemos las entrevistas extendidas a Pablo, Mey y a nuestros tres invitados (Erick, Fabián y Jacopo) con vistas a dicho mini-reportaje:




miércoles, 26 de febrero de 2020

Refugiados del coronavirus

En cuanto leí el titular de prensa del pasado sábado, tuve de nuevo esa sensación. Esa de que, por muy lejano que aquello pareciese, nos acabaría tocando. A veces es un escalofrío. Otras un pellizco en el estómago. Y la verdad es que preferiría equivocarme más. Pero se ve que la intuición también se entrena.
Era el fin de semana que nos habíamos reservado para descansar y reponer fuerzas tras tanto contratiempo acumulado en las últimas semanas. Por fin nos íbamos a reencontrar con  nuestras escapadas de fin de semana en nuestra furgoneta hippy. Por fin habían ido quedando atrás los días de fiebre de Mey, las duras pruebas de solicitudes pre-universitarias, mi operación ocular y sus posteriores jornadas postrado "boca abajo", e incluso el flemón de la muela del juicio. Tocaba celebrarlo. Y así lo hicimos, disfrutando de la naturaleza, del pantano de los Bermejales y del cauce del río Cacín, del silencio y de la tranquilidad.
Pero justo de regreso, ya el domingo, Pablo desde Italia, nos avisaba en directo de que en dos minutos nos llamaba para decirnos algo muy importante. Se celebraba en esos momentos una asamblea de todo su colegio. Ahí el recuerdo del titular del viernes volvió a aflorar. Y ese escalofrío también. Les acababan de anunciar que, siguiendo las recomendaciones del gobierno italiano, del comité internacional, y de la experiencia de los colegios de China y Hong-Kong, se había decidido cerrar el colegio hasta el 8 de marzo, como mínimo. Era una medida de precaución y para evitar males mayores, como una posible propagación o cuarentena de un colectivo de 95 nacionalidades como el suyo, y las repercusiones que ello podría tener. Nadie estaba afectado y no había aún riesgo alguno. Pero si la cosa se ponía seria, no actuar podría generar un problema mayor que las implicaciones del cierre a tiempo del centro.
No dio tiempo a plantear ninguna duda, o a hacer ninguna consideración. Daba igual que fueras o no crítico con el alarmismo que se está generando. Que no estemos ante el ébola ni ante una epidemia fatal. Que el origen del brote fuera un murciélago, un pangolín, o la mano interesada del hombre. O que la tasa de recuperación sea del 98%, muy superior a cualquier gripe habitual de cualquier año habitual. De repente te ves en medio de un proceso de histeria colectiva, ante el que no puedes quedarte inmóvil, por mucho que creas que carece de sentido. Y en pocos minutos, el precio de los vuelos empezó a subir ante la desbandada general. Ese era el primer motivo de la llamada de Pablo: reservar vuelo cuanto antes, para no quedarse fuera de juego.
Pero no se trataba tan sólo de anunciar el cierre del centro. Se trataba de hacer un llamamiento a la solidaridad con aquellos estudiantes no europeos, cuyo retorno a casa pudiera suponer el fin abrupto de su curso, y quizás de su bachillerato, por el coste de un posible viaje de regreso en unas semanas o por incompatibilidad horaria para mantener las clases a distancia por internet. Y ese era el segundo motivo de la llamada: determinar si estaríamos dispuestos a acoger a otros estudiantes, y calcular en caso afirmativo su número. No hizo falta hablarlo. El "sí" fue unánime. Y tan sólo tuvimos que calcular el espacio en casa para que durante un tiempo, aún por determinar, pudiéramos acoger a más estudiantes de forma digna y razonable, si todo esto se prolongaba.
Durante el trayecto de vuelta ya estuvimos calculando itinerarios y precios, y nada más llegar a casa reservamos los vuelos de Pablo, Erick y Fabián, dos buenos amigos costarricenses de nuestro hijo. La decisión de Jacopo fue más complicada. Él es italiano, pero al vivir su familia en el epicentro del foco del coronavirus, cerca de Milán, se arriesgaba a entrar en cuarentena si regresaba a casa, y quizás no poder volver al colegio más tarde. Decidió venir también con nosotros a las pocas horas, aunque ya su billete no pudo comprarlo por internet.
Durante la salida del aeropuerto de Venecia justo después de la suspensión del carnaval, y a lo largo de la larga noche que tuvieron que pasar en el aeropuerto de la escala de Lisboa, estuvimos con el alma en un puño por si algo se torcía. Pero no. Todo salió bien.
No ha sido fácil para Mey organizar la logística de camas, armarios, ropa para prestarles, y organización general para que todo fluya en las semanas que nos esperan por delante. A fin de cuentas, hemos duplicado los habitantes de la casa, y hemos triplicado la prole que vivía con nosotros hasta hace apenas 48 horas. Hemos llenado la despensa. Y Mey hizo ayer un macro-cocido para una legión, pensando en tener opciones para varios días, aunque se finiquitó en un almuerzo. Ya se sabe cómo come la juventud...
Lo bueno de la gente joven es que lo viven todo como una aventura. Nada es un drama. Todo son risas y bromas. Todo es un puro disfrute. No hay preocupación por el fin del curso, por los exámenes finales del bachillerato internacional, o por el posterior acceso a la universidad. Y es bueno que así sea. Vivir el presente como si no hubiera un mañana. Y si puede ser, alejados de histerias colectivas, mejor.
En los momentos difíciles es cuando se comprueba la nobleza y la categoría de una persona. Y lo mismo sucede con las instituciones y con los colectivos. La respuesta del colegio de Pablo, de las familias, y de los respectivos comités internacionales, sin contraprestación alguna, fue impecable y plagada de solidaridad. En pocas horas, una macro operación logística como ésta quedaba culminada sin que nadie se quedara descolgado o fuera de juego. Quizás sean éstos los aprendizajes que traiga consigo el dichoso coronavirus y el alarmismo que está generando.


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domingo, 26 de mayo de 2019

Un mundo en pequeñito

No íbamos de turismo. Íbamos a empaparnos de su realidad. Esa por la que hemos apostado tan fuerte. Tanto como para prescindir de su presencia en casa. Y esa realidad no defraudó. Ni mucho menos. De hecho, la estancia se nos hizo corta. Muy corta. Y no faltaron ganas de quedarse.
Vista de Duino desde su castillo
Cuando los hijos crecen siempre hay una etapa de rebeldía. De enfrentamiento visceral contra todo y contra todos. Especialmente contra los padres, que simbolizamos mejor que nadie la etapa de niño que quieres dejar atrás. Esos cuatro o cinco años de choque no nos los quita nadie. Y cuando tienes tres hijos se multiplica por más de tres. Por mucho más. Porque la complejidad de los procesos tiene lugar simultáneamente, y a veces se retroalimentan. Pero el final del túnel llega siempre. Y el regreso a casa se acaba produciendo. No a la casa física. Al hogar familiar. Aunque esté coyunturalmente en Italia, y seamos los padres los que vayamos a visitar al retoño, como pasó en abril. Y entonces vuelven los abrazos, más sinceros que nunca. Vuelven las ganas de volver a meterse en la cama con los padres y charlar de fútbol, de política o de amor. Vuelve el respeto y el cariño. Y acabas entendiendo que para ser "tú", no hace falta luchar contra lo que te trajo hasta aquí, sino hacer tuyo lo que necesites de todo ese camino recorrido.
Comiendo pizza en Trieste con Abde e Inés
Fue una delicia de viaje. Pablo nos había preparado todo un itinerario de encuentros con quienes durante este curso han sido su familia. Gente que le ha hecho crecer como persona y dar un salto exponencial en un tiempo récord. Gente como Abde, que nos compartía sus vivencias como musulmán, o Inés con esas ganas envidiables de cambiar el mundo y su proyecto solidario en Rumanía...Y aún quedó tiempo para visitar Trieste, para una cenita colectiva en casa, para un concierto de jazz...Pero lo que más nos impactó fue darnos cuenta de que ya ha empezado a forjar su mundo. Un mundo lleno de ilusiones, de amistades, de fidelidades, de sueños, de retos, de aspiraciones... Ya no hay que preguntar por exámenes, por notas o por trabajos. Todo eso ya lo gestiona él, porque sabe bien que forma parte ya de su mundo. Y llegarán las decepciones. Y las injusticias. Pero también alegrías enormes. Y logros. Y victorias.
Sin comentarios
Si hay algo de lo que estamos especialmente orgullosos en todo este proceso de Pablo en Italia, no es de verlo tan profundamente feliz. Que también. Es de percibir que está creciendo como persona. Y no sólo en conocimientos o técnicas para conseguir un día un trabajo. La vida no va de eso, y a veces nos damos cuenta demasiado tarde. El duro trabajo con las asignaturas debe compatibilizarse con empaparse de las vivencias más ricas que uno pueda imaginarse. Y el día tiene sólo 24 horas. Por eso toca dividirse entre la academia del conocimiento y la academia de la vida. Apostar unas horas para conseguir unos objetivos que te puedan abrir puertas en universidades a las que jamás pensaste poder ir a estudiar, o apostarlas para departir con compañeros del otro lado del globo, a los que quizás no vuelvas a ver, pero que te están dando claves que sabes cruciales para el resto de tu vida. Es un proceso apasionante. Incluso cuando lo vives como un simple espectador.
Haciendo el tonto por Trieste
Mientras estábamos allí fuimos testigos de un episodio que ilustra muy bien ese pequeño mundo en el que viven. Y no sólo porque sean tantísimas nacionalidades, lenguas y culturas las que allí conviven. Sino porque en muy pocos metros cuadrados se desarrollan las mismas dinámicas que se producen en el mundo continuamente, y a las que tendremos que dar respuesta tarde o temprano, de una forma u otra. Y ellos entrenan esas habilidades a diario. La heterogeneidad allí es tan brutal como en nuestro querido planeta. Ríase usted de diferencias por lenguas, banderas o nacionalidades. Ríase usted de la absurda dualidad en la que nos enseñan a vivir desde pequeños: hombres o mujeres, buenos o malos, ricos o pobres, de derechas o de izquierdas, los de aquí o los de fuera, justicia o igualdad... 
Camino de Rielke con el
Castillo de Duino al fondo
Y en una de esas, surgió un conflicto que les traía de cabeza. Dentro de las normas de convivencia que tienen allí, existen unos compromisos claros respecto a la hora de regreso a las habitaciones, a la asistencia a clase, o a la dedicación al estudio. Y una noche, en una de los turnos de vigilancia, una profesora se quedó sorprendida del incumplimiento de esas normas, y lo expuso abiertamente en la asamblea general que todos los lunes celebran para analizar la marcha de todo y planificar los siguientes días. Levantó ampollas. Algunos se sintieron señalados en cuanto a su derecho a estar allí, cuando tantos se han quedado fuera, y cuando hay tanto por hacer por un mundo mejor. Porque, como en el mundo "grande", en ese mundo "pequeñito" no todos han llegado allí con el mismo esfuerzo. Los hay que en su trayectoria vital han estado al borde de la muerte en varias ocasiones, y sufriendo las peores calamidades hasta llegar allí. Y los hay que no se han despeinado, y han llegado con una saneada cuenta corriente a sus espaldas. Algunos ven en Duino la oportunidad de su vida, y otros sólo uno más de la infinidad de caminos que una vida holgada les brinda. Y en esas, hubo una joven iraquí que, al parecer, se levantó y removió las conciencias que aquel debate pudiera aún haber dejado sin remover. Con la beca que ella había recibido para estar allí estudiando, en su país se podría dar de comer a 50.000 personas en un día, una ciudad entera. ¿Cómo podía dilapidar ese preciado tesoro que le había sido entregado? ¿Cómo podían estar otros despreciando una oportunidad así?
A veces nos obsesionamos en dar a nuestros hijos un camino hecho, respuestas para todas sus preguntas, o futuros resueltos. Y nos olvidamos que en la vida, poco hay de decisiones seguras o de identidades inquebrantables. Van a necesitar mucha capacidad crítica y mucha empatía para desenvolverse en un mundo cada vez más complejo y holográfico, pero cada vez más fascinante. Démosles perspectiva, no certezas.

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martes, 5 de febrero de 2019

Puertas que se cierran

La "cuesta de enero" ha sido de aúpa. La emocional, me refiero. Y la de febrero apunta maneras también: en la pendiente y en las curvas, me refiero. Han sido semanas intensas, muy intensas. No recuerdo haber suspirado tanto en mi vida. Cuando se juntan tantas cosas, mejor darse tres o cuatro segundos. Mejor respirar dos o tres veces antes de precipitarse. Y al final uno acaba hiperventilado...
Este pasado fin de semana era un momento clave de muchos procesos vividos. Era nada más y nada menos que la final nacional en Madrid para las plazas y becas de las que disfruta Pablo en Italia. Y también Samuel había logrado llegar a lo más alto. Que los dos hermanos hayan llegado hasta ahí en dos años seguidos ya era un logro inmenso. Pero sólo faltaba un último paso. Y por eso durante semanas hemos estado trabajando en casa para que ese paso se pudiera consumar. Practicando entrevistas y presentaciones. Puliendo esto y aquello. Ultimando detalles. Pero no ha podido ser. Ese último paso se ha frustrado. Y la sensación debe ser similar a la del que llega a la final de las Olimpiadas y se queda cuarto. O la del que llega a la final de la Champions y la pierde. Ni medalla, ni copa. Ni Canadá, ni Noruega, ni Singapur.
Pablo y Samuel,
recién llegado éste de EEUU,
junio 2018
Siempre hemos creído en casa que una familia se parece más a una fábrica de sueños que a un búnker. Lo segundo te protege de cualquier peligro o amenaza externa. Lo primero te ayuda a volar. Y por eso hemos estado poniendo a punto las alas de Samuel, igual que hicimos el pasado año con Pablo. Sabiendo que nuestra misión es propiciar que tengan las mismas oportunidades al soñar. Y que luego cada uno abre las alas a su estilo. Salta del nido cuando y como puede (o quiere). Y tiene unas aptitudes u otras en el bello arte de surcar los cielos de este maravilloso mundo.
Esta puerta se ha cerrado. Probablemente para siempre. A pesar de todo el esfuerzo, que no fue poco. En situaciones así, a veces es más fácil pensar que es injusto. O que apostar tanto por dos chavales de la misma familia no debe ser, y que le ha perjudicado. Pero nosotros no creemos ni lo uno ni lo otro. El proceso ha sido impecable. Como el año pasado. Tanto, que el propio descartado está emocionado con lo vivido durante todas esas horas con sus compañeros (no competidores) y con el equipo de selección. Preferimos pensar que quizás a esas alas les falta aún alguna que otra ITV que pasar. Que quizás no todos podemos afrontar los mismos desafíos en el mismo momento, especialmente cuando éstos son tan grandes. Y por eso toca aceptar. Porque todo es perfecto. Porque no tiene sentido aferrarse a nada. A pesar del vuelco del corazón al no escuchar tu nombre entre los elegidos.
Hace 25 años, Mey se presentó a unas oposiciones en Canarias. Había once plazas y ella quedó la duodécima. Cuando fue a revisar el examen, el tribunal le dijo que había empatado con el último, pero que ella tenía más recursos para sacarse las oposiciones a la siguiente en cualquier lugar, y por eso habían optado por el otro candidato. Aquel razonamiento nos indignó hasta el extremo. Costaba aceptar algo tan aparentemente injusto. Pocos años después, Mey resultaba la número uno de su promoción en lo que hoy es nuestro hogar, Andalucía. Y quizás aquel aparente éxito del puesto once nos habría alejado de lo que hoy disfrutamos tanto. Por eso tiene tanto sentido dejarse fluir, incluso en las frustraciones por noticias tan deseadas. Aunque cueste encontrarle el sentido ahora.
Samuel salió mal de allí. Ahora se refugia en su piano y en Chopin para lamerse las heridas. Es lo que toca cuando todo está tan reciente. Sentía que esa puerta era su vida. Suele pasar cuando esperas que los lugares lejanos te resuelvan la "papeleta" de lo que quizás tienes mucho más cerca. Tan cerca como dentro de ti. Y quizás por eso ahora no tocaba que la puerta se abriese. Porque quizás vengan puertas aún mejores. O porque quizás las alas deban fortalecerse para volar aún más alto. Aunque dé un poco de vértigo. Ya se sabe que si los sueños no asustan, como la altitud, es que no son lo suficientemente grandes. Habrá que ponerse a punto para esos vuelos. Y aprender de los portazos de la vida, para que se abran otras puertas de par en par.


NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
https://www.patreon.com/posts/damos-cuenta-de-21934667
Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Los colores del mundo

Dicen que la distancia es el olvido. Así lo dice el bolero. Pero yo tampoco concibo esa razón. Se dicen bastantes mentiras y muchísimas tonterías. Y ésta está entre las que se llevan la palma. La distancia no es el olvido. La falta de afinidad, de conexión de almas, de comunicación o de relación es el olvido. Y a veces son la cercanía o el roce los que evitan que se disuelva lo que quizás estaba predestinado a disolverse en cuanto se pusiera tierra de por medio. Algunas de las personas a las que más amamos se encuentran a cientos o miles de kilómetros, y sin embargo, cuando nos volvemos a encontrar al cabo de los meses e incluso años, no sólo no hay olvido, sino que parece que jamás hubo distancias, que el tiempo no pasó. 
Mey y yo lo experimentamos durante los largos años de noviazgo. Y nuestros hijos, ahora viajeros empedernidos, están también viviéndolo. Lejos del miedo que algunos conocidos nos expresan al dejar volar a los hijos desde tan jóvenes, no sólo no hay olvido, sino que a veces se genera una conexión alma con alma de una profundidad difícil en el contacto diario. La clave creemos que está en la voluntad de construir relación, más allá de los kilómetros y los meses que transcurran.
Ayer vivimos uno de esos momentos mágicos con nuestro hijo Pablo, a dos mil trescientos kilómetros de distancia. Estábamos en la playa, y de repente, sentí la inusual necesidad allí de coger el móvil. A los pocos segundos Pablo nos llamaba por primera vez desde Italia. Se encuentra exultante por todo lo que está viviendo en su nueva etapa. Anda emocionado con los dones y talentos de todos y cada uno de sus compañeros, que ciertamente, son gente muy especial. Alucina con sus profesores, con la forma de dar las clases, y con la experiencia que disfrutará en la orquesta europea en la que acaba de ser admitido. Y justo está viviendo la celebración del #PeaceOneDay (Paz Un Día), un evento que organiza su colegio junto con distintas organizaciones y administraciones de la zona de Trieste, en el que se desparraman por las calles color, alegría, diversidad, bailes, música, heterogeneidad... Decenas de jóvenes de multitud de razas y nacionalidades compartiendo una experiencia única, en una apuesta por un mundo unido. Multitud de colores de banderas, de piel y de circunstancias se daban cita por un mundo en paz, en un encuentro anual que no sólo es ya una tradición, sino el ritual que escenifica que la tarea no es baladí y que va a requerir el esfuerzo de todos.
Pero apostar por la Paz en mayúsculas no sólo requiere alegría, efusividad, abrazos y buenas intenciones. Requiere de memoria. Y por ello, junto a tanta fiesta, Pablo nos contó que les llevaron a un psiquiátrico para la inserción laboral de personas con problemas mentales y a "Risiera di San Sabba", considerado el único campo de concentración nazi ubicado en Italia. Es un conjunto de edificios industriales en el barrio de San Sabba, en Trieste, que fue equipado en 1944 con un horno crematorio,  y en el que se estima que fueron ejecutadas entre 3.000 y 5.000 personas. Allí las caras de los chavales eran de abatimiento, de espanto, de incredulidad.
Siempre tener contacto con el horror del pasado da escalofríos. Y cuando tienes dieciséis o diecisiete años, y estás dispuesto a cambiar el mundo, te da un chute de motivación para trabajar por evitar que esa barbarie pueda repetirse. Pero tocar el horror del presente aún puede ser más radical. Puede darle un giro a tu corazón, y hacer que te conviertas en un auténtico virus en una sociedad aletargada, "pasota", conformista e insensible al drama humano que tenemos a nuestro lado. Por eso en estas jornadas se propiciaron los testimonios de compañeros de este mismo curso de Pablo, para que contaran sus experiencias. Y la energía de los testimonios debió ser tan arrolladora, que cuando Pablo nos lo contaba por teléfono, el vello no podía evitar erizarse y la lágrima asomaba a las cuencas de los ojos. Tan sólo pudo asistir a dos de la treintena de testimonios que hubo. Pero no se le olvidarán en la vida. Testimonios como el de una chica austríaca que padeció las consecuencias de las torturas a sus padres por ser considerados opositores al régimen turco, y que intentó suicidarse en dos ocasiones. O testimonios como el de su amigo guineano, huérfano de padre desde muy pequeño, que sufrió maltrato y escasez en el desierto, cual perro abandonado, y que luego fue retenido y conducido por traficantes de todo.
Pablo se encontraba consternado. Decía sentir culpabilidad por haber disfrutado de una vida color de rosa, mientras compañeros y amigos suyos habían vivido una vida de luto y padecimiento continuo hasta alcanzar la oportunidad que todos comparten ahora. Pero en realidad ese sentimiento es la antesala del compromiso de por vida con el prójimo. Y evidencia que el ser humano tiene una capacidad infinita, por no decir divina, para superar los obstáculos más imposibles. Incluso el de cambiar este mundo. Que se lo digan si no a su amigo guineano, que de sufrir las peores vejaciones que puede sufrir un ser humano, se aferró al clavo ardiendo de salir del horror, aprendiendo italiano en tan sólo tres semanas para convencer al juez de turno de no ser deportado, y así posteriormente poder superar el proceso de selección que le ha abierto las puertas a donde está hoy.
Hace falta mucho color en este mundo. Hace falta mucha heterogeneidad, mucha diversidad y mucha pluralidad, puestos al servicio de lo que somos: UNO. Y hacen falta almas sensibles al padecimiento ajeno y con ganas de mitigarlo. Mentiríamos si dijéramos que no echamos de menos a Pablo. Mentiríamos si dijéramos que no estamos muy orgullosos de verlo tan feliz y comprometido con su nuevo rumbo, recién iniciado.

NOTA: Pablo ha decidido compartir en audios y vídeos algunas de sus vivencias en Italia en "Colegios del Mundo Unido", y con ello agradecer la generosidad de quienes queráis colaborar con nuestro Patreon Solidario (desde 1€/mes). Con lo que se recaude, más adelante, se financiará algún proyecto solidario que Pablo y sus compañeros decidan. Iremos subiendo algunos de sus testimonios y los que os vayáis sumando, podréis acceder a ellos con vuestra clave de Patreon. Aquí tenéis el primero de sus testimonios en un audio, contando la impactante historia de estos dos compañeros

domingo, 26 de agosto de 2018

Adriático

Llueve. El tono azul morado de las nubes no presagiaba ayer, paseando por Chioggia, un diluvio como el de esta madrugada. Pero mi fuerte nunca ha sido la meteorología. Ni los colores, la verdad. Siempre he sido un poco daltónico para ciertas cosas. Y sordo para otras muchas. Según Mey, el cielo se ha quebrado por los cuatro costados a eso de las cinco de la mañana. Y ni me lo podía imaginar ayer, ni me he enterado esta noche cuando ha caído "la mundial" mientras dormía.
El tiempo por aquí, en Italia, está como nuestro estado de ánimo. Brillante, caluroso y muy soleado durante las mañanas, y gris, húmedo e incluso tormentoso por las tardes y noches. Con truenos y relámpagos que te sobrecogen. Un poco como el corazón de una madre o un padre cuando debe dejar volar a su hijo. Pero ya se sabe que lo de los sentimientos siempre es más silencioso, más interno, aunque no menos intenso. Saber que un hijo empieza una nueva vida con ilusión, con nuevos horizontes y rodeado de gente tan especial, da sentido y luz a tantos años acompañándole. Pero ser conscientes de que quizás a partir de ahora ya sólo venga de visita o de vacaciones no deja de causarnos algo de pena. Por eso también llueve por dentro, mientras volvemos al apartamento, tras dejarle en su nuevo hogar.
Duino es un pueblo precioso a orillas del Adriático, y a escasos kilómetros de Eslovenia, y de Trieste, la capital. Es conocido por su bello castillo, por su coqueto puertecito de no más de veinte embarcaciones, y por los poemas existenciales que inspiraron aquí a Rilke. Pero sobre todo es famoso ahora porque sus apenas mil cuatrocientos habitantes se ven invadidos cada año por casi doscientos jóvenes de cien nacionalidades que inundan el pueblo de diversidad, color y heterogeneidad, y que conspiran por un mundo mejor, un mundo unido. Es como la ONU, pero en pequeñito. Son constantes los encuentros, las risas y los abrazos en cada rincón, y en multitud de idiomas, especialmente hoy, que era el día oficial de la llegada de los nuevos, como Pablo. No muchas familias tienen la suerte de ser testigos de ese momento. Se nos cruzó una oferta de vuelos y no pudimos resistirnos a acompañar al retoño "haciendo piña".







Inés, María y Laura nos recibían para servirnos de guías improvisadas, en una actitud de servicio marca de la casa, que se acentúa en los estudiantes de segundo año, dispuestos a darlo todo para integrar a los nuevos. Nos resultó gracioso que, siendo españolas, nos recibieran con un distante apretón de manos. Luego entendimos que hay muchas culturas y tradiciones aquí presentes para las que un abrazo o un beso inicial de saludo se vive como una pequeña invasión de la intimidad. Y como hoy tocaban docenas de saludos, mejor no equivocarse. Ya nos resarciríamos en la despedida.
Creo que éste es el único colegio en el que las siete residencias de estudiantes y los edificios de clases forman parte totalmente del pueblo, y no están aislados en un campus. Eso hace que la integración con la vida de la población sea constante, y que toque ponerse las pilas aprendiendo italiano, y quizás algo de esloveno.Pablo compartirá habitación con un japonés y un rumano, en una residencia de catorce personas en la que también vive otro Pablo de Málaga, en este caso profesor y coordinador de la residencia, con el que daba gusto hablar. Se nota que de eso va esta historia: de hablar, conversar, departir y charlar con el diferente. Le auguramos a nuestro hijo largas y fructíferas conversaciones en esa desordenada habitación con varios terturlianos asomados a la ventana desde la calle, igual que ha pasado hoy. "Haciendo comunidad", que fue una expresión que usaron varios veces, y que nos encantó.
Los dos meses y medio de disfrutar los cinco juntos han pasado volando. Y eso que los hemos exprimido al máximo. Pero sabíamos que este día llegaría, aunque hoy llueva. Por fuera y por dentro. Hay mucho y muy especial por delante para Pablo durante estos dos años. Y después también. Nos apasiona pensar lo que veremos y oiremos a través de sus ojos y oídos. Y aguardaremos sus whatsapps con ansia, asumiendo que cada vez serán menos frecuentes porque el día no da para tanto. Como aquí se dice, es imposible practicar las tres "S" a la vez en tan sólo veinticuatro horas (Sleeping, Studying, Socializing): dormir, estudiar, socializar.
Cuando Pablo tenía cuatro o cinco años le apasionaban las historietas sobre las obras literarias británicas que su madre le contaba, rememorando sus tiempos de literatura inglesa en la universidad. Un día, emocionado, le dijo a su profesora que él quería ser escritor, como Shakespeare. La profesora le dijo que eso era imposible. No recuerdo haber visto más enojada a Mey cuando el niño nos contó el episodio en casa. Desde entonces tenemos claro nuestro cometido como padres: hacer de nuestros hijos unos daltónicos y unos sordos activistas frente a las líneas rojas que se supone que separan los sueños de la realidad, lo factible de lo imposible.
Hoy Pablo forma parte de la veintena de estudiantes españoles que esparcidos por el mundo han sido seleccionados este año entre muchísimos para hacer comunidad por un mundo unido, en un anti-pasotismo activo. No existen las líneas rojas para los sueños o las utopías. Y si existen, es sólo en las mentes de unos pocos. Habrá que aprender a no distinguirlas y a no oir a quienes adviertan sobre ellas.

NOTA: Iniciamos hace unas semanas el apoyo solidario al proyecto de Yide Bikoue, de nuestros amigos Herminio y Deniz en Camerún. Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario.