miércoles, 26 de febrero de 2020

Refugiados del coronavirus

En cuanto leí el titular de prensa del pasado sábado, tuve de nuevo esa sensación. Esa de que, por muy lejano que aquello pareciese, nos acabaría tocando. A veces es un escalofrío. Otras un pellizco en el estómago. Y la verdad es que preferiría equivocarme más. Pero se ve que la intuición también se entrena.
Era el fin de semana que nos habíamos reservado para descansar y reponer fuerzas tras tanto contratiempo acumulado en las últimas semanas. Por fin nos íbamos a reencontrar con  nuestras escapadas de fin de semana en nuestra furgoneta hippy. Por fin habían ido quedando atrás los días de fiebre de Mey, las duras pruebas de solicitudes pre-universitarias, mi operación ocular y sus posteriores jornadas postrado "boca abajo", e incluso el flemón de la muela del juicio. Tocaba celebrarlo. Y así lo hicimos, disfrutando de la naturaleza, del pantano de los Bermejales y del cauce del río Cacín, del silencio y de la tranquilidad.
Pero justo de regreso, ya el domingo, Pablo desde Italia, nos avisaba en directo de que en dos minutos nos llamaba para decirnos algo muy importante. Se celebraba en esos momentos una asamblea de todo su colegio. Ahí el recuerdo del titular del viernes volvió a aflorar. Y ese escalofrío también. Les acababan de anunciar que, siguiendo las recomendaciones del gobierno italiano, del comité internacional, y de la experiencia de los colegios de China y Hong-Kong, se había decidido cerrar el colegio hasta el 8 de marzo, como mínimo. Era una medida de precaución y para evitar males mayores, como una posible propagación o cuarentena de un colectivo de 95 nacionalidades como el suyo, y las repercusiones que ello podría tener. Nadie estaba afectado y no había aún riesgo alguno. Pero si la cosa se ponía seria, no actuar podría generar un problema mayor que las implicaciones del cierre a tiempo del centro.
No dio tiempo a plantear ninguna duda, o a hacer ninguna consideración. Daba igual que fueras o no crítico con el alarmismo que se está generando. Que no estemos ante el ébola ni ante una epidemia fatal. Que el origen del brote fuera un murciélago, un pangolín, o la mano interesada del hombre. O que la tasa de recuperación sea del 98%, muy superior a cualquier gripe habitual de cualquier año habitual. De repente te ves en medio de un proceso de histeria colectiva, ante el que no puedes quedarte inmóvil, por mucho que creas que carece de sentido. Y en pocos minutos, el precio de los vuelos empezó a subir ante la desbandada general. Ese era el primer motivo de la llamada de Pablo: reservar vuelo cuanto antes, para no quedarse fuera de juego.
Pero no se trataba tan sólo de anunciar el cierre del centro. Se trataba de hacer un llamamiento a la solidaridad con aquellos estudiantes no europeos, cuyo retorno a casa pudiera suponer el fin abrupto de su curso, y quizás de su bachillerato, por el coste de un posible viaje de regreso en unas semanas o por incompatibilidad horaria para mantener las clases a distancia por internet. Y ese era el segundo motivo de la llamada: determinar si estaríamos dispuestos a acoger a otros estudiantes, y calcular en caso afirmativo su número. No hizo falta hablarlo. El "sí" fue unánime. Y tan sólo tuvimos que calcular el espacio en casa para que durante un tiempo, aún por determinar, pudiéramos acoger a más estudiantes de forma digna y razonable, si todo esto se prolongaba.
Durante el trayecto de vuelta ya estuvimos calculando itinerarios y precios, y nada más llegar a casa reservamos los vuelos de Pablo, Erick y Fabián, dos buenos amigos costarricenses de nuestro hijo. La decisión de Jacopo fue más complicada. Él es italiano, pero al vivir su familia en el epicentro del foco del coronavirus, cerca de Milán, se arriesgaba a entrar en cuarentena si regresaba a casa, y quizás no poder volver al colegio más tarde. Decidió venir también con nosotros a las pocas horas, aunque ya su billete no pudo comprarlo por internet.
Durante la salida del aeropuerto de Venecia justo después de la suspensión del carnaval, y a lo largo de la larga noche que tuvieron que pasar en el aeropuerto de la escala de Lisboa, estuvimos con el alma en un puño por si algo se torcía. Pero no. Todo salió bien.
No ha sido fácil para Mey organizar la logística de camas, armarios, ropa para prestarles, y organización general para que todo fluya en las semanas que nos esperan por delante. A fin de cuentas, hemos duplicado los habitantes de la casa, y hemos triplicado la prole que vivía con nosotros hasta hace apenas 48 horas. Hemos llenado la despensa. Y Mey hizo ayer un macro-cocido para una legión, pensando en tener opciones para varios días, aunque se finiquitó en un almuerzo. Ya se sabe cómo come la juventud...
Lo bueno de la gente joven es que lo viven todo como una aventura. Nada es un drama. Todo son risas y bromas. Todo es un puro disfrute. No hay preocupación por el fin del curso, por los exámenes finales del bachillerato internacional, o por el posterior acceso a la universidad. Y es bueno que así sea. Vivir el presente como si no hubiera un mañana. Y si puede ser, alejados de histerias colectivas, mejor.
En los momentos difíciles es cuando se comprueba la nobleza y la categoría de una persona. Y lo mismo sucede con las instituciones y con los colectivos. La respuesta del colegio de Pablo, de las familias, y de los respectivos comités internacionales, sin contraprestación alguna, fue impecable y plagada de solidaridad. En pocas horas, una macro operación logística como ésta quedaba culminada sin que nadie se quedara descolgado o fuera de juego. Quizás sean éstos los aprendizajes que traiga consigo el dichoso coronavirus y el alarmismo que está generando.


NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )



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