domingo, 20 de febrero de 2022

Giro de guión (parte I)

Este verano pasado fue, quizás, el más duro de nuestra vida. Era el reencuentro con nuestros tres hijos, después de un largo año de estar separados de ellos: Pablo en Oklahoma, Samuel en Córdoba y Eva en Texas. Y durante esos meses en la distancia, el mundo se había vuelto absolutamente loco. Todo estaba "patas arriba". Y era momento de recomponer las piezas del puzzle, de dar coherencia al sinsentido, y de volver a anclar lo que quizás se había ido a la deriva. Había mucho que compartir. Todo un año de investigación, estudio y recopilación de evidencias de todo tipo, que permitiesen trascender las meras opiniones y creencias alrededor de la pandemia, para poder volver a andar sobre terreno firme. Sobre el terreno de nuestros principios y convicciones familiares. Había que mostrar las fuentes adecuadas, plantearse las preguntas que pocos se hacen, y superar la tendencia a pensar que todo es falso, o la frustración de no encontrar la verdad entre tanta desinformación. No todo es igual de falso, pero requiere esfuerzo encontrar respuestas. Todo ese proceso había que hacerlo en un tiempo récord, porque en septiembre, al menos los dos mayores, volverían a sus actuales universidades.

Andorra, julio 2021

Pero el "martilleo" de las noticias, de las redes sociales y de los círculos de amigos, ya había hecho su trabajo. La predisposición a tragarse el relato oficial era ya un hecho. Y nuestros intentos de contrastarlo y rebatirlo no sólo "caían en saco roto", sino que crearon fricción y enfrentamiento durante semanas. Ir contracorriente nunca es fácil. Hacerlo en la adolescencia o en la juventud, frente al criterio de tus iguales es casi un imposible. Poco importaba que estuviéramos en paisajes maravillosos de Andorra o Asturias: en la visión de la realidad parecía que ellos y nosotros estábamos "en las antípodas".

Mientras tanto, nuestras reflexiones y análisis, expuestos públicamente en nuestro canal de youtube, empezaron a crear malestar en nuestros entornos de familiares y amigos. Algunos, sutilmente, dejaron de dirigirnos la palabra. Otros, abiertamente, iniciaron hostilidades con nosotros. Se empezaba a abrir una enorme brecha a nuestro alrededor, con buena parte de quienes nos habían rodeado siempre. Y el 22 de julio decidimos dar el paso: silencio. Había mucho que compartir, y mucho que habíamos descubierto. Pero quienes necesitaban esa información no estaban dispuestos a escucharla. Y el resto ya la conocía o estaba conectado a las fuentes adecuadas para conocerla. ¿Tenía sentido seguir insistiendo? ¿Valía la pena tratar de convencer a quien no se abre a ser interpelado en sus creencias? ¿Quizás es que no era el momento para todas estas personas? De acuerdo. Había que confiar en el libre albedrío. También en el momento evolutivo de cada persona. Quizás unos años antes, nosotros también nos habríamos "cerrado en banda". Así que, por muy buenas que fueran nuestras intenciones, decidimos que era el momento de renunciar a convencer a nadie y de guardar silencio. Y así lo hicimos.

Pero con nuestros hijos no podíamos guardar silencio. Sentíamos que lo que estaba sucediendo era demasiado grave. Y que ellos se encontraban totalmente desarmados a nivel de información y criterio frente al "cacareo" de los medios y frente a los mantras repetidos una y otra vez por media Humanidad, aunque la lógica de esos mensajes y decisiones hiciera aguas por todos lados. Nos preocupaba su salud, la inexistente eficacia o necesidad de los pinchazos, y los numerosos efectos secundarios ya acreditados científicamente entonces (hoy ya la lista es interminable). Pero también nos preocupaba que estuvieran dispuestos a ceder tan tranquilamente esferas de libertad que ha costado décadas conseguir a nuestros antepasados, y que entrasen en una esfera de sometimiento interior con difícil vuelta atrás. Así que insistimos e insistimos hasta la saciedad. Fuimos unos auténticos "pesados", como los tres se encargaron de repetirnos reiteradamente. Pero forma parte de nuestro "sueldo" de padres. Y no íbamos a bajar los brazos. Aunque de pura desesperación, Mey y yo hablamos en varias ocasiones de dejarlo ir, y que "fuera lo que Dios quisiera". Necesitábamos un poco de paz, y la guerra era incesante, incluso en aquellos paisajes paradisíacos que nos acogieron aquellos días.

Camping en Babia (León), agosto 2021

El verano pasó. Pablo y Samuel volvieron a sus entornos universitarios. Eva inició el bachillerato internacional con nosotros. Y nosotros cruzamos los dedos. La presión que imaginábamos se produjo, incluso antes de lo esperado. Y fue mayor incluso de lo previsto. Los mensajes de audio, especialmente desde Estados Unidos empezaron a ser angustiosos. La presión "por tierra, mar y aire" comenzó a hacer mella en Pablo. Y en varias ocasiones, viendo su desánimo, nos temimos que sucumbiría. Las restricciones de movimientos, la abierta discriminación para ciertas posibilidades en becas, y su dudosa continuidad laboral, dibujaron un negro panorama si no se inoculaba. Lo único que pudimos hacer fue apoyar, apoyar y apoyar. Y rezar para que las semillas de tantas y tantas conversaciones durante el verano, fructificasen dentro de él.

Los padres, a veces, pensamos que todo depende de nosotros. Y se nos olvida que somos tan sólo unos compañeros de viaje en el camino de nuestros hijos. Unos compañeros privilegiados, eso sí. Pero tan sólo eso: compañeros de viaje. El proceso interior de cada uno de nuestros tres hijos ya estaba en marcha. Las tormentas del verano entre ellos y nosotros eran necesarias para afianzar su independencia y su capacidad de decisión. Pero dentro de ellos se había ido consolidando lo que le ha faltado a millones y millones de personas: criterio para separar la paja del trigo; curiosidad para buscar lo importante entre tanto ruido; determinación para no dejarse arrastrar por una avalancha imparable de miedo; fuerza interior para ser diferente y no temer ser señalado; firmeza para actuar en conciencia, para no verse coaccionado o condicionado, y para ejercer nuestros derechos con plenitud; serenidad para tener paciencia, templanza y tino frente a las prisas dominantes y a los globos-sonda; y por qué no decirlo: el respaldo y el apoyo de tu gente más cercana, si ya lo tenías claro, y no querías rendirte frente a tanta adversidad.

En las últimas semanas hemos hablado de esto con bastantes amigos cercanos. Algunos de ellos, con especiales dotes intelectuales o incluso espirituales. Pero han acabado rindiéndose, en algunos casos, casi contra su voluntad, frente a esa histeria colectiva de las inoculaciones y de la narrativa oficial. Y en todos esos casos ha faltado esa pizca de criterio. Esos segundos de discernimiento. Esa gota de arrojo para enfrentarse al "qué dirán". O ese pellizco de empuje para encontrar algo de luz rebuscando entre tanta oscuridad. Y ese pequeño átomo de energía es el que marca la diferencia. Es el que cruza o no la frontera de la rendición, del condicionamiento futuro, o de la autonomía y el empoderamiento, pase lo que pase.

Asturias, Agosto 2021
Tras el tomentoso verano, el curso avanza con determinación para nuestros tres hijos. Eva crece en madurez día a día, en su particular batalla en un complicadísimo bachillerato internacional, que sigue tratando de compaginar con su 9º año de estudios musicales en el conservatorio. Continúa manteniéndose firme frente a las decisiones de todos sus compañeros respecto al "pinchazo" y al pasaporte Covid, y frente a los esporádicos "tiritos" manipuladores de algún que otro profesor al respecto. Y encaró con una madurez y deportividad impropias de su edad, el renunciar a la carrera por UWC, que había llevado a Pablo a Italia y hoy a EEUU, porque se impuso también el injusto y absurdo requisito de la vacunación en el proceso de selección. Se había quedado tan sólo a 0,09 puntos de estar en la final el pasado año, y tenía todas las papeletas para conseguirlo éste. Pero hay chantajes inaceptables, y ni se despeinó con la decisión.

Samuel sigue "saliéndose" en Física en Córdoba: parece que ha encontrado su sitio y su vocación. Y estos meses de pandemia los está encajando como es él: una "anguila" que sabe sortear opiniones y decisiones de su entorno con discreción y sin aspavientos. Eso sí: haciendo al final lo que le da la real gana, y sin que le importe mucho lo que opinen los demás.

Y Pablo es probablemente el que más está sufriendo el "temita". Sus resultados académicos también han sido espectaculares. Pero a las presiones enormes que ha sufrido su novia, se unió las que él mismo padeció durante meses. Sus dudas del verano se han transformado en un torrente de energía y convicción frente a las barbaridades e injusticias que le está tocando comprobar por sí mismo. Y en esto probablemente han influido varias cosas. Por un lado, ha dejado de temer por ser o decidir diferente a su gente. De hecho, su gente ha empezado a valorar mucho en él esa fuerza para ir a contracorriente, guiado por sus principios y su incesante búsqueda de respuestas. Por otro lado, por el camino ha tenido que cambiar ese trabajo que compagina con los estudios, dejando el supermercado, y pasando a ser asesor informático a distancia. No iba a sucumbir a la presión de la normativa del gobierno federal para que se inoculase, y el ofrecimiento por personas cercanas de respaldo (incluso económico) para no ceder, también le ayudó. Decidió no rendirse y cambiar de trabajo. Y por el camino, la justicia americana deshizo esa restricción laboral para los no-vacunados, indefendible ya a la luz de las evidencias científicas y de los hechos. Está encantado con el cambio, y además le ayudará a hacer currículum. Ahora afronta nuevos dilemas pandémicos. Tenía muchas posibilidades de que le dieran una beca para continuar sus estudios durante un semestre en Paris o Estocolmo a partir de septiembre. Pero de nuevo el absurdo requisito de la obligatoria vacunación se interpuso, y ha tenido que renunciar a ello por ahora. Y la lucha se centra en estos momentos en si eliminan el requisito de estar vacunado para volver a entrar a EEUU. Porque si no, quizás no tenga sentido arriesgarse a volar a casa para pasar el verano, si luego no le van a dejar volver a Oklahoma. Eso sería dolorosísimo para él. Pero inocularse ya no es una opción. Esperemos que llegue algo de cordura pronto.

Pico La Serrera (Andorra), julio 2021
Nunca se sabe cuándo va a dar un giro el guión de nuestra vida. Las verdades más absolutas se vuelven, de repente, engaños que no entendemos cómo pudimos tragarnos antes. Lo que siempre descartamos como auténticas paranoias absurdas, a veces, se confirma por la tozudez de los hechos. Quienes siempre pensamos que eran unos "pesados", pueden convertirse en nuestro último clavo ardiendo. Y quienes siempre creímos que eran nuestro férreo sostén y máximos aliados, de repente se convierten en una pesada losa para nuestro crecimiento y evolución consciencial.  Por eso no se trata de convencer a nadie. Sino de construir, construir y construir. Empezando por nosotros mismos. Porque cada uno vive su proceso evolutivo a su ritmo. Y erigirse en dador de verdad no es labor de nadie. Todos vivimos antes o después un momento de oscuridad, de zozobra e incertidumbre, mientras otros, a la vez, viven en la luz, en la plenitud y en el gozo. En un momento podemos ser víctimas, y en el siguiente quizás verdugos sin saberlo. Los resortes de la vida pueden darse la vuelta, para que nuestro proceso de aprendizaje se despliegue en plenitud. Y la vida es muy larga, y llena de decisiones que van mucho más allá de vacunarse o no. De hecho, esta historia aún no ha acabado, y deberemos estar fuertes para sus nuevos episodios. Por eso se trata sólo de compartir vivencias y aprendizajes propios. Sin insistir. Respetando ritmos y momentos vitales. Y a quien deba llegarle el mensaje, le llegará. Y a quien no, quizás es porque debía ser así en ese momento para esa persona y para lo que le rodea. 

Hace unas semanas falleció a los 95 años  Thich Nhat Hanh, símbolo de la no-violencia y del impulso de la meditación y el mindfulness en occidente. En uno de sus poemas, titulado "Llámame por mis verdaderos nombres", aborda con rotundidad la gran verdad de que todos somos UNO, y de que puede que nos toque vivir las dos orillas de la realidad, en un incesante giro del guión de nuestra vida:

(...)

Soy una rana que nada feliz

en el agua clara de un estanque,

y soy la culebra que se acerca

sigilosa para alimentarse de la rana.


Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,

con piernas delgadas como cañas de bambú,

y soy el comerciante de armas

que vende armas mortales a Uganda.


Soy la niña de 12 años

refugiada en un pequeño bote,

que se arroja al mar

tras haber sido violada por un pirata,

y soy el pirata

cuyo corazón es incapaz de amar.


Soy el miembro del Politburó

con todo el poder en mis manos,

y soy el hombre que ha de pagar

su deuda de sangre a mi pueblo,

muriendo lentamente

en un campo de concentración.

(...)

Prométeme:

aun si te abaten

con una montaña de violencia y odio,

aun si te pisan y aplastan

como a un gusano,

aun si te rompen y destripan,

que recordarás, hermano,

recordarás

que el hombre no es nuestro enemigo.


Lo único digno de ti es la compasión:

invencible, ilimitada, incondicional.

El odio nunca te dejará enfrentarte a la bestia en el hombre.


Y un día, cuando te enfrentes a esta bestia solo,

con tu valor intacto, los ojos tranquilos,

llenos de bondad, (aunque nadie los vea),

de tu sonrisa

nacerá una flor.

(...)


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