sábado, 28 de marzo de 2020

Abriendo la ventana de nuestro encierro

Corren tiempos de novela distópica. El ejército y la policía patrullan las calles. Un virus invisible provoca el pánico mundial. Todo se detiene de repente. Y las familias nos vemos confinadas en casa "sine die". Se añora el abrazo, el encuentro, la cervecita en la calle, el paseo por el parque...

Por eso hemos querido abriros la ventana de nuestro mundo. Un mundo entre cuatro paredes, como el vuestro. Buscando algo muy simple: el abrazo desde el aislamiento, la apertura desde el encierro. 


Gracias, como siempre, a nuestros amigos Mº Ángeles y Floren, por esa sensibilidad que siempre destiláis en vuestras historias: http://velevisa.com/?alacarta=view&desc=621f8078

sábado, 21 de marzo de 2020

Reencuentros vecinales

Acaba de sonar el móvil. Número desconocido. Vivimos tiempos en que los números desconocidos acaban siendo conocidos. Lo cojo, y un anciano con un poco de sordera, me explica que necesita pan. Y también unas medicinas de la farmacia. Es el vecino de la casa 64. Y alguien le debe haber dado nuestro número. No tiene whatsapp. Pablo ha salido ya para su casa.
Esta tarde a las 20h, la vecina de la casa 65 dará un mini-concierto desde su azotea. Justo después de los aplausos. El vecino de la 153, quizás levante los ánimos del barrio, con su discoteca improvisada, también en la azotea. Probablemente varias vecinas compartirán sus rutinas de yoga y ejercicios para que no nos quedemos anquilosados durante el confinamiento. Puede que la vecina de la casa 66 necesite que vayamos de nuevo a la farmacia, o que le hagamos la compra en el súper. Y nuestro Pablo, recogerá en unos días el violín que otra vecina amablemente va a compartir con él, para que pueda mantener las clases por internet con su profe en Italia.
Aplaudiendo en casa a las 20h
Todo lo anterior, hace una semana, hubiera sido impensable, quizás. Este mundo en el que vivimos, había priorizado las prisas, las tareas, y el individualismo, por encima de la vida. Quizás un saludo de cortesía cuando nos cruzábamos con los vecinos más cercanos. Pero poco más. Hasta la semana pasada. De repente, nuestro mundo se ha puesto "patas arriba". Todo, absolutamente todo, ha cambiado. Y nos obligan a aislarnos en nuestras casas, para que juntos podamos derrotar a un virus. Aislarse juntos. Separarse pero sin dejar a nadie atrás. Paradojas impensables hace una semana.
Justo hablando de estas ironías de la vida estábamos Mey y yo el pasado domingo, muy sensibilizados por lo que nos ha tocado, cuando nos asomamos a la ventana de la cocina. Y nos preguntamos qué estaría pasando en cada una de las casas de los vecinos que nos rodean. En los hogares de esos desconocidos que viven a nuestro lado. ¿Quién estaría solo o sola durante estas largas semanas? ¿Quién tendría algún enfermo en casa? ¿Quién estaría aterrado/a? ¿Quién necesitaría ayuda para sus compras, o para sacar la basura, por miedo a coger el virus para algún familiar en situación delicada? Y sin pensarlo decidimos dar un paso. Nada heroico, por supuesto. Pero un paso. Similar al que están dando, quizás, millones de personas cada día en todos los rincones del planeta. Es momento de dar pasos. Y este mundo girará de otra forma. Sin duda.
Propusimos a los pocos vecinos cuyo móvil teníamos, montar un grupo whatsapp de apoyo y ayuda entre vecinos. Entre auténticos desconocidos, a fin de cuentas. Tres o cuatro mensajes de móvil, y cuatro notas debajo de las puertas, obraron el milagro. El whatsapp echaba humo. En apenas 48 horas ya éramos más de 50 los vecinos en el grupo.
Solemos ser estrictos en los numerosos grupos whatsapp que gestionamos, para evitar saturar a la gente con mensajes. Pero pronto nos dimos cuenta que, aunque la necesidad con la que montamos el grupo era la ayuda, una gran mayoría de vecinos necesitaba también compañía, risas, y motivación. Una necesidad vital que el confinamiento y el aislamiento ha traído consigo. Y no censuramos memes, ni vídeos de broma, ni propuestas alocadas. Hubo algún vecino que se ha tenido que dar de baja porque teletrabaja con su móvil y el grupo se ha "venido arriba" en apenas una semana. Pero es la excepción. Y hemos tenido que crear un segundo grupo, ya exclusivamente de ayuda, para aquellas personas más centradas sólo en pedir y prestar esa ayuda.
Puede parecer tonto: un simple grupo whatsapp para que unos desconocidos, que casualmente son vecinos, se ayuden y se den compañía. Pero algo tan sencillo es hoy noticia en los tiempos que corren. La radio nos entrevistó por ello. La televisión también, por lo de los chavales en casa. E incluso una agencia de noticias va a distribuir la noticia a otros medios de comunicación.
Quizás, visto lo visto, y como mucha gente está haciendo ya, tengamos que cambiar el nombre al dichoso coronavirus, y llamarlo COVIDA-19, haciendo alusión con el prefijo "co" a una cooperación a la vida. Quizás si desde ahora dejamos de llamarle Covid-19, con ello eliminemos el poder que se le ha entregado como agente del miedo, para quedarnos con el COVIDA-19, creador de nuevas situaciones vitales, acordes con el nuevo paradigma, bien común y cooperación.
Los tiempos han cambiado. Toca reencontrarse con los vecinos, y hacer "piña". Toca saludarse después de los aplausos de las ocho. Toca hablar a través de la valla del jardín. Toca llevarle la compra a un anciano desconocido, aunque sea con guantes y mascarilla. Toca ayudarse y hacerse compañía, aunque sea de balcón a balcón. Nosotros y nuestros vecinos lo tenemos claro. Cuando todo esto pase, celebraremos una gran fiesta en la piscina. Como se hacía hace quince o veinte años.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )

domingo, 15 de marzo de 2020

Un mundo diferente

No. No creemos que éste sea "El Fin del Mundo" que algunos auguran. Pero probablemente sea el fin del mundo tal y como lo entendíamos hasta ahora. Quizás el COVID-19 sea insignificante en tamaño, pero prenda la mecha de un gigantesco cambio que muchos imaginábamos que llegaría. Es como si el tiempo se acelerara, y como si los cambios revolucionarios a los que nos resistíamos y las situaciones más insospechadas se estuvieran agolpando todas de repente. Sin duda, trae consigo la fuerza de las paradojas e incoherencias sobre las que se sustenta nuestro mundo actual. Puede que, sin esperarlo, estemos a las puertas de ese "mundo diferente para vivir" al que aspirábamos cuando empezamos a escribir en este blog.
Pasado mañana, en casa, cumplimos tres semanas de medidas excepcionales. Y anoche se decretaba en España algo tan anómalo e histórico como el estado de alarma. Pero tras todos estos días, la familia ya está curtida en lo que significa tomar medidas extraordinarias en situaciones extraordinarias. Nuestro hogar se ha duplicado en el número de miembros y somos ocho desde entonces. Y hemos puesto en marcha una logística casi militar para compartir espacios, mantener la limpieza, y organizar las comidas y las lavadoras. Todo se ha multiplicado por más del doble de lo habitual. Y si no fuera por las dotes y la capacidad organizativa de Mey, todo se habría hecho muy cuesta arriba.
Hemos tratado de que, hasta que se subiera el nivel de emergencia, cada uno pudiera seguir desarrollando su vida razonablemente como hasta ahora. Los cuatro habituales de casa, con su vida habitual. Y nuestros cuatro huéspedes, incluidos Pablo, asistiendo a sus clases virtuales y estudiando y preparando simulacros de examen por las mañanas, y haciendo ejercicio para quemar energía en la terraza o con alguna salida en bicicleta por las tardes. A partir de hoy, esa agenda se tendrá que restringir.
Gimnasio en la terraza
La moral de la tropa sigue alta. No han faltado las bromas y el buen ambiente. Son unos chavales muy educados, colaboradores y con un gran espíritu comunitario, lo cual es normal, viniendo de donde vienen. Y tan sólo el viernes tuvimos que ponernos un poco serios para convencerles de cancelar la salida a una pizzería con la que querían despedir a Fabián por su regreso de ayer a Costa Rica. Su familia anda preocupada, y él aún está en primero de bachillerato y no tiene la cascada de exámenes finales o la incertidumbre de los otros tres respecto a la posible reapertura del colegio de Italia antes de mayo. Antes de ayer aún no se había impuesto el "toque de queda" del estado de alarma, pero las circunstancias aconsejaban ya quedarse mejor en casa. Aunque a ellos, siendo jóvenes, la sangre les hierve más, y se sienten invulnerables, o con una sensación de irrealidad ante todo esto, como si estuvieran viviendo momentáneamente dentro del episodio de alguna de sus series favoritas. Pero es tiempo de prudencia y de solidaridad, y de actuar como si fueras portador del virus, aunque no lo seas. Porque depende de cada uno de nosotros frenar la escalada de la enfermedad y evitar el colapso del sistema sanitario.
Cuando ayer por la mañana recorríamos el trayecto hasta el aeropuerto para llevar a Fabián, la ciudad y las carreteras parecían territorio fantasma. Los tres que se quedan quisieron honrar al que se va, y le acompañaron a pesar del "madrugón". Las pantallas de la DGT proyectaban mensajes apocalípticos animando a no viajar por el coronavirus. Los parques infantiles se encontraban ya todos precintados para evitar las concentraciones de familias entorno a ellos. Y tan sólo algún que otro corredor apuraba las últimas oportunidades de hacer ejercicio mañanero, antes de que las medidas de confinamiento se pusieran más drásticas. Aún estamos en los comienzos. Y esto, aunque fuera inimaginable hace unas semanas, aún no ha hecho más que empezar. Por aquí, Eva, Samuel y Mey tendrán clases on-line en las próximas semanas. Y en mi caso, parece que empezamos a organizarnos para poner en marcha una nueva forma de trabajar a distancia en la Administración.
Desde hace mucho, nuestro planeta pedía a gritos un respiro. Y ni las cifras de cambio climático, ni los desastres naturales, ni los crecientes movimientos ecologistas habían logrado reducir los niveles de contaminación, como lo está haciendo el aparente colapso económico que el coronavirus está produciendo en sólo unas pocas semanas. Como dice Francesca Morelli, nuestro indiscutible sistema productivo basado en el dogma de "crecer, crecer y crecer" se va a ver confrontado en sus propios cimientos. Años de trifulcas por banderas, siglas, colores y nacionalismos de distinta índole parecen difuminarse por momentos, y esas diferencias, por fin, desaparecen de los telediarios. Quienes hasta hace poco reforzaban fronteras y se sentían en la superioridad moral de excluir de sus tierras al "otro", sienten en sus carnes la exclusión, la sospecha y el rechazo por el miedo a que sean portadores del virus. Aquellos que hacen del enfrentamiento y de lo "mío" la base de sus vidas, se empiezan a dar cuenta de que sin el "nosotros" y sin la coordinación y el trabajo colaborativo, aunque sea a distancia, la cosa se pone cruda en los momentos más decisivos. Cuando pensábamos que la vida iba de "hacer, hacer y hacer", de repente todo se para y debemos redescubrir el sentido de la vida en el Ser, que quizás nos obligue a volver a nacer (no-hacer), y a basar nuestra felicidad no en el "bienestar" sino en el "bienser". De repente, nuestras sofisticadas vidas, deben volver a la simpleza del núcleo familiar, y replantearse frente a la mesa-camilla, a la tarde de sofá, o al juego de las "casitas". Y cuando dábamos la espalda a quienes nos rodean frente a la pantalla de un móvil, de repente empezamos a echar de menos el abrazo, el beso, y el contacto humano proscritos en estos días.
A muchas personas les asusta la incertidumbre, pisar terreno desconocido, y replantearse unas reglas del juego que pensaban inamovibles. Pero lo cierto es que se ha detenido todo, por decreto, y de un día para otro. ¡Por fin!, dirán algunos. Y en una situación tan impensable e inédita, no queda otra que reinventarse, centrarse en la parte positiva de todo esto, y sacudirse el miedo de encima. No hay otra opción. Bien sea saliendo al balcón a cantar, tocar tu instrumento o aplaudir, como muchos ya están haciendo. Bien sea meditando o bailando. O bien sea organizándonos en la distancia, ahora que no tenemos nada más importante que hacer. Es momento de sacar lo mejor de nosotros mismos. De practicar como nunca la solidaridad. De pensar en los demás y hacernos UNO con ellos. El mundo desde hoy ya no es el que era. Reinventémoslo como siempre quisimos.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )

domingo, 8 de marzo de 2020

Abrazos en tiempos de pánico

En la era del coronavirus, quizás no sea lo más prudente. Pero Mey lo hizo sin titubear. Nunca había visto a esa chica y nunca la volverá a ver, probablemente. Bastaron dos minutos de conversación, un sentimiento de sorpresa, otro de gratitud, ¡y zas!, se obraba el milagro. Fuera barreras. Fuera miedos. Sin mascarillas ni alcohol desinfectante. Un abrazo "a pelo" en los tiempos que corren. Un horror. Toda una temeridad.
El miedo cotiza al alza en los telediarios, en las tertulias y en las  conversaciones familiares. Si se te escapa una tos en el autobús, o mencionas la palabra "Italia" o "China" relacionada con alguna experiencia personal, te verás sin duda señalado como sospechoso, o directamente como culpable de atentar contra la continuidad de nuestra especie. Ya no te digo, si se te ocurre acoger en tu propia casa, y bajo tu propio techo, a cuatro estudiantes cuyo colegio en Italia ha sido cerrado durante la crisis del coronavirus. Poco importa que uno de ellos sea tu hijo. Poco importa que peligrara el bachillerato de los otros tres, si regresan a sus hogares. Poco importa si salieron de Italia antes del estallido de la crisis actual, o si ya han pasado en casa las dos semanas de rigor, que dicen los expertos que son precisas para descartar que se tenga el dichoso virus. Ha habido gente que nos ha preguntado preocupada si tienen síntomas. Ha habido incluso una profesora del instituto que, en clase, ha tildado de irresponsable esa acogida a unos refugiados del coronavirus, cuando algún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia. Es increíble la irresponsabilidad que demuestran algunos desde sus púlpitos. Y estamos convencidos de que más de uno evitará cruzarse con nosotros mientras sigan nuestros huéspedes en casa. Pues nada, simplemente un recordatorio: la cosa parece que va para largo. Así que absténgase los asustadizos de mezclarse con nosotros en las próximas semanas, porque amenazamos con seguir acogiendo a los cuatro "corona-bros" (como ellos mismos se autodefinen), mientras no se normalicen las cosas en Italia. 
Ésta no es una crisis sobre un virus que se te mete en el cuerpo. Es una crisis sobre el miedo que se te mete en el cuerpo. Y cuando eso sucede, las personas nos volvemos más manipulables. Simples rebaños que vagan desconcertados a golpe de titular de prensa. La situación idílica para los intereses más espurios, sea en batallas comerciales entre países, sea para vender más periódicos o espacios televisivos, sea para evitar la expansión de un imparable despertar consciencial, sea para probar el sometimiento en la libertad de millones de personas, o sea para vender más mascarillas (igual que pasó con el famoso tamiflu, que todos parecemos haber olvidado). Y es que hasta el más inofensivo catarro o la más inocua gastroenteritis, se vuelven amenazantes cuando se televisa el "minuto a minuto" de cada caso, de cada zona, de cada bulo, o de cada teoría al respecto.
El miedo no sólo vende, sino que es el mayor arma que puede existir contra la libertad. Políticos, banqueros y magnates de todo pelaje lo usan en sus operaciones y decisiones diarias. No hay nada que dé mejores resultados que su uso manipulativo. Que se lo digan a los millones de chinos o italianos, presos por decreto y de forma consentida en sus regiones. Sin duda habrá ya quienes hacen del miedo su profesión y su forma de vida. No sabemos si hay una mano negra detrás de esta crisis del coronavirus. Pero desde luego, sí que hay muchos que se están frotando las manos con su gestión y consecuencias, todo un experimento sociológico de carácter planetario.
Mey y yo volvíamos de mi revisión post-operatoria este pasado miércoles, y el resultado no podía ser mejor. El agujero macular había quedado totalmente sellado, había recuperado visión, se me reducía la medicación a una sola gota, puedo ya volver a hacer deporte, y hasta dentro de un año no tengo que volver a revisión. Estábamos exultantes. Y el cirujano aún más. Los resultados del escáner ocular eran tan abrumadores que casi resultaba milagrosa una recuperación así en tan poco tiempo. La operación había salido muy bien. Los diez días boca abajo, que seguí rigurosamente, fueron también claves. Pero estoy convencido que fueron determinantes las decenas y decenas de personas que nos abrazaron y sostuvieron desde la distancia durante esas semanas de preocupación. Con una energía así, no sólo se diluye cualquier miedo o duda, sino que resulta imposible que las cosas no salgan como tienen que salir.
Después de celebrarlo por Barcelona, llegamos al aeropuerto para coger el vuelo de regreso a casa. Nos sobraban dos viajes en nuestro bono de autobús. No volveríamos a Barcelona hasta pasados doce meses, y para entonces los viajes ya habrían caducado. Así que decidimos que era mejor regalárselos a alguien que los pudiera disfrutar. A mí me cuesta más romper el hielo en esas ocasiones. Pero Mey es una auténtica experta. Se deja guiar por una intuición portentosa. Y justo a la entrada había una joven rubia esperando el autobús con los cascos puestos. Al principio, levantó la mirada con desconfianza cuando Mey traspasó su zona de seguridad. Luego puso cara de incredulidad cuando le ofreció los dos viajes, esperando quizás que le pidiéramos algo a cambio. Lo siguiente fue  buscar la conexión que permitiera a dos desconocidas dejar de serlo: nosotros le compartimos nuestra buena noticia del día y que éramos de Málaga, y ella que estaba visitando a unos amigos y que era de Granada. Y de inmediato, y como resumen de lo que realmente somos los seres humanos, una amplia sonrisa y un abrazo sincero, sin cálculos ni precauciones sanitarias. Sólo por el placer de lo que más nos caracteriza: el relacionarnos, el darnos a los demás, el encontrar la conexión con el otro. ¡Mira que el regalo era insignificante! ¡Dos viajes de autobús! Pero la cara de aquella chica se iluminó como si nunca hubiera recibido un presente más valioso. Quizás porque nos estamos alejando demasiado de nuestra esencia como personas, y cuando recobramos esa esencia, aunque sea tan fugazmente, sentimos que en esos instantes hay algo auténtico por lo que, sin duda habría que luchar.
Adjuntamos al bono de autobús una de las tarjetas "Sonríe" de nuestro amigo Joserra, para que entendiera mejor de qué van estas locuras. Pero sin duda, no habría hecho falta. El dar a un desconocido sin esperar nada a cambio cortocircuita nuestros esquemas hasta tal nivel, que se producen instantes mágicos como ese abrazo espontáneo y libre. Sin miedos. Sin preocupaciones. Sólo porque momentos así nos alejan de esos seres temerosos en que quieren convertirnos y nos acercan a nuestra verdadera naturaleza.
No se trata de hacer apología de la temeridad. Pero tampoco está mal recordar que somos seres humanos. Que probablemente el coronavirus pasará como sucedió con el SARS, la gripe aviar o la porcina. Que las cifras de mortalidad son ridículas frente a cualquier gripe de las que pasamos cada invierno. Y que no hay epidemia peor que el miedo. Y en el contagio del miedo, la expansión depende sólo y exclusivamente de nosotros. Podemos decidir dar la espalda al miedo con un simple abrazo, con una acogida o con una sonrisa, o convertirnos quizás en unos bichos raros que ven a sus congéneres como verdaderas amenazas. Depende de nosotros.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )

jueves, 5 de marzo de 2020

Reportaje sobre nuestra acogida a 3 estudiantes tras el cierre de su colegio por coronavirus

Os compartimos a continuación un mini reportaje del Canal 101TV, de febrero de 2020, a raíz de nuestro último post (http://familiade3hijos.blogspot.com/2020/02/refugiados-del-coronavirus.html).

Éste es el resumen que hizo de la noticia el propio canal de televisión:
"Cuando Pablo llamó a sus padres para explicarles la situación, estos ofrecieron su casa sin dudarlo para acoger a algunos de sus compañeros
El coronavirus también nos deja ver la cara más solidaria de los malagueños. Una familia de Vélez-Málaga ha acogido a un grupo de alumnos del centro educativo italiano en el que estudia su hijo tras el cierre temporal del centro como medida preventiva ante el virus.
Aunque la zona de Trieste, en cuyo entorno se ubica el centro, se encuentra libre del coronavirus, el Colegio del Mundo Unido del Adriático optó por cerrar como medida preventiva y se vio ante la tesitura de tener que realojar a sus 180 alumnos.
Cuando Pablo llamó a sus padres para explicarles la situación, estos ofrecieron su casa sin dudarlo para acoger a algunos de sus compañeros.
Desde entonces, dos alumnos costarricenses y uno italiano comparten casa y vivencias con Pablo y su familia, lejos del pánico generado a causa del virus."
http://www.101tv.es/noticias/familia-velezmalaga-acoge-alumnos-colegio-cerrado-coronavirus.aspx



También os ofrecemos las entrevistas extendidas a Pablo, Mey y a nuestros tres invitados (Erick, Fabián y Jacopo) con vistas a dicho mini-reportaje: