viernes, 20 de septiembre de 2019

Remando en pareja río abajo

Nos levantamos muy temprano. El esfuerzo valía la pena. Era nuestra despedida de la escapada veraniega de este año. El último día antes de volver para España. Y lo íbamos a disfrutar a lo grande. Apenas habían sido dos semanas y media, pero como siempre en esta familia, muy intensas. Habíamos recorrido casi 2.000 kilómetros en un coche atestado de gente este año (habrá que ir pensando en la furgoneta, porque la cosa promete seguir creciendo). Habíamos subido y bajado picos en Andorra. Nos habíamos despedido del principado, también a lo grande, con un espectáculo inesperado a precio-chollo del Circo del Sol. Habíamos visitado a la bisabuela en su granja de Agen (Francia). Y habíamos exprimido al máximo esa magia especial que tiene el Perigord francés. No en vano, diez de sus pueblos figuran entre “los más bellos pueblos de Francia”. Da gusto trasladarse siglos atrás recorriendo las calles empedradas de lugares como Beynac, Domme, Limeuil, Monpazie... Es una auténtica gozada admirar las impresionantes vistas de los valles del Dordoña y del Vézère. Y es un gustazo perderse en el ajetreo y la vida nocturna de Sarlat-la-Caneda. Haciendo recuento, no sé cómo nos ha dado tiempo a disfrutar tanto en tan poco tiempo. Por eso, había que despedirse a lo grande. Y qué mejor forma para hacerlo que con un descenso por el gran río de la región.
El río Dordoña es el único río de Francia clasificado como Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO. Y descender en canoa o kayac por sus tranquilas aguas, contemplando los castillos y los pueblos medievales en sus orillas, es obligado. Quisimos que fuese nuestra actividad de despedida, y lo dejamos para el último día. El recorrido partió de la Roque Gageac, y se prolongó hasta Saint Cyprien, 18 kilómetros más allá, río abajo. Algo más de cinco horas de remos, chapuzones y risas. Una mañana entera para deleitarse con la vista de castillos como el de Malartrie, Castelnaud-la-Chapelle, Beynac o Milandes, viendo aves y peces, y asentando todo lo vivido durante un suave descenso. Pero no pensamos descubrir un aprendizaje de vida como el que nos trajo aquel tranquilo descenso fluvial.
En el mundo náutico, metafóricamente hablando, las canoas suelen ser como “camionetas”, mientras que los kayaks son los “autos deportivos”. Los kayaks suelen transportar menos personas, y usualmente van más rápido, con remos de dos hojas,  siendo más habituales en aguas revueltas y competitivas. Pero nosotros optamos por tres canoas típicas sin cubierta, nos dieron un remo de una sola hoja a cada uno, y nos organizamos por parejas.
Si vemos a alguien remar en una canoa con un remo de una sola hoja, suele sacar el remo del agua cada cierto número de remadas para remar del lado opuesto, con la idea de mantener la canoa moviéndose en línea recta. Y si son canoas de dos personas, como las nuestras, no tienes más remedio que coordinar el cambio con tu compañero/a. Y esto, que puede parecer tan sencillo, se convierte en toda una terapia de pareja. Sea en el Dordoña, o sea en el río de la Vida.
Por desgracia, en los últimos meses, demasiadas de las personas a las que queremos, están padeciendo crisis o sufrimiento intenso en sus vidas de pareja. Y no pudimos evitar acordarnos de todos ellos durante aquel descenso, mientras practicábamos con los remos. Quizás recordando aquellos versos de Jorge Manrique, que casi todos los de nuestra generación tuvimos que aprendernos de pequeños en el "cole": "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/que es el morir". Aquel descenso por el Dordoña, nos hizo descubrir hasta qué punto era acertada esa metáfora del poeta castellano, autor de las "Coplas a la muerte de su padre". 
Cuando dos personas están sentadas en la misma canoa, es importante mantenerla equilibrada en el agua. Por lo tanto, una persona debe estar sentada en la proa (en la parte delantera) y la otra en la popa (la parte trasera). También la posición de cada uno en la vida en pareja es importante. Es crucial acordar qué sitio ocupa cada uno, si interesa cambiar o no periódicamente de posición, o simplemente si nos especializamos en una concreta: en la proa o en la popa de la pareja. Por desgracia, en algún caso cercano, el remero se bajó de la canoa hace ya tiempo, y no se ha vuelto a saber de él.
Al remar en pareja, también es importante saber que ambas personas deben sincronizar las remadas (empezar y terminar al mismo tiempo) para obtener la máxima potencia. Y ya que el remero de proa está mirando hacia adelante y no puede ver al remero de popa, es el remero de proa el que establece el ritmo. Esto significa que es responsabilidad del remero de atrás coordinar sus remadas con las del remero de delante, no a la inversa. Por supuesto, ambos remeros pueden (y deben) hablarse para decidir un ritmo cómodo. La buena comunicación es clave para un trayecto rápido y alegre. Pero allí veías parejas jóvenes navegando en zig-zag o dando vueltas sin parar, "mondadas" de risa y de impotencia. A veces porque el "macho alfa" de turno quería impresionar a su damisela a golpe de remo. O a veces porque no se decían ni "mu" para coordinarse. Como en la vida misma. Cuando uno cree que el otro debería estar haciendo algo, y no lo hace. Cuando uno asume y suple lo que cree que el otro debería estar haciendo, y acaba agotado/a. Cuando la comunicación y la coordinación brillan por su ausencia.
A la persona sentada en la parte trasera de la nave casi siempre le será más fácil determinar la dirección de la canoa que a la persona sentada delante. Así, el/la remero/a delantero generalmente no podrá tener un rol de mando. Y es simplemente así, por pura física. No nos empeñemos en otra cosa. Salvo que decidamos cada rato cambiarnos de posición, que también es muy sano. Sea en la canoa, o en los respectivos asuntos del hogar. El de popa tiene mayor control sobre la conducción de la canoa por la fuerza de resistencia que el agua ejerce sobre ella. La proa de la canoa es responsable de "cortar" el agua, y constantemente siente la resistencia del agua que la canoa empuja fuera de su camino. Sin embargo, la popa, no tiene ese problema, y por eso siente un menor "empujón" del agua a su alrededor, lo que hace que sea más fácil girar. Es como si una palada del remero de atrás valiese como palada y media del de delante a efectos de la dirección. Y eso se nota en cuanto al rumbo a seguir. También por esas rutas de la vida. Porque hay remeros experimentados y de categoría olímpica en eso de remar solos por la vida, que sin embargo, se vienen abajo cuando les toca remar junto a otra persona. Que no se aclaran si en un momento les toca llevar el mando, el ritmo de las paladas, o la dirección del rumbo. Que han tenido alguna que otra "pájara" en el pasado, y se lo callan. Pero ese actuar en silencio ante la pareja de viaje puede ser una mala decisión, por mucho que se piense que los méritos en la navegación individual podrán suplir las carencias en la navegación de pareja.
Otra cosa es si nos equivocamos de compañero/a de travesía, y nunca debimos embarcarnos con él o ella. Pero si no, al moverse hacia adelante nuestro navío, hacer que ambas personas remen de lados opuestos de la embarcación generalmente suele dar el mejor resultado. Por ello es interesante cambiar de lado al mismo tiempo, si no quieres que la canoa empiece a dar giros absurdos, y como en la vida, acabe mareando a los tripulantes, incluidos los hijos. De este modo, el/a remero/a de popa puede gritar "¡Cambio!" cuando es momento de hacerlo, ya que al tener mayor control sobre la dirección de la canoa, ésta generalmente girará gradualmente en dirección opuesta al lado por el que el remero de popa esté remando, incluso si el remero de proa está remando del lado opuesto. Por eso la importancia de cambiar de lado. Por eso la importancia de estar dispuestos a girar cuando toque girar, salvo que quieras darte de bruces contra la orilla, contra una rama, o caer por alguna cascada. Sí, también en la vida.
Que yo sepa, a ningún padre o madre se les da en el paritorio ningún manual para educar a un hijo. Creo que a los novios tampoco se les facilita una guía sobre la vida en pareja. Y por desgracia, así acaban muchas al cabo de los años. Por eso no estaría mal un "cursito" de canoa en pareja, sea en el Dordoña o en la charca de tu pueblo. Porque parece fácil, pero tiene su "aquel". Y con un poquito de práctica, buena voluntad, y mucha comunicación, la travesía se acaba convirtiendo en toda una experiencia.
Conviene no olvidar que el río es más corto de lo que parece. Que pronto llega el mar. Mucho antes de lo que te esperas. Así que, mejor depurar la técnica, antes que sufrir un vuelco o un naufragio.


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lunes, 9 de septiembre de 2019

Vuelta a la "normalidad"

Es la frase de la semana. Por lo menos la hemos escuchado una docena de veces estos días: "¡Qué ganas tengo de volver a la rutina!" Y suele ir acompañada de una retahíla de situaciones que conforman esa rutina: que los niños vuelvan al "cole"; que retomemos los horarios; que acabemos con tantas salidas y tantas visitas; que volvamos a comer y a acostarnos a unas horas decentes; que los niños aparten la vista de las pantallas, aunque sea durante el rato del colegio; que el marido retome su horario de oficina, y deje de inventar cosas por casa... Es la gran conjura colectiva de la llegada de septiembre: "volver a la normalidad".
Pablo, volando.
La "normalidad" y los hábitos nos dan tranquilidad. Hacen que todas las piezas de nuestro puzzle existencial parezcan encajar. Constituyen esa tabla de salvación a la que asirse para dar sentido a lo que hacemos y vivimos. A fin de cuentas no dejan de ser esa rueda que da vueltas y más vueltas y a la que nos hemos sometido voluntariamente. Repetir unos horarios. Cumplir unas tareas repetitivas. Hacer los deberes y estar "calladitos" en clase. Fichar religiosamente al entrar y al salir del trabajo. Tener la casa limpia y la comida preparada para cuando regrese la familia. Llevar y traer a la prole a las actividades extraescolares...
Todo un gran engranaje rodea nuestras vidas. Y cada cierto tiempo descansamos de él en unas vacaciones más o menos cortas, bien diseñadas para regresar con ansias renovadas de nuevo a ese redil existencial de la "normalidad", pero sin desconectarnos demasiado (¡vaya que nos rebelemos!). Probablemente ese sea el gran mérito de nuestra sociedad actual: que sus miembros se hayan convertido en dóciles sirvientes de esa "normalidad" que, sin darnos cuenta, nos encajona y esclaviza, a cada uno según su sensibilidad.
Y lo peor es que acabamos identificando la Vida, el Vivir, con eso: con cumplir unos horarios, con realizar esas tareas repetitivas, con llenar unos años de nuestra vida de ese "cumplir lo que se espera de nosotros" formándonos, trabajando o cuidando de otros para después disfrutar del merecido descanso, si tenemos la enorme suerte de llegar a él, y no se tuerce la cosa por el camino. 
También nosotros tenemos esos horarios, esas tareas interminables, esas idas y venidas desenfrenadas, y esa permanente "lengua fuera". Pero desde un tiempo a esta parte, intuimos con fuerza que eso no es la Vida. Y nos resistimos "como gato panza arriba" a que esas tareas, ese horario, o ese itinerario vital al que hemos accedido más o menos voluntaria y conscientemente, sea eso que llamamos "Vida" con mayúsculas. Puede que sea necesario en ciertos tramos de este camino existencial. Pero desde luego NO es la Vida. Sucede lo mismo que con esos pensamientos y preocupaciones que, a veces, atormentan nuestras mentes: podemos llegar a pensar que somos ese quebradero de cabeza. Pero no. No lo somos. Y si tenemos la suficiente consciencia y la suficiente práctica, seremos capaces de distanciarnos de ese problema, y ver que no somos nosotros, y que ese simple destello de consciencia, ya hace que ese dilema se afronte de forma muy distinta.
Tarifa, "de playita" y de boda
Creemos que no hay nada más sano para la mente que cuestionarse esa "normalidad", esos horarios, y esas tareas. Es crucial hacerse consciente de lo que es Vivir, e ir metiendo en nuestras vidas, pequeñas cuñas de verdadera Vida. Quizás una escapada en pareja. Quizás una pequeña reducción de jornada. Quizás una locura abocada al fracaso. Da igual. Pero hay que encontrar ese espacio entre tareas, horarios y grilletes auto-impuestos que nos haga ser nosotros mismos. Hace falta conectar con nuestros verdaderos dones y talentos, y no resignarnos a llegar esposados, encadenados y sometidos a ese gran premio que se supone que es la jubilación, o el final que nos hayan hecho creer. ¡Menudo premio, dirán muchos! Si la Vida está en esa infinidad de pequeños momentos mágicos a los que les dimos la espalda por culpa de esa dichosa "normalidad" a la que nos rendimos. La Vida está en el Aquí y en el Ahora.
Lo siento, pero nosotros no tenemos unas ganas especiales de volver a esas rutinas de la "normalidad" de septiembre. De hecho, tenemos ganas de vivir dos o tres vidas seguidas, una detrás de otra, porque hay demasiadas cosas que nos apasionan y que tenemos que hacer antes de irnos al hoyo. Sí o sí. Y no hay horas en el día, ni años en una vida, para Vivir tanto como queremos Vivir.
En 1887, William James, padre de la psicología científica, escribió un artículo titulado "El Hábito", en el que exponía la enorme plasticidad cerebral y cómo son necesarios 21 días para la formación de un nuevo hábito. Y en 1960 el cirujano plástico Maxwell Maltz describió que aquellos pacientes que perdieron alguna extremidad como un brazo o una pierna, tardaban un mínimo de 21 días en adaptarse a este cambio en su cuerpo, igual que los que habían tenido alguna operación en el rostro tardaban también ese número de días en recuperar su autoestima y acostumbrarse a su nueva apariencia física. Estudios recientes afirman que lo de los 21 días exactos probablemente sea demasiado exagerado o rígido. Pero quizás el imponerse una disciplina de hábitos para cambiar esa "normalidad" que nos esclaviza, no sea tan mala idea. Tardes 21 días o tardes lo que tardes. Pero quizás toque cambiar de hábitos y de prioridades, para vivir de verdad la Vida.
Una alumna de Mey lleva meses en una lucha encarnizada contra el cáncer, y el simple hecho de ir a clases de inglés, y juntarse allí con sus compañeros y amigos, están siendo su mejor terapia para luchar contra la enfermedad. Y da envidia sana ver su lucidez a la hora de dar sentido a la Vida a través de los pequeños detalles cotidianos, que normalmente se nos suelen escapar entre los dedos a los demás. Menuda lección de Vida para los que la rodean. La dignidad de lo cotidiano. Curioso, ¿no? Unos deseando engancharse a una rutina que les adormece y que no les haga tener que cuestionarse muchas cosas (más allá de seguir dando vueltas en sus respectivas ruedas de la vida), y otros usando esa cotidianeidad para luchar con fiereza contra los envites de la enfermedad. Está claro que la "normalidad" la construimos cada uno/a de nosotros/as. Lo que habrá que plantearse, quizás, es si queremos una "normalidad" que nos aprisione y adormezca, o una que nos dé alas.

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domingo, 1 de septiembre de 2019

Condenados a repetir

Una sábana blanca cubriendo un cadáver sobre la arena de una playa llena de bañistas. Ésa es una imagen brutal. De ésas que no se olvidan fácilmente. Fue hace un par de meses en Torrox, y aún me viene a la cabeza de vez en cuando. Lo primero que piensas al verla es qué habrá pasado. Pero la agitación que te provoca por dentro radica realmente en el encuentro frontal entre la vida y la muerte, en el mismo lugar, en el mismo instante. Ése al que nuestra cultura occidental nunca se acostumbra, siendo cotidiano en otras culturas, que bien saben que la muerte forma parte de la vida.

Este martes, a 2.900 kilómetros de esa playa, vivimos otra sacudida similar. Un joven hacía "footing" a lo largo de una valla, antaño electrificada, del campo de extermino de Birkenau, también llamado Auschwitz II. Algo tan cotidiano como hacer ejercicio, junto a la que llamaron la "fábrica de la muerte", donde fueron asesinadas más de un millón de personas. Probablemente aquel joven era vecino del pueblo cercano, y aquel campo de concentración no tenía ya para él el significado de espanto que para nosotros tenía como visitantes a los que se acababan de detallar las atrocidades allí cometidas.

Tanto a Mey como a mi nos hizo pensar en qué medida el ser humano es capaz de incorporar a su cotidianidad la barbarie, como si nada. Y no sólo integrarla, sino tolerarla y consentirla. El propio comandante al mando del campo de Auschwitz, Rudolf Höß, vivía con su mujer y 5 hijos en una casita con su jardín y todo, colindante con una de las primeras cámaras de exterminio del campo I, y a escasos metros del famoso cartel de entrada "Arbeit macht frei" ("El trabajo os hará libres", burla macabra que daba la bienvenida a los judíos que directamente eran enviados al matadero). Tanto él como su mujer manifestaron que la época que allí pasaron fue de las más bellas de su vida, y eso que oían, veían y olían las consecuencias de lo que se ha venido en considerar uno de los mayores horrores de la especie humana de toda la historia, 

Algunos pensarán que qué necesidad hay de pasar un mal rato yendo a un sitio así. Que las vacaciones son para disfrutar y evadirse. O que quizás ir a un sitio así es "turismo negro" que se regodea en el horror.  Pero era ineludible esta visita, estando en Cracovia. Hubo tiempo para todo en nuestra escapada en pareja. Pero creemos que debería ser obligatorio visitar estos sitios, como vacuna, al menos para las jóvenes generaciones, en cuyas manos quedará todo esto que habitamos. Y no es plato de buen gusto. La energía allí es extremadamente densa. Ni una risa. Apenas se escuchan los comentarios de los guías. Silencio. Ni cabe tomarse una chocolatina por respeto a lo que allí sucedió. Y por supuesto, no hace falta ser muy sensiblero para que se te salten las lágrimas. A mí me pasó al contemplar una enorme sala con dos toneladas de pelo humano, destinado a hacer tela, de cerca de 40.000 mujeres que allí fueron masacradas. El impacto y la cercanía con algo así resulta brutal. Y no dejas de espantarte de que aún haya quienes niegan el Holocausto.
También nos sobrecogió una fotografía del álbum de Auschwitz. Una en la que un oficial nazi, con el dedo índice de su mano derecha, decidía en centésimas de segundo si cada una de las centenares de personas que se habían apeado de los vagones de ganado, recién llegados a Birkenau, debían ir a la fila de los trabajos forzados o directamente a la fila de la cámara de gas y el crematorio. La decisión la tomaba en base a su aparente utilidad por cuestiones tan circunstanciales como el tono piel, una posible cojera, o las canas. Por supuesto ancianos y niños eran inútiles y eran los primeros en ser desechados. No pudimos evitar pensar cuántas veces, inconscientemente, también levantamos nuestro dedo índice y tomamos decisiones similares al opinar sobre los inmigrantes y su supuesto perjuicio a la seguridad o al trabajo de nuestro país, creyéndonos tantos y tantos bulos al respecto. O incluso al comprar o invertir en opciones más baratas o rentables pero que explotan a seres humanos o van destruyendo nuestro planeta.
Mis amigos Moisés y Paco, hace años, ya me hablaron mucho de Polonia, del Holocausto y del pueblo judío. Pero nada es comparable a vivirlo en primera persona, y entender la grandeza de un pueblo como el polaco. Conocer de primera mano los lugares y las circunstancias que tuvieron lugar antesdeayer, como quien dice, te da una perspectiva muy distinta. Y ese encuentro íntimo y personal con el sinsentido y la ignominia es necesario para conseguir un compromiso, incluso en lo más pequeño, en contra de la exclusión del otro, del diferente. Porque toda esa barbarie se olvida. Y pueblos oprimidos en aquellos años, pueden estar ahora oprimiendo a otros. Y ahí debemos estar cada uno de nosotros, con nuestra dignidad, con nuestros principios y con nuestro voto, velando para que no se repitan cosas así. Recordemos que Hitler inició su loca carrera como canciller con una mayoría simple y el oscuro episodio del incendio del Reichstag, que le acabaría dando el poder absoluto, de modo completamente legal y democrático. Hoy en Polonia gobiernan partidos cercanos a la extrema derecha, y apenas hay símbolos públicos de las atrocidades que allí se cometieron. Tan sólo los homenajes del 1 de agosto por el Alzamiento de Varsovia y la Plaza de los Héroes del Ghetto de Cracovia, impulsada por el cineasta Roman Polanski, que escapó del ghetto. Nos sobrecogió estar allí.
Tal día como hoy, 1 de septiembre, hace 80 años, a las 4.45 de la mañana, los cañones del acorazado alemán Schleswig-Holstein abrieron fuego sobre la guarnición polaca de Westerplatte, en el canal que conectaba lo que hoy es Gdansk, con el Báltico. Daba comienzo así la II Guerra Mundial, que no acabaría hasta 1945.  Una auténtica locura que dejó configurado el mundo, en cierto modo, como lo conocemos hoy. Pero no puedes evitar preguntarte si realmente se ha aprendido la lección de un baño de sangre así, de un frenesí de odio de esa categoría. Abres el periódico y lees noticias sobre vallas y muros, sea en Ceuta o en México. Se ve a la gente tirada en la calle sin hogar, y se percibe como un problema para el turismo, siendo su drama lo secundario. Oímos los datos de las miles de muertes en el Mediterráneo y ni nos inmutamos. Miramos por encima del hombre a quienes van mal vestidos, con rastas o con "pintas" raras. Seguimos tan "panchos" tolerando o desplegando concertinas y cuchillas para dañar al que huye de su horror y evitar que se acerque a nosotros. Denostamos al que llega en la patera, olvidando que a nuestros abuelos les tocó hacer exactamente lo mismo en la dirección contraria. Algo no va bien dentro de nosotros. Quizás hay amnesia colectiva. O quizás se nos ha helado el corazón.

Por fortuna, hay quienes nos reconcilian con lo mejor de la condición humana. Ésa que apuesta decidida por un mundo diferente para vivir. Y por suerte, este viaje nos ha hecho conocer a algunos de esos héroes casi desconocidos: a Witold Pilecki voluntario en Auschwitz para desvelar su horror a los aliados; al farmacéutico Tadeusz Pankiewicz; a la enfermera Irena Sendler apodada el Ángel de Varsovia; o al diplomático español Ángel Sanz Britz cuyas artimañanas lograron salvar a 4.000 judíos, cuatro veces más que la famosa lista de Schindler. Pero no se trata de ser héroes. No todos estamos llamados a formar parte de esa élite de valientes. Ahora bien, quizás sí estamos llamados a no olvidar ni a consentir que se repitan cosas así, por muy pequeñas que parezcan, comparadas con aquellas atrocidades.

La muerte es inevitable. De una forma u otra. Tarde o temprano. Como la de ese bañista alemán de 83 años de la sábana blanca de la playa de Torrox. Pero el horror sí es evitable. Lo primero que lees al entrar en el primero de los barracones en la visita de Auschwitz es una frase de un español. Esa de George Santayana que dice: "Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". Sin duda ése es el sentido de una visita así. Y depende de nosotros, y de nuestra visión del mundo. Porque todos, absolutamente todos, tenemos una visión del mundo. La clave está en qué medida nuestra visión acaba excluyendo a otros seres humanos. Aunque sea sólo un poquito. Sean éstos "fachas", "rojos", inmigrantes, punkies, judíos, gitanos, gays, madridistas o catalanes. Les pongamos la dichosa etiqueta que sea. Ésa que nos condena a separarnos a unos de los otros.
Creemos que ya toca. Toca, sin duda, salir de esa condena. La de repetir los horrores del pasado. Ésos que, por desgracia, aún se repiten en demasiados rincones de nuestro planeta.


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