domingo, 13 de enero de 2019

Removidos

El 2019 surca ya los mares de nuestras vidas. A toda máquina, como siempre. Cargado de retos, de ilusiones, de tropiezos y de aprendizajes. Las últimas semanas de travesía han sido especialmente intensas, en todos los sentidos.
Las tradiciones navideñas parece que mandan, y los encuentros y comidas con amigos y familiares rozaron el exceso, aunque el regreso a casa para estas fechas de Pablo ha sido el gran protagonista. Su madurez, sus ansias por crecer y aprender, y su gratitud a la vida por la cantidad de oportunidades que le está ofreciendo, nos han removido profundamente. Es la encarnación viva de lo que significa "vivir la vida a tope". De verdad, sin excesos absurdos. En pocos días cumplirá 18 años, y él mismo nos reconocía su fortuna al haber vivido y experimentado en este tiempo más que muchas personas en toda su vida. ¿Cómo no sentirse agradecido así? Da gusto comprobar la madurez con la que afronta la relación con su chica, a pesar de la distancia y de las voces agoreras de algunos amigos respecto a que las cosas en la lejanía no funcionan. ¡Qué sabrán algunos! Ellos viven su presente compartiendo lo que pueden por whatsapp, construyendo como hormiguitas un futuro, y exprimiendo cada instante de sus reencuentros. Los días en Cádiz con ellos, mientras Samuel y Eva disfrutaban de un nuevo episodio londinense, fueron toda una delicia. También su cara cuando llegó a la fiesta-sorpresa que le organizamos en casa con familiares y sus más allegados, anticipando una efemérides tan relevante. Estaba exultante. Hace dos días que volvió a Italia y su ausencia en casa se nota todavía más que antes.
Playa la Barrosa (Cádiz), dic. 2018
Por otro lado, siempre me costó entender a quienes dicen que estas fechas navideñas les generan nostalgia y tristeza. Para nosotros siempre fue un período precioso, y lo vivíamos con la máxima ilusión, sobre todo cuando los niños eran niños. Pero este año, sin embargo, no he podido evitar sentir esa dura sensación que antes no entendía. La de la ausencia de quienes se fueron para siempre. La de quienes están, pero como si no estuvieran. Por ahí también se han removido cosas muy dentro.
Y finalmente, la experiencia de Alí. Mucho se ha agitado también en lo más profundo tras ella. A veces podemos caer en la tentación de creer que los grandes aprendizajes de la vida viene cargados de finales felices, de sonrisas, y de logros alcanzados a la primera sin esfuerzo. Malos hábitos de los "happy endings" de Hollywood. Bien sabemos todos que las cosas no funcionan así. Que los mayores avances se producen tras estrepitosos fracasos. Y que con frecuencia toca caerse, levantarse e incluso cambiar de rumbo. Los primeros días con él fueron bien, mientras se hacía lo que él quería. Pero poco a poco llegaron los caprichos y las imposiciones. Veladas y no tan veladas. Quizás por su forma de ser, quizás por su cultura, o quizás por la falta de referencias familiares. Pero lo cierto es que se revelaron ciertas las advertencias que nos hicieron respecto a la dificultad que suponía acogerle, aunque tan sólo fuera para unos días estas Navidades. Y todo explotó en una Nochebuena que resultó más bien regular. Importantes dilemas: ¿imponer líneas rojas o dar "cuartelillo" en fechas tan señaladas?; ¿mantener las normas que siempre tuvimos con nuestros hijos, o crear excepciones para el recién llegado?; ¿cómo cuadrar todo esto en el período de mayor trasiego familiar del año, con tanta gente en medio?
Alí necesita muchas semanas previas de acoplamiento. Muchas charlas como las que le dimos en la mañana de Navidad. Y un acompañamiento y una dedicación absolutos que, por desgracia, nuestra vida actual no nos permite. No, al menos, sin dejar de lado buena parte de la atención a nuestros hijos, trabajos, proyectos y responsabilidades presentes o futuras. Por mucha culpabilidad que esa constatación genere. Alí requiere dedicación por completo, y es preciso ser realistas y sinceros: nuestro momento vital nos lo hace inviable ahora.
Su presencia en casa ha sido toda una lección. Y no sólo para él. En este mundo hay mucho por hacer, y a veces no basta sólo con tener buena voluntad. Es preciso tener tiempo, energía y un presente propicio para dedicar todo el tiempo que estos niños requieren tras su, a veces, duro pasado. Sea para una colaboración puntual como la de Alí, o sea para una acogida más prolongada. Sin duda, estos días con Alí nos han hecho valorar hasta qué punto, las familias que reciben en casa a niños así, de forma abnegada y silenciosa, son verdaderos héroes de ese mundo diferente que tantos anhelamos.
El final del 2018 y el principio del 2019 nos ha trastocado mucho en lo más íntimo. Los sentimientos están a flor de piel. Y sentimos con ímpetu que se avecinan vientos de cambio. Nos embarcamos en ese viaje con los mejores propósitos. Intuimos que, quizás, sea el año de la paciencia, de la aceptación, y de trabajarse el ego a fondo. Nos remangaremos para ello. Los desafíos no son pequeños.


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