La suya no es la historia de un jubilado cualquiera. No desde luego como la de esos abuelos que vemos apostados junto a las vallas de las obras, quizás rememorando la actividad frenética que quizás tuvieron antaño. Tampoco, desde luego, la de esos ancianos que se arremolinan por las mañanas en las plazas de los pueblos con sus amigos, o en las mesas de los bares entorno a una partida de dominó. Tampoco sé yo muy bien si a José le gustan las obras o el dominó. Desde el martes pasado tampoco me ha dado tiempo para conocerle mucho, la verdad. Sé que le gusta la música. Que es amigo y vecino de un compañero de trabajo. Que ronda los setenta años. Que quizás tiene alguna nieta, viendo su foto del whatsapp. Y poco más, en lo que respecta a su descripción general. Pero desde luego sé que es alguien muy especial.
No sé si te vuelves especial cuando la vida te da un zarpazo así, o si los seres especiales ya vienen de serie. Ante un batacazo como el suyo, muchos no habrían levantado cabeza. Pero él no sólo la ha levantado, sino que con su testimonio está ayudando a que otros muchos la levanten.
José era donante de sangre. Y quizás ese pequeño gesto de generosidad le salvó la vida. Tras una de sus donaciones le llegó a casa una carta del Sistema de Salud con un preocupante aviso: había adquirido la Hepatitis C. Se quedó atónito. Repasó y repasó lo que había sucedido desde la anterior donación, en la que había salido limpio, y sólo pudo identificar un momento en el que se pudo producir el contagio: durante una visita al dentista, en la que le manipularon la boca, quizás con insuficiente esterilización. Cualquiera habría maldicho su suerte. Habría mentado toda la parentela del dentista. Se habría regodeado en su desdicha. Pero él no. No guardaba rencor a aquel dentista, ni a lo que aquella nefasta visita le ha acarreado después. No fue sólo la hepatitis. Fue la cirrosis del hígado, muy habitual en estos casos. Y por supuesto, fueron la multitud de pequeños tumores que aquel hígado enfermo había empezado a generar como si estuviera loco. Su vida dio un vuelco. Fue sometido a dos operaciones. Y hace pocos meses, superó el ansiado trasplante de hígado.
Aún no he contado cómo o por qué conocí a José. Hace meses, su amigo Tomás nos ofreció que diera una charla en nuestras sesiones semanales de mindfulness en la oficina. Tenía un testimonio impresionante que dar. No sabíamos muy bien de qué se trataba. Y aún no me explico cómo hemos retrasado tanto esa charla. Podría decir que quizás la agenda, buscar el momento más oportuno... Pero lo cierto es que a veces, en la vida, nos llegan pequeños avisos, con un mensaje contundente para nosotros, que ignoramos o postergamos, quizás por miedo inconsciente a que pueda poner nuestra vida patas arriba. Quizás lo de José fue un poco eso también. Él sentía que debía compartir su experiencia con su familia "mindfulnosa", como él la denomina. Y eso que no nos conocía a ninguno. Pero necesitaba compartir con quienes han iniciado ese camino, que la meditación no hace milagros, pero mitiga el sufrimiento. Necesitaba susurrarnos al oído su frase favorita en toda esta travesía del desierto. Ésa que dice: "No puedes detener las olas, pero puedes aprender a surfear". Él no ha sufrido el envite de las olas; lo suyo ha sido un auténtico tsunami. ¡Y vaya si ha aprendido a surfear! Tanto, que podría montar su propia escuela de surf "mindfulnoso". Ya me imagino hasta el nombre: "Escuela de Surf Ho-Tsé".
Estoy seguro que en esa escuela se aprendería el valor de la aceptación (que no resignación) cuando las zarpas de la vida aprietan. Se aprendería también a pasar más rápido y casi de puntillas por las fases que acarrea el enfrentarse a la pérdida de un ser querido, a la enfermedad o al sufrimiento: negación, enfado, negociación...Quizás también se aprendería a no entrar en victimismos, en reproches psicológicos o en esa espiral tan peligrosa de no dejar de rumiar pensamientos negativos.
Si tratara de resumir el mensaje que José traía bajo el brazo el pasado martes a las ocho de la mañana, creo que sería éste: "Familia: la vida no es fácil; a todos, tarde o temprano, nos tocará sufrir; y es una magnífica idea que estéis practicando meditación y mindfulness, porque lo vais a necesitar y os va a ayudar mucho; ojalá que tanto como a mi".
Para afianzar su mensaje, y como una muestra más de su generosidad, José vino cargando una voluminosa mochila donde traía una bolsa con 15 paquetitos verdes, cuidadosamente envueltos, y otros tantos sobres con las instrucciones de aquel regalo individualizado, que artesanalmente ha estado preparando para cada uno de nosotros, auténticos desconocidos para él. Yo abrí mi regalo con los niños y con Mey esa misma noche, y tardamos casi una hora en asimilar y compartir impresiones sobre un regalo tan profundo acerca de las claves de la vida.
Posteriormente he intercambiado un par de mensajes con José por whatsapp y correo electrónico, ya que generosamente ha recopilado alguna bibliografía que algunos asistentes a la sesión le pidieron. Presiento que, aún en la distancia, hay mucho que nos une con José. Quién sabe, quizás, si de alguna otra vida anterior. Sentí que debía compartirle algunos posts que escribimos hace tiempo y que conectaban plenamente con algunos de sus testimonios de aquel martes. Y él me regañó cariñosamente a los pocos días por haber retrasado su desayuno varias horas, al haberse quedado enfrascado con la lectura de algunas de nuestras vivencias. Es lo que suele suceder cuando se producen este tipo de conexiones espirituales, cargadas de sincronicidades y reciprocidad. De hecho, no nos podíamos creer que en las instrucciones de su regalo apareciese precisamente la frase de Jung que preside la pizarra de nuestra cocina desde pocos días antes de conocerle: "Quien mira afuera, sueña, y quien mira adentro, despierta".
José, a pesar de su dura enfermedad, se encuentra profundamente agradecido. Al principio fue un agradecimiento hacia el donante que le dio su hígado al morir, hacia la familia de éste, y hacia los que le han rodeado y sostenido en los momentos bajos. Pero poco a poco ha ido entendiendo que la gratitud en la vida no es lineal, sino en forma de una enorme red que lo abarca todo. Y hay que agradecer a los agricultores que cultivan lo que él comía en el hospital, a los cirujanos y enfermeras que le trataron, a los empleados de la compañía eléctrica que posibilitaron que todos los aparatos funcionasen, a los funcionarios de Hacienda que recaudamos fondos para que exista ese hospital, a los ingenieros que crearon esas herramientas sanitarias tan sofisticadas, etc, etc. Y cuando uno está agradecido de verdad, no puede evitar dar. Es lo que te brota de dentro. Por eso José quiso darnos su testimonio, aquel paquetito verde y aquellas instrucciones para la vida. Porque sabe que a más de uno nos va a tocar el corazón, y puede darnos una tabla de salvación para cuando vengan olas de las grandes.
NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )
2 comentarios:
Hola, viendo unos videos en youtube, me tope con uno de su familia y busqué el blog que mencionaste porque me pareció interesante y refrescante la mirada de ambos, en momentos donde el dinero lo es todo en el mundo...para la gran mayoría. Leí este post, que cosa más linda tu relato, pero me quede con las ganas de conocer qué cosas fueron las que te señaló para la vida, cuando las olas son altas...
Cariños desde Valdivia, Chile.
Lorena.
Hola Lorena:
Hay bastantes cuestiones que compartir sobre lo que José nos dijo. Si quieres, puedo escanearte la carta que nos entregó junto a la cajita simbólica, y te envío por e-mail fotos de ambas cosas para que puedas profundizar en ello todo lo que necesites. Nuestro e-mail es: familiade3hijos@gmail.com . Envíanos el tuyo, si quieres...
Un abrazo fuerte desde Málaga (España)
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