domingo, 20 de febrero de 2022

Giro de guión (parte I)

Este verano pasado fue, quizás, el más duro de nuestra vida. Era el reencuentro con nuestros tres hijos, después de un largo año de estar separados de ellos: Pablo en Oklahoma, Samuel en Córdoba y Eva en Texas. Y durante esos meses en la distancia, el mundo se había vuelto absolutamente loco. Todo estaba "patas arriba". Y era momento de recomponer las piezas del puzzle, de dar coherencia al sinsentido, y de volver a anclar lo que quizás se había ido a la deriva. Había mucho que compartir. Todo un año de investigación, estudio y recopilación de evidencias de todo tipo, que permitiesen trascender las meras opiniones y creencias alrededor de la pandemia, para poder volver a andar sobre terreno firme. Sobre el terreno de nuestros principios y convicciones familiares. Había que mostrar las fuentes adecuadas, plantearse las preguntas que pocos se hacen, y superar la tendencia a pensar que todo es falso, o la frustración de no encontrar la verdad entre tanta desinformación. No todo es igual de falso, pero requiere esfuerzo encontrar respuestas. Todo ese proceso había que hacerlo en un tiempo récord, porque en septiembre, al menos los dos mayores, volverían a sus actuales universidades.

Andorra, julio 2021

Pero el "martilleo" de las noticias, de las redes sociales y de los círculos de amigos, ya había hecho su trabajo. La predisposición a tragarse el relato oficial era ya un hecho. Y nuestros intentos de contrastarlo y rebatirlo no sólo "caían en saco roto", sino que crearon fricción y enfrentamiento durante semanas. Ir contracorriente nunca es fácil. Hacerlo en la adolescencia o en la juventud, frente al criterio de tus iguales es casi un imposible. Poco importaba que estuviéramos en paisajes maravillosos de Andorra o Asturias: en la visión de la realidad parecía que ellos y nosotros estábamos "en las antípodas".

Mientras tanto, nuestras reflexiones y análisis, expuestos públicamente en nuestro canal de youtube, empezaron a crear malestar en nuestros entornos de familiares y amigos. Algunos, sutilmente, dejaron de dirigirnos la palabra. Otros, abiertamente, iniciaron hostilidades con nosotros. Se empezaba a abrir una enorme brecha a nuestro alrededor, con buena parte de quienes nos habían rodeado siempre. Y el 22 de julio decidimos dar el paso: silencio. Había mucho que compartir, y mucho que habíamos descubierto. Pero quienes necesitaban esa información no estaban dispuestos a escucharla. Y el resto ya la conocía o estaba conectado a las fuentes adecuadas para conocerla. ¿Tenía sentido seguir insistiendo? ¿Valía la pena tratar de convencer a quien no se abre a ser interpelado en sus creencias? ¿Quizás es que no era el momento para todas estas personas? De acuerdo. Había que confiar en el libre albedrío. También en el momento evolutivo de cada persona. Quizás unos años antes, nosotros también nos habríamos "cerrado en banda". Así que, por muy buenas que fueran nuestras intenciones, decidimos que era el momento de renunciar a convencer a nadie y de guardar silencio. Y así lo hicimos.

Pero con nuestros hijos no podíamos guardar silencio. Sentíamos que lo que estaba sucediendo era demasiado grave. Y que ellos se encontraban totalmente desarmados a nivel de información y criterio frente al "cacareo" de los medios y frente a los mantras repetidos una y otra vez por media Humanidad, aunque la lógica de esos mensajes y decisiones hiciera aguas por todos lados. Nos preocupaba su salud, la inexistente eficacia o necesidad de los pinchazos, y los numerosos efectos secundarios ya acreditados científicamente entonces (hoy ya la lista es interminable). Pero también nos preocupaba que estuvieran dispuestos a ceder tan tranquilamente esferas de libertad que ha costado décadas conseguir a nuestros antepasados, y que entrasen en una esfera de sometimiento interior con difícil vuelta atrás. Así que insistimos e insistimos hasta la saciedad. Fuimos unos auténticos "pesados", como los tres se encargaron de repetirnos reiteradamente. Pero forma parte de nuestro "sueldo" de padres. Y no íbamos a bajar los brazos. Aunque de pura desesperación, Mey y yo hablamos en varias ocasiones de dejarlo ir, y que "fuera lo que Dios quisiera". Necesitábamos un poco de paz, y la guerra era incesante, incluso en aquellos paisajes paradisíacos que nos acogieron aquellos días.

Camping en Babia (León), agosto 2021

El verano pasó. Pablo y Samuel volvieron a sus entornos universitarios. Eva inició el bachillerato internacional con nosotros. Y nosotros cruzamos los dedos. La presión que imaginábamos se produjo, incluso antes de lo esperado. Y fue mayor incluso de lo previsto. Los mensajes de audio, especialmente desde Estados Unidos empezaron a ser angustiosos. La presión "por tierra, mar y aire" comenzó a hacer mella en Pablo. Y en varias ocasiones, viendo su desánimo, nos temimos que sucumbiría. Las restricciones de movimientos, la abierta discriminación para ciertas posibilidades en becas, y su dudosa continuidad laboral, dibujaron un negro panorama si no se inoculaba. Lo único que pudimos hacer fue apoyar, apoyar y apoyar. Y rezar para que las semillas de tantas y tantas conversaciones durante el verano, fructificasen dentro de él.

Los padres, a veces, pensamos que todo depende de nosotros. Y se nos olvida que somos tan sólo unos compañeros de viaje en el camino de nuestros hijos. Unos compañeros privilegiados, eso sí. Pero tan sólo eso: compañeros de viaje. El proceso interior de cada uno de nuestros tres hijos ya estaba en marcha. Las tormentas del verano entre ellos y nosotros eran necesarias para afianzar su independencia y su capacidad de decisión. Pero dentro de ellos se había ido consolidando lo que le ha faltado a millones y millones de personas: criterio para separar la paja del trigo; curiosidad para buscar lo importante entre tanto ruido; determinación para no dejarse arrastrar por una avalancha imparable de miedo; fuerza interior para ser diferente y no temer ser señalado; firmeza para actuar en conciencia, para no verse coaccionado o condicionado, y para ejercer nuestros derechos con plenitud; serenidad para tener paciencia, templanza y tino frente a las prisas dominantes y a los globos-sonda; y por qué no decirlo: el respaldo y el apoyo de tu gente más cercana, si ya lo tenías claro, y no querías rendirte frente a tanta adversidad.

En las últimas semanas hemos hablado de esto con bastantes amigos cercanos. Algunos de ellos, con especiales dotes intelectuales o incluso espirituales. Pero han acabado rindiéndose, en algunos casos, casi contra su voluntad, frente a esa histeria colectiva de las inoculaciones y de la narrativa oficial. Y en todos esos casos ha faltado esa pizca de criterio. Esos segundos de discernimiento. Esa gota de arrojo para enfrentarse al "qué dirán". O ese pellizco de empuje para encontrar algo de luz rebuscando entre tanta oscuridad. Y ese pequeño átomo de energía es el que marca la diferencia. Es el que cruza o no la frontera de la rendición, del condicionamiento futuro, o de la autonomía y el empoderamiento, pase lo que pase.

Asturias, Agosto 2021
Tras el tomentoso verano, el curso avanza con determinación para nuestros tres hijos. Eva crece en madurez día a día, en su particular batalla en un complicadísimo bachillerato internacional, que sigue tratando de compaginar con su 9º año de estudios musicales en el conservatorio. Continúa manteniéndose firme frente a las decisiones de todos sus compañeros respecto al "pinchazo" y al pasaporte Covid, y frente a los esporádicos "tiritos" manipuladores de algún que otro profesor al respecto. Y encaró con una madurez y deportividad impropias de su edad, el renunciar a la carrera por UWC, que había llevado a Pablo a Italia y hoy a EEUU, porque se impuso también el injusto y absurdo requisito de la vacunación en el proceso de selección. Se había quedado tan sólo a 0,09 puntos de estar en la final el pasado año, y tenía todas las papeletas para conseguirlo éste. Pero hay chantajes inaceptables, y ni se despeinó con la decisión.

Samuel sigue "saliéndose" en Física en Córdoba: parece que ha encontrado su sitio y su vocación. Y estos meses de pandemia los está encajando como es él: una "anguila" que sabe sortear opiniones y decisiones de su entorno con discreción y sin aspavientos. Eso sí: haciendo al final lo que le da la real gana, y sin que le importe mucho lo que opinen los demás.

Y Pablo es probablemente el que más está sufriendo el "temita". Sus resultados académicos también han sido espectaculares. Pero a las presiones enormes que ha sufrido su novia, se unió las que él mismo padeció durante meses. Sus dudas del verano se han transformado en un torrente de energía y convicción frente a las barbaridades e injusticias que le está tocando comprobar por sí mismo. Y en esto probablemente han influido varias cosas. Por un lado, ha dejado de temer por ser o decidir diferente a su gente. De hecho, su gente ha empezado a valorar mucho en él esa fuerza para ir a contracorriente, guiado por sus principios y su incesante búsqueda de respuestas. Por otro lado, por el camino ha tenido que cambiar ese trabajo que compagina con los estudios, dejando el supermercado, y pasando a ser asesor informático a distancia. No iba a sucumbir a la presión de la normativa del gobierno federal para que se inoculase, y el ofrecimiento por personas cercanas de respaldo (incluso económico) para no ceder, también le ayudó. Decidió no rendirse y cambiar de trabajo. Y por el camino, la justicia americana deshizo esa restricción laboral para los no-vacunados, indefendible ya a la luz de las evidencias científicas y de los hechos. Está encantado con el cambio, y además le ayudará a hacer currículum. Ahora afronta nuevos dilemas pandémicos. Tenía muchas posibilidades de que le dieran una beca para continuar sus estudios durante un semestre en Paris o Estocolmo a partir de septiembre. Pero de nuevo el absurdo requisito de la obligatoria vacunación se interpuso, y ha tenido que renunciar a ello por ahora. Y la lucha se centra en estos momentos en si eliminan el requisito de estar vacunado para volver a entrar a EEUU. Porque si no, quizás no tenga sentido arriesgarse a volar a casa para pasar el verano, si luego no le van a dejar volver a Oklahoma. Eso sería dolorosísimo para él. Pero inocularse ya no es una opción. Esperemos que llegue algo de cordura pronto.

Pico La Serrera (Andorra), julio 2021
Nunca se sabe cuándo va a dar un giro el guión de nuestra vida. Las verdades más absolutas se vuelven, de repente, engaños que no entendemos cómo pudimos tragarnos antes. Lo que siempre descartamos como auténticas paranoias absurdas, a veces, se confirma por la tozudez de los hechos. Quienes siempre pensamos que eran unos "pesados", pueden convertirse en nuestro último clavo ardiendo. Y quienes siempre creímos que eran nuestro férreo sostén y máximos aliados, de repente se convierten en una pesada losa para nuestro crecimiento y evolución consciencial.  Por eso no se trata de convencer a nadie. Sino de construir, construir y construir. Empezando por nosotros mismos. Porque cada uno vive su proceso evolutivo a su ritmo. Y erigirse en dador de verdad no es labor de nadie. Todos vivimos antes o después un momento de oscuridad, de zozobra e incertidumbre, mientras otros, a la vez, viven en la luz, en la plenitud y en el gozo. En un momento podemos ser víctimas, y en el siguiente quizás verdugos sin saberlo. Los resortes de la vida pueden darse la vuelta, para que nuestro proceso de aprendizaje se despliegue en plenitud. Y la vida es muy larga, y llena de decisiones que van mucho más allá de vacunarse o no. De hecho, esta historia aún no ha acabado, y deberemos estar fuertes para sus nuevos episodios. Por eso se trata sólo de compartir vivencias y aprendizajes propios. Sin insistir. Respetando ritmos y momentos vitales. Y a quien deba llegarle el mensaje, le llegará. Y a quien no, quizás es porque debía ser así en ese momento para esa persona y para lo que le rodea. 

Hace unas semanas falleció a los 95 años  Thich Nhat Hanh, símbolo de la no-violencia y del impulso de la meditación y el mindfulness en occidente. En uno de sus poemas, titulado "Llámame por mis verdaderos nombres", aborda con rotundidad la gran verdad de que todos somos UNO, y de que puede que nos toque vivir las dos orillas de la realidad, en un incesante giro del guión de nuestra vida:

(...)

Soy una rana que nada feliz

en el agua clara de un estanque,

y soy la culebra que se acerca

sigilosa para alimentarse de la rana.


Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,

con piernas delgadas como cañas de bambú,

y soy el comerciante de armas

que vende armas mortales a Uganda.


Soy la niña de 12 años

refugiada en un pequeño bote,

que se arroja al mar

tras haber sido violada por un pirata,

y soy el pirata

cuyo corazón es incapaz de amar.


Soy el miembro del Politburó

con todo el poder en mis manos,

y soy el hombre que ha de pagar

su deuda de sangre a mi pueblo,

muriendo lentamente

en un campo de concentración.

(...)

Prométeme:

aun si te abaten

con una montaña de violencia y odio,

aun si te pisan y aplastan

como a un gusano,

aun si te rompen y destripan,

que recordarás, hermano,

recordarás

que el hombre no es nuestro enemigo.


Lo único digno de ti es la compasión:

invencible, ilimitada, incondicional.

El odio nunca te dejará enfrentarte a la bestia en el hombre.


Y un día, cuando te enfrentes a esta bestia solo,

con tu valor intacto, los ojos tranquilos,

llenos de bondad, (aunque nadie los vea),

de tu sonrisa

nacerá una flor.

(...)


domingo, 13 de febrero de 2022

Obediencia sin con(s)ciencia (parte II)

La decisión estaba tomada. Mi posicionamiento era claro. Lo había expresado públicamente. Ya no había marcha atrás. Y mi conciencia estaba en calma. Esa era "la prueba del algodón". Esa que te dice que has obrado conforme a los principios de lo correcto o lo incorrecto. Pero algo no iba bien. Se sucedían los días, y aquel nudo en el pecho continuaba. Sentía que me habían faltado al respeto. Que había sido humillado públicamente y de forma injusta, precisamente por cumplir mis obligaciones. Que todo el personal del edificio estaría comentando lo que había sucedido. Y que me había quedado solo ante el abismo.

Bessi en Pixabay
Si mi decisión había sido la correcta, ¿por qué esos sentimientos? ¿Por qué me sentía víctima de una "encerrona" o de lo que injustamente me habían "liado"? ¿Por qué estaba tan dolorido y ofendido? ¿Por qué, en mi fuero interno, reprochaba al resto de compañeros jefes que no se hubieran rebelado también y me sentía inclinado a castigarles con mi enfado o mi indiferencia?¿Por qué percibía con tanta fuerza que había una conversación pendiente con quienes me habían ofendido? ¿Por qué incluso llegué a poner por escrito los argumentos de lo que les tendría que decir tarde o temprano?

Dejé pasar los días. Cuando hay tantas fuerzas pululando por nuestro interior, es mejor que todo se asiente. No tomar decisiones en caliente. No mudarse en plena tormenta. Y en un paseo por la playa vi la luz con Mey, mi mujer. Lo vi claro. Y su perspectiva coincidía con la de un buen amigo, que me había insinuado algo parecido. Siendo personas tan diferentes, había que indagar por ahí.

Nos gustaría ejercer nuestra libertad. Optar por lo correcto. Actuar en conciencia. Y desobedecer, cuando esa conciencia nos dice que no es admisible algo así. Pero a la vez, nos gustaría que nos dieran la razón por esa desobediencia. Que nos dieran una palmadita en la espalda por la valentía de encarar lo injusto. Que se disculparan. Y por qué no, ya que estamos: poder salir a hombros, entre vítores, de la oficina. A fin de cuentas, ese es el papel de nuestro ego. Para eso está. La clave radica en si estamos dispuestos a identificarnos con él, o si somos mucho más que nuestro ego.

En el fondo, dentro de cada uno de nosotr@s, habita un niño o una niña. Seguimos necesitando que nos quieran, nos valoren o nos presten atención, como cuando éramos pequeños. Y por eso somos obedientes a las órdenes que nos dan. Sean del gobierno, de nuestro jefe, de los medios de comunicación, de la OMS, o de nuestro círculo de amigos y familiares. Pero a veces nos toca crecer. Y darnos cuenta que esas órdenes son injustas, absurdas o dañinas. Y cruzamos la peligrosa frontera de lo que se espera de nosotros, y nos rebelamos. Pero como seguimos siendo niños, esperamos que nos sigan queriendo, valorando o prestando atención. Y a quienes dan esas órdenes o consignas ya les hacemos menos gracia por nuestra osadía. Vamos, lo previsible. Y entonces nos toca trabajárnoslo. Porque si no lo hacemos, esa sensación de insatisfacción y desequilibrio por haber hecho lo correcto, pero recibir "palos" por ello, nos puede amargar la existencia.

Lukas_Rychvalsky en Pixabay
Está bien no tener miedo de defender lo justo. Está bien seguir nuestra conciencia. Pero, ¿estamos preparados para ser tachados de malos, irresponsables o insolidarios por ello? ¿Estamos dispuestos a no caer bien a todo el mundo tras ese paso o a aceptar que opinen mal de nosotros, por actuar distinto? ¿Estamos listos para romper las cadenas de la esclavitud de lo que opinen los demás, a ser diferentes, a ir contracorriente? A eso nos invita el equilibrio interno. A eso nos invita la conSciencia (con "S" en medio).

Dice la Real Academia de la Lengua que la "consciencia" es el conocimiento inmediato o espontáneo que uno tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. Se trata de conocernos a nosotros mismos, de conocer el entorno, y de interactuar con él. Y ese proceso, si es sano, nos debería llevar al equilibrio. El problema es, cuando al interactuar, sea con nuestra familia o pareja, sea con el trabajo, o sea con la sociedad, se generan bloqueos internos, reacciones que nos dañan por dentro, conflictos que no logramos atajar. Y ahí, aunque hayamos actuado en conciencia optando por lo correcto, si para encajar las consecuencias no desplegamos nuestra conSciencia (con "S"), flaco favor nos habremos hecho a nosotros, y flaco favor haremos a la causa que pretendíamos defender.

Stephen Karpman, como nos recordaba un amigo estos días, lo explica muy bien con su "Triángulo Dramático". Según él, la mayor parte de nuestros conflictos internos surgen porque hemos adoptado en relación a nuestro entorno un rol de perseguidor, de salvador o de víctima, cambiando de un rol a otro, dependiendo de cada situación. ¿Y si aquel jueves entré en aquella reunión en plan "perseguidor" juzgando y despertando con ello rabia o frustración en mi jefe? ¿O quizás aquel jueves me puse el traje de "salvador", preocupándome en exceso por aquel problema de protección de datos, prestando una ayuda que quizás ni se esperaba de mi, o asumiendo una responsabilidad exagerada, y no sintiéndome reconocido por el esfuerzo? ¿Y si quizás salí de la reunión de aquel jueves en modo "víctima", quejándome por lo que me habían hecho, buscando la empatía ajena o directamente la lástima? Si yo pude ponerme esos tres "trajes" en distintos momentos de aquel episodio, ¿qué trajes se pusieron los demás al interactuar conmigo? Sin duda, el lío se monta. Y se retroalimenta aún más.

dima_goroziya en Pixabay
Pero hay salida. A través de la conSciencia, podemos reconocer nuestra actitud en cada situación, y asumir nuestra responsabilidad para transformarla en otra más favorable. Para la próxima reunión o circunstancia injusta que vea en el trabajo o en la vida, quizás podría cambiarme el traje de "perseguidor", no pretender llevar la razón, y ponerme el traje de "retador", planteando desafíos para que los otros cojan "el toro por los cuernos". Para la próxima, quizás en vez de ir de "salvador", podría decirme a mí mismo "no", ponerme límites a ese "ir resolviendo la vida a los demás", y vestirme de "facilitador", que da apoyo pero permite que los otros sean los protagonistas. Y cuando me lleguen los "palos", en vez de ir de "víctima", quizás debería recuperar antes la confianza, y pasar al rol de "creador", diseñando mis propias decisiones y mi respuesta a un mundo a veces absurdo.

Vivimos tiempos muy complicados. Estamos rodeados por todas partes. Ahí fuera hay un mundo exterior que se descompone a base de miedo, injusticias y sinsentido. Pero aquí dentro de cada uno de nosotros, también hay otro mundo interno que puede desequilibrarse. Y que hoy, más que nunca, se está desequilibrando de hecho, precisamente por la que se está montando en el mundo exterior. Y lo cierto es que podemos "meter la pata" en ambos mundos. En el mundo exterior, obedeciendo y actuando sin conciencia, en relación a lo que es justo o verdadero. Y en el mundo interior y espiritual, sometiéndonos a unos roles y a unos desequilibrios que nos llevan a todo tipo de esclavitudes. Y lo sentimos mucho, pero para ser feliz, no vale sólo con aprobar en uno de esos dos mundos. Hay que sacar nota en los dos. Y habrá que sacar fuerzas de flaqueza. Porque, por un lado, nos tocará ir contracorriente, cuando el mundo exterior nos plantee una locura, un absurdo o directamente una injusticia. Y, por otro lado, nos tocará luchar contra la inercia del desánimo, de la reactividad, y del dolor de nuestro mundo interno, cuando nuestros roles se desequilibren.

Aquel jueves cualquiera, en una reunión de trabajo cualquiera, mis dos mundos se pusieron a prueba. Y no hay solución buena ni solución mala. Sólo hay camino, camino y camino. Y para hacer camino, todo es perfecto, todo vale, todo te enseña. Buscando el equilibrio. Conociéndote cada vez más. Aprendiendo para la próxima. Y compartiendo ese aprendizaje.


PD: Puede que en ese mundo exterior, muchos tengáis la sensación de que habéis cometido errores, que habéis sido engañados, o que no encajáis. Y quizás sentís que hay que hacer un giro en el guión de vuestra vida. De eso irá nuestro próximo post ;)


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sábado, 5 de febrero de 2022

Obediencia sin con(s)ciencia (parte I)

Salí de la reunión de aquel jueves con palpitaciones. Me sentí menospreciado y señalado públicamente ante el resto de mis compañeros jefes. Las faltas de respeto fueron presenciadas por todos. Y aguantar las ganas de responder por evitar entrar en confrontación fue durísimo para mí, que tengo mi genio.

harutmovsisyan en Pixabay
He dudado mucho en si escribir al respecto. Me he dado más de una semana para madurarlo. No quiero perjudicar a la Administración Pública para la que trabajo, y por eso no doy datos de ningún tipo. Tampoco quiero perjudicar a quienes me han ofendido o me estarán criticando a mis espaldas. Esto no va de revanchas, de confrontación o de cuentas pendientes. Tarde o temprano esta locura pandémica se estabilizará, la crispación reinante ahora se apaciguará, y habrá que reconstruir los puentes y los acuerdos. Pero es importante compartir lo que está pasando. Por respaldar a las miles y miles de personas que estarán sufriendo tragos similares. Para hacernos fuertes entre tanto sinsentido. Por dar la importancia que tienen los miles de gestos cotidianos que apuestan por no doblegarse, por no bajar los brazos, y por conformar esa tribu de guerreros por un mundo diferente. Sin acritud, sin virulencia, sin enfrentamientos. Pero es momento de decir NO. Y ese pequeñísimo gesto, ese insignificante momento de afirmación personal frente al absurdo, hace que todo sea distinto. Te reconcilia con tus principios y con lo que consideras que es correcto. Con tu conciencia y con la conciencia universal. ¿Acaso existe mayor victoria que esa? 

La verdad es que no esperaba que pudiera pasar algo así, precisamente por cumplir mis obligaciones. Nos convocaron a una reunión para revisar el nuevo protocolo Covid. En él, se establecían unas consecuencias distintas para los contagiados, dependiendo de si se habían vacunado o no. Unos no tendrían que hacer cuarentena de varios días y otros sí. Ya de por sí, eso es un sinsentido a estas alturas, dados los abundantes estudios y la evidencia fáctica que vemos a diario: todos vacunados, todos contagiados. Pero no quise debatir ese asunto, para el que ni teníamos competencia ni capacidad de decisión. Aunque como tengo asignadas responsabilidades regionales en materia de gestión de datos, y he estado trabajando intensamente en el registro de actividades de tratamiento, quise al menos plantear mis dudas sobre la legalidad de algunas medidas que sí que nos afectaban. El protocolo plantea que rellenemos un formulario con nombres y apellidos, con la "información a comunicar por el responsable de la unidad administrativa en casos sospechosos, casos probables, o casos confirmados de contagio por coronavirus". Y aparte de todos los datos personales del compañero/a en cuestión, se nos pregunta sobre sus síntomas, toma de muestras, fechas, tipo de test y resultado, si está o no vacunado, si con pauta completa o no, y en un listado final, nos solicitan nombre, apellidos, fecha y teléfono de las personas no vacunadas o inmunodeprimidas. Al pie del formulario deberíamos firmar y poner nuestro puesto o cargo. Nada más y nada menos. Fue leer el protocolo, y apenas me podía creer que se estuviera planteando algo así. Era de manual. No sólo porque los jefes no tenemos ninguna habilitación legal para el tratamiento de datos sanitarios, que son del máximo nivel de protección (acarreando cuantiosas multas si se incumple la ley en este punto). Sino porque, por simple sentido común, si hace dos años nos hubieran pedido algo así sobre quién tenía el SIDA, sobre si había pasado la sífilis, o sobre si se había vacunado contra la viruela, nos habría parecido una aberración. Y sin embargo, ahora todo el mundo parece verlo normal, o al menos mira para otro lado. Igual que si un camarero, sin autoridad legal para ello, nos pide nuestro DNI o nuestra información sanitaria confidencial para poder tomar un café. El mundo al revés, vamos.

geralt en Pixabay
Sopesé mucho qué hacer. Tenía claro que no podía participar en dicho protocolo, al menos hasta consultar con el máximo responsable regional de protección de datos si se había revisado este despropósito. Pero, ¿debía manifestar mis dudas al resto del equipo directivo? Creí que mi obligación era hacerlo. Pero como los ánimos se encienden cuando se habla de Covid, y odio las confrontaciones, preferí hablarlo en privado  con el máximo responsable de mi provincia, un rato antes de la reunión de jefes convocada al efecto. Apenas se sintió interpelado por mis argumentos. Ni siquiera se abrió a la posibilidad de elevar consultas a nuestros superiores. Tampoco se dio lugar al debate sobre la interpretación del protocolo a la luz del principio de legalidad de la normativa española y europea de protección de datos. Para él eran órdenes directas de arriba, y había que cumplirlas. Yo no daba crédito. Y manifestada mi preocupación, decidí guardar silencio en la posterior reunión de jefes. Mis argumentos y reticencias ya estaban expresados. Poco más cabía añadir. Pero "mi gozo en un pozo". Para  mi sorpresa, como todos callaban, se me instó a intervenir y pronunciarme en la reunión. Y entonces ya entendí de qué iba todo esto. No iba de argumentos técnicos, de interpretaciones de normas u órdenes aparentemente contradictorias o irreconciliables, o del principio de legalidad. Iba de obediencia. De conmigo o contra mi. De acatamiento o desobediencia. De dejar fuera de juego al disidente. De acallar, amedrentar o ridiculizar al discrepante. De anular el debate. Y en definitiva, de repetir exactamente lo que viene sucediendo en la pandemia, donde los muchos estudios científicos dicen una cosa, y las autoridades sanitarias imponen unas restricciones, reconociendo ya abiertamente que no por razones sanitarias, sino para forzar la voluntad de quienes cuestionan sus medidas en base a esas mismas evidencias científicas. 

Me sentí humillado y ninguneado por algunas de las expresiones y formas empleadas en la reunión. Pero no quise entrar en una dinámica reactiva. A pesar de lo absurdo de estos protocolos, sólo quería cumplir con el rigor que me exigen mis responsabilidades. Sólo quise estar a la altura de mi cargo y dar respuesta al motivo de esa reunión. En ningún momento traté de boicotear el protocolo, sino de que esa información confidencial circulase directamente desde la persona afectada al destinatario, sin que fuera "manoseada" por decenas de manos. Al menos, técnicamente, algunas intervenciones me respaldaron, y la inquina inicial se sosegó algo. Pero salvo yo, nadie puso en duda la obediencia a una medida tan ridícula, pudiendo solucionarse todo con un email directo del afectado a Recursos Humanos o al máximo encargado en la materia. Los tiempos son propicios para el esperpento. No descarto que la AEPD llegue a aceptar algo así. Aunque a quienes nos chirría todo esto tanto, debería permitírsenos que dudemos de tanta excepcionalidad absurda, cuando la ley y las normas están precisamente para protegernos de estos abusos.

qimono en Pixabay
En esa reunión entendí por fin una interrogante que me atormentaba desde hace meses. No lograba entender la aparente pasividad de tantos médicos y científicos ante las abrumadoras evidencias científicas entorno a la pandemia. Es claro que no son cómplices de ningún plan raro, pero ¿cómo podía ser que siguieran aconsejando una vacunas con tantísimos efectos secundarios y con tan escaso o nulo beneficio? ¿Acaso no estaban al tanto de las numerosísimas publicaciones que hay ya? ¿Es que no estaban nada más que pendientes de obedecer unos protocolos sanitarios? ¿Cómo podía ser que no estuvieran actuando conforme al principio "primum non nocere", es decir, “primero, no hacer daño”? En mi reunión del jueves me quedó claro el motivo. Y eso que mi discrepancia en materia de protección de datos personales es "juego de niños", comparado con la defensa de la salud humana.

Qué pronto se olvida la Historia. En los juicios de Nuremberg en 1945-46, se asentó el criterio de que alegar el cumplimiento de órdenes superiores no es una defensa por crímenes de guerra, con el famoso Principio IV de Nuremberg, que establece: "El hecho de que una persona haya actuado de conformidad con las órdenes de su Gobierno o de un superior no la exime de responsabilidad en virtud del derecho internacional, siempre que en realidad tuviera la posibilidad de elegir moralmente". Por ahora, quizás nada de esto vaya de crímenes de guerra. Pero alguna conclusión sobre la obediencia ciega se podría sacar, creo yo.

Desconozco si habrá consecuencias disciplinarias de mi objeción de conciencia a ser parte de algo así sin hacer las consultas pertinentes. Por fortuna, hay algo que tengo muy claro: no soy el trabajo que desempeño. No soy el cargo o la responsabilidad que ostento. Soy muchas cosas más que eso. Pero quizás nos aferramos al trabajo o al cargo por miedo a perderlo, a perder dinero o a perder prestigio o poder. Pero ¿qué pasa si no existe ese miedo? Que eres libre de actuar en conciencia. Y esa  conciencia te lleva a indagar, a profundizar, a preguntarte los "por qué" y los "para qué", a buscar caminos no explorados. Y te lleva a no venderte por nada que no pase el filtro de tus principios. Y por eso es difícil domesticarte o dominarte.

Las personas que más nos han impactado en esta pandemia por su valentía, por su rigor o por su entereza "contra viento y marea", han sido quienes tenían todo esto muy claro. Por eso, aunque algunos compañeros de trabajo, cegados por el cariño y por los resultados, me dibujaban un halagüeño panorama de ascensos y alfombras rojas, yo siempre digo que eso es muy difícil. Porque en estos tiempos que corren, la obediencia ciega cotiza más que la eficacia, la eficiencia o la innovación. Y poco iba a "pegar" yo ahí, la verdad.

E ironías de la vida o de los protocolos "covidiotas": a raíz de desayunar hace dos días con un compañero que ha dado positivo, aunque estoy perfectamente, se me conmina a permanecer en cuarentena en casa siete días desde ayer. Es el "castigo" o la "discriminación" por no estar vacunado, dé o no positivo. He manifestado mi oposición a un absurdo así, y ayer pensaba ir a la oficina, pues trabajo solo en mi despacho, doy negativo y estoy por ahora en perfecto estado de salud. Pero cómo vamos a cuestionar el santo protocolo...¡por dios!

En la reunión de aquel jueves, me acordé de un truco secreto que no falla cuando se presenta una de estas encrucijadas de la vida, que últimamente se repiten demasiado en estos momentos que nos ha tocado vivir. El truco es éste: me imagino que mis hijos estuvieran presenciando esa escena, y me pregunto: ¿cómo me gustaría que me vieran? ¿Timorato y aceptando las imposiciones sin sentido, o defendiendo con entereza lo que es correcto, simple y llanamente porque lo es? ¿Cuál sería el mejor ejemplo que podría darles a mis hijos si estuvieran viendo esto? Si dejas que estas preguntas calen en tu mente y en tu corazón, caben pocas alternativas, la verdad. Porque luego bien que solemos cargar sobre las espaldas de los jóvenes la responsabilidad de construir un mundo diferente para vivir. ¿Cómo va a ser eso, si no les damos el ejemplo y las herramientas para hacerlo?

Según parece, estos tiempos exigen no hacernos preguntas. Tirarnos por la ventana, si así nos lo piden. Es como decía Groucho Marx: “¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?”. Lo siento, pero obediencia sólo cuando toque. Y sin conciencia, nunca.

PD: Uno podría pensar que el post, con esta decisión, quedaba cerrado. Pero no. Debía entender mi malestar interno durante todos estos días. Anoche lo descubrí con mi gurú particular, Mey. Y tiene enjundia. Por eso hay una segunda parte de este post. La clave está en el paréntesis del título y en la "S". (CONTINUARÁ)


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