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domingo, 13 de noviembre de 2016

Cocina amable

Todos tenemos un pasado. Y el mío fue carnívoro. Lo reconozco. Disfrutaba con un buen filete o con un buen espeto de sardinas. E incluso hoy, hay olores de una buena carne a la parrilla que me transportan a instantes pasados, y que me siguen atrayendo. En aquellos momentos no prestaba mucha atención a lo que comía. Casi lo vivía como un trámite necesario para seguir el ritmo habitual de tareas y responsabilidades de la vida, sin la más mínima consciencia en lo que me llevaba a la boca. No me planteaba ni la cantidad, ni la calidad, ni el origen, ni las consecuencias de lo que comía. Incluso entendía que hubiera gente que viviera a base de la "fast food" o "comida basura", aunque no fuera mi caso. A fin de cuentas menos tiempo dedicaban a ese trámite necesario, pero quizás tedioso. Oía hablar de vegetarianos o veganos y me sonaban a "bichos raros" de la sociedad. Es lo que tiene ser minoría. Hoy las cosas son muy distintas. Para mí y quizás también para el papel de la comida en nuestro mundo.
Cuando Televisión Española vino a casa a grabarnos, una de las cosas que más nos llamó la atención fue el protagonismo que le dieron a nuestra alimentación. Se quedaron en el tintero otras posibles tomas de hábitos colaborativos. Pero nos dijeron que las escenas de cocina generan audiencia, y ésta manda en televisión. Y a juzgar por la cantidad de gente que nos contactó después para pedirnos la receta de las galletas o del pastel de patatas y puerros que aparecía en el reportaje, algo de eso sin duda hay. Eso nos hizo ver hasta qué punto la alimentación es un tema clave en ese "mundo diferente para vivir" que tratamos de impulsar.
Hace tiempo que queremos escribir sobre este asunto. Sin embargo, nunca encontrábamos el modo adecuado. Demasiados estereotipos. Demasiados "a favor de" y demasiados "en contra de". Demasiadas etiquetas para todo. Y cuando te etiquetan, siempre tienes a alguien enfrente, a alguien en contra. Y no apetece. Lo viví en mi piel simplemente por compartir algunos vídeos en facebook sobre documentales que me habían ayudado a cambiar de decisión sobre mis hábitos alimenticios. Automáticamente me llovieron las críticas más despiadas. Como cuando me he posicionado sobre el diálogo entorno a las plantas medicinales y a alternativas médicas menos "cientifistas". Inmediatamente fui censurado y repudiado. Pero hoy llevo despierto desde las tres de la mañana y aparte de pensar y chatear con el hijo que está a ocho horas de diferencia, sentí que era momento de hablar de esto. Sin etiquetas, sin críticas, sin ningún afán de proselitismo. Simplemente compartiendo lo que nosotros estamos viviendo.
No creo que toque ahora hablar de las razones médicas, de la sostenibilidad ambiental del actual sistema agroalimentario, o del masivo sufrimiento animal, aunque esas y otras muchas razones nos llevaran a nosotros a dar el paso. Sólo puedo decir que llevamos más de dos años en este proceso, y nos sentimos mucho mejor para todo: en agilidad física y mental, para dormir, para ir al baño... Estamos viviendo en nuestras carnes lo que supone vivir sin carne. Y siempre que se haga con cabeza y con conocimiento de las combinaciones de alimentos, no sólo es factible reducir drásticamente el sufrimiento animal, sino casi un imperativo ético y moral. Puedo afirmar que nuestra alimentación durante estos dos últimos años ha reducido el sufrimiento animal, el impacto ambiental negativo, y nos hace sentir físicamente mucho mejor. Y no opino sobre argumentos. Sólo comparto nuestra experiencia.
Incluso mis dos hijos mayores, que son algo más reacios, reconocen esos beneficios físicos, aunque echan de menos el sabor de su ración de carne, que no les negamos en ciertas ocasiones. No nos gustan los extremismos y sí el equilibrio, y forzar a algo, ya con cierta edad, puede generar el efecto contrario. Así que les informamos, les hacemos reflexionar, y no les vetamos en determinadas ocasiones. Y que ellos decidan en un futuro. Eso sí: en el día a día, no hacemos dos menús. ¡No nos daría la vida para ello! Tampoco hemos excluído la leche o la miel, aunque vamos introduciendo sustitutos ¿Que a eso le llaman flexi-vegetariano? Poco nos importa, la verdad. Si podemos elegir, tenemos claro lo que vamos a elegir. Pero si no hay posibilidad, no vamos a rechazar radicalmente un trozo de carne cocinado por un amigo o un familiar con todo el cariño, en nombre del cariño a los animales o del medio ambiente. La clave para nosotros está en el equilibrio. Y no concibo las escenas de defensa a los animales a base de dar porrazos a seres humanos, o las batallas campales para mantener tradiciones edificadas sobre el maltrato a un animal. Tampoco entiendo que tantos grupos en los que hemos estado trabajando en pro del medio ambiente, de la solidaridad y de la fraternidad no se planteen que en la mesa es también crucial mantener una coherencia en esos principios.
No nos interesa ya convencer a nadie de lo que debe o no debe comer. Cada uno vive su momento evolutivo, igual que nosotros vivimos el nuestro. Y los argumentos y las razones mentales pueden ayudar a formar una opinión, pero cambios tan profundos como en lo que se refiere a lo que te nutre a diario sólo se producen si hay algo que te toca la fibra sensible o el corazón. Nuestras razones ya las teníamos, y entonces conocimos al cocinero Kike Valero cocinando comida vegana para doscientas personas en un gran evento en la Casa de Acogida de Alozaina. Allí conocimos la tortilla sin huevo, las hamburguesas vegetales, y una infinidad de sabores y texturas que jamás imaginamos en una cocina sin carne o pescado. Y también conocimos a gente comprometida con lo que come hasta extremos que no imaginábamos. Un compromiso que llegaba hasta lo laboral, rechazando ofertas suculentas, pero incoherentes con los principios. Ya no necesitábamos argumentos para dar el paso. La cocina amable se había hecho un hueco en nuestro corazón. No esa cocina de competición o de gritos que nos ofrecen los programas de la tele, buscando sólo audiencia. Por eso hemos decidido empezar a compartir recetas entre quienes nos apoyan en Patreon y que ese compartir permita fortalecer proyectos solidarios. Kike nos ayudará en esa bella tarea. ¡Abajo las etiquetas y los argumentos en los fogones! ¡Viva la coherencia y el equilibrio en lo que nos llevamos a la boca! ¡Viva la cocina amable!


NOTA: Este contenido, como todo lo que compartimos, no tiene ningún afán de lucro para nosotros, sus autores. ¡Bastante premio estamos teniendo con los aprendizajes y con las personas que estamos conociendo por el camino! Sin embargo nos encantaría que nuestras creaciones (escritos, vídeos, audios, recetas, remedios caseros, etc) acaben beneficiando ese "mundo mejor" a través de entidades solidarias que apuestan por él. Por eso, algunos de esos contenidos los subimos a nuestra página en Patreon (https://www.patreon.com/familiade3hijos) para disfrute de quienes estáis colaborando en esos proyectos solidarios, aunque sea con 1 simple euro al mes. Basta con pulsar en el botón rojo de "Become a patron". ¿Queréis ser nuestros cómplices, aunque sea con algo simbólico? ¡¡GRACIAS!!

sábado, 31 de octubre de 2015

Pero ¿éste no era de los nuestros?

¡Madre mía lo que nos queda por aguantar de aquí a las Elecciones! Salvo que estemos dispuestos a encerrarnos en casa, con la tele apagada y las persianas bajadas, nadie nos libra del "marrulleo" para rebañar votos aquí y allá. Esa crispación a base de denostar las vilezas de los otros y exagerar las virtudes propias acaba contagiando a la mayoría de la población. Y es una auténtica pena que la política, que podría ser un bello arte, ese de la "cosa común", acabe convirtiéndose en una batalla en el barro, que acaba manchando todo el que se acerca a ella. La estrategia es clara: "que el contrario te dé miedo para que sólo yo sea tu solución".
Por desgracia, incluso los nuevos partidos no pueden evitar entrar en esa dinámica, ya caduca, de desprestigiar al contrario para conseguir un puñado de votos. Cuando si realmente quieres mejorar "lo común", ni siquiera te preocupa el contrario y si hace lo mismo que tú o algo distinto. De hecho, no debería preocuparte ni siquiera lo que piensen tus votantes si la meta es clara, y nos guía una buena brújula, que no puede ser otra que unos buenos principios. Pero eso no suele suceder así: suelen guiarles la ideología (¡a ver si vas a estar más a la derecha, más a la izquierda, o más en el centro que...!) y las dichosas encuestas de opinión (cuando lo que opine una mayoría no significa que sea bueno, como ya vimos con Hitler).

Mi experiencia personal en este ámbito está siendo curiosa. Ya son varios los partidos que, de una forma u otra, me han guiñado para integrarme en sus estructuras. Pero con esta forma de vivir la política, es imposible entrar en ella sin ganarte de inmediato las enemistades del lado opuesto. De ahí mi permanente negativa. No me apetece que por tratar de mejorar las cosas públicas, automáticamente me convierta en enemigo de una buena parte de esa sociedad. Y eso sucede incluso si no estás en la política, pero te involucras en proyectos o iniciativas públicas. Pongo algunos ejemplos:

Hace unos años, como técnico, me propusieron coordinar técnicamente un ambicioso proyecto para mi municipio. Asumí el reto con una sola condición: era un proyecto de ciudad que debería acabar siendo aprobado por el Parlamento regional, y por lo tanto debía contar con el consenso de todas las fuerzas políticas. Yo estaba dispuesto a avanzar en lo técnico, si se trabajaban esos consensos políticos, y el proyecto iba respaldado con un apretón de manos de todas las fuerzas políticas. Acabé mi trabajo 3 meses antes del límite legal, y por lo tanto, con tiempo de sobra para mimar dicho consenso político. El mismo día que entregué el proyecto de 900 folios, convocaron un pleno de urgencia para "pillar" a toda la oposición fuera de juego y "colgarse la medalla" del proyecto. Poco parecía pensarse en la generosidad de un proyecto compartido, y mucho en el rédito en votos o en el desprestigio para el contrario. Consecuencias: el consenso hecho trizas, y lo que podría haber sido un proyecto ilusionante para todos, nació rebosante de ego político. No oculté mi indignación ni mi exigencia de que al Parlamento había que llegar de otra forma. Al menos allí sí se trabajaron previamente las alianzas, aunque el autobús con la delegación municipal que fue al Parlamento en lugar de llevar a todos los representantes políticos del municipio, llevaba a los del partido de turno, familiares incluidos. Yo era el único garbanzo negro, que acompañaba como asesor a la delegación. No disimulé lo más mínimo mi decepción ante esa forma tan ruín y carente de generosidad de concebir la política. Yo era el único que conocía al detalle todo el proyecto, pero estuve a punto de quedarme en la calle en la puerta del Parlamento: la larga "corte" municipal corrió a entrar cuanto antes, en una actitud entre infantil y pueblerina. El riesgo a no poder responder ciertas preguntas técnicamente incómodas les hizo facilitar finalmente una entrada al que, en aquel momento, era probablemente el único conocedor de todo el proyecto. Bochornoso.
El proyecto se aprobó, aunque reconozco que la experiencia parlamentaria me decepcionó extremadamente. Las intervenciones de todos los portavoces estuvieron llenas de inexactitudes que, evidenciaban el desconocimiento de la materia. Pero eso no importaba: apenas les escuchaba nadie. Casi todos los diputados estaban en la cafetería, esperando a que sonara el timbre de las votaciones, para volver a su escaño y votar disciplinadamente lo que les ordenara el jefe de filas, brazo en alto. ¡Menuda forma de entender la política!
A la semana siguiente, como Presidente del AMPA del colegio de mis hijos, me tocó reclamar abiertamente al Ayuntamiento por un muro que se había desplomado con las lluvias y que amenazaba la seguridad de los niños del colegio. No ahorré en exigencias, porque la dejadez había sido manifiesta. Uno de mis interlocutores en el proyecto municipal, me reconoció que en el Ayuntamiento causó estupor mi actitud exigente: "Pero, ¿éste no era de los nuestros?", le preguntaron. Y es que la política funciona así. Si colaboras o te reúnes con alguien por tratar de mejorar tu colegio, tu asociación o tu pueblo, ya te etiquetan con esas siglas políticas. Y si les reclamas a esos mismos por incumplimientos o por atentar contra ciertos principios, el "sanbenito" será con las siglas contrarias. Pero, ¿no debería dar igual quien diga o haga algo? ¿No deberían unirnos los principios, o el objetivo y no el carnet político de quien defienda esa postura? ¿Es que si lo dice A está bien y si eso mismo lo dice B está mal? Parece que no.
En la actualidad estoy viviendo una situación similar. Creo que ya me habrán asignado 3 o 4 carnets de partidos políticos distintos en los últimos meses. Actualmente me está tocando exigir el cumplimiento del compromiso de extender los estudios musicales 2 años más en nuestra comarca como forma de evitar el abandono de sus estudios de centenares de niños con talento musical y 6 años de estudios a sus espaldas. Conocedor de estas dinámicas políticas, insistí en nuestra AMPA que la propuesta debía ir por una senda estrictamente jurídica y administrativa, sin color político alguno. Y para garantizar ese extremo, creé un grupo de redifusión en whatsapp para informar exactamente de lo mismo y al mismo tiempo a todos los partidos políticos de la comarca. Eso permitió que la propuesta fuese ampliamente respaldada por todas las instancias administrativas competentes (Asamblea del AMPA, Consejo Escolar, Junta de Personal Docente, Jefatura de Planificación Educativa e incluso la propia Delegada de Educación en la provincia). Cada partido político actuó de una forma distinta y se involucró de distinta forma: la mayoría haciendo oídos sordos, muy pocos involucrándose en iniciativas, algunos buscando "colgarse alguna medalla" y otros utilizando la cuestión como "arma arrojadiza" pero con poca intención de impulsar una solución que, a la postre, podría significar algún mérito para el contrario. Tuvimos que reunirnos con los responsables políticos con competencias para decidir en la materia. De inmediato ya éramos de ese partido. Al cabo de varios meses, incumplieron flagrantemente lo comprometido, y nos tocó denunciarlo ante los medios de comunicación, y "sacar los colores" a más de uno. Ahora ya éramos del partido contrario. Nuestra posición siempre ha sido la misma: defender una medida que no suponía ningún coste, que no perjudicaba a nadie, y que podía ser aplicada de la misma forma en otros municipios. Los demás a eso le llamaban PSOE, PP, IU, Podemos, PA, o GIPMT...Sin embargo nosotros no defendíamos unas siglas, unos colores, una enseña, o una ideología. Defendíamos unos principios claros, universales y válidos no sólo a favor de nuestros niños, sino para los de otras zonas. El problema es que en la política actual cuesta defender los principios, porque éstos son válidos si lo dice A, pero no lo son si lo dice B. O si lo dicen aquí o en otro sitio o circunstancia. Y así "nos luce el pelo". Basta con ver las cuentas de facebook o twitter de miles de personas para las que todo lo que "SU" partido hace o dice está bien, y para las que lo que hacen o dicen los demás está mal. Yo, por si acaso, seguiré utilizando mi brújula de principios. Y en ellos la confrontación partidaria no tiene lugar. Así que estoy dispuesto a soportar todos los "Pero ¿éste no era de los nuestros?" que haga falta.