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viernes, 22 de septiembre de 2023

El que más lo necesita

"Al que tiene, se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aun lo que tiene, se le quitará". Si hay un mensaje aparentemente contradictorio con el mensaje del libro que lo alberga es éste, recogido en el Nuevo Testamento, en Mateo 25:29. ¿Cómo? ¿Que a los ricos y opulentos todavía se les dará más, y a los pobres, hasta lo poquísimo que tienen, se les quitará? No suena muy "católico" ese mensaje...¿Cómo va a ser eso? ¿Cómo se va a ensalzar a los ricos y se va a hundir a los pobres? Con razón, cada vez que toca leer la parábola de los talentos, en muchos púlpitos se suele pasar de puntillas por esa frase, o se hacen piruetas dialécticas para no evidenciar esa aparente incoherencia, ese aparente desliz de quien escribió o tradujo al latín el texto. Pero no. No hay error. No hay desliz. La frase es así. Y en ella se encierra un potente mensaje que está en el centro de buena parte de lo que nos está sucediendo como Humanidad.

Geralt en Pixabay

Ese mismo concepto ha coincidido que se ha repetido hasta la saciedad en los últimos meses en distintas conversaciones que hemos tenido con familiares y amigos. Era como una llamada a prestar más atención a este asunto. Siempre la dinámica era similar: justificar actitudes o tratamientos discriminatorios en favor de alguien "porque es quien más lo necesita". Y esa decisión tenía consecuencias claras en cuanto a un tratamiento desigual a nivel económico, de dedicación o de cualquier otra índole. Pero ¿quién reparte los certificados de necesidad? ¿Estamos seguros de que el otro necesita lo que le damos? ¿No estaremos perpetuando su sensación de carencia y sus quejas victimistas? ¿No estaremos siendo paternalistas y sobreprotegiendo, en vez de ayudar a dar alas a quien pretendemos ayudar? ¿Qué significa "tener" o "no tener" en realidad para la VIDA con mayúsculas? Justo de eso va la frase de Mateo 25:29.

Pexels en Pixabay
En un mundo tan materialista como el que vivimos, se nos está tratando de convencer por todas las vías posibles de que somos exclusivamente cuerpo y mente. De que lo importante es ser conscientes de la forma, de las cosas y de lo que sucede. Como si esa fuese la única realidad. Pero puede que no sea así. Este verano hemos pasado horas en Peponi contemplando el cielo en la oscuridad de la noche. Era imposible no sentirse sobrecogido ante la inmensidad del espacio y los millones de estrellas que alberga. ¿Cómo no sentir una especie de reverencia ante el misterio incomprensible que contemplábamos, ante nuestra pequeñez dentro de tanta inmensidad? Especialmente cuando llega un momento en que renuncias a identificar esta o aquella estrella, este o aquel planeta... Y en lugar de tratar de explicar, nombrar o señalar esos objetos en el espacio, tomas conciencia de la profundidad infinita del espacio mismo. Llegado ese punto, la cercanía con el éxtasis es casi total, y no se produce por el número de estrellas, planetas, o galaxias que intuyes, sino por la profundidad misma que los alberga a todos. De este modo, cuando tenemos conciencia del espacio, realmente no tenemos conciencia de nada, salvo de la conciencia misma, del espacio interior que todos albergamos en nuestro interior. Es como si se evidenciara que hay algo dentro de nosotros que tiene total afinidad con el espacio. Eckart Tolle lo expresa de este modo: "Cuando el ojo no encuentra nada para ver, la nada se percibe como espacio. Cuando el oído no encuentra nada para oír, el vacío se percibe como quietud. Cuando los sentidos diseñados para percibir la forma se tropiezan con la ausencia de la forma, la conciencia informe que está detrás de la percepción y de la cual emana toda percepción, toda experiencia posible, ya no se oculta detrás de la forma. Cuando contemplamos la profundidad inconmensurable del espacio o escuchamos el silencio en las primeras horas del amanecer, algo resuena dentro de nosotros como en una especie de reconocimiento. Entonces sentimos que la vasta profundidad del espacio es nuestra propia profundidad y reconocemos que esa quietud maravillosa es nuestra más profunda esencia, más profunda que cualquiera de las cosas que conforman el contenido de nuestra vida"

Pexels en Pixabay
No ser conscientes de ello supone anular en la práctica nuestro componente espiritual y trascendente como seres humanos. Y desde esa perspectiva, se nos hace creer que cuanto más consumamos, más bienes acumulemos, más reconocimiento, fama o poder busquemos, y más nos centremos en nuestro "bien-estar", más felices seremos. Es el culto al "ESTAR", al componente perecedero y mortal que somos. De ahí que, cuando sucede algo como la pandemia, que nos recuerda que ese componente tiene fecha de caducidad, todos salgan corriendo a hacer lo que se les diga, por muy absurdo que sea, para que ese "ESTAR" en este mundo se prolongue sea como sea. Pero ¿y el componente del "SER"? ¿Y ese otro componente imperecedero e inmortal que atesoramos, esa profundidad interior que todos albergamos? ¿Tan olvidada la tenemos?

Esa carcasa que todos somos acabará. ¡Asumámoslo! ¡Aceptémoslo! Tarde o temprano todos dejaremos de ESTAR aquí. Y todo ese esfuerzo por buscar placeres, riquezas y "cosas" de lo más variopintas no habrá servido para nada. Se esfumará entonces toda esa NECESIDAD de tantas y tantas cosas o experiencias, que nos hacen tan dependientes de lo que digan la publicidad, el instagram, nuestros familiares y amigos, o el gobernante de turno. Será ahí cuando quizás nos daremos cuenta de que si no hemos cultivado nuestra parte imperecedera, ese SER que somos, nos vamos a sentir muy vacíos.

El "SER" es el que te conecta con todo. Por eso el espacio que alberga las estrellas y los planetas conecta tan bien con el espacio interior que alberga nuestro SER. Es el que te hace no sólo ver a Dios en todo lo que existe, sino ver todo lo que existe con los ojos de Dios. Es el que te hace sentirte UNO con la realidad que nos rodea. Y para el SER no hacen falta muchas cosas materiales, no hace falta tanta "forma", tanta cosa, tanto acumular ni tanta "parafernalia". Así, las necesidades se diluyen. Casi sobra todo. Es lo que decía San Francisco de Asís: "Necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco". Pero por desgracia, vivimos en la cara opuesta de esa realidad.

Por eso, podemos llegar a perjudicar a quienes queremos ayudar, si con nuestro apoyo, acaban necesitando muchas cosas, y todas esas cosas las necesitan mucho. Ese parece ser el mal de nuestro tiempo. Necesitar, desear y anhelar más y más, pensando que con ello vamos a ESTAR bien, pero olvidando que eso poco va a ayudar a nuestro SER. 

Renan_Brun en Pixabay
Este post no es una apología en contra de la solidaridad o en contra de la ayuda mutua o el apoyo al prójimo. Ni mucho menos. Todo lo contrario. Es una llamada para que nos ayudemos a ser mejores, enriqueciendo nuestra consciencia de lo que no tiene forma, y para que no nos conformemos con ayudarnos a estar mejor con lo pasajero, con la forma o con lo que nos esclaviza. Es una invitación a preguntarnos qué nos hace mejores, aunque precisamente por eso salga poco en la televisión o lo practique poca gente. Un cortometraje y un documental que veíamos hace poco ponía justo "el dedo en la llaga": ¿el tener más y más cosas y comodidades, el ser más independientes de los demás, realmente está enriqueciendo nuestro SER, nos está haciendo ser más felices? ¿O realmente cada vez nos sentimos más vacíos, quizás precisamente por esa búsqueda desaforada de confort, de bienes y de independencia de los demás? 

Por eso, tantos y tantos sabios, tantos gigantes del pensamiento y de la espiritualidad han apuntado en la misma dirección, que se podría resumir en la frase: "¡Qué poco se necesita para sentir la felicidad!". Quizás porque descubrieron que las cosas o "lo que pasa" no dan la felicidad, aunque lo parezca de inicio. Por el contrario, las pequeñas cosas, lo poco, lo más sencillo, ocupan poca forma, y con ello se deja espacio para el espacio interior, y para la conciencia no condicionada, que es de la que emana la verdadera felicidad, la alegría de SER, la sensación de estar llenos, y de no parar de recibir de la vida. El siguiente paso es inevitable: una creciente oleada de gratitud, que acaba atrayendo más y más a esa vida ya plena y llena de sentido. 

Al que tiene su SER pleno, al que es consciente del espacio sin forma, al que se siente feliz con lo que la vida le da, tiene con ello mucho, muchísimo. Y "se le dará y le sobrará". Pero al que ignora a su SER, centrándose en el ESTAR, quejándose de la vida, anhelando y necesitando siempre más y más, aunque puede haber acumulado mucho en lo material y en la forma, tiene poco, poquísimo. Y "aún lo que tiene, se le quitará". Y donde se constata con mayor fuerza todo esto es ante el espejo de la muerte: el que ha estado obsesionado con acumular cosas y caprichos, poco se va a poder llevar "al otro barrio", la verdad; mientras que quien está lleno de su SER, tendrá sus alforjas preparadas para lo que tenga que venir. 

Todo esto no lo decimos nosotros. Ni mucho menos. Aunque cada vez tenemos más claro que debe funcionar así. Sólo hay que observar cómo viven la vida quienes nos rodean, y cómo abandonan este mundo cuando les llega su hora.


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domingo, 13 de febrero de 2022

Obediencia sin con(s)ciencia (parte II)

La decisión estaba tomada. Mi posicionamiento era claro. Lo había expresado públicamente. Ya no había marcha atrás. Y mi conciencia estaba en calma. Esa era "la prueba del algodón". Esa que te dice que has obrado conforme a los principios de lo correcto o lo incorrecto. Pero algo no iba bien. Se sucedían los días, y aquel nudo en el pecho continuaba. Sentía que me habían faltado al respeto. Que había sido humillado públicamente y de forma injusta, precisamente por cumplir mis obligaciones. Que todo el personal del edificio estaría comentando lo que había sucedido. Y que me había quedado solo ante el abismo.

Bessi en Pixabay
Si mi decisión había sido la correcta, ¿por qué esos sentimientos? ¿Por qué me sentía víctima de una "encerrona" o de lo que injustamente me habían "liado"? ¿Por qué estaba tan dolorido y ofendido? ¿Por qué, en mi fuero interno, reprochaba al resto de compañeros jefes que no se hubieran rebelado también y me sentía inclinado a castigarles con mi enfado o mi indiferencia?¿Por qué percibía con tanta fuerza que había una conversación pendiente con quienes me habían ofendido? ¿Por qué incluso llegué a poner por escrito los argumentos de lo que les tendría que decir tarde o temprano?

Dejé pasar los días. Cuando hay tantas fuerzas pululando por nuestro interior, es mejor que todo se asiente. No tomar decisiones en caliente. No mudarse en plena tormenta. Y en un paseo por la playa vi la luz con Mey, mi mujer. Lo vi claro. Y su perspectiva coincidía con la de un buen amigo, que me había insinuado algo parecido. Siendo personas tan diferentes, había que indagar por ahí.

Nos gustaría ejercer nuestra libertad. Optar por lo correcto. Actuar en conciencia. Y desobedecer, cuando esa conciencia nos dice que no es admisible algo así. Pero a la vez, nos gustaría que nos dieran la razón por esa desobediencia. Que nos dieran una palmadita en la espalda por la valentía de encarar lo injusto. Que se disculparan. Y por qué no, ya que estamos: poder salir a hombros, entre vítores, de la oficina. A fin de cuentas, ese es el papel de nuestro ego. Para eso está. La clave radica en si estamos dispuestos a identificarnos con él, o si somos mucho más que nuestro ego.

En el fondo, dentro de cada uno de nosotr@s, habita un niño o una niña. Seguimos necesitando que nos quieran, nos valoren o nos presten atención, como cuando éramos pequeños. Y por eso somos obedientes a las órdenes que nos dan. Sean del gobierno, de nuestro jefe, de los medios de comunicación, de la OMS, o de nuestro círculo de amigos y familiares. Pero a veces nos toca crecer. Y darnos cuenta que esas órdenes son injustas, absurdas o dañinas. Y cruzamos la peligrosa frontera de lo que se espera de nosotros, y nos rebelamos. Pero como seguimos siendo niños, esperamos que nos sigan queriendo, valorando o prestando atención. Y a quienes dan esas órdenes o consignas ya les hacemos menos gracia por nuestra osadía. Vamos, lo previsible. Y entonces nos toca trabajárnoslo. Porque si no lo hacemos, esa sensación de insatisfacción y desequilibrio por haber hecho lo correcto, pero recibir "palos" por ello, nos puede amargar la existencia.

Lukas_Rychvalsky en Pixabay
Está bien no tener miedo de defender lo justo. Está bien seguir nuestra conciencia. Pero, ¿estamos preparados para ser tachados de malos, irresponsables o insolidarios por ello? ¿Estamos dispuestos a no caer bien a todo el mundo tras ese paso o a aceptar que opinen mal de nosotros, por actuar distinto? ¿Estamos listos para romper las cadenas de la esclavitud de lo que opinen los demás, a ser diferentes, a ir contracorriente? A eso nos invita el equilibrio interno. A eso nos invita la conSciencia (con "S" en medio).

Dice la Real Academia de la Lengua que la "consciencia" es el conocimiento inmediato o espontáneo que uno tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. Se trata de conocernos a nosotros mismos, de conocer el entorno, y de interactuar con él. Y ese proceso, si es sano, nos debería llevar al equilibrio. El problema es, cuando al interactuar, sea con nuestra familia o pareja, sea con el trabajo, o sea con la sociedad, se generan bloqueos internos, reacciones que nos dañan por dentro, conflictos que no logramos atajar. Y ahí, aunque hayamos actuado en conciencia optando por lo correcto, si para encajar las consecuencias no desplegamos nuestra conSciencia (con "S"), flaco favor nos habremos hecho a nosotros, y flaco favor haremos a la causa que pretendíamos defender.

Stephen Karpman, como nos recordaba un amigo estos días, lo explica muy bien con su "Triángulo Dramático". Según él, la mayor parte de nuestros conflictos internos surgen porque hemos adoptado en relación a nuestro entorno un rol de perseguidor, de salvador o de víctima, cambiando de un rol a otro, dependiendo de cada situación. ¿Y si aquel jueves entré en aquella reunión en plan "perseguidor" juzgando y despertando con ello rabia o frustración en mi jefe? ¿O quizás aquel jueves me puse el traje de "salvador", preocupándome en exceso por aquel problema de protección de datos, prestando una ayuda que quizás ni se esperaba de mi, o asumiendo una responsabilidad exagerada, y no sintiéndome reconocido por el esfuerzo? ¿Y si quizás salí de la reunión de aquel jueves en modo "víctima", quejándome por lo que me habían hecho, buscando la empatía ajena o directamente la lástima? Si yo pude ponerme esos tres "trajes" en distintos momentos de aquel episodio, ¿qué trajes se pusieron los demás al interactuar conmigo? Sin duda, el lío se monta. Y se retroalimenta aún más.

dima_goroziya en Pixabay
Pero hay salida. A través de la conSciencia, podemos reconocer nuestra actitud en cada situación, y asumir nuestra responsabilidad para transformarla en otra más favorable. Para la próxima reunión o circunstancia injusta que vea en el trabajo o en la vida, quizás podría cambiarme el traje de "perseguidor", no pretender llevar la razón, y ponerme el traje de "retador", planteando desafíos para que los otros cojan "el toro por los cuernos". Para la próxima, quizás en vez de ir de "salvador", podría decirme a mí mismo "no", ponerme límites a ese "ir resolviendo la vida a los demás", y vestirme de "facilitador", que da apoyo pero permite que los otros sean los protagonistas. Y cuando me lleguen los "palos", en vez de ir de "víctima", quizás debería recuperar antes la confianza, y pasar al rol de "creador", diseñando mis propias decisiones y mi respuesta a un mundo a veces absurdo.

Vivimos tiempos muy complicados. Estamos rodeados por todas partes. Ahí fuera hay un mundo exterior que se descompone a base de miedo, injusticias y sinsentido. Pero aquí dentro de cada uno de nosotros, también hay otro mundo interno que puede desequilibrarse. Y que hoy, más que nunca, se está desequilibrando de hecho, precisamente por la que se está montando en el mundo exterior. Y lo cierto es que podemos "meter la pata" en ambos mundos. En el mundo exterior, obedeciendo y actuando sin conciencia, en relación a lo que es justo o verdadero. Y en el mundo interior y espiritual, sometiéndonos a unos roles y a unos desequilibrios que nos llevan a todo tipo de esclavitudes. Y lo sentimos mucho, pero para ser feliz, no vale sólo con aprobar en uno de esos dos mundos. Hay que sacar nota en los dos. Y habrá que sacar fuerzas de flaqueza. Porque, por un lado, nos tocará ir contracorriente, cuando el mundo exterior nos plantee una locura, un absurdo o directamente una injusticia. Y, por otro lado, nos tocará luchar contra la inercia del desánimo, de la reactividad, y del dolor de nuestro mundo interno, cuando nuestros roles se desequilibren.

Aquel jueves cualquiera, en una reunión de trabajo cualquiera, mis dos mundos se pusieron a prueba. Y no hay solución buena ni solución mala. Sólo hay camino, camino y camino. Y para hacer camino, todo es perfecto, todo vale, todo te enseña. Buscando el equilibrio. Conociéndote cada vez más. Aprendiendo para la próxima. Y compartiendo ese aprendizaje.


PD: Puede que en ese mundo exterior, muchos tengáis la sensación de que habéis cometido errores, que habéis sido engañados, o que no encajáis. Y quizás sentís que hay que hacer un giro en el guión de vuestra vida. De eso irá nuestro próximo post ;)


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sábado, 5 de febrero de 2022

Obediencia sin con(s)ciencia (parte I)

Salí de la reunión de aquel jueves con palpitaciones. Me sentí menospreciado y señalado públicamente ante el resto de mis compañeros jefes. Las faltas de respeto fueron presenciadas por todos. Y aguantar las ganas de responder por evitar entrar en confrontación fue durísimo para mí, que tengo mi genio.

harutmovsisyan en Pixabay
He dudado mucho en si escribir al respecto. Me he dado más de una semana para madurarlo. No quiero perjudicar a la Administración Pública para la que trabajo, y por eso no doy datos de ningún tipo. Tampoco quiero perjudicar a quienes me han ofendido o me estarán criticando a mis espaldas. Esto no va de revanchas, de confrontación o de cuentas pendientes. Tarde o temprano esta locura pandémica se estabilizará, la crispación reinante ahora se apaciguará, y habrá que reconstruir los puentes y los acuerdos. Pero es importante compartir lo que está pasando. Por respaldar a las miles y miles de personas que estarán sufriendo tragos similares. Para hacernos fuertes entre tanto sinsentido. Por dar la importancia que tienen los miles de gestos cotidianos que apuestan por no doblegarse, por no bajar los brazos, y por conformar esa tribu de guerreros por un mundo diferente. Sin acritud, sin virulencia, sin enfrentamientos. Pero es momento de decir NO. Y ese pequeñísimo gesto, ese insignificante momento de afirmación personal frente al absurdo, hace que todo sea distinto. Te reconcilia con tus principios y con lo que consideras que es correcto. Con tu conciencia y con la conciencia universal. ¿Acaso existe mayor victoria que esa? 

La verdad es que no esperaba que pudiera pasar algo así, precisamente por cumplir mis obligaciones. Nos convocaron a una reunión para revisar el nuevo protocolo Covid. En él, se establecían unas consecuencias distintas para los contagiados, dependiendo de si se habían vacunado o no. Unos no tendrían que hacer cuarentena de varios días y otros sí. Ya de por sí, eso es un sinsentido a estas alturas, dados los abundantes estudios y la evidencia fáctica que vemos a diario: todos vacunados, todos contagiados. Pero no quise debatir ese asunto, para el que ni teníamos competencia ni capacidad de decisión. Aunque como tengo asignadas responsabilidades regionales en materia de gestión de datos, y he estado trabajando intensamente en el registro de actividades de tratamiento, quise al menos plantear mis dudas sobre la legalidad de algunas medidas que sí que nos afectaban. El protocolo plantea que rellenemos un formulario con nombres y apellidos, con la "información a comunicar por el responsable de la unidad administrativa en casos sospechosos, casos probables, o casos confirmados de contagio por coronavirus". Y aparte de todos los datos personales del compañero/a en cuestión, se nos pregunta sobre sus síntomas, toma de muestras, fechas, tipo de test y resultado, si está o no vacunado, si con pauta completa o no, y en un listado final, nos solicitan nombre, apellidos, fecha y teléfono de las personas no vacunadas o inmunodeprimidas. Al pie del formulario deberíamos firmar y poner nuestro puesto o cargo. Nada más y nada menos. Fue leer el protocolo, y apenas me podía creer que se estuviera planteando algo así. Era de manual. No sólo porque los jefes no tenemos ninguna habilitación legal para el tratamiento de datos sanitarios, que son del máximo nivel de protección (acarreando cuantiosas multas si se incumple la ley en este punto). Sino porque, por simple sentido común, si hace dos años nos hubieran pedido algo así sobre quién tenía el SIDA, sobre si había pasado la sífilis, o sobre si se había vacunado contra la viruela, nos habría parecido una aberración. Y sin embargo, ahora todo el mundo parece verlo normal, o al menos mira para otro lado. Igual que si un camarero, sin autoridad legal para ello, nos pide nuestro DNI o nuestra información sanitaria confidencial para poder tomar un café. El mundo al revés, vamos.

geralt en Pixabay
Sopesé mucho qué hacer. Tenía claro que no podía participar en dicho protocolo, al menos hasta consultar con el máximo responsable regional de protección de datos si se había revisado este despropósito. Pero, ¿debía manifestar mis dudas al resto del equipo directivo? Creí que mi obligación era hacerlo. Pero como los ánimos se encienden cuando se habla de Covid, y odio las confrontaciones, preferí hablarlo en privado  con el máximo responsable de mi provincia, un rato antes de la reunión de jefes convocada al efecto. Apenas se sintió interpelado por mis argumentos. Ni siquiera se abrió a la posibilidad de elevar consultas a nuestros superiores. Tampoco se dio lugar al debate sobre la interpretación del protocolo a la luz del principio de legalidad de la normativa española y europea de protección de datos. Para él eran órdenes directas de arriba, y había que cumplirlas. Yo no daba crédito. Y manifestada mi preocupación, decidí guardar silencio en la posterior reunión de jefes. Mis argumentos y reticencias ya estaban expresados. Poco más cabía añadir. Pero "mi gozo en un pozo". Para  mi sorpresa, como todos callaban, se me instó a intervenir y pronunciarme en la reunión. Y entonces ya entendí de qué iba todo esto. No iba de argumentos técnicos, de interpretaciones de normas u órdenes aparentemente contradictorias o irreconciliables, o del principio de legalidad. Iba de obediencia. De conmigo o contra mi. De acatamiento o desobediencia. De dejar fuera de juego al disidente. De acallar, amedrentar o ridiculizar al discrepante. De anular el debate. Y en definitiva, de repetir exactamente lo que viene sucediendo en la pandemia, donde los muchos estudios científicos dicen una cosa, y las autoridades sanitarias imponen unas restricciones, reconociendo ya abiertamente que no por razones sanitarias, sino para forzar la voluntad de quienes cuestionan sus medidas en base a esas mismas evidencias científicas. 

Me sentí humillado y ninguneado por algunas de las expresiones y formas empleadas en la reunión. Pero no quise entrar en una dinámica reactiva. A pesar de lo absurdo de estos protocolos, sólo quería cumplir con el rigor que me exigen mis responsabilidades. Sólo quise estar a la altura de mi cargo y dar respuesta al motivo de esa reunión. En ningún momento traté de boicotear el protocolo, sino de que esa información confidencial circulase directamente desde la persona afectada al destinatario, sin que fuera "manoseada" por decenas de manos. Al menos, técnicamente, algunas intervenciones me respaldaron, y la inquina inicial se sosegó algo. Pero salvo yo, nadie puso en duda la obediencia a una medida tan ridícula, pudiendo solucionarse todo con un email directo del afectado a Recursos Humanos o al máximo encargado en la materia. Los tiempos son propicios para el esperpento. No descarto que la AEPD llegue a aceptar algo así. Aunque a quienes nos chirría todo esto tanto, debería permitírsenos que dudemos de tanta excepcionalidad absurda, cuando la ley y las normas están precisamente para protegernos de estos abusos.

qimono en Pixabay
En esa reunión entendí por fin una interrogante que me atormentaba desde hace meses. No lograba entender la aparente pasividad de tantos médicos y científicos ante las abrumadoras evidencias científicas entorno a la pandemia. Es claro que no son cómplices de ningún plan raro, pero ¿cómo podía ser que siguieran aconsejando una vacunas con tantísimos efectos secundarios y con tan escaso o nulo beneficio? ¿Acaso no estaban al tanto de las numerosísimas publicaciones que hay ya? ¿Es que no estaban nada más que pendientes de obedecer unos protocolos sanitarios? ¿Cómo podía ser que no estuvieran actuando conforme al principio "primum non nocere", es decir, “primero, no hacer daño”? En mi reunión del jueves me quedó claro el motivo. Y eso que mi discrepancia en materia de protección de datos personales es "juego de niños", comparado con la defensa de la salud humana.

Qué pronto se olvida la Historia. En los juicios de Nuremberg en 1945-46, se asentó el criterio de que alegar el cumplimiento de órdenes superiores no es una defensa por crímenes de guerra, con el famoso Principio IV de Nuremberg, que establece: "El hecho de que una persona haya actuado de conformidad con las órdenes de su Gobierno o de un superior no la exime de responsabilidad en virtud del derecho internacional, siempre que en realidad tuviera la posibilidad de elegir moralmente". Por ahora, quizás nada de esto vaya de crímenes de guerra. Pero alguna conclusión sobre la obediencia ciega se podría sacar, creo yo.

Desconozco si habrá consecuencias disciplinarias de mi objeción de conciencia a ser parte de algo así sin hacer las consultas pertinentes. Por fortuna, hay algo que tengo muy claro: no soy el trabajo que desempeño. No soy el cargo o la responsabilidad que ostento. Soy muchas cosas más que eso. Pero quizás nos aferramos al trabajo o al cargo por miedo a perderlo, a perder dinero o a perder prestigio o poder. Pero ¿qué pasa si no existe ese miedo? Que eres libre de actuar en conciencia. Y esa  conciencia te lleva a indagar, a profundizar, a preguntarte los "por qué" y los "para qué", a buscar caminos no explorados. Y te lleva a no venderte por nada que no pase el filtro de tus principios. Y por eso es difícil domesticarte o dominarte.

Las personas que más nos han impactado en esta pandemia por su valentía, por su rigor o por su entereza "contra viento y marea", han sido quienes tenían todo esto muy claro. Por eso, aunque algunos compañeros de trabajo, cegados por el cariño y por los resultados, me dibujaban un halagüeño panorama de ascensos y alfombras rojas, yo siempre digo que eso es muy difícil. Porque en estos tiempos que corren, la obediencia ciega cotiza más que la eficacia, la eficiencia o la innovación. Y poco iba a "pegar" yo ahí, la verdad.

E ironías de la vida o de los protocolos "covidiotas": a raíz de desayunar hace dos días con un compañero que ha dado positivo, aunque estoy perfectamente, se me conmina a permanecer en cuarentena en casa siete días desde ayer. Es el "castigo" o la "discriminación" por no estar vacunado, dé o no positivo. He manifestado mi oposición a un absurdo así, y ayer pensaba ir a la oficina, pues trabajo solo en mi despacho, doy negativo y estoy por ahora en perfecto estado de salud. Pero cómo vamos a cuestionar el santo protocolo...¡por dios!

En la reunión de aquel jueves, me acordé de un truco secreto que no falla cuando se presenta una de estas encrucijadas de la vida, que últimamente se repiten demasiado en estos momentos que nos ha tocado vivir. El truco es éste: me imagino que mis hijos estuvieran presenciando esa escena, y me pregunto: ¿cómo me gustaría que me vieran? ¿Timorato y aceptando las imposiciones sin sentido, o defendiendo con entereza lo que es correcto, simple y llanamente porque lo es? ¿Cuál sería el mejor ejemplo que podría darles a mis hijos si estuvieran viendo esto? Si dejas que estas preguntas calen en tu mente y en tu corazón, caben pocas alternativas, la verdad. Porque luego bien que solemos cargar sobre las espaldas de los jóvenes la responsabilidad de construir un mundo diferente para vivir. ¿Cómo va a ser eso, si no les damos el ejemplo y las herramientas para hacerlo?

Según parece, estos tiempos exigen no hacernos preguntas. Tirarnos por la ventana, si así nos lo piden. Es como decía Groucho Marx: “¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?”. Lo siento, pero obediencia sólo cuando toque. Y sin conciencia, nunca.

PD: Uno podría pensar que el post, con esta decisión, quedaba cerrado. Pero no. Debía entender mi malestar interno durante todos estos días. Anoche lo descubrí con mi gurú particular, Mey. Y tiene enjundia. Por eso hay una segunda parte de este post. La clave está en el paréntesis del título y en la "S". (CONTINUARÁ)


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domingo, 31 de enero de 2021

Discrepar con consciencia (Érase una vez una pandemia- 6ª parte)

Sabemos que quizás a partir de ahora haya personas que dejen de leernos o de seguirnos en las redes sociales. Hoy, 31 de enero de 2021, son algo más de 258.000 las visitas que tenemos en nuestro blog familiar y más de 4.500 seguidores en twitter. Y quizás se estanquen desde lo de hoy. Pero hace ya años que esas cifras dejaron de preocuparnos, y sobre todo, dejamos de alimentarlas con nuestro tiempo y nuestra dedicación, como un objetivo en sí. De hecho en una reciente entrevista por internet, nos ofrecieron hacernos publicidad del blog, del Patreon y de las redes sociales, y decliné amablemente el ofrecimiento. No queremos ser esclavos ni dependientes de nada ni de nadie. Y menos aún de los "likes" o los "me gusta". Y precisamente por eso, hoy sentimos que debemos hablar con contundencia, y mucha gente nos abandonará, echando en falta, quizás, el tono familiar o distendido de otras veces. Lo sentimos mucho, pero percibimos con mucha fuerza que debe ser así, al menos hoy. Y es el precio que estamos dispuestos a pagar. Sin abandonar la búsqueda del equilibrio. Pero es momento de que, desde la consciencia, alcemos aún más la voz. Y lo hagamos con rotundidad. No podemos permitir que nuestros hijos o nuestros nietos nos reprochen un día que no lo hicimos. O al menos que no lo intentamos. Es demasiado lo que hay en juego.

Hay dos razones para hacerlo. En primer lugar, porque no queremos que la indignación y la rebeldía que nos genera todo lo que estamos presenciando, se nos enquiste dentro, se somatice, y nos acabe generando una úlcera o algo peor. Y en segundo lugar, porque más allá de las reacciones de familiares, amigos y compañeros de trabajo, todos tenemos una misión en esta vida, algo superior que nos guía y ante lo que dar cuentas, y en estos momentos, eso es más importante que lo que puedan opinar de nosotros, viendo lo que se está poniendo en juego en este tablero.

La Humanidad está pasiva. Vive impasible uno de sus momentos más importantes. Y muchísimos seres humanos asisten al espectáculo como si no fuera con ellos. No queremos formar parte de esa masa conformista. Y queremos ejercer con la mayor rotundidad nuestro derecho a disentir, sabiendo que podrán censurarnos (como ya han hecho con personas cercanas). O que incluso algunos de los que os habéis sentido cómplices de nuestras andanzas y testimonios durante estos nueve años, decidiréis darnos la espalda. Pero las injusticias y amenazas que todos estamos presenciando no serían posibles sin nuestro silencio colectivo y cómplice. Por eso, desde luego, nosotros no vamos a callar. No queremos ser cómplices de esta canallada.

Es cierto, como muchos dicen, que todo lo que está pasando es perfecto y debe suceder así. Y quizás tiene que serlo, como forma de que muchas personas den un salto consciencial ante tanto atropello y "sinsentido". Siempre ha sido así. Millones de personas sólo dan el paso necesario cuando las cosas no pueden ir a peor. Pero quizás en ese proceso tengamos también, cada uno de nosotros, un papel que jugar. Y debemos jugarlo.

Hace unas semanas discutíamos con uno de nuestros hijos sobre el coronavirus y las vacunas. Siempre procuramos aportarles continuamente todo tipo de informes, estudios y actualizaciones legislativas dentro de esta locura en la que vivimos. Y llega un momento en que ante la saturación por tanta información, no leen lo que les filtramos, y se limitan a reproducir como propios los argumentos superficiales de amigos, instagramers y medios de comunicación de todo "pelaje". Es, en definitiva, lo que hace el 99% de la población. Pero en este caso Mey le paró en seco: si sus argumentos no se basaban en hechos y en un debate en profundidad, no había nada de qué hablar. No tiene sentido discutir sobre opiniones, ideas, rumores, o noticias sesgadas, partiendo de creencias limitantes y difícilmente modificables. Ese es el terreno que lo empantana todo. Debemos seguir trabajando por buscar la verdad, a pesar del enorme esfuerzo que supone hallarla entre tanta mentira y tal volumen de información permanentemente actualizada. Es el precio de la consciencia hoy día.

Por eso, aunque no es nuestra especialidad, nos estamos haciendo "expertos" en microbiología, en epidemiología y en medicina, a base de tanto estudiar para entender, de verdad, lo que está pasando. Y procuramos huir de las "opiniones" o de las "posiciones" en un sentido u otro. Cuando alguien nos pone una etiqueta, quizás no se da cuenta de que realmente se etiqueta a sí mismo/a. Porque la realidad es tan compleja que sin acudir a los hechos es imposible entender todo esto. Y para nuestra sorpresa, cuando hemos tratado de descender a las fuentes y a los hechos, con estudios científicos muy concretos y con cifras oficiales, nos hemos encontrado con dogmatismos incluso desde el mundo científico, descalificando un estudio o un análisis porque lo decía "fulanito" o un "don nadie", sin entrar ni siquiera a leerlo para refutarlo. También hay quienes se niegan a complicarse la vida, y prefieren no saber, o repetir tal cual lo que su radio o tele "amiga" les dice al oído. Bien. Que cada cual aguante su vela.

El 23 de agosto de 1973, Erik Olsson entró en una sucursal del Banco de Crédito de Estocolmo para atracarlo. Tras disparar a dos agentes, tomó como rehenes a cuatro empleados, tres mujeres y un hombre. Después de seis días de negociaciones, la policía puso fin al asalto sin que nadie más resultara herido. Pero lo peculiar de este atraco fue que una de las rehenes, Kristin Enmark, de 23 años, que había sido la portavoz de los retenidos, paradójicamente mostró abiertamente su simpatía y plena confianza hacia el secuestrador, a pesar de que éste había amenazado con matar a los rehenes durante el cautiverio y había llegado a ponerles una soga al cuello. Pese a todo, ella se ofreció a acompañar a Olsson en un viaje, a cambio de que liberara a dos de los rehenes, algo que las autoridades suecas descartaron. Tras este episodio, el psiquiatra Nils Bejerot, que asesoró a la Policía sueca durante el atraco, acuñó el término "síndrome de Estocolmo" para referirse a la desconcertante reacción de la rehén. Y al margen de su catalogación en la Psiquiatría o Psicología actual, lo cierto es que puede considerarse una reacción no exclusivamente humana, que puede observarse en otras especies, como respuesta universal a una amenaza ineludible para la supervivencia.

La sumisión puede favorecer la supervivencia genética. Y quizás, por ello, no surge exclusivamente en casos de secuestro, sino también en casos de abuso sexual, violencia de pareja, miembros de sectas, actos terroristas o prisioneros de guerra. Desconozco si hay estudios durante una pandemia de tamaño universal, como la que se supone que estamos viviendo, sea la amenaza real o inducida. Probablemente no. Aunque las consecuencias psicológicas que estamos observando parecen muy similares a las que mostró hace casi 50 años  Kristin Enmark tras aquel atraco.

Las restricciones de derechos y libertades que estamos experimentando, con la coartada de un virus asesino, resultan alarmantes. El aparato coercitivo que se ha desplegado para mantenernos "a raya" inédito. Y al régimen cuasi-policial, se le añade un respaldo mediático a las consignas de "la verdad oficial" como nunca se habían visto. Ya se ha generado más desgracia con las medidas tomadas que con el virus que dicen querer combatir. Buena parte de la Humanidad se siente, de verdad, amenazada. Y con independencia de que todo haya sido planificado desde el inicio, o se estén aprovechando del "río revuelto" (ya quizás es lo de menos), miles de millones de personas, simultáneamente, y quizás por primera vez en la historia, se muestran sumisas ante lo que perciben como una maldición para su supervivencia, en un "síndrome de Estocolmo" de dimensiones planetarias. Y en esa confraternización con lo que nos subyuga, parece que una enorme mayoría está dispuesta a todo: sea a reproducir como "papagayos" las cifras o las consignas de los noticieros, o sea a arrimar el brazo a la jeringa que les pongan por delante, lleve lo que lleve, y sea de la farmacéutica que sea. Cosas del "síndrome de Estocolmo" y de la lucha por la anhelada supervivencia.

El lavado de cerebro resulta ya obsceno. La Humanidad asiente sin atisbo de crítica. A base de vilipendiar a los cargos públicos que se han saltado el orden de vacunación, nos hacen ver la vacuna como un bien escaso que peligra, y han conseguido en sólo un mes, que la población española dispuesta a vacunarse haya pasado del 40,5% al 72,5% según el barómetro de enero 2021 del CIS, con un aumento de 32 puntos. Cifra récord en tiempo récord. Y por otro lado, a pocos parece escandalizarles la negociación de la Comisión Europea con las farmacéuticas, y la total opacidad de los contratos (no sólo en precios y cantidades, tachadas expresamente, sino en el ámbito de las responsabilidades), escándalo investigado por la propia Defensora del Pueblo Europeo. Tampoco la nula difusión que se ha dado a la resolución 2361 de 2021 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, aprobada hace 4 días, que confirma con contundencia que la vacunación es voluntaria y no puede haber discriminación a los renuentes. Ni tampoco cómo las autoridades sanitarias se arrogan la palabra de "LA" Ciencia, cuando las voces discrepantes son ya numerosísimas, a pesar de complicidades o silencios clamorosos, como el de los Colegios de Médicos. Podemos seguir tragando. O quizás plantearnos una simple pregunta: ¿Y si esto no fuera como nos lo están vendiendo?

Queremos discrepar. Queremos unirnos a otros discrepantes. Pero no por ir contracorriente. Sino porque resulta imprescindible el contraste de pareceres para alcanzar LA VERDAD. El debate es sano y fundamental. Y vivimos tiempos donde el debate se silencia. Por eso usamos el altavoz que tenemos: nuestro blog y nuestras redes sociales. Y compartiendo y organizando la información que hemos ido analizando y filtrando. Valga a continuación un amplio listado de evidencias científicas y hechos constatables para ayudar a quien quiera dar el paso de actuar con libertad y discrepar también, a raíz de uno de los análisis más exhaustivos que hemos encontrado: el de las Doctoras Teresa Forcades,  especialista en Medicina Interna por la Universidad de Nueva York, y Dra. Karina Acevedo, Doctorado en Inmunogenética por la Universidad de Cambridge. AQUÍ puedes ver su vídeo completo, y en los siguientes enlace el acceso a los contenidos que hemos resumido en estos 36 puntos:

1.-Cuidado con el conocimiento científico como si fuera un dogma: hace falta un debate de contraste científico y verdadero

2.-No debe ni puede haber bandos (pro vacunas y antivacunas): todo debe basarse en la veracidad de los hechos.

3.-La propia OMS reconoce que las vacunas NO garantizan la erradicación de la Covid-19, y por tanto, la vuelta a la normalidad

4.-Es radicalmente falso que el virus no discrimine por edades: a nivel global la letalidad es del 2%, pero para los mayores de 80  años es del 18%

5.-Hay distintos tipos de vacunas, y debemos conocer los 4 grandes grupos de vacunas que se están desarrollando frente al Covid-19: ARN mensajero, de vector, péptidos e inactivada

6.-Las vacunas, a día de hoy NO están aprobadas, y siguen en fase EXPERIMENTAL, reconocido por la OMS: se ha permitido su distribución por emergencia, y justo la fase 4 de dicha experimentación la constituye la vacunación masiva que ya se ha iniciado, como ensayo clínico voluntario, en realidad.

7.-A nivel científico NO hay consenso sobre la eficacia y la seguridad de las vacunas que actualmente han empezado a administrarse, sobre todo porque el tiempo de experimentación ha sido mínimo, de sólo 2 meses (posibles problemas a largo plazo y de inmunopatologías)

8.-Es crucial saber FRENTE A QUÉ nos protege la vacuna de Pfitzer, por ejemplo: pues ni evita la infección, ni evita la transmisión, ni evita la muerte, ni evita la hospitalización; sólo evita la enfermedad (el positivo del test y los signos clínicos más leves)

9.-Es importante conocer realmente la fiabilidad de las pruebas PCR.

10.-Todo lo anterior se complica aún más, si analizamos los añadidos que se hacen a estas vacunas, con nanopartículas que generan reacciones anafilácticas por PEG

11.-En experimentos de 2017 con vacunas de ARNm en animales, aparecieron restos en distintos órganos de todo el cuerpo, con lo que la degradación que se cree que se producirá, entonces NO se produjo, y persistieron restos.

12.-No se deben desconocer los efectos adversos ya documentados, especialmente tras la segunda dosis, siendo especialmente peligroso el síndrome de magnificación de enfermedad respiratoria.

13.-Resulta crucial, por tanto, analizar el principio precautorio en Medicina: no causar daño a alguien que está sano.

14.-Resulta llamativo el relativismos de minimizar las muertes derivadas de la vacunación, porque eran de personas mayores con patologías previas, y sin embargo, ese mismo colectivo es el argumento principal para la vacunación.

15.-Es imposible afrontar este problema sin enfrentarnos con el propio problema de la muerte.

16.-Para analizar los efectos adversos de las vacunas, sería crucial proteger a los GRUPOS PLACEBO, y no vacunarlos para hacer el contraste. Pero, paradógicamente, y sin sentido alguno, ya se les ha empezado a vacunar.

17.-Empiezan a ponerse en tela de juicio las vacunas para ciertos grupos de edad. E incluso en países como Noruega se hacen advertencias para los mayores de 70 años.

18.-La clave, por tanto, está en que cada uno de nosotr@s analice los riesgos de aplicarse la vacuna, y el grupo de riesgo al que se pertenece, para tomar una decisión entre los pros y contras de ponérsela o no ponérsela. Pero no dejarse llevar por la inercia colectiva y por los medios de comunicación.

19.-Debemos olvidar el pensamiento infantil de que las vacunas son la panacea que nos va a devolver "una vida normal" : ya se habla de 3 dosis y de las 33.000 mutaciones que el virus ya ha tenido

20.-Cada persona es responsable de su cuerpo y de sus decisiones.

21.-Se hace preciso denunciar la desprotección de la Ciencia y de la salud pública de la población frente a intereses económicos en esta materia.

22.-Hay advertencias importantes a quienes ya se han vacunado respecto a evitar mezclar dosis de distintas vacunas.

23.-No debe ignorarse, según los estudios, los posibles efectos adversos sobre el aparato reproductor, especialmente el masculino, en los embarazos y durante la lactancia.

24.-Posibilidad de que el ARN viral siga sintetizando la proteína con falsos negativos positivos.

25.-A la hora de decidir, es crucial diferenciar entre el riesgo absoluto y el riesgo relativo.

26.-¿Cuántas personas tienen que vacunarse para que una sola tenga el beneficio (limitado) que se le atribuye a las vacunas? Ya está estudiado. Y es preciso poner en riesgo a 118 personas para beneficiar a 1, y de forma limitada.

27.-En la vacuna de Pfitzer hay 36.000 participantes, pero los datos de seguridad son sólo de 19.000.

28.-Hay estudios muy concretos que ya han verificado los daños a largo plazo en ciertos tipos de vacunas, siendo crucial hacer estudios específicos para buscar esos efectos, porque de lo contrario nunca se caerá en tal correlación, por el mero paso del tiempo.

29.-Hay estudios y evidencias científicas de 2015 que respaldan que instituciones como la OMS en casos muy concretos NO priorizaron la salud pública frente a otros intereses, con un informe al respecto del Consejo Europeo.

30.-Hay estudios de nanotecnología del 2017 que han evidenciado la existencia de contaminación por metales pesados en las vacunas, con las consecuencias para la salud de ciertas personas que ello acarrea.

31.-Junto a todas las evidencias científicas anteriores, es importante tener en cuenta otras consideraciones socio-políticas como que la "oficialidad" o la "administración sanitaria" NO se pueden identificar con la Ciencia.

32.-Debe lucharse hasta el extremo contra la obligatoriedad de la vacuna.

33.-Los antecedentes de la osadía de la ministra polaca Ewa Kopacz en 2009 que se opuso a la opacidad de los contratos con las farmacéuticas, debe alertarnos para evitar que se vuelvan a producir esos abusos. Pero ya los tenemos aquí, de nuevo.

34.-Existen estudios muy contrastados de 2004 sobre la colisión de intereses de las farmacéuticas y los daños causados a la población, como sucedió con el fármaco Vioxx de Merck y la muerte de 29.000 personas. Y sin embargo, ahí no existe responsabilidad penal personal, sino corporativa, que se salda con una multa de un importe muy inferior a las ganancias logradas.

35.-Existen alternativas médicas y de investigación, que como mínimo, deben explorarse

36.-NO debe aceptarse, bajo ningún concepto, la ideología que empieza a imponerse de que la salud pública no es una decisión personal. Es un argumento muy peligroso. (CONTINUARÁ)

domingo, 31 de marzo de 2019

El Hogar (parte I)

Eran las siete de la tarde de un martes cualquiera. Practicaba deporte en el polideportivo municipal. Uno se hace mayor y conviene cuidarse, antes de que los achaques tomen la delantera. Y por suerte, la edad de los hijos nos permite por fin tener ciertas licencias en el noble oficio de taxista infantil vespertino. Yo andaba a lo mío: a la pelota y a la pala. Pero un "dramón" sobrevolaba mi cabeza. Literalmente. Y yo seguía a lo mío, totalmente ajeno.
Es curioso cómo los dramas ajenos nos sobrevuelan, nos circundan, nos rodean. Y cómo somos capaces de darles la espalda. Es todo un arte del ser humano moderno ese de "hacerle la cobra" a la adversidad ajena. Ese de hacer el "vacío extremo" a la desgracia o a la necesidad del otro, sea éste persona, animal o planta. A veces esa impasibilidad es consciente. Pero la mayoría de las veces es por pura dejadez, por insuficiencia de empatía, o por falta de consciencia del aquí y ahora. ¿Cómo reparar en esa vecina que es maltratada por su pareja? ¿Como caer en la cuenta de esos niños del barrio que apenas tienen para desayunar? ¿Cómo advertir que una pareja de amigos de toda la vida se están separando, o que una compañera de trabajo anda luchando contra un tumor? ¿Cómo preocuparse por esos inmigrantes que llegan al puerto de tu ciudad cada semana? Síntomas, quizás, de una civilización enferma. Por eso me sentí tan mal, siendo parte de esa especie de abducción colectiva. De esa gigantesca masa de indiferencia practicante. Porque evidenció una clara falta de conexión con lo que nos rodea. Una necesidad de intensificar la toma de consciencia de todo cuanto hacemos, vivimos y somos.
Lo de aquel martes no eran seres humanos. Pero iba cargado de un simbolismo tal, que no dejo de recordarlo a cada instante, aunque hayan pasado ya varias semanas. Centenares o miles de pájaros sobrevolaban nuestras cabezas en círculos anárquicos sobre nuestra pista de pádel. Una y otra vez. Una y otra vez. Era un  lamento colectivo que daba miedo. Un ritual caótico que se repetía durante horas. Apenas unos segundos de reposo en alguna valla o en algún muro, y continuaban con su vuelo macabro. Sobrecogía. Era algo tan angustioso, que parecía anticipar alguna catástrofe o algo por el estilo. Entendí al instante esa expresión de "pájaros de mal agüero". Por eso me culpé de no haberme fijado nada más llegar.
No sé si eran estorninos, golondrinas, mirlos o vencejos. Nunca he sido muy bueno en zoología, botánica o biología. Pero la pregunta era evidente: ¿por qué? No era la típica curiosidad de los programas de telebasura escudriñando la intimidad ajena. Era verdadera preocupación. Pura empatía por saber si se podía hacer algo ante ese aparente drama colectivo.
A veces los "por qués" son muy sencillos de expresar, y muy difíciles de gestionar: un tipo violento que recibía palizas de niño, y una chica que no cesa de caer en el mismo perfil de novio una y otra vez; un despido en el peor momento familiar; unos hijos que crecen y que dejan al descubierto las lagunas de una pareja sin propósito común; un desequilibrio emocional que se acaba enquistando en lo físico; una guerra lejana cargada de intereses económicos de países que se niegan a acoger los efectos colaterales de sus tejemanejes en forma de seres humanos huyendo... Lo de aquel martes también era sencillo de expresar: unos operarios municipales habían hecho su ronda esa mañana, y les había tocado podar en la calle del polideportivo toda una hilera de árboles, los más grandes y frondosos del barrio. Que esos árboles estuvieran cargados de nidos que resultaban ser el hogar de toda esa legión de aves vagando en pena no parecía haber interesado a nadie. Tampoco a mí, hasta pasado un buen rato.
Pero lo espeluznante de la escena no era sólo la cuestión de la impasibilidad. Era evidenciar que esos pájaros, en esas horas de vuelo circular confuso en su particular aflicción colectiva, habían recorrido, quizás, el equivalente a llegar al Adriático. Qué sé yo. Podrían haber explorado otras ramas que les albergaran. Haber construido otros refugios que les acogieran. Haber buscado un nuevo hogar en los miles de árboles que debe haber en los centenares de kilómetros a la redonda que nos rodean, y que podían haber recorrido durante todas esas hora. Sin embargo su programación interna parecía haberse cortocircuitado. Allí estaba su hogar, y ahora ya no estaba. ¿Y ahora, qué? ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cuál será nuestro hogar? Esa pregunta de dónde ponemos el hogar me tocó muy hondo, observando la desesperación contagiosa de todas aquellas aves. Porque se aplica no sólo a vencejos, tórtolas, gorriones o periquitos. El ser humano tiene mucho que plantearse ahí. Y no me refiero a si nos mudamos a un adosado, a un ático o a una cabaña en la montaña. El concepto de hogar no va de lugares. Va de otra cosa. (CONTINUARÁ)



NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello: https://www.patreon.com/posts/damos-cuenta-de-21934667
Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM

sábado, 30 de septiembre de 2017

Vibraciones

I. Ese día no teníamos prisa. Aún no había deberes del "insti". Eva y yo íbamos a una revisión rutinaria de sus nuevas lentillas mágicas, que le corrigen la miopía mientras duerme. Recién sacado el coche, un vecino quinceañero con antecedentes en "fanfarronería" nos vino de frente en su bicicleta. No hizo por apartarse, como nosotros, para compartir la estrecha calle. Todo lo contrario. Zigzagueó hasta nuestra altura para obligarnos a parar, y cruzó su bicicleta para impedirnos el paso mientras la puerta del garaje de su casa se abría a ritmo de tortuga. Quizás esperaba un "bocinazo". Quizás un exabrupto. No los hubo. Tan sólo observamos su "bravuconería" adolescente como el que observa un pez exótico en un acuario. Sorprendidos. Estupefactos. No le dimos el gusto de la confrontación. Y eso le exasperó. Cuando por fin nos dejó pasar tras varios minutos que se hicieron eternos, no pudo reprimirse y nos dedicó otra salida de tono por la boca. Baja vibración. No hubo contagio.
Este verano en Pirineos, con alta vibración y conexión con la naturaleza.
II. Pocos días después, estábamos en casa de "zafarrancho" de duchas. Eva y yo compartíamos el aseo para ganar tiempo y salir pronto a algún recado. No quería mojarse el pelo, pero le cayeron algunas gotas cuando yo me enjuagué el mío. Las hormonas mezcladas con lo que entendió una broma de mal gusto hicieron el resto. Sus gritos y su rebote monumental acabaron en un manotazo no intencionado con la alcalchofa de la ducha, y mi labio sangrando levemente. Toda la calma que había mantenido hasta ese momento se fue por el sumidero. Me puse a su altura en irritación y cabreo. Ni siquiera atendí a razones cuando Mey trató de calmarme. A fin de cuentas soy el padre y estas cosas no puedo permitirlas. O quizás todo lo contrario. Baja vibración. Contagio en toda regla.
III. Desde hace semanas sentimos cómo la agitación social a través de los medios de comunicación por el asunto del referéndum catalán nos empezaba a soliviantar. Banderas, fronteras, territorios, naciones, mis dineros y los tuyos...Desasosiego, confrontación, incertidumbre.. Vibraciones bajísimas de altísimo contagio. Me encanta estar a la última en las noticias, pero empecé a sentir con fuerza que era momento de apagar el telediario, la radio y la prensa, incluso la de internet. Así llevo un mes. Quiero ser dueño de mis vibraciones, y no que éstas dependan de lo que dicten un par de políticos enzarzados y azuzados por los medios de comunicación. Quiero ser dueño de mis pensamientos, y de mis conversaciones, de mis miedos y de mis alegrías. A veces toca poner cortafuegos para evitar los contagios de vibraciones tan bajas. Seguro que me acabo enterando de lo que pase, sea lo que sea. Mientras tanto, vivo mi vida, en lugar de vivir la que tratan de marcarnos otros.
IV. El pasado viernes nuestra amiga Patricia nos envió un vídeo por whatsapp. A veces se envían cosas insustanciales, pero no era la práctica de la remitente, y lo abrí. Era el poema más bello y profundo que quizás había escuchado en toda mi vida. Daba unas preciosas instrucciones para los hijos, y encima estaba recitado por su propia autora. Dos lagrimones atravesaron mis mejillas. Experimenté tal conexión con lo que esa desconocida decía, que sentí con fuerza que se tenía que convertir en conocida. Lo intenté por Facebook, pero tenía tantos amigos que había llegado al límite y el sistema no admitía más. Puse un comentario en su vídeo, y le envié un mensaje por privado, como el que lanza al océano una botella con un mensaje dentro, sabiendo de lo complicado de contactar en persona con una poeta famosa. Al menos decidí que la belleza y autenticidad de aquellos versos debía presidir nuestra cocina, y escribí uno de ellos en la pizarra del frigorífico. Al minuto de compartir la foto del frigo en las redes sociales, Magdalena me escribía para dejar de ser una desconocida para siempre. Al rato nos enviaba un precioso audio con un poema personalizado para nuestra familia. Los vellos como escarpias. Ya hemos quedado en octubre para darnos un abrazo colosal y certificar la conexión entre nuestras familias. Alta vibración. Contagio total.

Cuando iniciamos la búsqueda de un mundo diferente para vivir, empezamos a leer y escuchar que se hablaba mucho de las energías, de las vibraciones, de las conexiones álmicas... Siempre hemos sido en casa poco etéreos y esotéricos, la verdad. Y nos parecía un poco de ciencia-ficción todo eso. Pero a medida que hemos ido avanzando por este camino de la vida, hemos descubierto para nuestra sorpresa, que todo, absolutamente todo, está cargado de una energía, de una vibración especial. Es algo sutil. Casi imperceptible. Si no se está atento y con los cinco sentidos a pleno rendimiento, pasaremos de largo y ni nos daremos ni cuenta. Pero cada mirada, cada palabra, cada gesto, o cada encuentro tienen una vibración. Cuanto más alta, más favorece el encuentro y la unión entre seres. Cuanto más baja, más favorece la separación y la confrontación. Y ahí estamos nosotros para decidir si queremos contagiarnos de esa vibración, alta o baja, o si simplemente actuamos de espejo para el otro. No podemos evitar estar en continuo contacto con esas realidades, cargadas de una u otra forma, de energía, como en las situaciones puntuales que acabamos de describir. Pero es decisión nuestra situarnos o no en un estado de conciencia que nos permita discernir y decidir si conectar y contagiarnos de esa vibración. Pequeños retos cotidianos para estar muy atentos. ¿Vivir en plenitud cada segundo, o vernos arrastrados por lo primero que surja? Tocará decidir. A cada minuto. La felicidad y el equilibrio están en juego.

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