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sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Cambiar o aceptar la realidad?

Puede que tras este post tengamos que cambiar el nombre de nuestro blog. "Familia de 3 hijos busca mundo diferente para vivir". Así se ha llamado todos estos años. Y así de removidos estamos tras el aprendizaje que os compartimos esta semana.

En 2012 entendimos que "buscar un mundo diferente para vivir" era la misión de este blog cuando iniciamos su viaje. Aunar complicidades entorno al inconformismo. Buscar compañeros de viaje entre quienes no están cómodos con este mundo y su deriva distópica. Y han sido muchas, muchísimas, las personas maravillosas con las que hemos compartido camino. Personas en búsqueda. Gente buena que no se siente a gusto con muchos de los paradigmas de esta Humanidad. Pero tras todos estos años, hemos llegado a un punto que nos obliga a detenernos y hacernos una pregunta crucial: ¿De verdad hay que buscar un mundo diferente para vivir? ¿De verdad se trata de impulsar algo distinto a lo que hay?

CDD20 en Pixabay
Si pensamos en un referente del crecimiento espiritual y de la apuesta por un mundo diferente para vivir, probablemente el nombre de Gandhi sea uno de los primeros que a todos nos venga a la cabeza. Instauró métodos de lucha social como la huelga de hambre, rechazó la lucha armada y apostó por la áhimsa (no violencia) como medio para resistir frente al dominio británico, llegando incluso a la desobediencia civil impulsado por su conciencia. Pero ni su camino ni su final suenan ciertamente muy "peliculeros". Nunca llegó a recibir el Premio Nobel de la Paz. Y vivió la cara y la cruz de su sueño por un mundo diferente.

Los miles de millones de personas de esta planeta, de manera más o menos consciente, nos pasamos la vida pensando y haciendo cosas para dar respuesta a la pregunta existencial por excelencia. Una de tres palabras: ¿CÓMO SER FELIZ?. Tres palabras, cinco sílabas, que nos traen de cabeza a toda la Humanidad. Especialmente en nuestra interacción con la realidad y con lo que sucede a nuestro alrededor. Pero de las tres formas que hay de actuar frente a esa realidad que nos rodea (rebelarnos, resignarnos o aceptarla), tan sólo esta última nos puede ayudar a ser felices, porque es la única que nos hace crecer en el nivel de consciencia. 

¿Buscar un mundo diferente aspirando a cambiar el mundo es lo que de verdad nos hace felices? En mi caso particular, desde muy joven tuve un anhelo por el "hacer, hacer y hacer", más que por el "ser". Ahora me doy cuenta que mi reacción ante la realidad que me rodeaba era de rebeldía, y tenía que ver con la culpa, la responsabilidad, y una batalla moral interna del bien contra el mal. Inconscientemente, sin duda, había en mi un sentimiento de carencia y de hiperrresponsabilidad tras la muerte de mi padre teniendo yo cuatro años. Y ello me llevaba a interiorizar que, quizás, yo no era suficiente y que debía hacerme digno a través de mi conducta y de mis acciones. Luchar por un mundo mejor empezó a formar parte mi "yo ideal", que parecía distanciarse de mi "yo verdadero". Pero con el tiempo, a pesar de los logros, me di cuenta de que, por mucha fuerza de voluntad que pusiera, era complicado conseguir una transformación profunda, fuera en lo interno o en lo externo. Y a eso se unía que, cuanto más me esforzaba por combatir algo o por intentar alcanzar el ideal o la meta que me había propuesto, más me acababa llenando de ego, de confusión y de impotencia. Los logros externos (que los hubo) no calmaban ese anhelo interno. Y para colmo, visualizaba como mi máxima aspiración una lápida en mi tumba que loara mi coherencia personal, como epitafio de que había vivido y actuado conforme a mi filosofía, mis principios o mi ideal. Qué absurda veo hoy esa lápida imaginaria. Porque esa coherencia, vista hoy en la distancia y con más experiencia, creo hoy que debe ser la voluntad de ver las cosas tal y como son en "mi aquí" y en "mi ahora", y asumirlas con coraje y honestidad. Así, el objetivo no es ser más perfecto, sino ser más real, asumiendo tanto las luces como las sombras, sin máscaras, con autenticidad. Por eso, no hace tanto, hace sólo unos pocos años, empecé a aceptar lo que era, en lugar de tratar de ser lo que no era. Y empecé a descansar y a relajarme en ese cierto fracaso de mi activismo en el "hacer", confiando en que todo acabaría teniendo sentido para mí. Lo expresa muy bien El Cantar de Ashtavakra: “El necio no alcanza la paz porque lucha por alcanzarla". Menudo necio fui durante años, desde luego.

Incluso gente de mucho más nivel consciencial, como Gandhi, probablemente vivieron procesos similares. Así, él experimentó la cara de su búsqueda de un mundo diferente, cuando en 1947, el virrey anunció que después de 200 años de gobierno británico, India alcanzaba la independencia. Pero la cruz de esa búsqueda la padeció cuando constató que no sería como él se lo había imaginado: una  India unida para todos los indios, con los mismos derechos, fueran hindúes, musulmanes o sijs. Sino que sería un país partido en dos: la India hindú y Pakistán musulmán. Y con ello se produjo una de las migraciones forzadas más grandes y sangrientas de la historia, con un millón de muertos. Quién sabe si Gandhi llegó a aceptar ese proceso, que quizás incluso influyó en su muerte, asesinado el 30 de enero de 1947 por un nacionalista hindú. Quién sabe si incluso a alguien como Gandhi se le resistió quizás aceptar lo que aquel dolor traía para la escuela de almas que es la Humanidad. 

Evidentemente, tras tantos años de activismo, nos sigue doliendo "horrores" la injusticia, la desigualdad y la pobreza de este mundo. Y sin duda, es bueno que a tanta gente nos siga doliendo, y que sigamos habitando en la búsqueda y en la perplejidad. El problema es qué hacemos después con ese dolor. Porque quizás habremos superado la insensibilidad de quienes se sienten ajenos o indiferentes. Pero puede que tampoco sea la solución caer en el activismo o en el voluntarismo, y en un "hacer" motivado por nuestra sensibilidad, si resulta desenfrenado y nos acaba contagiando de la misma energía que intentábamos combatir. Porque en muchas ocasiones, juzgamos la realidad añadiéndole nuestra emocionalidad o nuestra sensibilidad, en lugar de simplemente valorar la realidad según sus frutos, sin cargarla con la mochila de nuestras emociones, sentimientos y creencias. Quizás la clave sea la metasensibilidad, que nos equilibra frente a ese dolor del mundo, y nos mantiene en la armonía necesaria para poder actuar y ser eficaces y de servicio, sin caer en el sufrimiento al que nos arrastra el exceso de sensibilidad. El dolor es inevitable, sea físico, mental o emocional, o sea por las injusticias, por la pobreza, por la desigualdad o por las desgracias. Pero el sufrimiento sí puede evitarse y gestionarse. Porque sufrimos cuando mentalmente no aceptamos ese dolor y nos enganchamos a él. Depende, pues, de nuestra respuesta a ese dolor, si sufrimos o no. A Gandhi le dolió la ruptura de la India. Lo que nunca sabremos es si ese dolor se convirtió en sufrimiento para él. Nisargadatta Maharaj no lo pudo expresar mejor: “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se queda atascada en las orillas, se vuelve un problema. Cuando digo fluir con la vida me refiero a la aceptación. Dejar que venga lo que venga y que se vaya lo que se vaya. No desees, no temas, observa lo real, como y cuando suceda, porque tú no eres lo que sucede, eres a quien le sucede”.

CDD20 en Pixabay
Probablemente la clave sea a qué nos lleva lo de "buscar un mundo diferente para vivir". Sea en lo grande o en lo pequeño. Afecte esa realidad a Ucrania, a Palestina, al familiar que falleció repentinamente o al amigo o la mascota que han enfermado irremediablemente. Porque si implica que, como esa realidad no me gusta, necesita ser cambiada, y que hay que luchar contra lo malo o lo que no me gusta de esa realidad, seguramente acabaremos enfrascados en las cosas de este mundo, o arrastrados por la tristeza, la ira o la desesperanza. Por el contrario, nos estaremos adentrando en un territorio nuevo, quizás profundamente espiritual, si lo que implica es remar a favor de una nueva realidad, aceptando que lo que hay es perfecto para el crecimiento de nuestras almas, siendo conscientes de que no es que estamos en un mundo injusto sino en el mejor de los mundos posibles para nuestra evolución espiritual. Y de este modo, podemos llegar a entender que el mal, la injusticia o la desigualdad no existen, sino que son sólo la ausencia de bien, de justicia o de igualdad. Tampoco existe el frío: sólo la ausencia de calor. Y bajo ese nuevo paradigma, para que cambie lo de fuera, es imprescindible que cambie antes lo de dentro, lo nuestro. Por ello, no sólo es importante, es urgente poner el foco en nuestro crecimiento interior como estrategia y como camino para ese nuevo mundo al que aspiramos, y que es ya la principal misión de millones de personas. Quizás por eso Gandhi se retiró a meditar en soledad cuando todos festejaban un nuevo país, viendo la ruptura y el dolor que se avecinaban. Y quizás por eso, cuando hay cosas que no nos gustan de este mundo, cuando sentimos con fuerza que vivimos en una pura distopía, la vía no sea ni resignarse ni rebelarse y luchar contra la realidad o contra esas estructuras que nos generan rechazo, como obstáculos para ese nuevo mundo que ya visualizamos, sino trabajarse el interior, aceptando y entendiendo que esos obstáculos son precisamente el camino para ese nuevo mundo. Lo colectivo siempre comienza por uno mismo. Y desde ahí, sí que cobra pleno sentido lo de "ser el cambio que queremos ver en el mundo". Porque la intención es necesaria, pero no suficiente. El fruto debe ser la armonía y la compasión. Y si estamos desequilibrados, exhaustos y enfrentados, sea por la causa feminista, por la causa anticorrupción, por la ruptura de la India o por aquel ser amado que enfermó o falleció, algo no va bien en ese impulso de un mundo diferente para vivir. Nos cegará el ansia por resolver problemas usando las herramientas de la mente y de la acción. Pero quizás olvidaremos que no se trata de "resolver" problemas, sino de "disolver" problemas, haciéndonos uno con ellos, conviviendo serena y alegremente con dichos problemas. Dando luz a esa oscuridad. Dando calor a ese frío. Aceptando las cosas como son, en lugar de tratar de adaptarlas a nuestra visión de lo que debería ser. Y ello porque sólo el amor que nace de la aceptación puede cambiar el mundo. 

CDD20 en Pixabay
Pero evidentemente, y como dice Cavallé, aceptar no es aprobar. Convivencia con los problemas no significa connivencia con los problemas. Toca vivir "el aquí y el ahora" aceptando ese dolor, esa injusticia, esa desigualdad, o esa distopía, pero viviendo la realidad desde el alma, desde el centro operativo del espíritu, en lugar de desde el centro operativo del cuerpo, la mente o los sentimientos. Ante una injusticia o una desgracia puedo asumir que ha sido así, que la condición humana es así, e incluso que puede ser inevitable que esas cosas sucedan. Pero puede no gustarme. Y por supuesto puedo preferir otra cosa distinta a lo que estoy aceptando. Incluso puedo llegar a condenar lo que estoy presenciando. Y de igual modo, aceptar no significa resignarse. Nuestro sentido del bien, de la verdad, de la justicia, y de la belleza nos impulsan a modificar lo que sea preciso. Pero esta disposición activa es compatible con aceptar que aquí y ahora es lo que es. La aceptación nos da más lucidez y serenidad para ser mucho más eficaces, porque de hecho, la fuente de transformación más genuina es la rendición. Y llegados a ella, ya no seremos nosotros los que determinemos el curso de los acontecimientos. La aceptación es un acto de potencia y de señorío sobre los acontecimientos, porque nos permite "experienciar" la realidad sin necesidad de ser reactivos, que es una forma de eludir nuestra emoción y de proyectar hacia afuera la causa de nuestra agresividad, no responsabilizándonos de ella, y convirtiendo nuestras preferencias (que son totalmente legítimas) en exigencias. De este modo, lo que nos impide aceptar, a fin de cuentas, es la mente diciendo: "esto no debería ser así". Y eso se debe a que tenemos la falsa creencia de que el dolor se puede evitar alejándonos de él. Pero en realidad no nos dañan los sentimientos que calificamos de negativos. Lo que nos daña y lo que nos causa sufrimiento mental es la resistencia a sentir.

Si ese "buscar un mundo diferente para vivir" nos sigue generando sufrimiento, no es que nuestros martillos no sean fuertes, es que no apuntamos a los clavos adecuados. Y quizás toque apuntar menos hacia fuera y más hacia dentro. Sólo asumiendo nuestra debilidad, conocemos nuestra verdadera fortaleza. Y sólo aceptando nuestra tristeza nos volvemos personas más felices. De lo contrario, igual que cuando nos miramos al espejo y nos vemos despeinados, podríamos caer en la absurda tentación de intentar peinar la imagen reflejada en el espejo, en la contemplación que hacemos de la realidad puede que caigamos en el error de intentar arreglar lo de fuera, lo externo, que no es sino un mero reflejo de nosotros. Y habrá quien se pregunte: ¿pero cómo voy a descansar en "mi aquí" y en "mi ahora" si mi situación personal es un auténtico desastre? Pues así es. Así y con esos pelos.


PD: A raíz de todo lo que hoy os compartimos, hemos creído necesario cambiar el nombre del blog, modificando, como veréis, el subtítulo del mismo.


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sábado, 7 de octubre de 2023

Miami

Lo habíamos aceptado ya. De verdad. De corazón. No era resignación. Y visto lo que pasó después, desde luego no era rendición. Pero sí era aceptación. De esa que la vida te enseña, cuando te trae "calabazas"

Sería uno de los primeros veranos en que no estaríamos juntos. En que no practicaríamos esa liturgia familiar anual de aislarnos de todo y de todos, para reencontrarnos, coger fuerzas y seguir así conectados el resto del año, a pesar de la distancia. Pablo trabajaba. Le habían dado unas prácticas de empresa cerca de Dallas y no podría volver a España. Estaba ya preparando el puente laboral que desea para volver a Europa el año próximo, y no era plan de dejar pasar una oportunidad así. Así que por mucho que deseáramos aquellos abrazos, aceptamos que esta vez no podría ser.

Pero una vez que aceptas sin fingimiento, te abres a lo que la vida de verdad pueda traerte o enseñarte con esa aparente contrariedad. Porque sabes que, en realidad, nada es bueno ni malo, sino que todo es como debe ser: perfecto. Y que somos nosotros los que ponemos las etiquetas de lo que nos sucede, y añadimos sufrimiento cuando no pasa lo que nos gustaría que pasara.

Quizás a muchas personas esto les pueda parecer muy etéreo. O quizás algo filosófico o intelectual. Pero hemos experimentado tantas veces y con tanta rotundidad la magia que la Vida trae cuando te abandonas a ella, sin exigencias ni sufrimiento respecto a lo que te apetecería, ¡que como para no fiarse!

Una vez que aceptamos que este año no nos veríamos, nos lo tomamos con buen humor, y empezamos a jugar...¿Y si...? ¿Te imaginas que...? ¿Y si...? Y empezamos a dejar volar la imaginación hacia territorios donde encontrarnos, no aptos para nuestro bolsillo. ¿Te imaginas que en vez de venir tú a España, fuéramos toda la familia a verte a ti? Y entre carcajada y carcajada, dejamos correr la ilusión...¿Cuál sería el sitio más barato de EEUU para volar desde España si fuéramos a verte? Y en el buscador de vuelos apareció de repente Miami...Jajaja...¿Te imaginas que nos viéramos en Miami? Jajaja....Y empezamos a ver playas paradisíacas, mansiones de lujo, y enclaves de esos que aparecen en las películas o en las series de televisión...

Poco a poco, el juego empezó a hacerse realidad. De la aceptación sincera, pasamos a la ilusión desbordante ante la posibilidad de que Mey y yo nos reencontráramos con Pablo allí, al menos unos días. Él y Estela, que también estaría allí, miraron vuelos internos de Dallas a Miami, y también resultaban sorprendentemente baratos. No estaríamos los seis juntos. Pero eso ya era mucho pedir. Aceptamos lo que teníamos ante nosotros y reservamos los vuelos. La primera fase del juego estaba culminada. Viajaríamos a Miami.

Todo lo demás estaba en el aire. Mey estaba en plenos exámenes de junio. Así que Pablo, Estela y yo nos conjuramos en la búsqueda de hospedaje y de planes para compartir allí. Reservamos un motel "de mala muerte", aunque no por ello barato, con cancelación anticipada, y seguimos jugando. Aún faltaban muchas semanas. Y podían pasar muchas cosas.

El juego acababa de empezar. Y nosotros continuamos haciéndonos la pregunta mágica, y dejándonos arrastrar por ella: ¿Y si...? ¿Y si...? Hasta que se nos ocurrió que, quizás con algún sistema de intercambio de casas o similar, podríamos encontrar algo más decente y económico. Y allá que nos metimos ilusionados. Durante semanas, desfilaron ante nuestros ojos mansiones de lujo, jardines de ensueño y apartamentos de precio indecente. Hasta que, de repente, apareció el mensaje de Michael. Y nada más leerlo, le dije a Pablo, que intuía que habíamos encontrado casa. Él y su familia llevaban 25 años compartiendo e intercambiando casas, viajaban a Alemania justo en los mismos días en que nosotros estaríamos en Miami, y les cuadraba perfectamente que su casa no pareciera desocupada y que alguien cuidara de su gato Bandit, por entonces enfermo. En un par de mensajes más ya teníamos casa en South Miami. Michael nos prestaba su pequeña mansión para nueve personas, con piscina y un jardín plagado de palmeras de ensueño. Así se cerraba la segunda fase del juego.

Aquella noche, Mey y yo no pegamos ojo. Ninguno nos dijimos el motivo. Pero ya en el trabajo, nos cruzamos por whatsapp un audio casi idéntico, que de nuevo empezaba con la pregunta mágica: ¿Y si ya que no vamos a pagar por el hospedaje, intentamos que puedan venirse también Samuel y Eva? Lo más bonito es que Pablo también había pensado exactamente lo mismo. Y cuando vio que coincidía con nosotros, se puso "como loco" con Estela a buscar vuelos, sin decirles nada a ellos. Nos pareció preciosa esa ilusión por reencontrarse con los hermanos. Pero ya habían pasado bastantes semanas, y los vuelos habían subido ya mucho. La cosa no estaba fácil. Había que practicar de nuevo el "Y SI". Y así lo hicieron. El reencontrarse supondría una combinación total de siete vuelos entre la ida y la vuelta. Y muchas horas de desplazamientos y de esperas en los aeropuertos. Pero ¿quién dijo que los sueños no cuesten? La tercera fase del juego también se había superado. Habría reencuentro familia. En Miami. De los seis.

Podríamos contaros nuestras aventuras buceando en los arrecifes de coral, bailando salsa en la Pequeña Habana, abriendo los cocos que recogimos en la playa, o viajando a base de "bocatas" por los Cayos o por el Parque de los Everglades. Pero este sueño hecho realidad no va de los sitios que visitamos, o de las cosas que hicimos. Va del reencuentro que tuvimos. Va de las inolvidables conversaciones en aquel porche de la casa tras los desayunos, contemplando aquellas impresionantes tormentas veraniegas. Va de las horas que dedicamos a compartir nuestros respectivos despertares. Va del orgullo de unos padres que contemplan cómo sus hijos les adelantan por la derecha en entender "de qué va todo esto" (por cierto, ese el nombre de un nuevo grupo whatsapp de los seis, creado desde entonces). Va del proceso iniciado en Miami para saber leer lo que ocurre en estos tiempos que corren, y prepararse para lo que puede venir. Va de complicidades maravillosas. Y de las sorpresas que trae la vida, cuando aceptamos lo que toca, y nos dejamos ilusionar por lo que pueda venir. 

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viernes, 31 de octubre de 2014

Dilemas laborales: ¿aceptar o luchar por servir?

Trabajo en una Oficina de Empleo. Podría ser un gran trabajo de servicio al prójimo. Pero sólo estamos para atender estadísticas de tiempos de espera y servicio. Nada de una atención a fondo y una ayuda de corazón. Sólo números y más números: nada de personas. Los funcionarios se apoltronan en su sueldo seguro y los desempleados se acostumbran a una dinámica esclavizante de venir a "sellar" y "esperar a que les llamen", cosa que casi nunca pasa. La mayoría sucumbe y renuncia a la libertad, en lugar de afrontar su situación con plena responsabilidad.
Me sentí muy frustrado cuando entré aquí. Me considero una persona inquieta y pensé que este trabajo suponía un "parón" en mi progresión profesional. Se me ocurrían infinidad de iniciativas para dinamizar a los miles de desempleados a los que atendemos, que necesitan más de motivación que de clasificaciones y bases de datos totalmente inútiles. Expuse mis propuestas incluso por escrito. La respuesta fue clara: no se me paga por pensar, sino por repartir tarjetas. Me quedé helado al principio, y luego durante varias semanas me dominó el mal humor por lo que consideraba un desperdicio injusto de recursos.
Más tarde, se produjo el "click" en mi interior, y entendí que debía aceptar la situación, no aferrarme a lo que yo consideraba que "debería" hacerse, y domar a ese ego tan "crecidito" que a veces tengo. Aceptación, aceptación y aceptación. Y se obró el milagro. Me centré en atender con toda mi energía y dedicación a cada desempleado en los pocos minutos que estuviese con él o ella. Decidí apelar sólo a mi conciencia yendo más allá de las directrices o políticas de turno. Y entendí que la situación podía tener mucho de aprendizaje para mí.
Así he estado los últimos 18 meses. He aprendido a sosegar mi obsesión por cambiar las cosas y por hacer, hacer y hacer. He aprendido a vivir el momento exclusivo con cada desempleado/a al que atendía. Por el camino me he encontrado con el regalo de poder reducir mi jornada laboral y dedicar ese tiempo y esas energías a proyectos sociales y de transformación. Me siento más libre, menos dependiente de la imagen social que representa el trabajar en una u otra cosa, y mucho más cercano a lo que soy al desnudo, "sin trampas ni cartón". Estoy simplemente atento al presente y lo que éste pueda deparar.
Ese presente volvió a hacerme una llamada al servicio hace unos pocos días. Se acababa de convocar una plaza de alta dirección en mi zona. Los requisitos cuadraban al 100% con mi perfil, y desde ese puesto podría articular notables cambios en las políticas de empleo en mi comarca. Sé que tengo pocas opciones y menos padrinos para presentarme. Pero lo hice, y además llevé mi diagnóstico de la situación de la comarca y mis propuestas para introducir cambios por escrito a uno de los máximos jefes de la provincia, al que le pedí una cita. Su cara era un poema. No sólo por mi osadía de presentarme al puesto (que lógicamente ya tiene nombre desde hace tiempo) sino por mi crítico análisis. No se podía creer lo que escuchaba.
Sentí que debía dar ese paso. Seguramente haya sido inútil. Quizás, incluso, lastre mi futuro en esta Administración. Poco me importa. Creo que mi presente me llamaba a ello. Y de hecho, me preocupó más notar mi pérdida de paz y la vehemencia con que defendí mis argumentos que las posibles consecuencias de mi atrevimiento. Sin duda mi ego volvió a aflorar en esa reunión, aunque fuera defendiendo la necesidad de centrarnos en servir al prójimo.
Creo que debo seguir por el camino de la aceptación. Creo que debo estar muy atento al presente. Y creo que esa aceptación y ese presente me ofrecerán ocasiones continuas de servir al prójimo. Creo que para eso estamos aquí. Tan sólo espero no perder la paz por el camino.