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lunes, 19 de noviembre de 2018

Poca vista

Ese no era el guión previsto. La idea era un domingo lluvioso, "mantita" y "peli" en familia, todos acurrucados en el sofá. Pero no. El guión fue otro. Ayer tocó salir corriendo para urgencias a Málaga bajo un soberbio aguacero, y cruzar los dedos para que no fuera la cosa a mayores.
Todo comenzó el sábado. Empecé a ver destellos, moscas y gusanillos voladores. Cuando contemplaba el cielo, una enorme nube de polvo en suspensión lo cubría todo, con millones de granitos que me rodeaban, sin que pudiera tocar ninguno cuando acercaba las manos. Juro que no había consumido alcohol, drogas ni nada parecido. Pero mis ojos me ofrecían un panorama visual de alucinación absoluta. No pude evitar pensar cuántas de las cosas que consideramos reales e inamovibles en nuestra vida son en realidad creaciones de nuestra mente o de nuestros sentidos. Me di unas horas para ver si aquellas visiones desaparecían. Pero viendo que no, llamé a las urgencias de la clínica que me operó el ojo en Barcelona, para pedir consejo. Me dijeron que fuera "zumbando" para urgencias. Y eso fue lo que hicimos, a pesar del guión hogareño que habíamos planificado.
El chaparrón debió disuadir a muchas personas de acudir a las únicas urgencias oftalmológicas de la provincia, porque fuimos atendidos de inmediato. Y de nuevo se rompió el guión. Mi ojo izquierdo siempre había estado dañado. Desde pequeño sólo había visto luces y sombras, y por eso entendí que había pasado el calvario que me había tocado pasar con él hace años. Pero mi ojo derecho siempre ha sido un súper-ojo. Siempre fue el más aplicado. Con su 125% de agudeza visual me había prestado el mejor de los servicios posibles. Y lo había aprovechado al máximo. Ya tenía un poco de miopía y astigmatismo, pero eso es normal a mi edad. Nada relevante que hiciera presagiar un susto como el que durante meses nos dio el otro. Ese era el guión. Y también me lo comí con patatas.
Aquel médico de guardia, un domingo lluvioso cualquiera, en aquellas urgencias solitarias, lo tenía claro: "desgarro operculado a las seis, de mediano tamaño". Eso significaba aplicar láser de inmediato y con la máxima urgencia en mi ojo bueno. Ese que había facilitado a mi cerebro todas las imágenes desde mi más tierna infancia. De no hacerlo, existía peligro de desprendimiento de retina, y eso ya sí eran palabras mayores. Significaba operación en toda regla con anestesia y posible pérdida de la visión para siempre. Mey y yo nos miramos. El semblante nos cambió de inmediato. Ya sí tocaba "ocuparse". La vida nos ha enseñado a no "pre-ocuparnos" antes de tiempo. A no derrochar energía en un absurdo rumiar mental, que no hace sino desgastarnos. Y por eso habíamos llegado tranquilos, relajados y pensando que sería un simple trámite. Nos dirían que era algo pasajero, nos darían unas gotas para el ojo, y en pocos días aquellas extrañas visiones desaparecían. Pero no. El momento adecuado había llegado. Tocaba ponerse manos a la obra, y desplegar toda la energía que aquel anuncio suponía. En dos minutos le contamos nuestra aventura con el otro ojo: aquel primer contacto con Barcelona, la operación y la hemorragia consiguiente, la segunda operación con la extirpación del cristalino, y la posterior terapia visual. Creo que aquella odisea que contamos apabulló a aquel joven doctor. Y nos dio la coartada, sin que se sintiera ofendido, para hacer sobre la marcha la llamada del comodín a Barcelona, para ver qué opinaban sobre su diagnóstico. Mientras, él haría algunas gestiones si decidíamos ir adelante. Barcelona no lo dudó. Un viaje en avión, un traqueteo mayor del habitual, o unas horas de más podrían desencadenar el temido desprendimiento de retina. Debíamos aceptar el ofrecimiento del láser. Y así lo hicimos.
No sé si es una práctica habitual. No sé si se debió a la epopeya del otro ojo que le narramos. No sé si fue porque estaba afectado mi único ojo sano. O no sé si es que empezó a romperse la barrera médico-paciente y se abrió la puerta de la relación humana. Pero lo cierto es que en veinte minutos se presentaba allí, un domingo lluvioso por la tarde, nada menos que el jefe de oftalmología para aplicarme con apremio el láser verde de argón. Me dijo que si estaba dispuesto a colaborar. Como para mostrarme dubitativo estaba la cosa... "Sí", le contesté con rotundidad. Mi respuesta me ahorró la anestesia y un cono incomodísimo que te introducen en el ojo en estas ocasiones. Pero los cuarenta o cincuenta impactos de láser no me los quitaba nadie. Y ésa es una sensación desagradable, la verdad. No es dolor físico, pero sí lo es a la vez. Sientes los nervios oculares. Sientes que el ojo reacciona de forma refleja ante aquel impacto cegador de luz verde repetido sin cesar. Sientes que el ojo quiere parpadear y lucha contra la orden de que no te muevas ni un milímetro. Aquella orgía de luz y color, unida a las fantasías visuales desde el sábado, me habían dado un guión que ya quisiera Stanley Kubrick.
La vida trae días como el de ayer: imprevisto, súbito, accidentado, inquietante, alarmante... Por eso toca prepararse el resto de los días en que no hay enfermedad, no hay preocupaciones, no hay muerte. Y por eso, por la noche, antes de meternos en la cama, Mey y yo pensábamos lo mismo y decidimos hablarlo en voz alta. Es el tercer aviso de mis ojos. De ambos. Tarde o temprano tocará, quizás, afrontar una ceguera. Ojalá que sea dentro de treinta o cuarenta años. Ojalá que no ocurra nunca. Pero mientras, no está de más ir preparándose. Esta mañana, tras nuestra petición, nuestro querido Ángel, desde Lleida, nos abría las puertas de un nuevo mundo: el del braille y el de tantas aplicaciones que hoy día existen para las personas invidentes. Toca ocuparse, sin preocuparse. Toca adentrarse en un nuevo mundo y aprender. Y si al final no me toca, seguro que el camino habrá valido la pena. Como siempre.

PD1: Como sé que sois muchos los que os preocupáis, he escrito esto con permiso médico, porque debo hacer vida normal, incluido leer y trabajar al ordenador. Lo único es que debo evitar esfuerzos físicos y levantar peso hasta confirmar en unos días que todo ha cicatrizado bien y la hemorragia se ha disipado.
PD 2: Para quienes queráis conocer la aventura del otro ojo, os compartimos lo que escribimos en su día al respecto:



NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
https://www.patreon.com/posts/damos-cuenta-de-21934667
Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM

miércoles, 24 de febrero de 2016

Ojos de niño

Tras el susto inicial, y la primera y segunda operación, esta nueva etapa me parecía una oportunidad  para "sacar nota" y seguir aprendiendo por el camino. Comenté el hallazgo sobre la visión 3D con mi amiga Alicia. Años atrás ella había diagnosticado y trabajado con mi segundo hijo en una hipersensibilidad auditiva. De no habernos topado con ella, todos apostaban que sería un niño de fracaso escolar. Trabajó con él con ejercicios físicos muy sencillos, oyendo unos CDs que corregían su distorsionada audiometría y sin medicación alguna. Se trataba de corregir algunas gamas de sonidos que le saturaban y otras que no llegaba a escuchar. En tres meses se había obrado el milagro. Nuestros amigos no se lo creían. Incluso sus hábitos alimenticios habían mejorado . Hoy es un estudiante brillante y toca el piano maravillosamente. Varios amigos y conocidos han llevado a sus hijos con Alicia en casos de déficits de atención, autismos y problemas sensoriales diversos. Los resultados habían sido sorprendentes. Aunque yo no fuera un niño, quizás ella podría orientarme respecto a mi ojo.
Le expuse mi trayectoria ocular a Alicia por e-mail, y aunque era pleno verano y ella se iba de vacaciones, nos las “apañamos” para vernos un domingo en Madrid. Me transmitió que mi caso era “de los que crean escuela”. Ella no es experta en optometría, pero conoce perfectamente el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. Me aconsejó trabajar las conexiones neuronales sobre las que posteriormente podría construir el optomestrista. Nada de medicación. Tan sólo ejercicios infantiles. Y tanto. Si no fuera por el milagro que había visto en mi hijo, quizás no le habría hecho ni caso. Lo digo porque se trataba de hacer ejercicios en un columpio, succiones con un “chupete” gigante, y ejercicios de rodamientos y giros en el suelo. Cualquiera que me hubiera visto, se habría desternillado de risa. Pero en el fondo se trataba de estimular partes y reflejos de mi cerebro que no se habían activado correctamente en su momento, a edades muy tempranas.
Ese "hacerme niño" de nuevo trajo sorpresas. En menos de un mes, y durante uno de mis ejercicios de estimulación neurológica en el columpio que instalamos en el sótano de casa, empezó a aparecer casi inesperadamente (si no fuera por mis ganas) una segunda imagen en mi visión. Me resultó muy extraño. En el momento en que fijaba la mirada en un objeto y me concentraba, veía junto a la imagen habitual una segunda imagen en la parte superior derecha de mi campo de visión. Entendía que ése era el indicio que necesitaba. Mi cerebro empezaba a gestionar la información de los dos ojos por primera vez en mi vida.
Empecé a indagar a la busca y captura de un optometrista de la reciente tendencia de Susan Berry. No fue tarea fácil. Pero localicé una línea de trabajo denominada Terapia Comportamental, y localicé a Salvador, un joven optometrista que había renunciado a una carrera de éxito en Madrid y Barcelona para atender consultas en su pueblo, Andújar. Para allá que nos fuimos. No creo que fueran muchos adultos a esa consulta, donde todo eran "cacharros" para jugar y estimular el cerebro a través de la visión. Disfruté de lo lindo, y su diagnóstico fue claro. Mi ojo estaba muy "tocado" físicamente tanto por su enorme miopía, como por las dos operaciones. Pero a nivel neurológico, la respuesta cerebral era sorprendentemente buena y alentadora. Sin embargo, mi estrabismo vertical, muy inusual, le impedía ponerse a trabajar conmigo desde ese momento. Era el primer problema a abordar y él carecía del aparato adecuado para ello. Me remitió a Mª Jesús, en Navarra, probablemente una de las mejores optometristas de España, con una enorme reputación tras sus estudios en Estados Unidos. El viaje era interminable desde Málaga, pero tampoco debía dejar pasar este tren.
Ambos especialistas se pusieron en contacto, y el interés médico de mi caso aceleró mi cita con ella, a pesar de las largas listas de espera. No he visto nunca una profesional de ese calibre. Impresionante cómo conocía los secretos más escondidos de la respuesta ocular, y cómo aplicaba las más variadas técnicas para estimula mi cerebro: cordón de Brock, prisma de Fresnel, sacádicos, cartas de Hart, flippers, ...Términos que hasta entonces me sonaban a "chino" empezaron a ser habituales para mí. Me tuve que "poner las pilas" en el aprendizaje de la jerga médica y en el estudio de mi cerebro. Y con gusto me dejé usar como "conejillo de Indias" ante sus estudiantes en prácticas, alucinados con mi caso.
Recuerdo especialmente un momento mágico para mí. A través del sinoptóforo, se ofrecía a cada ojo una imagen diferente pero complementaria de la otra, y mediante unas palancas, cada imagen hacía trabajar a cada ojo por separado con la intención de corregir el estrabismo. Fueron horas extenuantes donde notaba, incluso físicamente, la zona del cerebro que estaba trabajando en cada momento. De repente, Mª Jesús levantó las manos de las palancas, y aunque las dos imágenes se encontraban alejadas una de la otra, percibí con toda nitidez cómo mi cerebro las acercaba lentamente hasta fusionarlas. ¡Se me saltaban las lágrimas de la emoción! Imposible visualizar de una forma más clara, evidente y científica el potencial que atesoramos en nuestro interior.
Viendo mi motivación, y dada la lejanía, se decidió que era imposible acudir semanalmente a terapia, como era lo habitual. Así que me pusieron unos deberes intensísimos para trabajar en casa. Puse todo mi empeño en ellos. Eso incluía más de una hora diaria con todo tipo de dispositivos y ejercicios que me habían prestado. La progresión y los resultados durante esas semanas fueron tan insólitos, que en una de las revisiones con mi cirujano, se sorprendió del enorme avance de mi agudeza visual de una revisión a otra. Le dije que probablemente se debía a la terapia visual que él me había desaconsejado pocas semanas antes. Ahí descubrí que los oftalmólogos y los optometristas se llevan a veces tan regular como los traumatólogos y los fisioterapeutas. Si te rompes una pierna, el primero te rehace el hueso. Pero nunca está de más que el segundo te ayude a restablecer la funcionalidad. Con esto pasaba lo mismo. Pero mejor era atribuirlo a un despertar espontáneo del cerebro o a la casualidad. Yo me reía por dentro. Le debía mucho a ese cirujano.
Tras dos o tres visitas a Navarra, mi avance rozaba lo prodigioso. Pero el coste económico y en tiempo era inasumible para nosotros. Así que me lancé al triple salto mortal. Le propuse a Mª Jesús si estaría dispuesta a dirigir mi terapia a distancia, en el caso de que yo fuera capaz de localizar un sinoptóforo cerca de casa. Creo que asintió pensando que mi atrevimiento resultaba utópico, dados los pocos aparatos que existen en España. Al día siguiente estaba escribiéndole a las principales universidades andaluzas con departamento de óptica. Mi motivación y convicción me abrieron las puertas de la de Granada, cuyo Director de Departamento me derivaba a la profesora del área de terapia. A la semana siguiente nos veíamos en persona.
El encuentro no resultó como me lo imaginé. Mª Angustias me transmitió sus reticencias respecto a lo que le planteaba. Ella era de la corriente de los períodos críticos, y no pensaba que superados los 3 años de edad se pudieran hacer progresos encaminados a la visión 3D. Además existía el peligro de la diplopia (ver doble). Pero mi determinación la acabaron de convencer. El viernes siguiente iniciaba sesión en Granada, a tan sólo una hora de casa, bajo su batuta y como "cobaya" para Clara, una de las alumnas de su máster de Optometría.
Los meses siguientes fueron agotadores, con esta tarea añadida a las que ya tenía como padre, funcionario y algunas cosas más. Durante la semana ejercitándome en casa con los ejercicios que me ponían en Granada, coordinados desde Navarra, y cada viernes a los mandos del sinoptóforo granadino.
Clara obtuvo un sobresaliente con su trabajo de máster. Ella, Mª Angustias y yo nos hicimos amigos, e incluso hemos seguido colaborando en cuestiones de voluntariado. Mi ojo "malo" tiene una agudeza visual impensable aquel día que estuve a punto de perderlo. Si algo le pasara a mi otro ojo, ya con éste podría incluso conducir sin problema. Simplemente milagroso. La terapia ya se ha hecho innecesaria. Quizás debería seguir practicando de vez en cuando, pero para aspirar a una visión 3D completa habría que entrar en quirófano de nuevo, y mi ojo no está para muchos "tutes".
Un serio problema de salud, una pequeña gran crisis en mi vida, se había convertido en el mejor camino para el crecimiento personal y para pasar a una nueva dimensión en mi vida. Mejorar la visión de mi ojo trascendía lo meramente físico y me animaba a abrir los ojos en otras partes cruciales de la vida. Me había dado cuenta que cada día que pasa, sea como sea, somos capaces de encontrarnos mejor, o de que nuestros problemas desaparezcan. Descubrí que podemos ser capaces de re-aprender y descubrir cosas sorprendentes de nosotros mismos. De que en los sustos grandes de la vida uno puede adoptar una actitud miedosa, retraída y victimista ante el problema en ciernes, o puede verlo como una enseñanza, como una oportunidad, o como una ocasión para el combate. Que no existe la casualidad, tan sólo la caUsalidad, y que las cosas no suceden porque sí, sino que tienen un hilo que nosotros desarrollamos sin darnos cuenta, a través de la energía que nos rodea. He descubierto que dar gracias sinceras, y sin buscar una contraprestación es una forma magnífica de sintonizar con la Vida, y con todo lo que nos rodea. También he aprendido que cuanto más buscamos de forma activa algo, más nos suele rehuir: el desapego crea un estado energético muy favorable para la consecución de nuestros logros. He descubierto también que en el ámbito de la Medicina, como en otros muchos, el conformismo con la línea imperante suele ser el peor consejero: a veces pasan oportunidades por nuestra vida que debemos ser capaces de identificar y aprovechar. Y durante ese año y medio  volví a hacerme "niño" y a re-aprender lo que es aquí y allí, cerca y lejos... buen momento de re-aprender el resto de lecciones de la vida. Y como mi objetivo no era conseguir una visión 3D o binocular, sino aprender y disfrutar durante el camino, ahí sigo. Y el camino continúa, continúa y continúa.