Todos tenemos una misión en la vida. Aunque le demos la espalda. Aunque estemos ocupados con otras cosas. Aunque no queramos verlo. A veces cuesta verla. A veces tenemos varias, según el momento que nos toca vivir. Pero está ahí. Sin duda alguna. Y hay formas de identificarla. Una de las más sencillas es cuando notas en tu interior que hay gozo y conexión con algo más grande desarrollando esa misión. Y esa alegría no la encuentras en el resto de quehaceres, tareas y responsabilidades de la vida. Es como si hubieras puesto en marcha el resorte de tus dones y talentos, y el simple rodar de sus engranajes te hiciera cosquillas en tu interior.
Caminito del Rey 2015 (Ardales-Málaga) |
Durante años estuve obsesionado con esa misión. Era consciente de mis capacidades y aptitudes, y no quería desaprovecharlas. Pero la dinámica en la que me había introducido era de rigidez, de constricción, de deber...Hacer, hacer y hacer. Nada que ver con el placer. Nada que ver con esas cosquillas. Y entonces me veía haciendo de malabarista con las distintos roles de la vida: el familiar, el profesional, el del compromiso social... Y en todos con la presión de sacar matrícula de honor. Pero no veía el gozo ni esas cosquillas por ningún lado. Y no paraba de correr de un lado para otro en cada una de las asignaturas de mi vida. Me sentía exhausto. Quizás con una cierta sensación de coherencia y de estar haciendo lo que debía, pero desde luego no de estar en conexión con mi misión. Sin saberlo, quizás me sentía esclavo del reconocimiento y de las palmaditas en la espalda.
Llegó un momento en que empecé a aceptar. Quizás la historia no iba de cumplir una misión "peliculera" en lo científico, en lo jurídico o en lo económico. Quizás todo iba de otra cosa. Y lo acepté. No fue resignación. No fueron "brazos caídos". No fue una derrota. Fue aceptación de corazón. Poquito a poco. En algunas facetas de forma más sencilla, en otras con años de trabajo detrás, y en otras todavía estoy en ello. Pero me di cuenta que esa aceptación empezaba a abrir las puertas de algo mucho más hermoso que mi "deber" en la vida. No se trataba de hacer lo mejor en todo. Se trataba de Ser yo mismo con autenticidad. Se trataba de hacerse un niño y disfrutar. E incluso de que me importara un "comino" lo que pensaran los demás en ese despliegue de capacidades. Y por arte de magia empecé a sentir ese cosquilleo. Sentí que mi misión tenía mucho más que ver con hacer de puente, que construir en una orilla. Descubrí que uno de los grandes males de este mundo era la historia de Separación en la que vivimos, y que probablemente ahí tenía yo mucho que decir. Descubrí que era momento de crear pasarelas entre distintas orillas. Entre aquellos que se creen espectadores del mundo y quienes quieren cambiarlo. Entre quienes necesitan apoyo económico y quienes pueden y quieren aportar un granito de arena. Entre quienes viven encerrados en unas vidas enlatadas y quienes construyen espacios de expansión para el ser humano. Entre quienes han bajado los brazos y entre quienes necesitan brazos para seguir sosteniendo ilusiones. Entre unos hijos que salen al mundo y ese mundo que no se imagina cómo va a cambiar con ellos. Entre quienes comen lo de siempre (o lo de todos), y quienes intentan incluir consciencia en sus dietas. Entre quienes aparcan a sus hijos en el colegio y quienes quieren del colegio trampolines hacia las nubes. Entre quienes viven entre hormigón y quienes viven con tierra entre las uñas. Entre quienes sufren las injusticias en silencio, y quienes las afrontan en el terreno de los poderosos. Entre quienes viven para trabajar, y los que trabajan para vivir. Entre los de aquí y los de allí. Entre quienes ponen el centro en el dinero y quienes lo ponen en la relación. Entre quienes buscan un mundo diferente para vivir y quienes ya se dieron cuenta que ellos son ya ese mundo diferente para vivir.
Esta semana nos tocó también hacer de puente. Nuestro querido Xavi, impulsor de Proyecto O Couso, una escuela de dones y talentos en el Camino de Santiago, nos había pedido buscar algún sitio donde hacer una presentación de un libro. Su editorial es también un maravilloso puente de transmisión de conocimientos a veces demasiado ocultos. Y encima todo lo que vende se destina a un proyecto utópico como o Couso. No se me ocurrió mejor sitio para presentar el libro que en el comedor social de unos ángeles con los pies en la tierra, y en una casa de acogida en la que se hacen milagros. Y en ambos lugares una nueva amiga, Josy, ha hecho de puente entre lo de aquí y lo del más allá de forma totalmente altruista, contándonos lo vivido con su libro. Gentes inmersas en hacer un mundo mejor. Todas mezcladas y conspirando por el bien común. Me encanta hacer de puente. Me encanta esta misión. ¡Qué gusto da ese cosquilleo interior!
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