lunes, 1 de marzo de 2021

No claudicar

 1) Madrugada del viernes 26. Tres fuertes manotazos en los cristales retumban en toda la furgoneta. El susto es de muerte a esas horas. Varias personas merodean alrededor del vehículo. Cuando abrimos los ojos, dos potentes faros nos apuntan directamente. A ellos se suma una inconfundible luz azul. Una de ésas que durante la pandemia exhiben a todas horas la Policía y la Guardia Civil. No tenemos escapatoria. Tampoco tenemos ni idea del motivo de ese despliegue. Suelo tardar mucho en recomponerme cuando me despierto a mitad de la noche. Así que me quedo "encasquillado" unos instantes resolviendo dilemas filosóficos: ¿dónde estamos?; ¿qué pasa?; ¿es esto una pesadilla o una película distópica?... Mey, sin embargo, se pone la mascarilla sin titubear, y en un "santiamén" abre diligente la ventanilla de la "furgo".

-"Buenas noches, ¿hay algún problema?"

-"¿De dónde son ustedes?", responde el guardia civil

-"De aquí al lado, de Vélez-Málaga", contesta Mey.

-"¿¿¿De Vélez-Málaga???". El tono y los ojos del agente evidencian que no le cuadra nada.

-"Sí. Esto es lo que tenemos más cerca para disfrutar y evadirnos un poco de todo lo que está pasando. ¿Hay algún problema? ¿Quiere que le mostremos nuestra documentación?"

-"No, no hace falta", responde.

-"¿Vienen ustedes con este otro vehículo de Granada?" (refiriéndose a otra furgoneta que estaba allí aparcada, cerca de nosotros, y en la que ni habíamos reparado)

-"No. No les conocemos".

Adivinando ya por dónde parece ir la cosa, Mey añade: "No se nos habría ocurrido incumplir el cierre perimetral provincial con matrícula de Granada, con una furgoneta con este color rojo chillón, y con estas cortinas de estrellas... No es buen plan para pasar inadvertidos, la verdad..."

-El agente por fin sonríe, y asiente con la cabeza. Todo se distiende.. 

A esas alturas, el guardia ya nota que se han pasado de frenada con nosotros. Que no hemos infringido el cierre provincial. Falsa alarma para ellos. Se relaja, nos advierte sobre la protección del paraje natural en el que estamos, nos pide disculpas dos veces, y nos desea buen descanso. A buenas horas...

El episodio policial de la noche anterior es la excusa perfecta para romper el hielo por la mañana con los vecinos de las autocaravanas cercanas. La familia británica de nuestra derecha se asustó mucho con el incidente, pero a ellos ni les molestaron. Llevan 3 meses vagando por donde les dejan acampar, desde que allá por noviembre les anunciaron que en España el Covid tenía muy buenas cifras, y cuando ya estaban aquí, se vieron encerrados "a cal y canto", y sin apenas campings abiertos donde pernoctar. Están contando los días para coger el ferry en Santander, haciendo cálculos de la cuarentena y de lo que les van a costar las varias PCR que cada miembro de la familia deberá hacer a la vuelta. Ya lo tienen asumido. Son la viva imagen del "que pare el mundo, que yo me bajo". Al menos desde noviembre. La adversidad une. Mey les aconseja sitios donde pernoctar y un restaurante "bueno, bonito y barato". Les dejamos nuestro teléfono, "por si las moscas". Y si hubiéramos tenido jardín, allí estaría ahora su caravana.

Con la pareja de la izquierda, la conversación es más larga. Sobre todo con Rosa. Ella era la de la otra furgoneta granadina, y la policía también le apretó. Lleva treinta años ejerciendo la enfermería y se ha desengañado ahora después de ver desde dentro tantas cosas que no le cuadran. La pandemia y la vacuna parecen haber sido la gota que colma el vaso. Sorprende descubrir tanta afinidad en auténticos desconocidos. Tanta como para abrazarles, como quizás haga meses que no lo hagamos con familiares cercanos. Cosas de esta pandemia. O del miedo, quizás.

Tras desayunar y recoger, decidimos cambiar de aires, y marcharnos a la montaña. Pero apenas hemos recorrido dos kilómetros, cuando se nos pone delante un coche de la policía local, y en una maniobra de película, en plena rotonda, nos corta el paso y se acerca uno de los agentes. El otro también se baja, cruza los brazos, y abre las piernas.

-"¡Póngase la mascarilla!", me ordena con contundencia.

Reconozco que las formas y el tono, unidos a lo sucedido la madrugada anterior, me molestan tanto que a punto estoy de responder con la misma actitud. Pero respiro dos veces, y me la pongo por respeto a él y para evitar males mayores. La escena me suena a "dejá-vu". Por eso intentamos Mey y yo adelantarnos a sus palabras con un "¡Somos de Vélez-Málaga!". De poco sirve el intento.

-"¡La documentación!", nos exige.

Tras mostrarle nuestros DNIs y carnet de conducir, comprueba que no mentimos. Nuestra matrícula es de otra provincia, pero nosotros somos malagueños y vivimos en la provincia de Málaga. En esta ocasión no hay disculpas. Pero se le nota en la cara que el "paripé" de la rotonda, el compañero de respaldo con las piernas abiertas, y su tono y actitud han resultado un poco cómicas, dado el resultado. Cuando le decimos que es la segunda vez que nos pasa, tan sólo atisba a decir: "Es por el bien de todos". Me río a carcajadas por dentro.

Mientras ascendemos camino de Frigiliana, no puedo evitar pensar las energías que los seres humanos desplegamos para crear unas normas, que nos acabamos creyendo "a pies juntillas", y que defendemos "a capa y espada" con la fuerza coercitiva que sea precisa, como si de verdaderos delincuentes se tratase. ¿De verdad, si hubiéramos cruzado esa frontera inexistente con Granada, existiría peligro de algo? ¿De verdad vale la pena ese derroche de energía y de desconfianza? Ante una anécdota tan insignificante, Mey y yo no podemos evitar pensar en tantos y tantos miles de personas que llevan la "matrícula de Granada" grabada en el color de su piel, y que pagan el cruzar otras fronteras ficticias con la detención, el maltrato o incluso la muerte. O incluso aquellos cuya "matrícula de Granada" consiste en haber montado con todo el esfuerzo de su vida un negocio que ahora alguien, desde su despacho, condena a la muerte, catalogándolo de "no esencial". No debemos rendirnos. Seguro que el sentido común acabará prevaleciendo.


2) Hemos aprovechado el puente del Día de Andalucía para una "escapada de novios" y volver a disfrutar de la furgoneta tras muchos meses de "parón". Somos conscientes de que mucha gente pensará que es una irresponsabilidad. Y que los desplazamientos, aunque sean dentro de la provincia, deben reducirse a lo estrictamente necesario. Probablemente estas personas y muchos responsables políticos y sanitarios pensarán que disfrutar largas horas de sol en pleno mes de febrero en los acantilados de Maro no es necesario. Dirán que dormir bajo una luna llena y con el rugir de las olas no es necesario. Que tampoco es necesario contemplar los delfines o las olas que nos han deleitado estos días. Que la subida a un pico cercano al Acebuchal, y que aquella tarta de queso en aquella cafetería tampoco son necesarios. Que volver a nuestro restaurante favorito tras meses, tampoco es necesario. Ni tampoco reencontrarse con las calles de Málaga. Que experimentar la calma de los embalses de Ardales tampoco es necesario. Que contemplar el vuelo de los buitres, disfrutar de las vistas desde el Pico de la Cueva, y zamparse un bocata contemplando cómo se evacúan hectolitros de agua desde uno de los embalses tampoco es necesario. Y puede que lleven razón. Porque si sólo se piensa en una teórica "lucha" contra un virus, sólo es necesario lo que sirva a esa lucha. Y ahí, lo más eficaz es que todos nos quedemos encerrados bajo veinte candados, eso sí, bien pertrechados delante de nuestras respectivas pantallas, para que interioricemos bien los mensajes que toque obedecer en cada momento. Pero ya me dirán qué vida es esa. La que, de hecho, están viviendo millones de personas, de forma consentida, además. Lo sentimos mucho, pero no. Sin incumplir ninguna norma, pero no claudicaremos a ese "engendro" de vida que muchos consideran que es el necesario en estos tiempos que corren.


3) Jueves 25. Poco antes del incidente policial, participamos en un encuentro histórico. Eso sí, por videoconferencia, como ordenan estos tiempos. La bisabuela de la familia cumple nada menos que cien años. Hijos, nietos, bisnietos y sus familias nos vemos las caras desde distintos puntos de España y Francia. Ella está como su nombre, como una rosa. Casi como la conocí yo hace treinta años. Incluso el periódico local le ha dedicado un amplio artículo, y posa en una foto junto al alcalde del pueblo. Ya quedan pocas como ella. Pero es cierto que la guerra y los campos de concentración la han curtido mucho en eso de no doblegarse ante nada, por mucho que ahora se tema por la vida de las personas de más edad y vulnerabilidad.

Por si fuera poco, un día antes nace su octavo bisnieto, Rodrigo, segundo hijo del hermano de Mey. Todo un regalo para la familia. Sus padres tampoco se han rendido en un parto que ha resultado más complicado de lo esperado. Pero cuando alguien tiene claras las prioridades en la vida, no hay contratiempo que se ponga por medio. Que se lo digan a los padres de Rodrigo...


4) Domingo 28. La ruta del Gaitanejo nos ha dejado exhaustos. Pero también esa sensación que siempre busca cualquier montañero: el contacto con la naturaleza, una vibración más acompasada con nuestro planeta, y la satisfacción de superar los propios límites. Probablemente es una de las rutas más bellas que hemos disfrutado en mucho tiempo. Y por eso nuestra alegría es doble al llegar a la furgoneta. Pero nos espera una sorpresa desagradable. Poco nos podemos imaginar que, al intentar abrir el vehículo, éste está abierto, y tres de sus cuatro cerraduras han sido forzadas. El corazón se acelera. ¿Por qué? ¡Con lo bien que lo habíamos pasado! ¿Qué se habrán llevado? ¿Estarán aún por aquí? ¿Vamos a comisaría a denunciarlo? ¿Cómo es que nuestro seguro no cubre nada de esto?...

Después de un día tan especial, los nubarrones de la adversidad y los contratiempos nos acechan. Pero de repente, la sabiduría de Mey se impone: "Esto no nos va a estropear estos días. Es sólo dinero. Y debemos dar gracias, porque no les ha dado tiempo a llevarse la furgoneta". Efectivamente. Sólo están dañadas las cerraduras, pero no parece que les haya dado tiempo a llevarse nada. Es decisión nuestra optar por seguir disfrutando, o lamentarnos por esta contrariedad. Como en el resto de la vida, en realidad. Elegimos disfrutar, y acabamos el día riéndonos a carcajadas por whatsapp haciendo bromas con los niños.


Estos días no he podido evitar acordarme de amigos y familiares que lo están pasando mal, muy mal. Personas que sufren de soledad, de miedo, de cáncer, de depresión, o de intensos dolores. Personas a las que queremos, y que se encuentran en una disyuntiva, como las pequeñas disyuntivas que nos hemos encontrado estos días nosotros. ¿Íbamos a renunciar a seguir disfrutando por llevar una matrícula de otra provincia? ¿Íbamos a dejar de vivir con intensidad estos días porque muchos piensen que no eran necesarios esos desplazamientos? ¿Iban a rendirse la bisabuela porque pocos lleguen a su edad, o Rodrigo ante las complicaciones de un parto? ¿Vamos a amargarnos un día inolvidable, porque hayan intentado robarnos la furgoneta? Los obstáculos y las dificultades nos acaban haciendo más fuertes. Por favor: no claudiquéis.

3 comentarios:

Marga dijo...

No es necesario (según los hacedores de normas) respirar aire puro en un acantilado o visitar a tus seres queridos. En cambio, sí lo es aplaudirles en un mitin rodeado de muchedumbre o ir a una mani del 8M..
El policía local "espatarrao" seguro que le ve sentido: "es por el bien de todos"....

Rosa discola dijo...

Gracias, esperando que el sentido común llegue pronto. Parece que se fue de vacaciones.

Mar Nofler dijo...

brillante todo! que nunca falte el entusiasmo!!! gracias por compartir y a seguir cumpliendo años y que nada no quite la libertad de disfrutar del aire, el paisaje, el amor, la vida en definitiva!!!!tenemos responsabilidad y sabemos no hacer tonterías, no necesitamos quedarnos castigados sin poder vivir con respeto y en paz