domingo, 7 de marzo de 2021

Oda al díscolo

Una de las mayores decepciones de Mey en su carrera de Filología la sufrió cuando una profesora le puso un cinco "raspado", según le dijo, por no haber reproducido con puntos y comas los apuntes que ella había suministrado. Había indagado otras fuentes complementarias. Se había hecho demasiadas preguntas.

Shutterstock: Vitezslav Vylicil

Si hace 15 años nos hubieran preguntado cuál sería la principal asignatura que nos gustaría que se hubiera impartido a nuestros hijos, la respuesta habría sido clara. Desde luego no las matemáticas, la literatura o los idiomas. Sin duda habríamos elegido una asignatura de pensamiento crítico, y de aprender a hacerse preguntas. El principal problema es qué profesor y cómo podría dar esa asignatura. Pero es la base de todo aprendizaje y de toda evolución humana. 

Vivimos una época en la que buscamos respuestas para todo y con inmediatez. Se estudian asignaturas para acabar teniendo un trabajo. Se imparten unos contenidos memorísticos en las asignaturas para acabar soltándolos en un examen. Éste, a su vez, está diseñado para obtener una nota. Y esta nota será la que te abra las puertas al ansiado trofeo laboral. Incluso en la asignatura de filosofía, por desgracia, se imparte un curriculum pensado para memorizar ciertos contenidos sobre los filósofos, y poco más.. Pero, ¿y las preguntas?

De nada sirven las respuestas, si no hemos aprendido a preguntarnos antes. Y ese cuestionamiento de todo está casi ausente hoy día. Se ha perdido la capacidad de formular dos palabras mágicas: "¿Y si...? Parecen dos palabras sencillas, pero cuesta muchísimo encontrar personas dispuestas a dar el paso de replantearse si las cosas pueden ser distintas a como la mayoría las ve, o incluso como ellas mismas pensaban que eran, antes de preguntarse: "¿y si resulta que esto no es así?". Incluso es alarmante esa ausencia de cuestionamientos por parte de quienes deberían usar las preguntas y los replanteamientos en su trabajo diario, sean científicos, médicos, economistas, teólogos o políticos. Nos dan las respuestas con las que pensamos que resolvemos la "papeleta" del momento. Pero así nos va. Sin preguntarnos si esas respuestas se adaptan a lo que tenemos delante.

Shutterstock: Vitezslav_Vylicil

Y no es un problema de profesores. Es de nuestra sociedad en conjunto. Un gran profesor de preescolar nos mostraba hace años su frustración al contarnos que muchos padres le reprochaban que sus hijos empezaban con él a leer la "U" o la "P" más tarde que los niños de la clase de al lado. Esos padres querían respuestas rápidas que les permitiesen compararse con los demás y competir. Lo de hacerse preguntas, y preparar la mente para asentar el conocimiento no les valía.

Hace unos días hablábamos con Pablo sobre unos ensayos que tiene que realizar relacionados con un apasionante asunto de materia económica. Y a raíz de un vídeo que había visto Mey, le planteamos una duda. Esa duda le puso a la defensiva. Y casi nos reprochaba que hubiéramos dado un giro a nuestra posición inicial con esa duda. Pero no. Cuando uno se hace preguntas que antes no se había planteado, a veces se llega a respuestas que habías dejado olvidadas detrás de tu ideología, de tu educación, de tu forma de ser, o incluso de tus prejuicios. Por eso el hacerse preguntas debe ser un ejercicio diario que debemos cultivar hasta el último día de nuestra existencia. Y sin embargo, es una tarea muy devaluada.

Cuando hace ya un año se inició esta historia de la pandemia y empezó a haber cosas que no cuadraban, respuestas incoherentes, y explicaciones sin sentido, empezamos a hacernos preguntas. Probablemente más que nunca en nuestras vidas. Y cuando compartíamos esas preguntas, en el 99% de los casos, a nuestro alrededor, sólo nos daban respuestas. "No, es que he visto en instagram...". "No, es que dice la OMS..." "No, es que según el ministro...". "No, es que si millones de médicos hacen lo mismo, y nadie ha dicho nada..." Para nuestra sorpresa, nos habíamos introducido en un gigantesco túnel universal en el que las respuestas estaban prefabricadas y listas para ser engullidas por una masa sin capacidad de plantearse preguntas. Y eso asusta mucho. Mucho más que el "virus de marras". Por eso nos gusta estar muy atentos a díscolos de peso, con argumentos, conocimiento, experiencia y clarividencia, aunque los pongan "a caldo". Gente como el Dr. Benito, la Dra.Forcades, la Dra. Acevedo, José Luis Parise o el propio Emilio Carrillo.

Shutterstock: Lightspring
Hacerse preguntas hoy es "chungo". Muy "chungo". Es arriesgarte a verte etiquetado, excluido y vilipendiado. Es peor que un insulto. Mucho peor incluso que ser escupido a la cara. En estos tiempos de pandemia, hacerse preguntas acarrea automáticamente recibir el calificativo de "negacionista". Es lanzarte directamente al ostracismo o a la más profunda de las cloacas. Y te ves a esa masa informe repitiendo como "papagayos" con el dedo acusador señalándote y diciendo: "negacionista, negacionista"...Pero según la Real Academia, el negacionismo es simplemente una actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes. Ni más ni menos. 

Ser negacionista no es otra cosa que ser un inconformista, un díscolo que va contra corriente de lo que se considera como adecuado, racional, prudente o consensuado. Alguien que se hace preguntas ante una realidad sobre la que los demás parecen no cuestionarse nada. Pero la historia de la Humanidad sólo ha avanzado a golpe de negacionistas que tuvieron el coraje y la perseverancia de luchar contra lo establecido en su tiempo, y mostrar al resto la luz de una verdad hasta entonces oculta a base de creencias de todo pelaje.

Sin embargo no se trata de ser díscolos porque sí. Para nosotros, el ser inconformista o ir contra corriente no es un valor en sí. El valor se lo da el hecho de que esa actitud va respaldada por el estudio, el esfuerzo, la experiencia, o el empuje por alcanzar un alto ideal. Y eso es pura valentía. Porque lo cómodo es apoltronarse en lo que repite la mayoría, y seguir al rebaño sin plantearse nada. Lo difícil es sostener una postura cuando todo el mundo parece opinar lo contario, y encima tener argumentos para hacerlo. Pero cuidado: hay quienes hacen del "ir en contra" una forma de vida, y edifican su identidad sobre ello. Y un díscolo que no es capaz de ser flexible ante las circunstancias, las evidencias o los principios superiores, y se enroca en lo suyo, se acaba llenando de ego, y hace de su argumento pura tiranía, que no genera sino antipatía. Por desgracia eso es algo común en nuestra política nacional.

Los científicos admirados en películas y libros de Historia son los que negaron lo anterior e impulsaron algo nuevo. Igual que los descubridores, los conquistadores, los inventores y los héroes que defendieron derechos y libertades que hoy creemos que cayeron del cielo. Como dice Bayce, ¿qué hubiera sido del mundo sin profetas, hazañas o utopías?

Cristóbal Colón
Cristóbal Colón fue un díscolo negacionista que no aceptó la "verdad oficial", según la cual se caería al vacío si cruzaba la línea del horizonte. Y de paso descubrió América. Le siguieron otros díscolos negacionistas que no aceptaron lo de que la Tierra era plana y se animaron a doblar el Cabo de Buena Esperanza, apostando por que la Tierra fuese redonda y poder volver a España por un mar opuesto a aquél por el que habían llegado.

En el ámbito de la ciencia, Nicolás Copérnico fue otro díscolo irreductible que supuso que el Sol era el centro del Universo y que la Tierra y los demás planetas giraban a su alrededor, toda una barbaridad para la concepción geocéntrica de la época. Johannes Kepler, también ilustre díscolo negacionista, es bien conocido por sus leyes sobre el movimiento de planetas en su órbita alrededor del Sol. Su madre fue acusada de brujería, otra forma histórica de catalogar a los negacionistas. Las ideas de Kepler chocaron directamente con la Santa Sede que incluyó sus libros entre los títulos prohibidos. Peor suerte correría el díscolo Galileo, que a pesar de ser considerado como el padre de la astronomía moderna, de la física moderna o de la propia ciencia, tuvo que soportar que se prohibiera su obra y se le condenara a la cárcel. 

Marie Curie

Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo. Marie Curie unió a su condición de díscola negacionista, otro pecado capital: el de ser mujer. Fue la primera persona en recibir dos Premios Nobel en dos especialidades diferentes, y la primera mujer en conseguir ese preciado galardón. No obstante, la sociedad de su época casi logró privarle de ambos. El primer Nobel, compartido con su marido Pierre, se le otorgó ante la amenaza de él de no aceptar el premio si ella no era también recompensada. Y en el segundo Nobel, recibió críticas feroces en los titulares de todos los periódicos, siendo tachada de adúltera, y presionada  para no ir a recoger el galardón, aunque un joven Albert Einstein la animó finalmente a que lo hiciera.

Malala Yousafzai
La historia de los derechos de los que disfrutamos cotidianamente, está también jalonada de díscolos negacionistas. Baste nombrar sólo un par de ellos: Emmeline Pankhurst, activista y política británica que lideró el movimiento sufragista en su país, y cuya lucha fue crucial para lograr el derecho de las mujeres a votar en Gran Bretaña, con todo en contra. O la joven paquistaní Malala Yousafzai, que en 2008  se planteó con vehemencia una simple pregunta: por qué los niños de su país tenían limitaciones en la educación, recibiendo por ello varios balazos en la cabeza por extremistas talibanes, que afortunadamente no le impidieron recibir a los 17 años el Premio Nobel de la Paz.

Rosa Parks
A veces ese inconformismo díscolo surge de un gesto sencillo y simple, como el de la costurera Rosa Parks en Alabama , que se hizo la pregunta de por qué iba a tener que cederle el asiento en un autobús a un blanco, y con ello inició el camino para la primera gran victoria de los negros americanos contra las leyes racistas en Estados Unidos.

Y por supuesto, forma parte de ese proceso negacionista la ruptura con lo que se considera habitual, cotidiano y asumido. Así, hoy sería inconcebible ir al médico y que éste te recibiera fumando, o tener que aguantar los humos del tabaco de otros en la oficina o en el cine. Cuando se planteó la prohibición en 2006, (antes de ayer, como el que dice) una gran mayoría lo consideró una idea absurda y díscola, algo inconcebible que supondría el hundimiento de la economía. Han pasado sólo unos pocos años, y fumar en cualquier sitio cerrado sería un auténtico atropello. 

Por eso, en estos tiempos de coronavirus, pensemos dos veces, antes de arrojar la piedra del insulto o la descalificación como "negacionista" a quienes no comparten algunas de las "verdades oficiales" que gobiernos, medios de comunicación e instituciones internacionales nos están imponiendo a base de repetirlas y de imponerlas por la fuerza de la ley. Quien insulta de esa forma, se descalifica a sí mismo. A ver si dentro de unos años, resulta que nos vamos a reír a carcajadas o nos abochornamos recordando lo que nos "tragamos" en relación a las PCR, a los toques de queda, a los cierres perimetrales, a la prohibición de actividades económicas, a su clasificación en esenciales y no-esenciales, a la imposición de las mascarillas, y a la vacunación universal que hoy nos ocupa. ¿De verdad no pensamos que hay preguntas de sobra para hacerse en esta realidad pandémica que estamos viviendo? ¿O será simplemente que nos informamos, NO para buscar la verdad, sino para vernos reafirmados en nuestros puntos de vista? En ese caso, estaremos suspendiendo esa asignatura de pensamiento crítico, por mucho tiempo que haya pasado desde que abandonamos el colegio.

Shutterstock: Paolo Certo
Hace años decidimos que en casa debíamos proporcionar esa asignatura de pensamiento crítico y de hacerse preguntas sobre la realidad. Fuera como fuera. Y por eso llevamos a los niños desde pequeños a ecoaldeas y lugares lejanos donde hubiera gente replanteándose la forma de vivir la vida, nos gustaran más o menos esos sitios. Por eso quisimos que viajaran, que recorrieran los caminos, y se hicieran preguntas que alguien que no se ha movido de su pueblo quizás no se haga nunca. Y por eso les animamos a que abrieran sus puertas a huéspedes y se sintieran acogidos por anfitriones. Que entraran en contacto con poetas, con soñadores por un mundo mejor, y con los "locos" de este mundo...  

Nuestros hijos aprenderán muchas matemáticas, mucha literatura y muchos idiomas si se apasionan por hacerse preguntas, y cultivan la curiosidad por aprender, por ver las cosas desde otra perspectiva, y por buscar la verdad, aplicando el sentido común. Y sin duda, la salida laboral, que a tantos padres preocupa, llegará como consecuencia de todo ese proceso, y cuando toque. Pero ¿de qué sirve obsesionarse por conseguir un trabajo, si la vida se vuelve gris por acallar tantas y tantas preguntas?

 Si te atreves a hacerte preguntas a pesar de todo y de todos, y al final acabas confirmando tu idea inicial, ¡olé por ti! Pero si tienes el coraje de hacerte preguntas contra corriente, y te das cuenta que las respuestas no son las que pensabas o las que todo el mundo repite como autómatas, y además decides "tirar para adelante" a pesar de lo que digan de ti, o cómo te etiqueten, te mereces una medalla. Porque entonces eres un diamante en bruto. Y entonces brindaremos por ti y por todos los díscolos como tú ¡Ojalá no paremos de hacernos preguntas! ¡Y ojalá ayudemos a nuestros hijos a que no paren de hacérselas! De ello depende el futuro.

lunes, 1 de marzo de 2021

No claudicar

 1) Madrugada del viernes 26. Tres fuertes manotazos en los cristales retumban en toda la furgoneta. El susto es de muerte a esas horas. Varias personas merodean alrededor del vehículo. Cuando abrimos los ojos, dos potentes faros nos apuntan directamente. A ellos se suma una inconfundible luz azul. Una de ésas que durante la pandemia exhiben a todas horas la Policía y la Guardia Civil. No tenemos escapatoria. Tampoco tenemos ni idea del motivo de ese despliegue. Suelo tardar mucho en recomponerme cuando me despierto a mitad de la noche. Así que me quedo "encasquillado" unos instantes resolviendo dilemas filosóficos: ¿dónde estamos?; ¿qué pasa?; ¿es esto una pesadilla o una película distópica?... Mey, sin embargo, se pone la mascarilla sin titubear, y en un "santiamén" abre diligente la ventanilla de la "furgo".

-"Buenas noches, ¿hay algún problema?"

-"¿De dónde son ustedes?", responde el guardia civil

-"De aquí al lado, de Vélez-Málaga", contesta Mey.

-"¿¿¿De Vélez-Málaga???". El tono y los ojos del agente evidencian que no le cuadra nada.

-"Sí. Esto es lo que tenemos más cerca para disfrutar y evadirnos un poco de todo lo que está pasando. ¿Hay algún problema? ¿Quiere que le mostremos nuestra documentación?"

-"No, no hace falta", responde.

-"¿Vienen ustedes con este otro vehículo de Granada?" (refiriéndose a otra furgoneta que estaba allí aparcada, cerca de nosotros, y en la que ni habíamos reparado)

-"No. No les conocemos".

Adivinando ya por dónde parece ir la cosa, Mey añade: "No se nos habría ocurrido incumplir el cierre perimetral provincial con matrícula de Granada, con una furgoneta con este color rojo chillón, y con estas cortinas de estrellas... No es buen plan para pasar inadvertidos, la verdad..."

-El agente por fin sonríe, y asiente con la cabeza. Todo se distiende.. 

A esas alturas, el guardia ya nota que se han pasado de frenada con nosotros. Que no hemos infringido el cierre provincial. Falsa alarma para ellos. Se relaja, nos advierte sobre la protección del paraje natural en el que estamos, nos pide disculpas dos veces, y nos desea buen descanso. A buenas horas...

El episodio policial de la noche anterior es la excusa perfecta para romper el hielo por la mañana con los vecinos de las autocaravanas cercanas. La familia británica de nuestra derecha se asustó mucho con el incidente, pero a ellos ni les molestaron. Llevan 3 meses vagando por donde les dejan acampar, desde que allá por noviembre les anunciaron que en España el Covid tenía muy buenas cifras, y cuando ya estaban aquí, se vieron encerrados "a cal y canto", y sin apenas campings abiertos donde pernoctar. Están contando los días para coger el ferry en Santander, haciendo cálculos de la cuarentena y de lo que les van a costar las varias PCR que cada miembro de la familia deberá hacer a la vuelta. Ya lo tienen asumido. Son la viva imagen del "que pare el mundo, que yo me bajo". Al menos desde noviembre. La adversidad une. Mey les aconseja sitios donde pernoctar y un restaurante "bueno, bonito y barato". Les dejamos nuestro teléfono, "por si las moscas". Y si hubiéramos tenido jardín, allí estaría ahora su caravana.

Con la pareja de la izquierda, la conversación es más larga. Sobre todo con Rosa. Ella era la de la otra furgoneta granadina, y la policía también le apretó. Lleva treinta años ejerciendo la enfermería y se ha desengañado ahora después de ver desde dentro tantas cosas que no le cuadran. La pandemia y la vacuna parecen haber sido la gota que colma el vaso. Sorprende descubrir tanta afinidad en auténticos desconocidos. Tanta como para abrazarles, como quizás haga meses que no lo hagamos con familiares cercanos. Cosas de esta pandemia. O del miedo, quizás.

Tras desayunar y recoger, decidimos cambiar de aires, y marcharnos a la montaña. Pero apenas hemos recorrido dos kilómetros, cuando se nos pone delante un coche de la policía local, y en una maniobra de película, en plena rotonda, nos corta el paso y se acerca uno de los agentes. El otro también se baja, cruza los brazos, y abre las piernas.

-"¡Póngase la mascarilla!", me ordena con contundencia.

Reconozco que las formas y el tono, unidos a lo sucedido la madrugada anterior, me molestan tanto que a punto estoy de responder con la misma actitud. Pero respiro dos veces, y me la pongo por respeto a él y para evitar males mayores. La escena me suena a "dejá-vu". Por eso intentamos Mey y yo adelantarnos a sus palabras con un "¡Somos de Vélez-Málaga!". De poco sirve el intento.

-"¡La documentación!", nos exige.

Tras mostrarle nuestros DNIs y carnet de conducir, comprueba que no mentimos. Nuestra matrícula es de otra provincia, pero nosotros somos malagueños y vivimos en la provincia de Málaga. En esta ocasión no hay disculpas. Pero se le nota en la cara que el "paripé" de la rotonda, el compañero de respaldo con las piernas abiertas, y su tono y actitud han resultado un poco cómicas, dado el resultado. Cuando le decimos que es la segunda vez que nos pasa, tan sólo atisba a decir: "Es por el bien de todos". Me río a carcajadas por dentro.

Mientras ascendemos camino de Frigiliana, no puedo evitar pensar las energías que los seres humanos desplegamos para crear unas normas, que nos acabamos creyendo "a pies juntillas", y que defendemos "a capa y espada" con la fuerza coercitiva que sea precisa, como si de verdaderos delincuentes se tratase. ¿De verdad, si hubiéramos cruzado esa frontera inexistente con Granada, existiría peligro de algo? ¿De verdad vale la pena ese derroche de energía y de desconfianza? Ante una anécdota tan insignificante, Mey y yo no podemos evitar pensar en tantos y tantos miles de personas que llevan la "matrícula de Granada" grabada en el color de su piel, y que pagan el cruzar otras fronteras ficticias con la detención, el maltrato o incluso la muerte. O incluso aquellos cuya "matrícula de Granada" consiste en haber montado con todo el esfuerzo de su vida un negocio que ahora alguien, desde su despacho, condena a la muerte, catalogándolo de "no esencial". No debemos rendirnos. Seguro que el sentido común acabará prevaleciendo.


2) Hemos aprovechado el puente del Día de Andalucía para una "escapada de novios" y volver a disfrutar de la furgoneta tras muchos meses de "parón". Somos conscientes de que mucha gente pensará que es una irresponsabilidad. Y que los desplazamientos, aunque sean dentro de la provincia, deben reducirse a lo estrictamente necesario. Probablemente estas personas y muchos responsables políticos y sanitarios pensarán que disfrutar largas horas de sol en pleno mes de febrero en los acantilados de Maro no es necesario. Dirán que dormir bajo una luna llena y con el rugir de las olas no es necesario. Que tampoco es necesario contemplar los delfines o las olas que nos han deleitado estos días. Que la subida a un pico cercano al Acebuchal, y que aquella tarta de queso en aquella cafetería tampoco son necesarios. Que volver a nuestro restaurante favorito tras meses, tampoco es necesario. Ni tampoco reencontrarse con las calles de Málaga. Que experimentar la calma de los embalses de Ardales tampoco es necesario. Que contemplar el vuelo de los buitres, disfrutar de las vistas desde el Pico de la Cueva, y zamparse un bocata contemplando cómo se evacúan hectolitros de agua desde uno de los embalses tampoco es necesario. Y puede que lleven razón. Porque si sólo se piensa en una teórica "lucha" contra un virus, sólo es necesario lo que sirva a esa lucha. Y ahí, lo más eficaz es que todos nos quedemos encerrados bajo veinte candados, eso sí, bien pertrechados delante de nuestras respectivas pantallas, para que interioricemos bien los mensajes que toque obedecer en cada momento. Pero ya me dirán qué vida es esa. La que, de hecho, están viviendo millones de personas, de forma consentida, además. Lo sentimos mucho, pero no. Sin incumplir ninguna norma, pero no claudicaremos a ese "engendro" de vida que muchos consideran que es el necesario en estos tiempos que corren.


3) Jueves 25. Poco antes del incidente policial, participamos en un encuentro histórico. Eso sí, por videoconferencia, como ordenan estos tiempos. La bisabuela de la familia cumple nada menos que cien años. Hijos, nietos, bisnietos y sus familias nos vemos las caras desde distintos puntos de España y Francia. Ella está como su nombre, como una rosa. Casi como la conocí yo hace treinta años. Incluso el periódico local le ha dedicado un amplio artículo, y posa en una foto junto al alcalde del pueblo. Ya quedan pocas como ella. Pero es cierto que la guerra y los campos de concentración la han curtido mucho en eso de no doblegarse ante nada, por mucho que ahora se tema por la vida de las personas de más edad y vulnerabilidad.

Por si fuera poco, un día antes nace su octavo bisnieto, Rodrigo, segundo hijo del hermano de Mey. Todo un regalo para la familia. Sus padres tampoco se han rendido en un parto que ha resultado más complicado de lo esperado. Pero cuando alguien tiene claras las prioridades en la vida, no hay contratiempo que se ponga por medio. Que se lo digan a los padres de Rodrigo...


4) Domingo 28. La ruta del Gaitanejo nos ha dejado exhaustos. Pero también esa sensación que siempre busca cualquier montañero: el contacto con la naturaleza, una vibración más acompasada con nuestro planeta, y la satisfacción de superar los propios límites. Probablemente es una de las rutas más bellas que hemos disfrutado en mucho tiempo. Y por eso nuestra alegría es doble al llegar a la furgoneta. Pero nos espera una sorpresa desagradable. Poco nos podemos imaginar que, al intentar abrir el vehículo, éste está abierto, y tres de sus cuatro cerraduras han sido forzadas. El corazón se acelera. ¿Por qué? ¡Con lo bien que lo habíamos pasado! ¿Qué se habrán llevado? ¿Estarán aún por aquí? ¿Vamos a comisaría a denunciarlo? ¿Cómo es que nuestro seguro no cubre nada de esto?...

Después de un día tan especial, los nubarrones de la adversidad y los contratiempos nos acechan. Pero de repente, la sabiduría de Mey se impone: "Esto no nos va a estropear estos días. Es sólo dinero. Y debemos dar gracias, porque no les ha dado tiempo a llevarse la furgoneta". Efectivamente. Sólo están dañadas las cerraduras, pero no parece que les haya dado tiempo a llevarse nada. Es decisión nuestra optar por seguir disfrutando, o lamentarnos por esta contrariedad. Como en el resto de la vida, en realidad. Elegimos disfrutar, y acabamos el día riéndonos a carcajadas por whatsapp haciendo bromas con los niños.


Estos días no he podido evitar acordarme de amigos y familiares que lo están pasando mal, muy mal. Personas que sufren de soledad, de miedo, de cáncer, de depresión, o de intensos dolores. Personas a las que queremos, y que se encuentran en una disyuntiva, como las pequeñas disyuntivas que nos hemos encontrado estos días nosotros. ¿Íbamos a renunciar a seguir disfrutando por llevar una matrícula de otra provincia? ¿Íbamos a dejar de vivir con intensidad estos días porque muchos piensen que no eran necesarios esos desplazamientos? ¿Iban a rendirse la bisabuela porque pocos lleguen a su edad, o Rodrigo ante las complicaciones de un parto? ¿Vamos a amargarnos un día inolvidable, porque hayan intentado robarnos la furgoneta? Los obstáculos y las dificultades nos acaban haciendo más fuertes. Por favor: no claudiquéis.