domingo, 26 de agosto de 2018

Adriático

Llueve. El tono azul morado de las nubes no presagiaba ayer, paseando por Chioggia, un diluvio como el de esta madrugada. Pero mi fuerte nunca ha sido la meteorología. Ni los colores, la verdad. Siempre he sido un poco daltónico para ciertas cosas. Y sordo para otras muchas. Según Mey, el cielo se ha quebrado por los cuatro costados a eso de las cinco de la mañana. Y ni me lo podía imaginar ayer, ni me he enterado esta noche cuando ha caído "la mundial" mientras dormía.
El tiempo por aquí, en Italia, está como nuestro estado de ánimo. Brillante, caluroso y muy soleado durante las mañanas, y gris, húmedo e incluso tormentoso por las tardes y noches. Con truenos y relámpagos que te sobrecogen. Un poco como el corazón de una madre o un padre cuando debe dejar volar a su hijo. Pero ya se sabe que lo de los sentimientos siempre es más silencioso, más interno, aunque no menos intenso. Saber que un hijo empieza una nueva vida con ilusión, con nuevos horizontes y rodeado de gente tan especial, da sentido y luz a tantos años acompañándole. Pero ser conscientes de que quizás a partir de ahora ya sólo venga de visita o de vacaciones no deja de causarnos algo de pena. Por eso también llueve por dentro, mientras volvemos al apartamento, tras dejarle en su nuevo hogar.
Duino es un pueblo precioso a orillas del Adriático, y a escasos kilómetros de Eslovenia, y de Trieste, la capital. Es conocido por su bello castillo, por su coqueto puertecito de no más de veinte embarcaciones, y por los poemas existenciales que inspiraron aquí a Rilke. Pero sobre todo es famoso ahora porque sus apenas mil cuatrocientos habitantes se ven invadidos cada año por casi doscientos jóvenes de cien nacionalidades que inundan el pueblo de diversidad, color y heterogeneidad, y que conspiran por un mundo mejor, un mundo unido. Es como la ONU, pero en pequeñito. Son constantes los encuentros, las risas y los abrazos en cada rincón, y en multitud de idiomas, especialmente hoy, que era el día oficial de la llegada de los nuevos, como Pablo. No muchas familias tienen la suerte de ser testigos de ese momento. Se nos cruzó una oferta de vuelos y no pudimos resistirnos a acompañar al retoño "haciendo piña".







Inés, María y Laura nos recibían para servirnos de guías improvisadas, en una actitud de servicio marca de la casa, que se acentúa en los estudiantes de segundo año, dispuestos a darlo todo para integrar a los nuevos. Nos resultó gracioso que, siendo españolas, nos recibieran con un distante apretón de manos. Luego entendimos que hay muchas culturas y tradiciones aquí presentes para las que un abrazo o un beso inicial de saludo se vive como una pequeña invasión de la intimidad. Y como hoy tocaban docenas de saludos, mejor no equivocarse. Ya nos resarciríamos en la despedida.
Creo que éste es el único colegio en el que las siete residencias de estudiantes y los edificios de clases forman parte totalmente del pueblo, y no están aislados en un campus. Eso hace que la integración con la vida de la población sea constante, y que toque ponerse las pilas aprendiendo italiano, y quizás algo de esloveno.Pablo compartirá habitación con un japonés y un rumano, en una residencia de catorce personas en la que también vive otro Pablo de Málaga, en este caso profesor y coordinador de la residencia, con el que daba gusto hablar. Se nota que de eso va esta historia: de hablar, conversar, departir y charlar con el diferente. Le auguramos a nuestro hijo largas y fructíferas conversaciones en esa desordenada habitación con varios terturlianos asomados a la ventana desde la calle, igual que ha pasado hoy. "Haciendo comunidad", que fue una expresión que usaron varios veces, y que nos encantó.
Los dos meses y medio de disfrutar los cinco juntos han pasado volando. Y eso que los hemos exprimido al máximo. Pero sabíamos que este día llegaría, aunque hoy llueva. Por fuera y por dentro. Hay mucho y muy especial por delante para Pablo durante estos dos años. Y después también. Nos apasiona pensar lo que veremos y oiremos a través de sus ojos y oídos. Y aguardaremos sus whatsapps con ansia, asumiendo que cada vez serán menos frecuentes porque el día no da para tanto. Como aquí se dice, es imposible practicar las tres "S" a la vez en tan sólo veinticuatro horas (Sleeping, Studying, Socializing): dormir, estudiar, socializar.
Cuando Pablo tenía cuatro o cinco años le apasionaban las historietas sobre las obras literarias británicas que su madre le contaba, rememorando sus tiempos de literatura inglesa en la universidad. Un día, emocionado, le dijo a su profesora que él quería ser escritor, como Shakespeare. La profesora le dijo que eso era imposible. No recuerdo haber visto más enojada a Mey cuando el niño nos contó el episodio en casa. Desde entonces tenemos claro nuestro cometido como padres: hacer de nuestros hijos unos daltónicos y unos sordos activistas frente a las líneas rojas que se supone que separan los sueños de la realidad, lo factible de lo imposible.
Hoy Pablo forma parte de la veintena de estudiantes españoles que esparcidos por el mundo han sido seleccionados este año entre muchísimos para hacer comunidad por un mundo unido, en un anti-pasotismo activo. No existen las líneas rojas para los sueños o las utopías. Y si existen, es sólo en las mentes de unos pocos. Habrá que aprender a no distinguirlas y a no oir a quienes adviertan sobre ellas.

NOTA: Iniciamos hace unas semanas el apoyo solidario al proyecto de Yide Bikoue, de nuestros amigos Herminio y Deniz en Camerún. Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero si te gusta lo que escribimos, te ayuda, te sientes en gratitud, y quieres también impulsar un mundo diferente para vivir con nosotros, puedes colaborar en nuestros proyectos solidarios colaborando con una cantidad simbólica (desde 1€/mes) en nuestro Patreon Solidario.

domingo, 19 de agosto de 2018

El pinchazo

De repente saltaron todas las alarmas. El salpicadero del coche parecía una feria de luces. No parecía el guión previsto tras las maravillosas horas compartidas con Joserra. Íbamos relajados, alegres y con todos los planes hechos para llegar a casa al atardecer. Pero a veces la vida parece ir sobre ruedas, y de repente tienes un pinchazo inesperado de esos que te trastocan todos los planes. Esas ruedas se van "a la porra", y la vida parece tambalearse sobre ellas por momentos.
Eran casi las dos de la la tarde. Toda la familia, excepto el piloto, dormitaba ya. Fuera hacía un calor insufrible de casi cuarenta grados. Y cientos de coches volaban por la A-1 cargados "hasta las trancas" en plena operación "Paso del Estrecho" del mes de agosto. No era el mejor momento ni el mejor lugar para tener un reventón. Pero un buen pinchazo no tendría gracia si no sucede en el peor momento. Como en la vida. Hice lo que pude para aguantar hasta la primera salida de la autovía, y al menos evitar el peligro de tanta circulación. Esos metros de más hicieron que la rueda quedase totalmente deshinchada, y que la válvula peligrase. Empezó a cundir el nerviosismo en la tripulación. Todos los planes y quedadas para esa tarde con los amigos parecían peligrar con el contratiempo.Pero ya se sabe: la vida es eso que pasa, mientras tú andas con tus planes.
Manos a la obra "con la fresquita". Chaleco reflectante, triángulos de señalización y a buscar en el manual de instrucciones cómo cambiar la rueda con el gato hidráulico del vehículo. Nos pusimos a temblar cuando vimos que sólo sacar la rueda de repuesto requería quince párrafos de instrucciones. Y la cosa se puso peor cuando descubrimos, para nuestra sorpresa, que la rueda de repuesto era de las que llaman "galletera", de menor tamaño, y tan solo para salir del paso. Difícilmente aquella "ruedecita" nos iba a garantizar una plácida travesía durante los ochocientos kilómetros que aún nos quedaban hasta casa.
El rato de deliberación y de estudio del manual, unido a la canícula ambiental, empezaron a hacer mella en la marinería. Y las primeras quejas se dejaron sentir. Había que pasar a la segunda fase del protocolo de imprevistos: tripulación a la sombra más cercana y llamada de rigor al seguro del coche. El capitán del barco permanecería junto a la nave con su pintoresco chaleco. Una pena no haber contado con una carpa playera entre el abultado equipaje para escapar de aquellos rayos.
El diagnóstico del señor de la grúa confirmó los temores. Imposible llegar a Málaga con aquella birria de rueda de repuesto. Había que reparar la estropeada. Era sábado al mediodía. Jugábamos en el tiempo de descuento para tal proeza. Todavía la cosa se podía complicar más y obligarnos a permanecer en aquellas tierras hasta el lunes.
Dos de los pasajeros se fueron con la grúa y el coche al centro comercial más cercano, a la busca y captura de un comercio de reparación de neumáticos. A los otros tres nos tocaba aún esperar al taxi fletado por el seguro. Y efectivamente: aquel sofocante sol estaba muy a gusto con nosotros y no retrocedía ni un milímetro.
Reunidos por fin de nuevo todos ante el mostrador del comercio de neumáticos, aún quedaba salvar el escollo de los turnos de trabajo. Al menos parecía que la amenaza de tener que quedarnos hasta el lunes se desvanecía. Pero podía ser que empezaran a meterle mano a la rueda las siete y media de la tarde. Eso haría inviable un viaje de madrugada con el cansancio ya acumulado. Quizás viendo nuestro panorama, finalmente cambiaron turnos y se pusieron manos a la obra de inmediato, con la promesa de tenerlo todo listo para las cuatro y media. Eso nos daría tiempo para comer algo en el centro comercial y recuperarnos de la insolación. Eso sí, previo pago de la broma que suponía sustituir los dos neumáticos delanteros.
Mientras comíamos, hubo una agradable e inesperada sorpresa para mí. De forma unánime, toda la familia me felicitaba. No recordaban haberme visto tan calmado y menos frustrado ante un contratiempo de tal calibre. Y nos carcajeamos recordando mis gruñidos ante adversidades insignificantes que en el pasado habían alterado los planes previstos. Era cierto que a pesar de todo, había estado muy relajado. Jugaba con ventaja tras unas buenas vacaciones, tras los largos ratos de meditación en casa de Joserra el día anterior y esa misma mañana, y tras las sesiones de mindfulness sobre la aceptación compartida con mis compañeros de oficina. Me gustó recibir este respaldo familiar. Y me reí de mi torpeza en tantas ocasiones anteriores en que la vida nos ofrece el pinchazo de turno.
Para evitar los pinchazos, lo mejor es no moverse ni viajar. Como no salir a la calle el lo mejor si no quieres que te caiga una maceta o un meteorito. Ésa no es opción. Habrá que aprender la lección para las próximas ocasiones. Porque llegarán. Eso es seguro. En las ruedas del coche o en la vida.

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lunes, 6 de agosto de 2018

La revolución altruista

Sonaba una de nuestras canciones favoritas, de Kaleo, en la radio del coche. Era un buen presagio. El navegador decía que ya habíamos llegado, pero allí sólo había campo y más campo. Ni una casa en lo que alcanzaba la vista en estas enormes campiñas burgalesas. Avanzamos hasta la siguiente curva, por si tan sólo era un pequeño descuadre en la ubicación. Y efectivamente. Allí estaba Villasur de Herreros, un pequeñísimo pueblo de la provincia de Burgos, que precisamente es la provincia europea con mayor número de pueblos. Un sitio perdido del mapa, con trescientos habitantes censados, pero con apenas ochenta viviendo de forma continua. Resulta sorprendente cómo las mayores revoluciones se urden en los lugares más recónditos, lejos de los grandes púlpitos o programas de televisión. 
Mientras aparcábamos el coche, Joserra salió con su amplia sonrisa y sus generosos abrazos. Cualquiera que hubiera presenciado la escena hubiera pensado que éramos amigos de toda la vida. Pero no. Era la primera vez que nos veíamos en persona. Aunque la sintonía y las buenas vibraciones en whatsapps y e-mails llevaban meses compinchándose para que el encuentro se produjera. Y fue justo en el regreso desde Francia, de casa de la bisabuela, cuando pudieron lograr su objetivo.
Es sorprendente cómo un chico joven de treinta y dos años, en un pueblo perdido de la geografía española, puede ser embajador de ServiceSpace y estar impulsando toda una Revolución Altruista, tejiendo redes entre distintas organizaciones y países, tan sólo mediante voluntari@s, y aprovechando la tecnología para alentar a personas de todo el mundo a hacer pequeños actos altruistas a través de una transformación tanto interna como externa.
Nos abrió de par en par las puertas de su casa, el segundo hogar de su familia, que se ha convertido en todo un cuartel general del altruismo, donde seres de todos los confines del mundo se reúnen para seguir tejiendo redes en las que el activismo y la espiritualidad se hacen uno. Nada más entrar por la puerta, una gran bandera con la imagen del planeta Tierra nos dio la bienvenida. La afinidad crecía por momentos, y eso que acabábamos de llegar. Tras la absurda guerra de banderas que los balcones y ventanas de este país ha presenciado en los últimos meses, ver esa bandera nos generó una honda sensación de sosiego. Sensación que se incrementó al leer en multitud de idiomas las palabras "Que la paz prevalezca en la Tierra" en un enorme totem de la paz, junto a la bandera. Esa fue la idea de un solo hombre, un japonés llamado Masahisa Goi, que después de ver los desastres de la Segunda Guerra Mundial, en 1955 decidió lanzar al mundo su mensaje de paz. Ese mensaje se difundió en los años 80 gracias a la World Peace Prayer Society. Y hoy en día hay más de 200.000 "Peace Poles", o "totems de la paz" plantados en más de 200 países de todos los continentes, en sitios tales como el Polo Norte Magnético (Canadá), las Piramides de El Giza (Egipto), el Rio Jordán (Israel), La Haya (Netherlands), Baghdad (Iraq), Tumba de Confucio (Taiwan), Robben (Sudáfrica) o el Monumento de la bomba atómica (Hiroshima). Ver esa bandera y ese totem en aquel salón familiar, cerca de las fotos de primos, tíos y abuelos, resultaba una bella estampa, sin duda.
Cada rincón de la casa rezumaba armonía y búsqueda de equilibrio y paz en los más pequeños detalles. Había carteles y banderolas en distintos idiomas con poemas y mensajes de paz de Gandhi o el Dalai Lama. Y post-its y corazones esparcidos por decenas de personas que habían pasado por aquellas habitaciones en algún momento y habían dejado sus mejores deseos y energías para los demás. El jardín era inmenso. Y Joserra se había dedicado a dejar pequeñas islas de flores silvestres para que las abejas tuvieran también su espacio. Las dos gallinas que correteaban por el césped se acercaban a nosotros con una docilidad canina, y casi se dejaban acariciar las crestas. La habitación de Joserra tenía un aire oriental y de austeridad que encajaba a la perfección con sus viajes de los últimos años a la India. Tenía un inmenso mapa del mundo pintado a mano en la pared, y los mensajes y detalles de paz, armonía y generosidad se multiplicaban en cada rincón. Nos acomodó en el coqueto desván, aunque había espacio allí para que durmiera todo un ejército.  Y de inmediato nos ofreció dar una vuelta por el pueblo para deleitarnos con más sorpresas.
No a muchos metros de distancia, nos mostró la "Casa de Paz", un proyecto muy reciente que surgió cuando hace unas semanas, después de una conversación espontánea con la dueña de la casa, ésta decidió cederles el espacio para que pudieran disfrutarlo y hacer actividades en ella, dentro del esquema de la "economía del regalo", un paradigma en el que bienes y servicios se movilizan sobre una base de confianza y generosidad. Como regalo que es, lo gestionan desde ese espíritu de generosidad y ofrecen actividades altruistas conectadas con el autoconocimiento y el Bien Común. La Casa está totalmente abierta durante todo el día para quien quiera reunirse allí, meditar u organizar un encuentro de cualquier tipo. Una "mesa amable" con multitud de coloridos objetos preside la entrada, en un experimento más para que cualquiera pueda dejar y coger de ella libremente lo que desee.
A apenas dos minutos andando, nos abrió una improvisada puerta a un precioso huerto con vistas al campanario del pueblo, que también les había cedido alguien del pueblo como muestra de afinidad con los principios que les inspiran. Gracias a nuestros pinitos hortelanos del último año, pudimos apreciar que lo que allí estaban haciendo gente como Joserra, Miki o Irene de forma casi espontánea, era una auténtica obra de arte de la horticultura: formas de mandala en la disposición de las distintas especies; flores, frutos y hojas en perfecta armonía con lo que normalmente se suelen considerar "malas hierbas"; mini espacios para favorecer que algunos pequeños animalillos puedan convivir con las distintas variedades de frutas y verduras... Joserra aprovechó para recolectar un calabacín y un par de lechugas para la improvisada cena que nos aguardaba en casa.
En una curiosa sincronicidad, justo llegando a la entrada de la casa, apareció un coche con Pablo, Lucía, Roxana y Daniela, que venían a compartir velada ante la espontánea invitación de Joserra con motivo de nuestra visita. Nos pareció hermoso que, tras las presentaciones y risas iniciales, se abriese un círculo de meditación y de compartir en el jardín, como forma de abrir ese improvisado encuentro de amigos. Mientras meditábamos en silencio, y los chicos disfrutaban en la piscina, Miki e Irene se unieron al círculo, bajo la atenta mirada de un sol con forma de bola de fuego. El compartir tras la meditación, permitió romper el hielo, y así irnos conociendo un poco mejor. Me sentía tan a gusto, que me animé a compartir cómo conocí a Mey, y el gozo que me causaba que siguiera a mi lado treinta y un años después. Me sorprendí a mí mismo compartiendo esas confidencias ante supuestos desconocidos, hoy ya amigos.
"A lo tonto" nos habíamos juntado doce personas para cenar. Y reconozco que por momentos me preocupó un poco que hubiera comida para tantos. Se me olvidó que en este tipo de círculos del altruísmo, se obra el milagro de los panes y peces con asiduidad. Un cous-cous que trajo una, unas morcillas de otra, las lechugas y calabacín del huerto, unos macarrones sobre la marcha, y algunos tomates y queso que traíamos de Francia, permitieron organizar todo un banquetazo digno de las mejores galas. Y fue la excusa perfecta para una deliciosa tertulia, en la que los visitantes fuimos sometidos a un cariñoso interrogatorio. Tuvimos ocasión de compartir hasta las tantas: despertares laborales y de salud,  revoluciones interiores y exteriores de distinto género, y proyectos macro y micro. El interés y las conexiones de almas casi se podían tocar con los dedos. Y prosiguió ya por la mañana con Joserra y Miki tras el desayuno. Los niños también pudieron expresarse, aunque luego en el coche nos decían que quizás deberían haber contado lo difícil que resulta a veces compaginar esta vida alternativa en búsqueda de un mundo diferente, con los entornos en los que les ha tocado vivir. 
Realmente fueron sólo unas horas juntos, porque a media mañana partíamos de regreso a Málaga. Pero dio para mucho. Dio para conocer el proceso de búsqueda de Joserra desde el sufrimiento personal y las experiencias de voluntariado en Argentina. Para profundizar en la realidad de los áshram, y en las utopías hechas realidad que han presenciado en lugares como la ciudad india de Auroville. Para profundizar en la necesidad de cultivar la espiritualidad si se quiere de verdad articular un activismo efectivo y duradero. Para tener todavía más ganas de conocer a Nipun Mehta cuando venga a visitarles en octubre. O para conocer mejor experimentos tan bellos como el Karma Kitchen burgalés (experiencia culinaria en la que no puedes pagar por tu comida, siendo la cuenta al final siempre de cero euros, ya que alguien que ha venido antes de ti ha pagado por tu comida, y ahora tú eres libre de mantener esa cadena de generosidad funcionando o no); o las tarjetas que nos animan a realizar gestos anónimos de generosidad; o las huebras o servicios que se ofrecen desinteresadamente en favor de la comunidad; o los Círculos de Silencio y Escucha Awakin.
Nos hemos quedado con ganas de más. De mucho más. Y eso es bueno. Muy bueno. Porque surgirá de nuevo el encuentro de forma espontánea en tierras burgalesas o malagueñas. O quién sabe si quizás en la India.
Quisimos que los niños experimentaran la dinámica de las tarjetas "sonrisa" e iniciamos de forma anónima en la panadería del pueblo un nuevo ciclo de regalos anónimos con un pan y una bolsa de magdalenas que dejamos pagados junto a una de esas tarjetas, para que el panadero se lo diese a la siguiente personas que entrase, a modo de círculo de favores. Los niños se mostraron entusiasmados con la idea, y no pararon de idear variantes para la vuelta a casa.
Hay gente para todo, la verdad. Hay quienes regalan poesía en los pasos de cebra. Incluso, como acabamos de ver al pasar por Madrid, hay quienes se dedican a pintar corazones de colores en los grises muros y columnas de la M-30, para arrancar una sonrisa o un deseo positivo a los cientos de miles de personas que usan esa vía a diario. Por eso desde hace años, decidimos dedicar siempre un hueco de nuestras vacaciones para que nuestros hijos conozcan a locos así, dispuestos a creer que un mundo mejor es posible. Y así hemos ido conociendo O Couso, Mataveneros, Los Portales, preciosas iniciativas colaborativas, o ahora esta Revolución Altruista. Es la única forma de asegurarnos de que, cuando les toque volar, sepan que hay alternativas a lo que hace la gran mayoría de la gente. Y quizás apuesten por esa tontería de darse a los demás y construir un mundo mejor.
Eva supo resumir muy bien estas horas con estos nuevos amigos: "Me encanta esta gente, mamá, porque son gente normal que medita, y además sí que saben dar bien los abrazos". Pues eso. Cosas simples que desde lo cercano pueden cambiar el mundo.


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