Puede que tras este post tengamos que cambiar el nombre de nuestro blog. "Familia de 3 hijos busca mundo diferente para vivir". Así se ha llamado todos estos años. Y así de removidos estamos tras el aprendizaje que os compartimos esta semana.
En 2012 entendimos que "buscar un mundo diferente para vivir" era la misión de este blog cuando iniciamos su viaje. Aunar complicidades entorno al inconformismo. Buscar compañeros de viaje entre quienes no están cómodos con este mundo y su deriva distópica. Y han sido muchas, muchísimas, las personas maravillosas con las que hemos compartido camino. Personas en búsqueda. Gente buena que no se siente a gusto con muchos de los paradigmas de esta Humanidad. Pero tras todos estos años, hemos llegado a un punto que nos obliga a detenernos y hacernos una pregunta crucial: ¿De verdad hay que buscar un mundo diferente para vivir? ¿De verdad se trata de impulsar algo distinto a lo que hay?
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Los miles de millones de personas de esta planeta, de manera más o menos consciente, nos pasamos la vida pensando y haciendo cosas para dar respuesta a la pregunta existencial por excelencia. Una de tres palabras: ¿CÓMO SER FELIZ?. Tres palabras, cinco sílabas, que nos traen de cabeza a toda la Humanidad. Especialmente en nuestra interacción con la realidad y con lo que sucede a nuestro alrededor. Pero de las tres formas que hay de actuar frente a esa realidad que nos rodea (rebelarnos, resignarnos o aceptarla), tan sólo esta última nos puede ayudar a ser felices, porque es la única que nos hace crecer en el nivel de consciencia.
¿Buscar un mundo diferente aspirando a cambiar el mundo es lo que de verdad nos hace felices? En mi caso particular, desde muy joven tuve un anhelo por el "hacer, hacer y hacer", más que por el "ser". Ahora me doy cuenta que mi reacción ante la realidad que me rodeaba era de rebeldía, y tenía que ver con la culpa, la responsabilidad, y una batalla moral interna del bien contra el mal. Inconscientemente, sin duda, había en mi un sentimiento de carencia y de hiperrresponsabilidad tras la muerte de mi padre teniendo yo cuatro años. Y ello me llevaba a interiorizar que, quizás, yo no era suficiente y que debía hacerme digno a través de mi conducta y de mis acciones. Luchar por un mundo mejor empezó a formar parte mi "yo ideal", que parecía distanciarse de mi "yo verdadero". Pero con el tiempo, a pesar de los logros, me di cuenta de que, por mucha fuerza de voluntad que pusiera, era complicado conseguir una transformación profunda, fuera en lo interno o en lo externo. Y a eso se unía que, cuanto más me esforzaba por combatir algo o por intentar alcanzar el ideal o la meta que me había propuesto, más me acababa llenando de ego, de confusión y de impotencia. Los logros externos (que los hubo) no calmaban ese anhelo interno. Y para colmo, visualizaba como mi máxima aspiración una lápida en mi tumba que loara mi coherencia personal, como epitafio de que había vivido y actuado conforme a mi filosofía, mis principios o mi ideal. Qué absurda veo hoy esa lápida imaginaria. Porque esa coherencia, vista hoy en la distancia y con más experiencia, creo hoy que debe ser la voluntad de ver las cosas tal y como son en "mi aquí" y en "mi ahora", y asumirlas con coraje y honestidad. Así, el objetivo no es ser más perfecto, sino ser más real, asumiendo tanto las luces como las sombras, sin máscaras, con autenticidad. Por eso, no hace tanto, hace sólo unos pocos años, empecé a aceptar lo que era, en lugar de tratar de ser lo que no era. Y empecé a descansar y a relajarme en ese cierto fracaso de mi activismo en el "hacer", confiando en que todo acabaría teniendo sentido para mí. Lo expresa muy bien El Cantar de Ashtavakra: “El necio no alcanza la paz porque lucha por alcanzarla". Menudo necio fui durante años, desde luego.
Incluso gente de mucho más nivel consciencial, como Gandhi, probablemente vivieron procesos similares. Así, él experimentó la cara de su búsqueda de un mundo diferente, cuando en 1947, el virrey anunció que después de 200 años de gobierno británico, India alcanzaba la independencia. Pero la cruz de esa búsqueda la padeció cuando constató que no sería como él se lo había imaginado: una India unida para todos los indios, con los mismos derechos, fueran hindúes, musulmanes o sijs. Sino que sería un país partido en dos: la India hindú y Pakistán musulmán. Y con ello se produjo una de las migraciones forzadas más grandes y sangrientas de la historia, con un millón de muertos. Quién sabe si Gandhi llegó a aceptar ese proceso, que quizás incluso influyó en su muerte, asesinado el 30 de enero de 1947 por un nacionalista hindú. Quién sabe si incluso a alguien como Gandhi se le resistió quizás aceptar lo que aquel dolor traía para la escuela de almas que es la Humanidad.Evidentemente, tras tantos años de activismo, nos sigue doliendo "horrores" la injusticia, la desigualdad y la pobreza de este mundo. Y sin duda, es bueno que a tanta gente nos siga doliendo, y que sigamos habitando en la búsqueda y en la perplejidad. El problema es qué hacemos después con ese dolor. Porque quizás habremos superado la insensibilidad de quienes se sienten ajenos o indiferentes. Pero puede que tampoco sea la solución caer en el activismo o en el voluntarismo, y en un "hacer" motivado por nuestra sensibilidad, si resulta desenfrenado y nos acaba contagiando de la misma energía que intentábamos combatir. Porque en muchas ocasiones, juzgamos la realidad añadiéndole nuestra emocionalidad o nuestra sensibilidad, en lugar de simplemente valorar la realidad según sus frutos, sin cargarla con la mochila de nuestras emociones, sentimientos y creencias. Quizás la clave sea la metasensibilidad, que nos equilibra frente a ese dolor del mundo, y nos mantiene en la armonía necesaria para poder actuar y ser eficaces y de servicio, sin caer en el sufrimiento al que nos arrastra el exceso de sensibilidad. El dolor es inevitable, sea físico, mental o emocional, o sea por las injusticias, por la pobreza, por la desigualdad o por las desgracias. Pero el sufrimiento sí puede evitarse y gestionarse. Porque sufrimos cuando mentalmente no aceptamos ese dolor y nos enganchamos a él. Depende, pues, de nuestra respuesta a ese dolor, si sufrimos o no. A Gandhi le dolió la ruptura de la India. Lo que nunca sabremos es si ese dolor se convirtió en sufrimiento para él. Nisargadatta Maharaj no lo pudo expresar mejor: “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se queda atascada en las orillas, se vuelve un problema. Cuando digo fluir con la vida me refiero a la aceptación. Dejar que venga lo que venga y que se vaya lo que se vaya. No desees, no temas, observa lo real, como y cuando suceda, porque tú no eres lo que sucede, eres a quien le sucede”.
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Si ese "buscar un mundo diferente para vivir" nos sigue generando sufrimiento, no es que nuestros martillos no sean fuertes, es que no apuntamos a los clavos adecuados. Y quizás toque apuntar menos hacia fuera y más hacia dentro. Sólo asumiendo nuestra debilidad, conocemos nuestra verdadera fortaleza. Y sólo aceptando nuestra tristeza nos volvemos personas más felices. De lo contrario, igual que cuando nos miramos al espejo y nos vemos despeinados, podríamos caer en la absurda tentación de intentar peinar la imagen reflejada en el espejo, en la contemplación que hacemos de la realidad puede que caigamos en el error de intentar arreglar lo de fuera, lo externo, que no es sino un mero reflejo de nosotros. Y habrá quien se pregunte: ¿pero cómo voy a descansar en "mi aquí" y en "mi ahora" si mi situación personal es un auténtico desastre? Pues así es. Así y con esos pelos.
PD: A raíz de todo lo que hoy os compartimos, hemos creído necesario cambiar el nombre del blog, modificando, como veréis, el subtítulo del mismo.
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