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viernes, 12 de octubre de 2018

Quedarse en tierra (parte II)

Después de nuestra aventura bilbaina, el examen es en Sevilla, a novecientos kilómetros. Pero ya hemos aprendido que hay trenes, barcos o aviones que pasan sólo una vez en la vida. Quizás éste del examen en Sevilla es uno de ellos. Miradas de complicidad. Yo no lo veo claro, pero es Mey la que me anima a dar el salto si conseguimos encontrar un sitio agradable donde los niños puedan disfrutar razonablemente estas cuarenta y ocho horas, sin andar encerrados. De nuevo volvemos al trajín, a las prisas, a las idas y venidas. Está claro que nuestra energía tiene que ver con no parar, y cuando toca parar, ya nos buscamos nosotros solitos el no hacerlo. Vamos a la oficina de turismo a preguntar. Allí nos enteramos que existen campings en los que admiten perros pero no niños. El mundo está loco.
Mirando por la ventana del camarote
Seguimos buscando. Finalmente encontramos un precioso camping, cerca de la playa de Gorliz. Y además está a un par de kilómetros de una estación de metro. Reservamos plaza por teléfono, y salimos zumbando para la estación para comprar un billete para ese autobús que quizás sólo pasa una vez en la vida. El tiempo está justillo. Llegamos a Gorliz y montamos en tiempo récord la tienda de campaña. No me convence mucho dejar a Mey con los tres niños sola, aunque sean sólo dos días. Pero siempre hay buena gente dispuesta a echar un cable. Y la pareja de la autocaravana de al lado se vuelcan en apoyarla en lo que haga falta, incluido el calentarle los biberones. De esos días Mey siempre se acordará de la entrañable imagen de ella duchándose con Eva en brazos, y los dos niños en la puerta montando guardia, explicando a todo el que pasaba que estaban cuidando de su mamá.
Me despido, y de nuevo toca correr al metro, para llegar justo para la salida del autobús a Sevilla. Tras un larguísimo viaje al estilo "Ocho apellidos vascos" llego el sábado a Sevilla a las seis de la mañana . Decido ir andando hasta la facultad donde es el examen para despejarme un poco. Pero al llegar me tumbo en el césped ya exhausto. Aún quedan tres horas para el inicio de las pruebas, y un descanso puede ser clave. Me despiertan dos guardas de seguridad, pensando quizás que soy un drogadicto, una persona sin hogar, o que ando de resaca tras una noche de desenfreno. Les explico brevemente la situación y no puedo evitar reírme por dentro a carcajadas. Si yo les contara...
A las diez entro al examen. No recuerdo haber estado más tranquilo. Cuando llevas ya tanto a la espalda, lo relativizas todo. No te aferras tanto al resultado de las cosas, o a que tengan que ser de una u otra forma. Y eso da tranquilidad. Me defiendo "como gato panza arriba" en el examen y de nuevo salgo corriendo para coger el autobús de vuelta tras pillar algo para comer por el camino. Nuevo viaje eterno hacia el norte. Y amanezco en Bilbao el domingo 23. Cojo el metro hacia Gorliz y al salir me encuentro una algarabía impropia de esas horas de la mañana de un domingo. Son las fiestas del pueblo, y las litronas se mezclan con los "Gora ETA", los carteles pidiendo el acercamiento de presos, y los gritos alcoholizados propios de cualquier exceso festivo. Cruzo los dedos para no verme envuelto en ningún altercado. Y por fin llego a la hora de despertar a la prole en su tienda de campaña. Toca recoger, dirigirse al puerto y embarcar a la hora prevista, esta vez ya sin ningún imprevisto. No recuerdo una sensación mayor de placer cuando sueltan el amarre y el buque se adentra en el mar. El resto del viaje es una auténtica gozada. Todo como habíamos previsto.
En el ferry Bilbao-Portsmouth
Respecto al examen, fue un "sí pero no". Sí, porque efectivamente aprobé el examen contra todo pronóstico y a pesar de todo. Y no, porque no conseguí plaza, por falta de puntos en el concurso. A alguno quizás le chirríe. ¿Para qué tanto lío entonces? ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Para qué tanta carrera? Estamos tan acostumbrados a los finales felices de Hollywood, que todo lo que no tenga un final feliz, parece que no tiene sentido. Pero ya hemos aprendido que la vida no va de finales sino de los caminos intermedios. Y todo lo que se vive en ese camino y cómo se vive es lo que verdaderamente da sentido a la vida. Esa experiencia se sumó a otras muchas. Y poco tiempo después aprobé las oposiciones y conseguí plaza. Curiosamente cuando dejé de aferrarme a ello, y cuando casi ni me acordaba. Y de esa forma, algo por lo que me había esforzado tanto, se consiguió cuando dejé de obsesionarme por conseguirlo. De hecho, en su día tomé posesión y pedí la excedencia en el mismo día, y no empecé a ejercer hasta mucho después. Ese final tan esperado debía ceder el protagonismo a otras muchas circunstancias del camino de la vida.
Samuel, hace pocos meses, en su regreso tras un curso en Estados Unidos, estuvo también a punto de quedarse en tierra. Faltaban pocas horas para su llegada, y recibimos su llamada angustiada. Una vez en el avión, y tras varias horas de retraso en la pista de despegue, un problema en una de las turbinas les obligaba a cambiar de nave. Y para entrar en el nuevo avión, al ser menor de edad, debía estar presente la familia que le había acompañado hasta allí horas antes. Ellos se habían marchado al cerrarse las puertas del avión y ya estaban a centenares de kilómetros. Así que peligraba su vuelo a Nueva York, y consiguientemente la conexión hasta Málaga. Pero quizás recordó alguna experiencia familiar de quedarse en tierra. Y no sabemos cómo (porque las autoridades americanas para esto, no suelen ser muy amigables), pero logró movilizar los apoyos y los argumentos necesarios para convencerles de que le dejasen embarcar. Llegó a casa a su hora y sin contratiempo.
Respecto a aquel lejano viaje en ferry, los niños jamás olvidarán el disfrute de los talleres de ciencias o los dinosaurios en los museos londinenses, el embarque del coche en un tren que viaja por debajo del mar, o los castillos visitados por Francia. O sí, quizás lo hayan olvidado. Pero lo que quizás sí les quede grabado en su interior de por vida es la dinámica de movilización y el inconformismo necesarios cuando uno va a quedarse en tierra. Da igual que sea para un viaje, para un examen, para una lucha por la salud, o para alcanzar un sueño. A veces el quedarse en tierra es el mayor acicate para luchar contra unos límites que no existen, y sólo están en nuestra cabeza.


NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:

domingo, 7 de octubre de 2018

Quedarse en tierra (parte I)

Jueves, 20 de julio de 2006. Con el coche cargado hasta arriba de maletas, utensilios, sacos de dormir y la tienda de campaña, aguardamos con la máxima ilusión nuestro turno en la cola de vehículos. El largo viaje hasta Bilbao desde tierras jiennenses se ha hecho corto. Quizás pensando en lo que nos aguarda. Quizás porque el recorrido hasta ahora no ha podido ser más divertido para los niños: parque de atracciones en Madrid con Luis y María, y días de campo en la sierra de Ávila con Dolores y Miguel Ángel. Aún son pequeños para desplazamientos tan prolongados, y es bueno dosificar las etapas para minimizar las quejas. A pesar de ello, contamos con el desacuerdo de los abuelos, que no entienden un viaje de tantos kilómetros con una niña de ocho meses, y dos "enanos" de cuatro y cinco años. Pero nosotros sentimos que es bueno un cambio de tercio entre tanto pañal, tanto biberón y tanto pediatra. En el fondo lo vivimos como un viaje iniciático, una forma de celebrar que la familia está por fin completa. Y este viaje es la forma de celebrarlo, introduciéndoles de lleno en lo que constituirá probablemente una constante en sus vidas: viajar, conocer mundo, abrirse a nuevas gentes, y desenvolverse en lo desconocido.
A las puertas del Guggenheim de Bilbao
Poco nos imaginamos, mientras bromeamos en el coche antes de ser engullidos hasta la tripa de aquel inmenso ferry, que todos nuestros planes se van a ir por la borda. Nunca mejor dicho. Y todo por la burocracia. Resulta que ha habido un cambio legal, y aunque nos insistieron que con el libro de familia numerosa era suficiente para que nos dejaran entrar en Inglaterra, al llegar al puerto de Portsmouth, los numerosos incidentes con niños de parejas separadas, ha obligado a endurecer los requisitos, y ya no pueden dejar pasar a los niños sin su correspondiente pasaporte individual. El pulso se acelera. Pero no tanto como la preocupación. Todo el viaje está milimétricamente diseñado: Bilbao-Portsmouth; pasaríamos unos días con Pete y Nuria en Londres; luego cruzaríamos el Canal de la Mancha en el tren del Eurotúnel, y desde allí iríamos recorriendo Francia hacia la granja de la bisabuela en el sur, parando unos días en una casa alquilada no muy lejos del precioso Mont Sant Michel. Pero a veces no todo se puede planificar tanto. Y este guardia de fronteras está aquí para recordárnoslo. No nos puede dejar pasar. Y con ello vemos volar todo nuestro viaje de ensueño y todas las reservas ya pagadas.
La imagen del ferry saliendo del puerto de Bilbao con decenas de manos despidiéndose desde cubierta nunca se me olvidará. Tampoco la sensación de absurdo, de "metedura de pata" y de incertidumbre. "Papá, ¿no nos íbamos a subir a ese barco?" "¿Y por qué no podemos subir?" "¿Y cuando nos subimos?".
Mey y yo nos miramos, resoplamos y nos ponemos en marcha. El panorama no está como para derrotismos. La niña "berrea" cada dos por tres reclamando su pecho, y los otros dos juguetean y vociferan sin parar en los asientos traseros llenos de nervios y energía por descargar. Para colmo, Bilbao sufre una ola de calor como no se recuerda otra. Menos mal que vamos estrenando navegador y algo nos podrá guiar en este embrollo en el que nos hemos metido. Buscamos dónde está la comisaría más cercana.
El tráfico está horrible. Las calles me parecen un laberinto. Y el aparcamiento es un imposible. No sé cómo, pero una hora después logramos cruzar la puerta de la comisaría y nos aproximamos a la ventanilla de pasaportes. Allí les explicamos nuestra desesperada situación. La chica se apiada de nosotros, ante los insistentes lloros y diarrea de Eva, y el follón que están liando Pablo y Samuel enzarzados en sus juegos. Pero su jefa no parece estar por la labor, a juzgar por la rotundidad con la que desde la distancia, vemos moverse su dedo índice, indicando un "no" tajante. Tras unos minutos de negociación sale con la receta mágica. Si le traemos el libro de familia original, haciendo una excepción en cuanto a las citas previstas, nos podría expedir tres pasaportes provisionales con los que retomar el viaje. A simple vista sencillo. Pero el libro de familia está en un cajón perdido de nuestra casa en Linares, a 700 kilómetros. Llamamos a nuestra vecina Marga y le encargamos la misión con la llave de casa que siempre tiene. Tras no poco esfuerzo, lo encuentra y acordamos el envío por mensajería para la mañana siguiente. Como los lloros de Eva no cesan, decidimos llevarla a urgencias por miedo a que pueda deshidratarse con tanto calor. Afortunadamente no es nada grave. Luego toca buscar un sitio donde dormir. Un hotel barato en un polígono industrial perdido nos sirve. No estamos para grandes alardes ya.
Toca madrugar el viernes. Hay que ir a recoger el libro de familia a la central de la mensajería. No hay contratiempos y con el libro en la mano nos dirigimos de nuevo a la comisaría agarrados a la tabla de salvación de nuestro navegador. Lo prometido es deuda, y los pasaportes son expedidos sin dilación. Pero aún toca lo más difícil: conseguir un nuevo pasaje para los cinco y nuestro coche en el próximo ferry. Sólo zarpan dos barcos a la semana: los jueves y los domingos. De nuevo nuestra pantallita mágica nos guía hasta la central de la naviera. Allí nos dan un nuevo susto: si hemos perdido el ferry por un tema de pasaportes la culpa es nuestra. Si queremos embarcar el domingo toca comprar nuevos billetes. Esa opción nos resulta inviable. Nuestra economía no está para tanta juerga. Sin embargo, dejan un resquicio abierto. Por una cuestión de salud acreditada, se entiende justificada la pérdida del ferry, y cabría expedir nuevos pasajes sin coste. Toca de nuevo ir a urgencias a pedir un certificado de la atención a Eva del día anterior. No hay mal que por bien no venga. Aquellos lloros, aquellas diarreas, y aquella preocupación del día anterior por nuestro bebé, nos abren la puerta a un nuevo pasaje, que por fin tenemos en nuestras manos, cerca ya del mediodía, y tras infinitas idas y venidas con tres niños de la mano.
Respiramos aliviados. Aunque con tres días de retraso, nuestro viaje proseguirá el domingo. De repente recuerdo que mañana era mi examen de oposiciones. Y a Mey se le pasa por la cabeza una locura: ¿y si este retraso tan rocambolesco tiene algo que ver con aquellas oposiciones a las que estaba apuntado y a las que finalmente decidí no asistir cuando coincidió con el ferry a Portsmouth? ¿Y si resulta que todo este lío tiene sentido por eso? ¿Y si es que a lo mejor debo presentarme al examen, ahora que tenemos dos días por delante hasta que nuestro barco zarpe de nuevo? ¡Menuda locura! (CONTINUARÁ)

NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
Nos encanta la solidaridad. Pero también la transparencia. No se trata de dar con los ojos cerrados. Sino de dar bien, y a quien lo necesita. Por eso siempre lo hacemos con personas que están directamente involucradas en los proyectos. Como nuestro querido amigo Herminio y su proyecto personal en Camerún Yide Bikoue. Y por eso preferimos el "tú a tú", las pequeñas donaciones de cantidades insignificantes para nosotr@s, pero importantes cuando nos juntamos muchos. Aquí tenéis la historia del proyecto de Herminio: http://familiade3hijos.blogspot.com/2018/04/yide-bikoue.html
Con él hemos colaborado en los últimos meses con un total de 645 dólares, que van directamente y sin intermediarios a paliar las necesidades de los 28 niños que tienen acogidos en su casa. En concreto para material escolar. Aquí tenéis el detalle de las facturas con las que colaboramos con otras entidades:
https://drive.google.com/file/d/1gvtHyQZtccHnGYg9MiDuRu0VngQ0z7UW/view?usp=sharing

¿Cómo lo hacemos? Mediante dos vías fundamentales:
1.-A través del grupo de Teaming Ecosolidarios, en el que un grupor de personas aportamos simplemente 1€ al mes que va destinado íntegramente a las causas solidarias que escogemos, como ésta de Herminio. Por si queréis uniros:
https://www.teaming.net/ecosolidarios1-3

2.-A través de nuestro Patreon Solidario familiar, en el que compartimos lo que escribimos en abierto, pero también cosas exclusivas y más íntimas (audios, vídeos, etc) en exclusiva para quienes colaboráis solidariamente en proyectos como éste:
https://www.patreon.com/familiade3hijos


En definitiva: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS