Una sábana blanca cubriendo un cadáver sobre la arena de una playa llena de bañistas. Ésa es una imagen brutal. De ésas que no se olvidan fácilmente. Fue hace un par de meses en Torrox, y aún me viene a la cabeza de vez en cuando. Lo primero que piensas al verla es qué habrá pasado. Pero la agitación que te provoca por dentro radica realmente en el encuentro frontal entre la vida y la muerte, en el mismo lugar, en el mismo instante. Ése al que nuestra cultura occidental nunca se acostumbra, siendo cotidiano en otras culturas, que bien saben que la muerte forma parte de la vida.
Este martes, a 2.900 kilómetros de esa playa, vivimos otra sacudida similar. Un joven hacía "footing" a lo largo de una valla, antaño electrificada, del campo de extermino de Birkenau, también llamado Auschwitz II. Algo tan cotidiano como hacer ejercicio, junto a la que llamaron la "fábrica de la muerte", donde fueron asesinadas más de un millón de personas. Probablemente aquel joven era vecino del pueblo cercano, y aquel campo de concentración no tenía ya para él el significado de espanto que para nosotros tenía como visitantes a los que se acababan de detallar las atrocidades allí cometidas.
Tanto a Mey como a mi nos hizo pensar en qué medida el ser humano es capaz de incorporar a su cotidianidad la barbarie, como si nada. Y no sólo integrarla, sino tolerarla y consentirla. El propio comandante al mando del campo de Auschwitz, Rudolf Höß, vivía con su mujer y 5 hijos en una casita con su jardín y todo, colindante con una de las primeras cámaras de exterminio del campo I, y a escasos metros del famoso cartel de entrada "Arbeit macht frei" ("El trabajo os hará libres", burla macabra que daba la bienvenida a los judíos que directamente eran enviados al matadero). Tanto él como su mujer manifestaron que la época que allí pasaron fue de las más bellas de su vida, y eso que oían, veían y olían las consecuencias de lo que se ha venido en considerar uno de los mayores horrores de la especie humana de toda la historia,
Algunos pensarán que qué necesidad hay de pasar un mal rato yendo a un sitio así. Que las vacaciones son para disfrutar y evadirse. O que quizás ir a un sitio así es "turismo negro" que se regodea en el horror. Pero era ineludible esta visita, estando en Cracovia. Hubo tiempo para todo en nuestra escapada en pareja. Pero creemos que debería ser obligatorio visitar estos sitios, como vacuna, al menos para las jóvenes generaciones, en cuyas manos quedará todo esto que habitamos. Y no es plato de buen gusto. La energía allí es extremadamente densa. Ni una risa. Apenas se escuchan los comentarios de los guías. Silencio. Ni cabe tomarse una chocolatina por respeto a lo que allí sucedió. Y por supuesto, no hace falta ser muy sensiblero para que se te salten las lágrimas. A mí me pasó al contemplar una enorme sala con dos toneladas de pelo humano, destinado a hacer tela, de cerca de 40.000 mujeres que allí fueron masacradas. El impacto y la cercanía con algo así resulta brutal. Y no dejas de espantarte de que aún haya quienes niegan el Holocausto.
También nos sobrecogió una fotografía del álbum de Auschwitz. Una en la que un oficial nazi, con el dedo índice de su mano derecha, decidía en centésimas de segundo si cada una de las centenares de personas que se habían apeado de los vagones de ganado, recién llegados a Birkenau, debían ir a la fila de los trabajos forzados o directamente a la fila de la cámara de gas y el crematorio. La decisión la tomaba en base a su aparente utilidad por cuestiones tan circunstanciales como el tono piel, una posible cojera, o las canas. Por supuesto ancianos y niños eran inútiles y eran los primeros en ser desechados. No pudimos evitar pensar cuántas veces, inconscientemente, también levantamos nuestro dedo índice y tomamos decisiones similares al opinar sobre los inmigrantes y su supuesto perjuicio a la seguridad o al trabajo de nuestro país, creyéndonos tantos y tantos bulos al respecto. O incluso al comprar o invertir en opciones más baratas o rentables pero que explotan a seres humanos o van destruyendo nuestro planeta.
Mis amigos Moisés y Paco, hace años, ya me hablaron mucho de Polonia, del Holocausto y del pueblo judío. Pero nada es comparable a vivirlo en primera persona, y entender la grandeza de un pueblo como el polaco. Conocer de primera mano los lugares y las circunstancias que tuvieron lugar antesdeayer, como quien dice, te da una perspectiva muy distinta. Y ese encuentro íntimo y personal con el sinsentido y la ignominia es necesario para conseguir un compromiso, incluso en lo más pequeño, en contra de la exclusión del otro, del diferente. Porque toda esa barbarie se olvida. Y pueblos oprimidos en aquellos años, pueden estar ahora oprimiendo a otros. Y ahí debemos estar cada uno de nosotros, con nuestra dignidad, con nuestros principios y con nuestro voto, velando para que no se repitan cosas así. Recordemos que Hitler inició su loca carrera como canciller con una mayoría simple y el oscuro episodio del incendio del Reichstag, que le acabaría dando el poder absoluto, de modo completamente legal y democrático. Hoy en Polonia gobiernan partidos cercanos a la extrema derecha, y apenas hay símbolos públicos de las atrocidades que allí se cometieron. Tan sólo los homenajes del 1 de agosto por el Alzamiento de Varsovia y la Plaza de los Héroes del Ghetto de Cracovia, impulsada por el cineasta Roman Polanski, que escapó del ghetto. Nos sobrecogió estar allí.
Tal día como hoy, 1 de septiembre, hace 80 años, a las 4.45 de la mañana, los cañones del acorazado alemán Schleswig-Holstein abrieron fuego sobre la guarnición polaca de Westerplatte, en el canal que conectaba lo que hoy es Gdansk, con el Báltico. Daba comienzo así la II Guerra Mundial, que no acabaría hasta 1945. Una auténtica locura que dejó configurado el mundo, en cierto modo, como lo conocemos hoy. Pero no puedes evitar preguntarte si realmente se ha aprendido la lección de un baño de sangre así, de un frenesí de odio de esa categoría. Abres el periódico y lees noticias sobre vallas y muros, sea en Ceuta o en México. Se ve a la gente tirada en la calle sin hogar, y se percibe como un problema para el turismo, siendo su drama lo secundario. Oímos los datos de las miles de muertes en el Mediterráneo y ni nos inmutamos. Miramos por encima del hombre a quienes van mal vestidos, con rastas o con "pintas" raras. Seguimos tan "panchos" tolerando o desplegando concertinas y cuchillas para dañar al que huye de su horror y evitar que se acerque a nosotros. Denostamos al que llega en la patera, olvidando que a nuestros abuelos les tocó hacer exactamente lo mismo en la dirección contraria. Algo no va bien dentro de nosotros. Quizás hay amnesia colectiva. O quizás se nos ha helado el corazón.
Por fortuna, hay quienes nos reconcilian con lo mejor de la condición humana. Ésa que apuesta decidida por un mundo diferente para vivir. Y por suerte, este viaje nos ha hecho conocer a algunos de esos héroes casi desconocidos: a Witold Pilecki voluntario en Auschwitz para desvelar su horror a los aliados; al farmacéutico Tadeusz Pankiewicz; a la enfermera Irena Sendler apodada el Ángel de Varsovia; o al diplomático español Ángel Sanz Britz cuyas artimañanas lograron salvar a 4.000 judíos, cuatro veces más que la famosa lista de Schindler. Pero no se trata de ser héroes. No todos estamos llamados a formar parte de esa élite de valientes. Ahora bien, quizás sí estamos llamados a no olvidar ni a consentir que se repitan cosas así, por muy pequeñas que parezcan, comparadas con aquellas atrocidades.
La muerte es inevitable. De una forma u otra. Tarde o temprano. Como la de ese bañista alemán de 83 años de la sábana blanca de la playa de Torrox. Pero el horror sí es evitable. Lo primero que lees al entrar en el primero de los barracones en la visita de Auschwitz es una frase de un español. Esa de George Santayana que dice: "Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". Sin duda ése es el sentido de una visita así. Y depende de nosotros, y de nuestra visión del mundo. Porque todos, absolutamente todos, tenemos una visión del mundo. La clave está en qué medida nuestra visión acaba excluyendo a otros seres humanos. Aunque sea sólo un poquito. Sean éstos "fachas", "rojos", inmigrantes, punkies, judíos, gitanos, gays, madridistas o catalanes. Les pongamos la dichosa etiqueta que sea. Ésa que nos condena a separarnos a unos de los otros.
Creemos que ya toca. Toca, sin duda, salir de esa condena. La de repetir los horrores del pasado. Ésos que, por desgracia, aún se repiten en demasiados rincones de nuestro planeta.
NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )
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