miércoles, 24 de diciembre de 2025

Vida sencilla

A veces nos detenemos a pensar: ¿por qué seguís ahí? ¿Qué os impulsa a leernos, a buscarnos en redes o a asomaros a nuestro Telegram con tanto cariño? Es una fidelidad que nos regaláis generosamente, sobre todo ahora que nuestros posts se espacian cada vez más en el tiempo.

Si miramos atrás, allá por 2012, todo era más fácil de entender. Éramos bastante "machacones". Publicábamos casi 50 veces al año, obsesionados con buscar cómplices para arreglar el mundo. No íbamos a cejar en el empeño: queríamos ser virales, que nuestros hashtags entraran en cada casa y que nuestras campañas dieran la batalla. De ahí los cientos de miles de retuits, el casi medio millón de visitas en el blog, campañas de crowdfunding, recogida de firmas y hasta aquella proposición no de ley en el Parlamento andaluz... Hubo entrevistas en televisión, gente que nos reconoció por ello en la calle y una agenda llena de presentaciones en institutos, asociaciones y universidades tras publicar nuestro libro. Si nuestra esfera "militante" era un hervidero, nuestra vida privada no se quedaba atrás: queríamos que nuestros hijos se "comieran el mundo" a base de viajes y experiencias constantes. Fueron diez o doce años de un hacer incesante. Estábamos en cada lucha, en cada injusticia y en cada "sarao". Incluso nos tocó remar a contracorriente de amigos y familiares durante aquella pandemia distópica.

No nos arrepentimos. Si volviéramos atrás, probablemente repetiríamos cada paso. Pero hoy hemos entendido que la Vida nos llama a algo distinto.

Hoy entendemos que la llamada es a lo pequeño, lo sencillo y lo callado. Ahora, cuando publicamos algo, o cuando hacemos voluntariado hoy, apenas le damos la difusión indispensable. Hemos aprendido que quien tenga que llegar, llegará. Hoy practicamos más silencio y más aceptación, con la convicción de que probablemente eso es hoy lo que más necesita el mundo de nosotros. Ya no queremos derrochar energía en el escaparate público ni engordar el ego en redes. Para nosotros, hoy "contemplar" es más importante que "hacer"; y "aceptar" es más urgente que intentar cambiar el mundo a la fuerza. Preferimos la conexión con la tierra y lo diminuto antes que el altavoz o la pancarta. Por eso, ahora es mucho más fácil encontrarnos allá arriba, en la montaña, podando nuestros árboles, que en los mil sitios por donde merodeamos la década pasada.

Y no, no es cansancio ni frustración. Hay más canas, pero la energía sigue ahí. Lo que ha cambiado es la comprensión: la verdadera transformación no nace de luchas ideológicas ni de mensajes que movilizan a las masas. Eso brilla un rato, pero se apaga. La transformación, si no parte del corazón de cada uno, de poco vale. Hemos decidido guardar las fuerzas para el trabajo interior, que no es poco. Dentro de todos hay muchas telarañas que limpiar y muchas zonas oscuras que iluminar. No tiene sentido buscar excusas fuera cuando hay tanto por "arremangarse" dentro. Al mundo le iría mejor si nuestros corazones marchasen también un poco mejor.

En estos días de Navidad, celebramos la fiesta del renacer a la luz. Es una invitación tremenda a ser quienes verdaderamente somos, sin disfraces, sin capas de cebolla y sin necesidad de "likes". Si nos seguís leyendo, quizá sea porque también sentís que hay demasiado ruido y demasiado ego en esta Humanidad que hemos construido. Precisamente, quien encarnó esta llamada hace dos mil años no se subió a un púlpito, ni usó un megáfono, ni quiso ser influencer. Nació en el último rincón del mundo, vivió como un "don nadie" y murió en lo que muchos considerarían un fracaso absoluto. Pero ese es el mensaje revolucionario que trajo: que la vida no va de lo "macro", de triunfar, de muchos aplausos o de movilizar masas, sino de lo "micro", redimiendo el mal y el sufrimiento desde uno mismo. Y por ello el mundo es un regalo para aceptar y disfrutar, no un objeto para moldear a nuestra voluntad. Así, el cambio real brota de la luz interior, y se nos llama más a una vida de "pesebre" que a las parafernalias que montamos hoy día.

Si seguís con nosotros tras el giro que hemos dado en estos años, es que vuestra brújula también apunta hacia esos derroteros. Por eso, os deseamos de corazón una Navidad que sea un renacer a lo esencial, una llamada a la vida sencilla y a lo que, de verdad, vinisteis a hacer a este mundo. Feliz Navidad.


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