Al bajar las escaleras del dormitorio, el primer rayo de sol me sorprende de lleno en la cara. Amanece un día más. O "un día menos", dirán quienes tienen como meta salir libres de casa. Hasta el sol se ha "compinchado" estas semanas, ocultándose extrañamente por estas tierras, para que no echemos tanto de menos volar libremente por ahí. Por eso ese primer rayo me ha sabido a gloria.
Somo aves enjauladas con tantas ganas de volar, que olvidamos que en este remanso, también se ve la vida pasar. Eso nos cantaba Rozalén esta semana. Y es cierto. Desde casa también se ve la vida pasar. La vida se abre paso sin reparos. Anoche hubo fiesta de vecinos. Cada uno en su terraza. El vecino de la casa 65 lo dio todo con su voz, sus altavoces, su mesa de mezclas, su mujer grabándolo todo y sus dos niñas bailando para que los vecinos siguiéramos los pasos desde la distancia. Son bellos los gestos que la vida nos ofrece estos días, de gente sacando lo mejor que tienen, en favor de los demás. Aparte de la discoteca vecinal, en casa tuvimos videoconferencia con la familia, torneo de mini ping-pong en la mesa del comedor, tortitas de sábado, y sesión de nuestra serie favorita.
Foto de El País (Samuel Sánchez) |
Pero la vida es todo. También lo que nos contaba nuestro amigo David desde Burgos. Su hermano es médico en el hospital improvisado de IFEMA, en Madrid. Y dice que, cuando pase todo esto, saldrán a la luz historias de un sufrimiento que nos cuesta creer posible en nuestro país, como en otros tantos. Personas que no recibieron tratamiento médico o acceso a las camas de la UCI que necesitaban, y sufrieron una muerte en otras circunstancias evitable. Enfermeras con trastornos psicológicos porque debieron informar a los familiares que debían dejar morir en soledad a su padre, madre, o hermano. Miles de ancianos en las residencias, solos, asustados, deprimidos, o enfermos terminales, que ven acercarse su fin inexorable, sin una mano amada a su lado. Ayer mismo moría de un infarto, con nuestra misma edad, la hermana de una querida compañera de trabajo, a la vez que la madre se partía la cadera. No podía quitarme de la cabeza el momento de sufrimiento que estarían viviendo, en una situación como la actual, con hospitales desbordados, y sin apenas poder despedirse de un ser tan querido y cercano. La muerte, la debilidad y el sufrimiento colándose por las rendijas de nuestra cotidianidad de confiamiento, como parte de nuestras vidas.
Reconozco que ese es uno de los mayores retos que afrontamos cuando nos ponemos a escribir. Cómo impulsar ese mundo diferente para vivir que tanto nos ilusiona, y que nos pide aceptación, esperanza. motivación y entusiasmo, a la vez que nos topamos de bruces con la muerte, con el dolor, y con la desolación más absoluta. Y más aún cuando en este mundo que vivimos, se le da precisamente la espalda a la muerte, a esa parte de la vida. ¿Cuántos médicos y enfermeras estarán llegando a sus casas estos días, deshechos de lo que han visto y vivido, y apenas pueden sacar esas vivencias, porque nos incomoda presenciar ese sufrimiento? Quizás esta crisis del coronavirus nos trae ese aprendizaje también. ¿Y si conseguimos que la muerte, el dolor y el sufrimiento dejen de ser tabú en esta sociedad y que eso nos haga más humanos y solidarios? ¿Y si nos damos permiso para compartir el sufrimiento, y así no llevarlo en silencio y en soledad, evitando así la condena de la vergüenza o del "no incomodar" a los demás? ¿Cómo mantener la salud mental y seguir con la propia vida cuando el sufrimiento, la enfermedad y la muerte nos rodea? ¿Mirando hacia otro lado? ¿Conectando con nuestro propio dolor? ¿Reconociendo con humildad nuestro privilegio y poniéndonos al servicio de los que sufren o de los que alivian ese sufrimiento? ¿Continuando con nuestras vidas, tratando de ser felices y estar bien, como una ofrenda a uno mismo y a los demás? ¿Es posible ser consciente de la injusticia y el sufrimiento, sosteniendo la mirada a la oscura bestia, y aún así vivir con alegría? Preguntas como dardos que nos lanzaba David hace unos días. A nosotros, y probablemente a esta Humanidad afligida por el dolor de estos tiempos...
Foto de El País (Samuel Sánchez) |
Y si esa interpelación es dura y difícil, no lo es menos la que nos hace esta pandemia respecto a la muerte. Como plantea Eisenstein, ¿cuál es la forma correcta de vivir o de morir? ¿Valdría la pena sacrificar durante meses o años algunas de las cosas que tanto valoramos y que estamos sacrificando estos días para algo incierto, o incluso seguro? ¿O acaso se nos ha olvidado que todos moriremos tarde o temprano? En un mundo de separación, morir es un fracaso. Y resulta casi impensable plantearse el concepto de "morir bien". Pero lo cierto es que no todos estaríamos dispuestos a estar entubados y aislados en una UCI por ganar unos días, unas semanas o unos meses, frente a lo que significaría morir, quizás antes, pero abrazado a los tuyos. Y entonces esta crisis nos trae una pregunta aún mayor: ¿a cuánta vida estamos dispuestos a renunciar para estar seguros? Hay culturas que valoran el disfrute o la vida intensa más que la seguridad. Y es cierto que a veces algunos esfuerzos sanitarios titánicos significan sólo una muerte pospuesta, ya que ésta es siempre segura. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Para nosotros, la vida es sagrada. Y lo es tanto, que quizás debamos cambiar el concepto de lo que es "vivir". "VIvir" NO es sólo "vivir más". Es vivir bien. Es vivir con intensidad. Es vivir con sentido. Rodeado y arropado por los tuyos. Con plena libertad y consciencia. El reto que nos lanza el Covid-19 no es pequeño, porque ha elevado la muerte en la conciencia colectiva, cuando se suele renegar de ella y se le suele dar la espalda.
Pero no sólo nos interpela ante la muerte. También lo hace ante la propia vida. ¿Cuánto estamos dispuestos a vivir con miedo? Si el distanciamiento social tiene éxito, preparémonos para introducirlo en nuestras vidas. Porque quizás algunos cambios que creíamos temporales se conviertan en definitivos. ¿O es que quienes nos miran con desconfianza en la cola del supermercado, van a abrazarnos tres semanas después, cuando algún burócrata diga que ya no es obligatoria la separación? ¿Es la reducción en las cifras de muertes lo que debe medir nuestros estándares de vida y nuestra relación con los demás? ¿El progreso futuro consiste en la separación? ¿Y si el futuro consiste en el encuentro virtual online? ¿Nos acostumbraremos a temer dar la mano o un beso, por el recuerdo de lo que vivimos ahora? ¿Seremos capaces de controlar el miedo o el recuerdo de este confinamiento mundial? ¿Podremos volver a dar un abrazo de corazón sin pensar si el abrazado tiene el virus? ¿O quizás sea éste el punto de inflexión para dominar no sólo el Covid-19, sino ese virus que nos llevaba por el camino de la Separación los unos de los otros, e incluso del planeta que habitamos y todos sus seres vivos? Probablemente dependerá de cómo valoremos la muerte frente al abrazo, a la relación con el otro/a, al juego o al estar juntos. Quizás debamos descubrir que la muerte forma parte de la vida. Ya que, de la conciencia del dolor y de la vulnerabilidad surge la más auténtica y profunda solidaridad. Es precisamente ahí donde podemos reconocer nuestra fundamental Humanidad Común.
Un día más se ha nublado de nuevo. Pero queda un día menos. Un día menos para enfrentarnos a nuestros miedos y a la decisión de cómo queremos vivir el resto de nuestras vidas.
NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) ) https://www.patreon.com/posts/balance-de-de-de-26647734
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