sábado, 9 de mayo de 2020

Desescalando, que es gerundio

No suena el despertador. No hace falta. Sé bien que los días especiales no lo necesitan. Seis y veinticinco de la mañana. Sábado. Día muy esperado. El primero después de tantas semanas. Eva se une a mi pequeña locura. Es una "motivada" como yo. El "madrugón" no le duele. Las bicis ya están listas y revisadas en la puerta de casa. Nos quitamos las legañas, nos ponemos una camiseta y nos adentramos en el embrujo del amanecer primaveral. Aún está oscuro. Corre una brisa agradable. La manga larga se agradece. Nos estremece el silencio tan rotundo de las calles por las que circulamos. Aunque en realidad es silencio humano. No suenan motores de coches, ni neumáticos, ni persianas de comercios, ni bullicio. Pero sí que hay sonido. La vida suena con rotundidad. Y es el ruido humano el que a veces no deja que se escuche esa vida. Y ese sonido eriza el vello. Millares de pájaros festejan el nuevo día. Quizás tanto como nosotros ante nuestro esperado reencuentro.
En apenas quince minutos llegamos a su orilla. Se ha puesto sus mejores galas. Un enorme manto plateado sin la más mínima arruga. Un maravilloso collage de ocres y malvas sobre ese manto. A Eva el momento le recuerda a cuando le pintábamos de pequeña los atardeceres. Apenas se escuchan olas. Más que un mar, parece un lago. Una enorme sonrisa brota de nuestras caras. Al unísono. A pesar de los diez metros de distancia que obligan las normas. La magia del momento bien lo vale. Esa inmensidad. Esa quietud. Esa sensación de pequeñez ante tanta belleza.
A paso de tortuga vamos recorriendo el paseo marítimo. Sensación de complicidad con los locos con los que nos cruzamos. Imagino como nunca lo que debe sentir el que ve el mar por primera vez, tras vivir toda la vida lejos de él. Lo nuestro han sido menos de dos meses. Y sin embargo, el gozo del reencuentro genera palpitaciones. Continuamos por Caleta, por Algarrobo y llegamos hasta Lagos. Han precintado las mesas donde solíamos merendar. Nos tomamos nuestra manzana de pie. A diez metros de distancia. Sin poder compartir el éxtasis de ese amanecer. No importa. A veces las palabras sobran.
No puedo evitar pensar hasta qué punto damos por sentado lo que tenemos. El mar siempre está allí. A 15 minutos en bici. Pero apenas lo valoras. Hasta que te lo quitan. Aunque sea durante unas semanas y por un confinamiento sanitario. De repente afloran en mi mente infinidad de regalos que apenas valoramos. La salud. Los abrazos. Las risas y las bromas en familia. Una cerveza en una terraza. Tumbarse en la playa. Un atardecer con tu pareja. La belleza de este mar y sus montañas al fondo...Habrá que vivir más y mejor cada segundo para saborear cada milagro que nos rodea.
Durante toda la semana, ya por las tardes, hemos asistido puntuales a nuestra cita. A esa porción diaria de desconfinamiento en mini-dosis. Y sorprende ver a tanta gente por la calle. Tanto deportista reconvertido. Tanto humano recordando cómo funcionaban los pedales de su bici. Una mezcla de alegría por el reencuentro callejero, y de sumisión ante esta libertad por fascículos. Ante este "subidón" colectivo nos vienen a la cabeza las palabras de ese pastor francés, que dicen que asesora incluso a políticos. Dice que para controlar a sus miles de ovejas, tan sólo le hace falta actuar mediante el miedo o mediante la necesidad de seguridad. ¿Y sabéis cuál es la diferencia entre el comportamiento de sus ovejas y el de los humanos? Ninguna, según dice. Quizás por eso tenemos esta sensación de agradecimiento ante el "caramelito" de nuestra "escapadita" diaria. Nos recuerda a cuando a las vacas se les habilita más espacio en sus cubículos de la cuadra, no para que sean más felices, sino para que produzcan más. Eso sí, ahora esto está justificado, por el asunto ese del virus.
Nos ha tocado vivir una época muy rara. Se están produciendo hitos históricos casi semanalmente. Y en nuestras vidas presenciamos a diario lo sublime y lo surrealista, casi en tiempo real. Lo heroico y lo granuja. Lo cotidiano y lo trascendental. La belleza del reencuentro con la naturaleza y con nuestra libertad aún coartada, y la sensación de que detrás de todo esto hay gato encerrado. Pronto empezará el debate de fondo de la vuelta a la normalidad, o a esa "nueva normalidad" que ya nos empiezan a vender. Quizás algunos no estemos ya dispuestos a volver a la normalidad de antes. Pero tampoco a la que pretenden imponernos.
Dicen que el humor, el amor y la belleza te reconcilian con la vida en momentos así. Habrá que aplicarse una buena sobredosis diaria de todos ellos. Y mientras tanto, y poco a poco, sigamos desescalando, que es gerundio.


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